Las balas saben
A este hombre le dispararon en la boca para que se callara, pero sigui¨® hablando hasta su muerte, hace unos d¨ªas, en San Sebasti¨¢n, a los 85 a?os. Se llamaba Jos¨¦ Ram¨®n Recalde y estaba casado con Mar¨ªa Teresa Castells, propietaria de la librer¨ªa Lagun, que sufri¨® tambi¨¦n diversos atentados por vender libros. Hablar y vender libros, dos actividades subversivas para ETA, autora del disparo y de las bombas. Piensa uno que si las bocas sirven para hablar y las librer¨ªas para vender libros, lo l¨®gico es que hablen y vendan libros, respectivamente. Pero en la ¨¦poca a la que nos referimos se hab¨ªa decretado un par¨¦ntesis temporal de la l¨®gica, de manera que las bocas, si quer¨ªan conservar la lengua, deb¨ªan callar, y las librer¨ªas, si no ten¨ªan asegurados los escaparates, transformarse en herriko tabernas.
No todas las balas iban a las bocas. La mayor¨ªa taladraba directamente la nuca en busca del cerebro, matando, con perd¨®n, dos p¨¢jaros de un tiro, pues adem¨¢s de sellar los labios de la v¨ªctima, eliminaban de ra¨ªz su pensamiento. Las balas saben c¨®mo llevar a cabo los mayores destrozos con el m¨ªnimo gasto de energ¨ªas. De hecho, no solo liquidaban al elegido, sino que anulaban al cien por cien la sensibilidad del pistolero. Despu¨¦s de haber destrozado cuatro bocas y seis o siete enc¨¦falos, ya estaba uno listo para colocar una bomba en Hipercor, a la hora en la que m¨¢s lleno se encontraba de bocas y cerebros. Aquella suerte de yihadismo dom¨¦stico nos parece hoy mentira, pero es de donde venimos. Recalde lo cont¨® todo en sus memorias, que no sabemos si siguen a la venta.
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