Los ¨²ltimos bagyelis
Sin selvas donde vivir y abandonados por el Gobierno, los pigmeos de Camer¨²n se extinguen poco a poco
La ciudad camerunesa de Kribi es conocida por el turismo, sobre todo local, aunque tambi¨¦n llegan hasta all¨ª muchos cooperantes que trabajan en el pa¨ªs. Las playas, la desembocadura del r¨ªo Lob¨¦ ¡ªque cae en cascada directamente sobre el mar¡ª su pescado y mariscos¡ la hacen un lugar muy apetecible.
En el viaje sorprende ver que la selva que cubre todo el sur de Camer¨²n desaparece de repente, y no queda ning¨²n vestigio de ella. A ambos lados del camino se levanta una muralla de palmeras de aceite, entre la que se divisa a trabajadores que con largas p¨¦rtigas cortan las grandes pi?as de frutos rojos que crecen en sus copas. Luego, remolques tirados por tractores o peque?os camiones las transportan hasta los molinos donde ser¨¢n transformadas.
La inmensa plantaci¨®n pertenece a Socapalm, una empresa privatizada controlada en un 80% por el grupo de origen franc¨¦s Bollor¨¦. En el interior de la misma ha quedado atrapado un pueblo de pigmeos bagyelis que se llama Kilombo. Para llegar hasta ¨¦l hay que sortear a los guardias de seguridad de la empresa, que tienen ¨®rdenes de no dejar pasar a nadie que no resida all¨ª. Pero de vez en cuando hay suerte y un fuerte e intenso aguacero se convierte en aliado de Th¨¦r¨¨se Ngoumnde y Chantal Wala, dos maestras, trabajadoras sociales y voluntarias de la ONG Zerca y Lejos, que tambi¨¦n son bagyelis y van a visitar la comunidad.---
Como tantos otros pueblos pigmeos, los bagyelis se encuentran atrapados entre su cultura tradicional y la modernidad. Estos primeros habitantes de la selva se han visto obligados a dejar de ser cazadores-recolectores semin¨®madas y asentarse en poblados. La degradaci¨®n y desaparici¨®n de los bosques tropicales por la comercializaci¨®n o su conversi¨®n en parques naturales son las responsables de este cambio. Ahora sin selva, sin medios de subsistencia y en muchos casos alcoholizados, los miembros de este pueblo han ca¨ªdo en una inacci¨®n y desidia que les est¨¢n llevando a la extinci¨®n.
La anciana Germaine Biwong, partera del poblado, recuerda otros tiempos. "Entonces Socapalm no exist¨ªa, ni hab¨ªa carretera¡± , dice desde el porche de su casa. ¡°Todo era selva y solo viv¨ªamos nosotros, los pigmeos¡±. Un poco m¨¢s all¨¢ est¨¢ el r¨ªo, que hac¨ªa de frontera con el poblado bant¨². "Ellos estaban a un lado y nosotros a otro. Y nunca ten¨ªamos problemas¡±. Biwong denuncia que cuando se supo que Socapalm iba a llegar a la zona, los bant¨²es se apropiaron de sus tierras y las vendieron. "Y a nosotros no nos dieron nada¡±.
Despu¨¦s lleg¨® la empresa y empez¨® a arrancar la selva. ¡°Nos prometieron muchas cosas pero no nos han dado nada y ponen problemas para todo, incluso si quieren te pueden encarcelar por hacer un peque?o huerto, porque dicen que la tierra es suya¡±, se queja la anciana. En la casa, construida con tablas de madera, hay un par de j¨®venes, tres ni?os y una anciana, que se turnan para ir al fondo de la misma y beber de un par de garrafas de vino de palma. Mathieu Mvoue Mgouala es hijo de Germaine y lleva un a?o trabajando para Socapalm. ¡°Echo pesticidas para matar las hierbas¡±, explica. ¡°Es un trabajo peligroso, pero tengo que hacerlo para dar de comer a mi familia. Tengo una mujer y dos hijos¡±, dice se?alando a la joven que da de mamar a un beb¨¦ junto a ¨¦l.
