Gobiernos compartidos
El PSOE ha perdido poder para liderar porque el ¡®gran centro¡¯ que formaba con Ciudadanos, ya d¨¦bil el 20-D, se ha debilitado a¨²n m¨¢s en esca?os el 26-J. Al PP le compete desactivar con inteligencia la capacidad de rechazo socialista
En un sistema multipartidista (y el espa?ol lo sigue siendo aunque el 26-J haya acentuado los residuos bipartidistas), el voto de los electores otorga a los partidos un diverso y variable poder de coalici¨®n. Ese poder otorgado determina cuantitativa y cualitativamente el peso pol¨ªtico y el estatus de cada uno: les indica sus posibilidades y les se?ala sus l¨ªmites. Para entender de manera operativa lo que el poder de coalici¨®n significa en un sistema multipartidista conviene distinguir cuatro dimensiones: poder de liderar, poder de reforzar, poder de legitimar y poder de rechazar.
El poder de liderar define la capacidad que los resultados electorales conceden a uno o m¨¢s partidos para promover primero, y construir despu¨¦s, coaliciones de gobierno viables, entendiendo por tales las que siendo pol¨ªticamente razonables son adem¨¢s num¨¦ricamente posibles. El ejercicio del poder de liderar implica proactividad, no pasividad, y reclama inteligencia negociadora para, yendo m¨¢s all¨¢ del logro de la propia aquiescencia del resto, incluir a los que puedan reforzar el liderazgo y desactivar a los dem¨¢s, situ¨¢ndolos en el margen del rechazo.
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El poder de reforzar es b¨¢sico en los sistemas de pluralismo moderado, porque implica la capacidad de uno o m¨¢s partidos para completar y ensanchar al m¨¢ximo la fuerza central de la coalici¨®n, sustituyendo gobiernos de partido por gobiernos compartidos. M¨¢s que proporcionar apoyo, reforzar significa marcar el rumbo y contribuir decisivamente en la orientaci¨®n pol¨ªtica. El ejercicio del poder de reforzar por parte de un partido en una coalici¨®n de gobierno es signo de mayor grado de compromiso, tanto en el dise?o de la pol¨ªtica como en la gesti¨®n cotidiana de los partidos.
En la corta experiencia espa?ola de coaliciones en el plano auton¨®mico (tripartito catal¨¢n, bipartito gallego o andaluz, actual gobierno de Valencia, etc¨¦tera), se ha tendido a sustituir el poder de reforzar ¡ªa menudo complicado en bicefalias m¨¢s competitivas que cooperativas¡ª por un compromiso mucho m¨¢s l¨¢bil y a veces de m¨ªnimos: el poder de legitimar, ya sea activo (votando a favor de la investidura) o pasivo (limit¨¢ndose a la abstenci¨®n). El poder de legitimar suele establecerse a trav¨¦s de acuerdos de investidura orientados b¨¢sicamente a dejar gobernar ¡ªesa es, precisamente, la legitimaci¨®n, no obstaculizar¡ª y su resultado en la pr¨¢ctica equivale a gobiernos monocolores vigilados.
Esa fue, por ejemplo, la posici¨®n que adopt¨® el CDS en la incipiente etapa multipartidista de los ¨²ltimos a?os 80 del pasado siglo. Y esa ha sido, asimismo, la postura de Ciudadanos, bien con el PSOE en Andaluc¨ªa, bien con el PP en Madrid, tras las elecciones auton¨®micas de la primavera de 2015. En ambos casos, Madrid o Andaluc¨ªa, por se?alar solo los ejemplos m¨¢s significativos, Ciudadanos actualiza d¨ªa a d¨ªa su poder de legitimaci¨®n controlando y vigilando la acci¨®n del gobierno a trav¨¦s del c¨®digo de pr¨¢cticas y medidas pol¨ªticas pactado en el acuerdo de investidura.
