Olvidado Rey Cat¨®lico
Llama la atenci¨®n el silencio que envuelve el quinto centenario del fallecimiento de Fernando el Cat¨®lico, cuando se trata de una buena oportunidad para comprender mejor el arranque de nuestra historia compartida
Resulta chocante el silencio que envuelve la celebraci¨®n del V Centenario de la muerte de Fernando el Cat¨®lico, que recibi¨® important¨ªsimos elogios de sus contempor¨¢neos y se convirti¨® en un modelo a imitar en toda Europa. Nicol¨¢s Maquiavelo afirma, en el cap¨ªtulo 21? de El Pr¨ªncipe (1530), que por ¡°fama y gloria¡± puede ser considerado como ¡°el primer rey de los cristianos¡±. Frente a los ¨¦xitos parciales de C¨¦sar Borgia y el papa Julio II, el ¡°nuevo rey de Espa?a¡± es para el florentino una personalidad diferente: el triunfador que fue capaz de hacer algo que en Italia era imposible, la uni¨®n de reinos, de Castilla y Arag¨®n, a los que a?ade otros territorios (Granada, N¨¢poles, Navarra) para crear un Estado moderno que interviene en Europa frente a la hegemon¨ªa del Papado y el Sacro Imperio. Un siglo m¨¢s tarde, Baltasar Graci¨¢n en El Pol¨ªtico (1640), obra dedicada por entero a la exaltaci¨®n de Fernando, lo eleva a la categor¨ªa de ¡°or¨¢culo mayor de la raz¨®n de Estado¡±. Ofrece una reflexi¨®n general sobre el arte de gobernar para otros monarcas a partir de ese ¡°espejo de pr¨ªncipes¡±. El Pol¨ªtico conoci¨® muchas traducciones y adaptaciones hasta el siglo XVIII. En ese mismo a?o, se publica de Diego Saavedra Fajardo Pol¨ªtica y raz¨®n de Estado del Rey Cat¨®lico,al que le siguen otras obras apolog¨¦ticas en estrecha vinculaci¨®n con la crisis del reinado de Felipe IV y de su valido Conde-Duque de Olivares, con las que se pretende reivindicar la pol¨ªtica pactista de Fernando, principalmente visto desde Catalu?a.
Desde la obra cumbre de Jer¨®nimo Zurita sobre el reinado del Cat¨®lico (1580), hasta mediados del siglo XIX, el discurso hist¨®rico general fue muy favorable a su figura y obra. Sin embargo, con la llegada del romanticismo en la historiograf¨ªa, empez¨® a correr peor suerte, tanto en el ¨¢mbito castellano como en el catal¨¢n. Como ha escrito Ricardo Garc¨ªa C¨¢rcel (Fernando el Cat¨®lico y Catalu?a, 2006), el monarca aragon¨¦s fue expulsado del primer plano tanto por el esencialismo espa?ol, que hizo especial hincapi¨¦ en exaltar a Isabel de Castilla, como por el catal¨¢n, que penaliz¨® a Fernando por ser miembro de la dinast¨ªa Trast¨¢mara, se?alada por el nacionalismo como la causa de la decadencia de Catalu?a. Habr¨ªa que esperar a la llegada de Jaume Vicens Vives en los a?os treinta del siglo XX para que se iniciara una justa revaloraci¨®n de su papel, tambi¨¦n en clave interna catalana por su intervenci¨®n ante los abusos que sufr¨ªan los payeses de remesa. Por desgracia, en las d¨¦cadas siguientes, el franquismo ciment¨® en los Reyes Cat¨®licos su proyecto propagand¨ªstico de la ¡°Espa?a imperial¡± desde una perspectiva principalmente castellanista que en Arag¨®n tuvo su contrapunto en el mito falangista de Fernando por parte de las ¨¦lites locales del r¨¦gimen.
Poco se ha hecho en este V Centenario, m¨¢s all¨¢ de la publicaci¨®n de algunas excelentes monograf¨ªas y de una magn¨ªfica exposici¨®n (El rey que imagin¨® Espa?a y la abri¨® a Europa), que desgraciadamente solo pudo verse en Zaragoza, para reparar ese maltrato. Sobre todo se est¨¢ desaprovechando otra ocasi¨®n por hacer algo realmente potente que nos permita avanzar en una reivindicaci¨®n sustantiva de una historia de Espa?a que no sea nacionalista. El fortalecimiento del proyecto com¨²n pasa por ser capaces de explicar de forma cr¨ªtica pero desacomplejada una tradici¨®n social, cultural e hist¨®rica compartida durante siglos. Para hacer frente al secesionismo no es suficiente con refugiarnos en los valores democr¨¢ticos de libertad y ciudadan¨ªa, sino que urge tambi¨¦n propagar un relato compartido.
