La revoluci¨®n de las hijas del burdel
Adolescentes de Kamathipura, un slum que hacina a 7.000 prostitutas, han creado un proyecto para educar mediante arte, meditaci¨®n o viajes
Son mujeres y empoderadas. Son j¨®venes y expertas. Fueron maltratadas y son valientes. Fueron esclavas y son independientes. Fueron abusadas y son fuertes. Son artistas, profesoras, periodistas, oradoras, trabajadoras sociales, estudiantes... Son hijas de las prostitutas de uno de los barrios rojos m¨¢s grandes del mundo, pero no reniegan de su pasado. Fueron v¨ªctimas y son agentes del cambio. Un grupo de adolescentes decididas a revolucionar conceptos antag¨®nicos en la sociedad india.
¡°Muchos abusaron de mi cuando a¨²n era una ni?a. Aunque recuerdo v¨ªvidamente c¨®mo, a los nueve a?os, uno de los clientes del burdel me sent¨® en su regazo e introdujo sus dedos en mi vagina...¡±, cuenta Shweta Katti, de 21 a?os. En perfecto ingl¨¦s y sin titubeos, relata la p¨¦rdida de la inocencia, la humillaci¨®n, el dolor y la culpa. Pero es un discurso articulado con seguridad serena. ¡°No odio a los hombres. No todos son iguales¡±. Su firmeza se ampara en un alegato desprovisto de dudas que s¨®lo el insondable ejercicio de la memoria ha transformado en constructivo. Palabras que han servido m¨¢s como b¨¢lsamo ajeno que como martirio propio. Tras el tormento y la piedad, Shweta estudia psicolog¨ªa para ayudar a otras ni?as que han sido violadas. ¡°Las mujeres de Kamathipura [el barrio rojo de Mumbai] piensan que no pueden so?ar a lo grande y eso les impide alcanzar sus metas¡±. Masticada y paladeada por ella misma, su historia es ejemplo de superaci¨®n para muchas audiencias y le ha valido el reconocimiento internacional de 25 menores de 25, mujeres j¨®venes ejemplares, junto a otras como la activista y Premo Nobel de la Paz paquistan¨ª Malala Yousafzai.
Pero las listas siempre se quedan cortas. Porque Shweta no es la ¨²nica. Otras 15 hijas de prostitutas forman Kranti ¡ªrevoluci¨®n en hindi¡ª, una organizaci¨®n creada en 2010 por adolescentes del segundo burdel m¨¢s grande del mundo. Nominado al Premio Profesor Global (2016) ¡ªconocido como el nobel de ense?anza¡ª, las chicas, de 12 a 21, a?os no quieren ser beneficiarias de proyectos de desarrollo, sino agentes del desarrollo mismo. La integran Nilofar, de 22 a?os, que trabaja como profesora y quiere estudiar turismo para dedicarse a la hosteler¨ªa. Farah, de 21, que ser¨¢ periodista una vez termine sus pr¨¢cticas de verano en la BBC de Mumbai. O Kavita, Ashini y Shradda; de 21, 18 y 16, que organizan talleres semanales de pintura, escultura y teatro para ni?os con c¨¢ncer en el hospital del centro de la ciudad. Cada una con sus sue?os personales, pero todas unidas por un pasado del que no escapan. S¨®lo huyen de la condescendencia. ¡°Kamathipura es el barrio en que nac¨ª. Puede que la gente tenga pena de nosotras. Pero ese pasado no nos debilita, sino que nos hace m¨¢s fuertes¡±, dice Shradda, apenas quincea?era, mientras termina de retocarse ante el espejo. ?ste devuelve una sonrisa afable acompa?ada del aplomo de sus ojos; biso?os pero curtidos en certezas que explican m¨¢s que las palabras.
Infancia en el slum de la prostituci¨®n
Shaddra y el resto de integrantes de Kantri vivieron su ni?ez y adolescencia atrapadas en el sistema de esclavitud que rige Kamathipura. Alrededor de 200 euros se paga por el tr¨¢fico y venta de una mujer en al barrio rojo de Mumbai, estima la ONG local Prerana Anti-Trafficking . Algo m¨¢s de 15 euros vale pasar una hora con una menor. Y no m¨¢s de 1.200 euros cuesta comprar una ni?a en el burdel m¨¢s antiguo de India. Instaurado por los colonos brit¨¢nicos hace dos siglos, hoy en d¨ªa las calles este slum se confunden con el glamour de los rascacielos de la megal¨®polis india. Abigarradas y promiscuas, sus calles esconden alrededor de 7.000 trabajadoras sexuales plegadas a sistema de karza ¡ªdeudas de vida¡ª inexistentes e infladas por las redes de tr¨¢fico humano. Aunque las autoridades locales sostienen que el n¨²mero de prostitutas se redujo de 50.000 en 1992 a 2.000 en 2009, ONGs como Prerana Ati-Trafficking Centre sostienen que el tr¨¢fico de mujeres aumenta en el burdel y que esas cifras se quedan cortas. Se estima que unos 10.000 menores viven en sus calles.
Explotaci¨®n sexual e infantil; las peores formas de esclavitud moderna se concentran en las 14 calles de Kamathipura, colmadas de enjambres de criaturas entre el olor a falta de intimidad y pobreza suburbial. Seg¨²n el extenso informe de 2016 sobre el ?ndice de Esclavitud Moderna, de finales de mayo, India concentra la mayor poblaci¨®n de esclavos modernos: 18 millones de personas presas de trabajos forzados, explotaci¨®n infantil y prostituci¨®n.
