Inglaterra y los espa?oles
Reino Unido ha tenido una influencia crucial en la historia reciente de Espa?a, esperemos que el ¡®Brexit¡¯ no arruine el progresivo conocimiento e intercambio que se ha ido produciendo durante muchos a?os
Reino Unido ¡ªque, como buena parte de sus propios habitantes, aqu¨ª solemos llamar err¨®neamente Inglaterra¡ª ha tenido una influencia crucial en la historia contempor¨¢nea de Espa?a. Un ascendiente comparable tan s¨®lo al de Francia y, en la ¨¦poca actual, al de Estados Unidos. Ha habido, entre ambos pa¨ªses, relaciones tan intensas como decisivas, en las que Inglaterra ha representado al mismo tiempo varios papeles relevantes para los espa?oles: gran potencia, modelo pol¨ªtico o enemigo secular, espejo y refugio en caso de crisis.
Para empezar, el imperio brit¨¢nico, un actor europeo de primera fila, constituy¨® el principal poder mundial entre comienzos del siglo XIX y la Gran Guerra. Y Espa?a fue tan s¨®lo uno de los m¨²ltiples escenarios en que se despleg¨® esa fuerza imperial. Casi desde el principio, cuando Wellington comand¨® las tropas que derrotaron en 1814 a Napole¨®n en territorio ib¨¦rico. Esa victoria no estableci¨® un protectorado, ni Espa?a se volvi¨® un mero pe¨®n de Inglaterra como Portugal. Pero a la larga se estrecharon v¨ªnculos econ¨®micos que, por ejemplo, permitieron al capital ingl¨¦s hacerse con enclaves mineros cuasi-independientes.
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Tras d¨¦cadas de aislamiento y un desastre colonial, Espa?a se comprometi¨® con la entente franco-brit¨¢nica al iniciarse el XX. Pero la apertura no implic¨® su entrada en la Primera Guerra Mundial, ni por tanto su participaci¨®n en la paz aliada. La coyuntura en que Gran Breta?a result¨® m¨¢s importante para el destino de los espa?oles fue, seguramente, la Guerra Civil de 1936, cuando los gobiernos de Londres, tratando de apaciguar a Hitler, impusieron una pol¨ªtica de no intervenci¨®n internacional. Como ha mostrado Enrique Moradiellos, esa estrategia perjudic¨® de un modo determinante a la causa de la Rep¨²blica: una democracia abandonaba a otra y facilitaba el triunfo franquista. Ni siquiera ayud¨® m¨¢s tarde a instaurar una f¨®rmula constitucional moderada, sino que consolid¨® la dictadura.
A la vez, el r¨¦gimen parlamentario brit¨¢nico sirvi¨® de ejemplo a diversos sectores de la vida pol¨ªtica espa?ola. Pese a lo que se ha afirmado estos d¨ªas, no se trataba de una democracia antiqu¨ªsima, pues hasta bien entrado el Novecientos y a diferencia del norteamericano, aquel sistema pol¨ªtico fue m¨¢s liberal que democr¨¢tico y no reconoci¨® el sufragio universal. El bipartidismo ingl¨¦s inspir¨®, tras la Restauraci¨®n de 1875, el turno pac¨ªfico entre conservadores y liberales, versi¨®n castiza de los partidos ingleses enraizada, eso s¨ª, en unos niveles de fraude electoral superados en las islas. Pero donde tuvo un influjo m¨¢s profundo fue en la izquierda liberal, mon¨¢rquica o republicana y admiradora del selfgovernment ¡ªel gobierno de la sociedad por s¨ª misma¡ª que ejemplificaba la representaci¨®n a la inglesa.
En diferentes ¨¦pocas las ciudades inglesas han sido un im¨¢n para los espa?oles huidos
Los hombres de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, angl¨®filos sin fisuras, aplicaban m¨¦todos pedag¨®gicos pensados para formar individuos libres y amantes de su patria, al tiempo que fiaban, al estilo brit¨¢nico, el progreso de Espa?a a reformas que la transformaran de manera gradual, no a revoluciones destructivas. Sus fundaciones, como la Residencia de Estudiantes y la de Se?oritas en la Junta para Ampliaci¨®n de Estudios, recordaban a los colleges de Oxford y Cambridge. Frente al caf¨¦ y al chocolate, los institucionistas prefer¨ªan el t¨¦.