En este sentido, la figura de Fernando es extraordinaria. Con los Reyes Cat¨®licos no nace la naci¨®n espa?ola, que no lo har¨ªa hasta 1812, pero s¨ª el Estado moderno (no uniforme) que se fundamenta en una gran herencia patrimonial puesta al servicio de una acci¨®n exterior com¨²n en Europa, Asia, norte de ?frica y Nuevo Mundo. El monarca aragon¨¦s es, muy por encima de Isabel, el gran art¨ªfice de una estrategia que puso las bases del Imperio de Carlos?V. No olvidemos que antes de nada empez¨® por aislar a Francia, el m¨¢s inmediato rival, mediante la formaci¨®n de alianzas matrimoniales y econ¨®micas con las otras monarqu¨ªas europeas, buscando la uni¨®n din¨¢stica imperial. A corto plazo, garantiz¨® la seguridad de la frontera de Arag¨®n, sobre todo frente al peligro de que Catalu?a sufriera nuevas invasiones francesas y recuperando el Rosell¨®n y la Cerda?a, condados perdidos por su padre, Juan II, durante la guerra con la Generalitat.
En 1492, se culmin¨® el programa de la Reconquista con la toma de Granada, de la que Fernando obtuvo grandes beneficios para su programa internacional. Comunic¨® ¨¦l solo al papa y a los reyes europeos el fin del emirato musulm¨¢n en Espa?a, que para la cristiandad compens¨® la p¨¦rdida de Constantinopla (1453) a manos de los turcos otomanos, y pudo contar en adelante con los cuantiosos recursos de Castilla para el despliegue de su pol¨ªtica exterior en Italia y el Mediterr¨¢neo. Al a?o siguiente, los Reyes Cat¨®licos reciben en Barcelona a Crist¨®bal Col¨®n que vuelve de su primer viaje. El protagonismo de la Corona de Arag¨®n en el apoyo al descubrimiento y colonizaci¨®n del Nuevo Mundo fue mayor de lo que se cree, si bien luego fue tendenciosamente olvidado para justificar el monopolio castellano. La prueba es que en los siguientes viajes a las Indias ya participaron n¨²meros catalanes y su presencia, por ejemplo, es muy destacada en la colonizaci¨®n inicial de Santo Domingo. Por su parte, Vicens Vives insisti¨® en la trascendencia de Catalu?a como inspiradora de la instituci¨®n virreinal implantada en el Nuevo Mundo. Y mucho antes de que se oficializase, en 1778, el comercio libre desde cualquier puerto espa?ol, hubo un negocio permanente de los reinos de la Corona de Arag¨®n a trav¨¦s de las escalas de Sevilla, C¨¢diz y Lisboa. Solo tras la muerte de Isabel, en 1504, y durante dos d¨¦cadas, hubo trabas al comercio no castellano con Am¨¦rica, luego suprimidas como lo prueba la formaci¨®n de numerosas compa?¨ªas catalanas.
La muerte de Isabel puso de manifiesto que la monarqu¨ªa era ante todo una uni¨®n personal de reinos. La reina en su testamento encarg¨® a Fernando que, en caso de que Juana ¡°no pudiera gobernar¡± (en alusi¨®n a su locura), ten¨ªa que asumir la conservaci¨®n de ese conjunto pol¨ªtico. Cerca estuvo de romperse esa uni¨®n tras el duro enfrentamiento con Felipe el Hermoso y el matrimonio del monarca aragon¨¦s con Germana de Foix. Sin embargo, el azar se conjug¨® esta vez con la necesidad y Fernando pudo finalmente garantizar el sentido unitario de la herencia a su nieto, Carlos. Con todos los matices que se quieran hacer, me parece incuestionable que este injustamente olvidado Rey Cat¨®lico nos ofrece una buena oportunidad en este V Centenario para comprender mejor el arranque de nuestra historia compartida.
Joaquim Coll es historiador y vicepresidente de Societat Civil Catalana.
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