La maldici¨®n de la calle Zurbano
El problema de la Academia de Cine es que su presidente no tiene poder ni puede influir ni laboral ni legislativamente en el sector
Durante d¨¦cadas, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematogr¨¢ficas tuvo su sede en un piso en la madrile?a calle de Sagasta. Pasaron por all¨ª un presidente tras otro, con mayor o menor fortuna, con m¨¢s o menos problemas que encarar y con ceremonias de los Goya m¨¢s o menos agitadas. Lo habitual en una instituci¨®n escaparate, es decir, de gran relevancia social pero nulo poder ejecutivo.
En 2006, la Academia inaugur¨® su palacete en la calle de Zurbano, n¨²mero 3, que empez¨® a disfrutarlo la presidenta ?ngeles Gonz¨¢lez-Sinde. El edificio colmaba sus expectativas y adem¨¢s ten¨ªa un elemento morboso: da pared con pared con la sede central del Partido Popular, una an¨¦cdota que provoc¨® risas entre bastantes acad¨¦micos.
Pues maldita la gracia. Desde que la Academia entr¨® en el palacete, ninguno de sus presidentes ha acabado su mandato. Gonz¨¢lez-Sinde se convirti¨® en ministra de Cultura, para ser ninguneada en el Gobierno socialista y atizada por los internautas por la mal llamada ley Sinde. Tras la interinidad de Eduardo Campoy, lleg¨® Alex de la Iglesia, que en 2011 dej¨® la presidencia un d¨ªa despu¨¦s de los Goya por su oposici¨®n a la ley Sinde. Gonz¨¢lez Macho acab¨® un primer mandato de tres a?os y dimiti¨® nueve meses despu¨¦s de ser reelegido. Aleg¨® cuestiones personales. Al poco, trascendi¨® que estaba siendo investigado, junto con otros profesionales, por el presunto fraude de la taquilla del cine espa?ol. Y llegamos a Antonio Resines, que tambi¨¦n ha salido disparado tras 14 meses en el puesto. La maldici¨®n del palacete no ha perdonado a ni uno.
Es cierto que cada presidente ha dimitido por distintas razones, pero en el fondo siempre est¨¢ el mismo problema: el m¨¢ximo mandatario del cine espa?ol no tiene poder ni puede influir ni laboral ni legislativamente en el sector. Eso s¨ª, tiene una enorme relevancia p¨²blica.?A Resines le ha devorado el aparato de la Academia. A la presidencia (presidente y dos vicepresidentes) la escoge la asamblea, en la que hay 1.200 miembros con derecho a voto (en realidad vota un tercio). En cambio, la junta directiva, el ¨®rgano de poder ejecutivo, la conforman 28 vocales, dos por cada una de las especialidades registradas en la Academia, y son elegidos por cada rama. La junta, a su vez, contrata al director general, cargo que se ocupa del d¨ªa a d¨ªa de la instituci¨®n. Ese puesto deber¨ªa de ser ocupado por un gestor profesional y no, como ocurre habitualmente, por un vocal de la junta. E hist¨®ricamente ha habido fricciones entre direcci¨®n general y presidencia.
Resines asegur¨® que su dimisi¨®n se deb¨ªa al enfrentamiento con la junta, que torpedeaba su labor. Al d¨ªa siguiente de su salida se fueron siete vocales, y la nueva junta envi¨® una carta a los acad¨¦micos anunciando a Ivonne Blake como presidenta interina y atacando a Resines. La endogamia fagocitaba el impulso de Resines. Cualquiera que haya visto la serie brit¨¢nica S¨ª, ministro sab¨ªa c¨®mo pod¨ªa acabar el asunto: la burocracia endog¨¢mica siempre gana. Es hora de reformar los ¨®rganos gestores de la Academia. Si no, quien venga despu¨¦s sufrir¨¢ las mismas cortapisas.
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