Los libros no muerden
Concedan a los ni?os el derecho a la peque?a transgresi¨®n que es leer un t¨ªtulo gamberro
Yo escrib¨ªa para ni?os. No s¨¦ si ahora lo har¨ªa. De hecho, las nuevas ediciones de mis Manolitos se han publicado en una colecci¨®n de adultos. No quiero problemas. As¨ª, si uno de tantos comit¨¦s inquisidores que han surgido en Espa?a se?ala uno de mis libros como inadecuado podr¨¦ defenderme. Mi franja de edad es la de los antiguos humoristas: ¡°Para todos los p¨²blicos¡±. Mi primer librito se public¨® en 1994, en otro pa¨ªs, tambi¨¦n se llamaba Espa?a, pero era otro. Ya por entonces viajaba yo a EE UU y me frotaba las manos por pertenecer a una sociedad que s¨ª admit¨ªa la incorrecci¨®n. Contaba con un batall¨®n de fieles que iban a comprar los Manolitos a las librer¨ªas y en muchos casos los le¨ªan con los mayores de la casa. Muchos maestros me dan las gracias porque se sirven de estos libros para animar a la lectura y hacer trabajos de redacci¨®n. Y yo siento la alegr¨ªa de haber contribuido a que tantos ni?os se hicieran lectores. Hace tres a?os publiqu¨¦ un t¨ªtulo nuevo y lo present¨¦ en la librer¨ªa M¨¦ndez de Madrid. Los libreros alucinaban porque nunca hab¨ªan visto reunida a tanta juventud en el peque?o espacio de la librer¨ªa. Cuando lleg¨® el turno de preguntas, ese p¨²blico veintea?ero que me le¨ªa con devoci¨®n 15 a?os atr¨¢s me agradec¨ªa el haber formado parte de su infancia. Estoy segura de que pocos escritores han probado la experiencia de tener un p¨²blico rendido, no hacia ti sino hacia tu personaje.
Eso s¨ª, con algunas traducciones llegaron los sinsabores, sobre todo, en la edici¨®n americana. Para que se hagan ustedes una idea: hay un cap¨ªtulo muy popular en el que Manolito va con el colegio al Museo del Prado, se coloca con sus amigos delante de Las Tres Gracias de Rubens y comienzan a decir disparates. Cosas de cr¨ªos. El ilustrador Emilio Urberuaga dibuj¨® a los tres chavales mirando el cuadro, que peg¨® en la ilustraci¨®n a modo de collage. Pues bien, en la edici¨®n americana las tres se?oras desnudas desaparecieron. En su lugar, pusieron otro cuadro, no recuerdo cu¨¢l. Y as¨ª fue todo, ese peque?o libro de 100 p¨¢ginas es posiblemente el m¨¢s censurado de la historia de la literatura infantil publicada en ingl¨¦s. Claro que no soy la ¨²nica: tengo el orgullo de compartir la tijera moralista con Huckleberry Finn, que ha sobrevivido gracias a la defensa de los novelistas americanos, porque en muchos centros de ense?anza es un libro proscrito.
Los recortes que sufrieron mis libros eran c¨®micos pero yo viv¨ª las acusaciones que me hicieron como una peque?a tragedia. En el pa¨ªs del corredor de la muerte, Guant¨¢namo, una polic¨ªa brutal, pel¨ªculas sangrientas a las que un menor puede asistir si va acompa?ado de sus padres; en el pa¨ªs de la Asociaci¨®n Nacional del Rifle, del candidato payasesco que defiende levantar un muro para frenar la entrada de mexicanos; en el pa¨ªs en el que un candidato a la presidencia puede defender la tortura; del invento de las armas de destrucci¨®n masiva y la ocupaci¨®n de Irak, un peque?o libro de no m¨¢s de 100 p¨¢ginas conten¨ªa, seg¨²n los vigilantes de la moral infantil, toques de racismo, sexismo e incitaci¨®n a la chuler¨ªa.
Pero cuidado, cada vez hay menos motivos para sentirse tranquila en un pa¨ªs de apariencia menos puritana como es el nuestro. Poco a poco, nos vamos poniendo al d¨ªa. Hemos encontrado v¨ªas id¨®neas para canalizar una ira que no s¨¦ de d¨®nde viene, en ocasiones son las redes, en otras, la plataforma change.org, que comenz¨® defendiendo causas muy nobles, pero que ha abierto sus puertas a reivindicaciones que tienen como fin censurar, demoler, castigar, en resumen, amedrentar. Hace unos d¨ªas, m¨¢s de 30.000 personas, orgullosas todas ellas de su capacitaci¨®n para distinguir entre el bien y el mal, promovieron la retirada de un libro juvenil, 75 consejos para sobrevivir en el colegio, de la autora Mar¨ªa Frisa. Esas personas, tan justas, no habr¨¢n pensado ni por un momento en que su acto tiene un nombre, linchamiento, y que el peor ejemplo que un hijo puede recibir es el que proviene de unos padres linchadores. Esas personas no saben que en las sociedades abiertas los libros no se proh¨ªben ni se censuran. Desconocen que los ni?os aprenden a ser buenos, considerados y tolerantes observando estas cualidades en sus padres. De los libros les llegan otras ense?anzas: el saber estar solos, el arte de la iron¨ªa, la distinci¨®n entre ficci¨®n y realidad y la capacidad de ponerse en el papel de otros. Esos padres de ni?os sobreprotegidos parecen desconocer que los psic¨®logos alertan contra un peligroso aumento del narcisismo en las nuevas generaciones. Y ese mal no proviene de los libros, se lo aseguro. As¨ª que oc¨²pense los justos de educar con el ejemplo y concedan a sus ni?os el derecho a la peque?a transgresi¨®n que supone leer un libro gamberro. Dejen que los ni?os se acerquen a los libros, a todos, que no muerden.
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