¡°Ahora no tenemos caza para comer¡±, interviene su madre. Y el hijo a?ade que cuando quieren capturar alguna pieza tienen que caminar m¨¢s de cuatro horas a trav¨¦s del palmeral hasta encontrar algo de selva. Tampoco pueden pescar, seg¨²n la anciana, porque Socapalm "ha construido barreras en el r¨ªo y ya no hay peces¡±.
A los bagyelis no se les paga por atender a los turistas ¡°porque no saben qu¨¦ hacer con el dinero. Les llevamos arroz o algo de comida¡±
En el pueblo de Namikumbi, que ha quedado reducido a una atracci¨®n tur¨ªstica, la situaci¨®n no es muy distinta. La aldea est¨¢ entre la plantaci¨®n de Socapalm y el r¨ªo Lob¨¦. Cerca de la desembocadura de este, sobre un puente, un gran cartel anuncia circuitos de turismo sostenible para visitar a los pigmeos. El letrero dice que se trata de un proyecto que es parte de las Acciones de colaboraci¨®n para Proyectos de Turismo sostenible (COAST, por sus siglas en ingl¨¦s) que fue creado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) y la Organizaci¨®n Mundial del Turismo (OMT). Adem¨¢s cuenta con el apoyo del Ministerio de Turismo de Camer¨²n y, junto a la orilla del r¨ªo, otro cartel invita a respetar la cultura pigmea y, entre otras cosas, su desnudez. Este ¨²ltimo tambi¨¦n indica que el proyecto est¨¢ catalogado por la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas para la Educaci¨®n, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como una iniciativa para el mantenimiento de la diversidad cultural.
Bajo el puente, varios j¨®venes con varias barcas de madera a motor esperan jugando al parch¨ªs a que lleguen los clientes. David Ludovic Nzie, uno de ellos, se presenta como gu¨ªa tur¨ªstico. "Cojo a los turistas aqu¨ª y los llevo al campamento pigmeo. Les hago de traductor y resuelvo sus dudas, porque los pigmeos no hablan franc¨¦s, solo su idioma¡±. Seg¨²n Nzie, a los bagyelis no se les paga ¡°porque no saben qu¨¦ hacer con el dinero. Les llevamos arroz o algo de comida¡±. El gu¨ªa se queja de que est¨¦n "modernizados" y vayan vestidos con las ropas que les dan los visitantes. "Pero el pigmeo siempre ser¨¢ pigmeo, aunque se vista con ropa moderna".
Un poco m¨¢s adelante hay un camino que las lluvias y el continuo paso de camiones han convertido en un lodazal. Cruza la autov¨ªa que varias empresas chinas construyen para unir el nuevo puerto de Kribi y el de Duala y deja a un lado la enorme planta embotelladora de agua que gestiona otra compa?¨ªa del mismo pa¨ªs. Finalmente se llega al peque?o pueblo bant¨² (las etnias que no son pigmeas) que queda frente a la aldea bagyeli de Namikumbi, al otro lado del r¨ªo. Es all¨ª donde llegan los pigmeos en sus canoas.
Jacque Ngongo es el jefe bagyeli. Son las ocho de la ma?ana y est¨¢ ya bebido, por lo que se hace dif¨ªcil conversar con ¨¦l. Confirma que en su pueblo residen unas 30 personas. Subsisten gracias a "lo que nos dan la selva, la caza y la recolecci¨®n". Tambi¨¦n intercambian algunas de esas cosas con los bant¨²es por productos como arroz, ropa o aceite. El discurso de Ngongo parece aprendido y ensayado. Cuando se le dice que en la zona no queda nada de selva, solo el inmenso palmeral, intenta salir del paso. ¡°S¨ª, es verdad, aqu¨ª no hay selva. Para cazar hay que ir m¨¢s lejos. Tenemos que cruzar la plantaci¨®n de Socapalm, lo que supone unas cuatro horas caminando, como m¨ªnimo¡±.