Las convicciones negativas impusieron dos mayor¨ªas de rechazo tras el 20-D
Y est¨¢, por ¨²ltimo, el poder de rechazo. Hasta ahora solo pod¨ªamos imaginarlo o teorizarlo. En el proceso que va desde el 20-D al 26-J hemos sido testigos de su valor. El poder de rechazo alcanza su m¨¢xima expresi¨®n cuando el consenso interpartidario se traduce en una mayor¨ªa del no que supera cualquier otra mayor¨ªa posible. Los partidos se muestran incapaces de expresar sus afinidades y acent¨²an sus diferencias, rigi¨¦ndose por lo que, con expresi¨®n de Ortega, podemos llamar sus convicciones negativas.
?Qu¨¦ sucedi¨® en Espa?a el 20 de diciembre y qu¨¦ puede suceder a partir de los resultados electorales del 26 de junio?
Lo que sucedi¨® est¨¢ bien claro: el uso leg¨ªtimo del poder de rechazo de los partidos oblig¨® a la repetici¨®n de las elecciones. Las convicciones negativas se impusieron. Hubo en el proceso dos mayor¨ªas de rechazo, una impl¨ªcita y otra expl¨ªcita. La primera impidi¨® al Partido Popular promover y construir una mayor¨ªa gubernamental con el apoyo activo o pasivo de cualquier otra fuerza pol¨ªtica. Tal fue la potencia de rechazo que Mariano Rajoy se neg¨® a s¨ª mismo su poder de liderar y prefiri¨® no visualizar su soledad en el Parlamento. La segunda mayor¨ªa de rechazo, esta vez expl¨ªcita, lo fue a una coalici¨®n, desde el centro, num¨¦ricamente d¨¦bil y, al final, pol¨ªticamente inviable.
El Partido Popular tiene ahora, pr¨¢cticamente en exclusiva, el poder de dirigir
El PSOE ha perdido hoy poder para liderar, porque el gran centro (PSOE+ Ciudadanos), ya d¨¦bil el 20-D, se ha debilitado a¨²n m¨¢s en esca?os con 13 diputados menos, 8 de Ciudadanos y 5 del PSOE. El poder para liderar lo tiene hoy el Partido Popular, pr¨¢cticamente en exclusiva. La duda est¨¢ en si sabr¨¢ gestionarlo con inteligencia y habilidad pol¨ªtica. No le ser¨¢ f¨¢cil encontrar apoyos o refuerzos para una coalici¨®n gubernamental s¨®lida, y deber¨¢ estimular mediante renuncias expresas, y convincentes promesas reformadoras, el camino que conduce a conseguir el poder de legitimaci¨®n de los restantes actores del sistema. Sobre todo del PSOE. En un entendido claro: el PP carece hoy de capacidad num¨¦rica autolegitimadora para gobernar ¡ªrepresenta a menos de uno de cada tres espa?oles en voto v¨¢lido y a solo uno de cada cuatro sobre censo¡ª y necesita de la responsabilidad de otros. Y ese plus ni es ni puede ser una d¨¢diva o un regalo. Es, obligatoriamente, algo que se gana, una conquista. El valor pol¨ªtico del poder de legitimaci¨®n impone en las circunstancias presentes un alto precio. Y el PP debe saberlo y estar dispuesto a pagarlo.
El poder de rechazo ha sido la dimensi¨®n central en el complejo ejercicio del poder de coalici¨®n de los partidos durante la primera y corta etapa del multipartidismo competitivo espa?ol en el siglo XXI. El resultado es bien conocido: una en otro tiempo inimaginable repetici¨®n electoral. Esa imposici¨®n del poder de rechazo refleja las dificultades del sistema pol¨ªtico espa?ol para adaptarse con eficacia a las pautas de una cultura multipartidista. Aritm¨¦ticamente, el rechazo sigue constituyendo hoy una amenaza: si el PSOE no hace uso de su decisivo poder de legitimaci¨®n, puede darse, en el mejor de los casos para el Partido Popular, un empate a 175 diputados que haga imposible cualquier investidura. Al PP le compete desactivar con inteligencia pol¨ªtica el poder de rechazo del PSOE. Y el PSOE debe poner a prueba toda la capacidad pedag¨®gica para explicar convincentemente a sus militantes y, sobre todo, a sus electores por qu¨¦ y c¨®mo hace un uso l¨²cido, eficiente y responsable de su poder de legitimaci¨®n.
Marcos Sanz Ag¨¹ero es analista de Metroscopia.
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