Con terapia y educaci¨®n, las chicas han aprendido a no avergonzarse de su pasado
¡°Mi abuela viv¨ªa en Karnataka [estado indio al sur de Mumbai] y era bailarina. La llevaron a trabajar a Kamathipura cuando era menor. Ella no sab¨ªa que era un burdel. Luego llegaron las adicciones y dem¨¢s.¡±, explica Sheetal Jain, de 21 a?os. Tres generaciones de mujeres de su familia sobrevivieron en el slum de la prostituci¨®n. Bajo la promesa de trabajo y arrancadas a edades prematuras de otros estados indios o pa¨ªses vecinos como Nepal y Bangladesh, las esclavas sexuales son encarceladas y prostituidas por los dalals ¡ªproxenetas¡ª hasta que alcanzan edades superiores a los 25 a?os. Entonces, el sistema adhiya ¡ªingresos compartidos¡ª las fuerza a ceder parte de sus ganancias en conceptos de alquiler y seguridad; reduciendo sus ya exiguos beneficios al 40%.
Los intentos de acabar con el tr¨¢fico humano son frenados por la contradicci¨®n de leyes nacionales y estatales, como la secci¨®n 8 de la Immoral Trafficking Prevention Act, (Acta de prevenci¨®n del tr¨¢fico inmoral) que criminaliza a la mujer por ofrecer sus servicios. Las lagunas legales y la impunidad se unen a la corrupci¨®n de la polic¨ªa local, que filtra informaci¨®n a las mafias antes de que las unidades anti-tr¨¢fico ordenen las redadas. Numerosas organizaciones no gubernamentales intentan mitigar los estragos de la esclavitud sexual en Kamathipura. Bien colaborando con la polic¨ªa en denuncias y arrestos. Bien ofreciendo alternativas de trabajo a las prostitutas, o refugio y educaci¨®n a los menores que viven en el burdel.
¡°Las ONGs de Kamathipura imparten educaci¨®n formal a los ni?os, pero los sobreprotegen¡±, critica la propia Sheetal, que pas¨® por cuatro organizaciones diferentes. ¡°Mientras, a las mujeres s¨®lo les ense?an empleos tradicionales como costura y punto... As¨ª hasta que alcanzan la edad del matrimonio, en la adolescencia¡±.
Aceptar el pasado para revolucionar el presente
¡°En Kranti nos ense?an a explorar nuestras pasiones mediante las artes pl¨¢sticas o la meditaci¨®n. Eso nos motiva a so?ar lo que queremos hacer con nuestras vidas, como el resto del mundo. Sin condicionarnos por nuestro pasado¡±, concluye Sheetal. Ella nunca consigui¨® integrarse en escuelas y casas de acogida, su ¨²nico inter¨¦s era la m¨²sica y pensaba que nunca acabar¨ªa la educaci¨®n obligatoria. Pero el sistema de Kranti le ofreci¨® otras alternativas; termin¨® sus estudios y ahora imparte talleres de percusi¨®n y cuentacuentos en las que explica su historia de lucha personal para ayudar a los alumnos.
Danza, m¨²sica, teatro, meditaci¨®n o talleres sobre justicia social son parte integral de las actividades de Kranti. Las adolescentes de Kamathipura tambi¨¦n participan en voluntariados y han viajado a Nepal, Buthan o Estados Unidos como parte de su formaci¨®n. ¡°No s¨®lo les ayuda a compartir sus historias alrededor del mundo, sino que encuentran formas de relacionarse con gentes de otros pa¨ªses y culturas que viven situaciones similares¡±, explica Robin Chaurasiya, precursora de la iniciativa y encargada de buscar los fondos para la formaci¨®n de las revolucionarias; como se autodenominan. Estadounidense de 30 a?os con or¨ªgenes indios, Robin lleg¨® a Mumbai despu¨¦s de ser expulsada de las fuerzas a¨¦reas americanas por su condici¨®n sexual, y en Kamathipura entren¨® a su agitador ej¨¦rcito de adolescentes: ¡°Con terapia y educaci¨®n, han aprendido a no avergonzarse de su pasado, que no debe limitar su futuro. Ahora se sienten orgullosas de sus or¨ªgenes en Kamathipura, porque eso les ha convertido en las mujeres que son¡±.
Amrin Shaikh, de 15 a?os, mueve las manos con vehemencia. ¡°La gente me rechazaba por mi origen y condici¨®n. Ahora lucho por mis derechos y respondo a los que piensan que soy tonta¡±, traduce su hermana Nilofar, que tambi¨¦n ha aprendido lenguaje de signos gracias a Kranti. Alumna con las mejores calificaciones de su promoci¨®n, Amrin es sordomuda pero elocuente; y lo demuestra preguntando una y otra vez si se ha hecho entender.
La misma confianza que desprenden el resto de hijas de Kamathipura. S¨®lo empa?ada por el recuerdo de sus madres, algunas de las cuales ya murieron en el slum de la prostituci¨®n. Una vacilaci¨®n que dura apenas segundos. Sheetal insiste en una idea, repiqueteando como sus dedos sobre la piel de tambores y djemb¨¦s: ¡°Estamos muy orgullosas de nuestras madres. Somos fuertes gracias a ellas y a lo que vivimos juntas¡±, ni un ¨¢pice de paternalismo: ¡°Entendimos que lo hicieron por nosotras y aqu¨ª hemos aprendido a perdonar¡±.
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