El l¨ªder pigmeo a?ade que si un d¨ªa la selva desapareciera del todo, su pueblo tendr¨ªa que buscar otras formas de vida, por eso piensa que el futuro est¨¢ en la educaci¨®n. "Estamos haciendo un gran esfuerzo para que todos los ni?os est¨¦n escolarizados". Una vez m¨¢s parece decir lo que a los turistas les gusta o¨ªr. Porque Marie Belle Ndabouaive, la maestra de la escuela infantil del pueblo, donde solo estudian cinco alumnos, sabe muy bien que no es as¨ª. Cuando los peque?os terminan esa etapa no tienen a d¨®nde ir porque el colegio de primaria est¨¢ muy lejos. "Para llegar a la escuela media m¨¢s cercana tienen que cruzar el r¨ªo en piragua y luego caminar una hora y media", explica.
Al final del pueblo, en un lugar de reuni¨®n rodeado de troncos que hacen las veces de bancos, el jefe explica que es el lugar donde reciben a los turistas y bailan para ellos. Seg¨²n el mandatario, los visitantes pueden pagar unos 15.000 francos cfa. (23 euros) cada uno al bant¨² que los trae desde el puente. Pero este ¨²ltimo solo deja en el pueblo 30.000 francos cfa (unos 46 euros). "El dinero se reparte entre dos cajas: una para los hombres y otra para las mujeres. Se utiliza para comprar comida y ropa". ?Y de d¨®nde sale el alcohol? "No lo compramos, nos lo traen los turistas. Ayer tuvimos un grupo de 15 franceses y trajeron mucho".
Mo?se Toixton, Beltran Ngouchire, Pascal Ndje y Junier Donzie, los j¨®venes del pueblo, esperan sentados en uno de los troncos a que lleguen extranjeros. Toixton, de 21 a?os, es el ¨²nico de los cuatro capaz de escribir ¡ªa duras penas¡ª su nombre. Los cuatro se confiesan cansados de estar en el pueblo esperando que lleguen los turistas para bailar para ellos. Dicen que les gustar¨ªa trabajar como mec¨¢nicos de coches. Los j¨®venes bagyelis denuncian que los bant¨²es que traen a los turistas les proh¨ªben hablar en franc¨¦s con los visitantes. "A veces nos hacen quitarnos la ropa y ponernos las faldas de rafia que ni siquiera nuestros padres llevaban. Tambi¨¦n nos prohiben llevar chanclas¡±.
?Por qu¨¦ aceptan ese tipo de exigencias? "No tenemos fuerza para enfrentarnos a los bant¨²es. Amenazan con denunciarnos al Gobierno por no querer colaborar con un proyecto apoyado por ellos y por el ayuntamiento de Kribi y por gente muy importante venida de fuera", cuentan.
Chantal Wala, de la ONG Zerka y Lejos, no est¨¢ de acuerdo con esta justificaci¨®n. ¡°Quiz¨¢s los ancianos no conocen otra salida , pero estos j¨®venes entran en el juego del turismo, de pretender que no hablan franc¨¦s o de tener que ir medio desnudos, porque en el fondo consiguen dinero f¨¢cil con el que beber sin tener que trabajar en otra cosa¡±. Por eso Wala y su compa?era visitan las comunidades buscando qu¨¦ alternativas ¡ªadem¨¢s de la educaci¨®n¡ª puede ofrecer la asociaci¨®n a los bagyelis para que recuperen su orgullo y sus ganas de vivir. La tarea es dif¨ªcil. Pero las dos j¨®venes saben que de ello depende la supervivencia de su pueblo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
M¨¢s informaci¨®n
Medio siglo a?orando la selva
Archivado En
- Desarrollo ?frica
- Bosques
- Ind¨ªgenas
- Acaparamiento tierras
- Desigualdad social
- Exodo rural
- Explotaciones agrarias
- Camer¨²n
- Propiedad tierra
- Medio rural
- Cooperaci¨®n y desarrollo
- ?frica central
- ?frica subsahariana
- Espacios naturales
- Etnias
- ONU
- Migraci¨®n
- ?frica
- Desarrollo sostenible
- Demograf¨ªa
- Agroalimentaci¨®n
- Organizaciones internacionales
- Salud
- Problemas sociales
- Relaciones exteriores
- Planeta Futuro