Hubo, pues, liberales espa?oles de raigambre inglesa, algo ex¨®ticos en un pa¨ªs donde abundaban la francofilia y el gusto por las emociones fuertes. Contra ellos se destacaban los angl¨®fobos, quienes manten¨ªan vivo el odio a la P¨¦rfida Albi¨®n, impulsora de la leyenda negra contra la Espa?a de los siglos XVI y XVII y due?a de Gibraltar, una afrenta permanente para el espa?olismo. Esa obsesi¨®n aliment¨® la germanofilia entre cat¨®licos y tradicionalistas durante la Guerra del 14, se prolong¨® en la pol¨ªtica exterior de Franco y ha llegado hasta nuestros d¨ªas, cuando el ministro Garc¨ªa-Margallo no ha perdido ocasi¨®n de gritar, sin miedo al anacronismo: ¡°?Gibraltar, espa?ol!¡±
Porque Inglaterra tambi¨¦n ha tenido un peso fundamental en la construcci¨®n de la imagen de Espa?a. No ya la de la vetusta leyenda, sino la que forjaron desde el Ochocientos los viajeros primero y los hispanistas despu¨¦s. Ese fen¨®meno que Tom Burns Mara?¨®n llam¨® hispanoman¨ªa, y que teji¨® lazos muy especiales entre ambos pueblos. Desde George Borrow, el misionero protestante, hasta el ensayista Gerald Brenan, estos escritores alimentaron la visi¨®n rom¨¢ntica de una pen¨ªnsula semisalvaje, apartada de Occidente y, por ello, aut¨¦ntica y admirable. Lo curioso es que fueron otros ingleses, como el historiador Raymond Carr, quienes deshicieron esos t¨®picos al mostrar c¨®mo la trayectoria espa?ola no respond¨ªa a una psicolog¨ªa singular ni a rasgos excepcionales. A¨²n subsisten ramalazos de aquel enfoque entre quienes se encandilan con peculiaridades como el anarquismo hisp¨¢nico.
Entre ambos pa¨ªses se han dado relaciones tan intensas como decisivas
Por ¨²ltimo, las ciudades inglesas han sido un im¨¢n para los espa?oles huidos. De expatriados liberales que escapaban de Fernando VII o de republicanos que hac¨ªan lo propio respecto a Franco. Tambi¨¦n de los emigrantes que, por razones econ¨®micas, han salido de Espa?a, en los sesenta y en estos ¨²ltimos a?os de desempleo masivo. Al mismo tiempo, las costas espa?olas se han llenado de brit¨¢nicos, de gentes que buscan un lugar soleado donde pasar unas vacaciones o comprar casa, aunque apenas se relacionen con sus vecinos aut¨®ctonos. Seg¨²n los datos oficiales, hay m¨¢s de 100.000 espa?oles viviendo en el Reino Unido y al menos 250.000 brit¨¢nicos residentes en Espa?a, aunque pueden ser muchos m¨¢s.
En medio siglo las cosas, por fortuna, han cambiado mucho. Roza la cincuentena la primera generaci¨®n de espa?oles que, en vez de franc¨¦s, estudi¨® ingl¨¦s en la escuela. El aprendizaje de esta lengua, una verdadera industria, ha llevado a miles a viajar con frecuencia a Inglaterra. Aunque se sorprendieran con la escasez de duchas, la omnipresente moqueta o las patatas fritas con sabor a vinagre, esos ni?os y j¨®venes se han convertido a la anglofilia. Como si el institucionismo hubiera al fin vencido. Hoy muchos de ellos trabajan en Gran Breta?a y no se defienden del todo mal.
Reino Unido ya no es una gran potencia imperial, Espa?a ha crecido y se ha acercado a ¨¦l: uno es la quinta econom¨ªa del planeta, la otra la decimotercera. Tampoco representa un modelo pol¨ªtico para los progresistas espa?oles: es ejemplar en algunos aspectos, como el trato a la corrupci¨®n o la agilidad parlamentaria, pero no tanto en otros. Hemos descubierto que uno de los Estados que cre¨ªamos m¨¢s s¨®lidos padece problemas territoriales similares a los nuestros, aunque afrontados con mayor flexibilidad democr¨¢tica. Y ahora nos deja helados su decisi¨®n de salir de la Uni¨®n Europea, un decepcionante reflejo nacionalista. Nos quedan las relaciones humanas, el aprecio que ha fomentado el continuo roce, el h¨¢bito de visitar el pa¨ªs del otro, los negocios y la cultura. Ojal¨¢ el Brexit no nos los arruine.
Javier Moreno Luz¨®n es historiador.
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