Querida mam¨¢
Escribo con un nudo en la garganta. Lo mismo har¨ªa si el espa?ol fuera mi idioma materno. No es para tanto ¨Cme digo¨C, pero sigo escribiendo con un temblor cardiaco. Desde ni?a, a los seis o siete a?os copiaba las letras del alfabeto temblando de miedo. Manchar el cuaderno con una gota del tintero encajado en el pupitre escolar era una deshonra. Las letras sal¨ªan picudas y tembeleques. Pero quien m¨¢s me hac¨ªa temblar eras t¨² cuando aparec¨ªas a las ocho a darnos el beso de las buenas noches.
Te preced¨ªa tu perfume, luego el sonido de tu vestido barriendo el piso. Cuando te inclinabas sobre la cama se me ven¨ªan encima tus pechos blancos como la leche, tu pelo casta?o como el Bois de Boulogne, tus labios muy llenos, tus ojos de az¨²car quemada. ¡°?Que duerman con los angelitos, ni?as!¡±, re¨ªas. Un minuto despu¨¦s hab¨ªas desaparecido.
En Par¨ªs, entre los treinta y cuarenta, los franceses giraban en una ronda de cenas, desfiles de alta costura, recepciones, conciertos, encuentros en caf¨¦s en la acera, ajenjos verdes como los de Van Gogh. Nunca dejaron de bailar sobre el volc¨¢n hasta que estall¨® la guerra. Mam¨¢, escribiste: ¡°Despu¨¦s de haber dejado sola a Polonia, las dos grandes potencias Francia e Inglaterra por fin le declararon la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939. M¨¢s tarde supe que el embajador Julio Lukasievicz en una entrevista tormentosa con Daladier le comunic¨® que le quedaban dos horas para salvar el honor de Francia¡±. Vestida de Schiaparelli, aparec¨ªas en el Vogue.?T¨² y yo gir¨¢bamos aturdidas en otra ronda, la de una ni?a enamorada de su madre. Como a ti te quer¨ªan tantos, te parec¨ªa normal que yo te quisiera m¨¢s, por eso, a veces ni me ve¨ªas como no se ve a lo que siempre est¨¢ ah¨ª.
Durante la guerra, Paula Amor de Poniatowski condujo una ambulancia. Se enrol¨® en la Section Sanitaire Automobile F¨¦minine SSA que pertenec¨ªa a la Cruz Roja y present¨® tres ex¨¢menes: el de mec¨¢nica, el de auxiliar m¨¦dico y el de topograf¨ªa y orientaci¨®n. Manej¨® una camioneta Matford que serv¨ªa tambi¨¦n para transportar heridos. Sal¨ªa al alba y en su primer viaje recorri¨® 1.350 kil¨®metros para llevar alimentos a Alsacia. En la noche ten¨ªa que conducir con los faros apagados y recuerda haber llevado a una mujer que le dijo que no se iba sin su m¨¢quina de coser y su olla llena de sopa de lentejas. En Cayeux, subieron a su camioneta unos 10 ancianos tan malhumorientos y quejumbrosos que no le inspiraron simpat¨ªa, solo tem¨ªan que los alcanzaran ¡°les boches¡±. En cambio, un burrito abandonado a medio campo bajo las bombas le dio tanta compasi¨®n que lo subi¨® a la camioneta y lo dej¨® en casa de un campesino.
La guerra de mi padre es otro cantar. Atraves¨® los Pirineos a pie y lo encarcelaron en Jaca. Los franquistas lo cacharon saludando: ¡°?Viva salaud!¡± en vez de ¡°?Viva Franco!¡± y lo obligaron a limpiar letrinas durante los tres meses de su prisi¨®n. ¡°Ten¨ªa yo mierda hasta los codos¡±. Es un h¨¦roe, pero de ¨¦l hablar¨¦ en otra ocasi¨®n, claro, si me lo permiten.
Nunca estuve segura del amor de nadie pero del suyo s¨ª, el de mis padres. Ahora que ya no s¨¦ si mi pluma es una excusa o una soga al cuello, c¨®mo quisiera escribir sin miedo. Todav¨ªa hoy, a los 84 a?os, extra?o el perfume que preced¨ªa tu entrada y tu beso de las buenas noches y le pido al ¨¢ngel de la guarda que te regrese.
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