?Muerte a Facebook!
El pasado permanece mejor intacto en la memoria y su actualizaci¨®n debe ser casual o voluntaria
Hace muchos a?os decid¨ª no tener Facebook, porque en las cinco horas que lo tuve, estuve cinco horas viendo fotos de gente semidesconocida de mi pasado. Desarroll¨¦, entonces, teor¨ªas dogm¨¢ticas contra Facebook ¡ªteor¨ªas como de adolescente pacheco encabronado con ¡°el sistema¡±¡ª supongo que para no tener que confesar a diestro y siniestro mi propensi¨®n a la indulgencia voyer¨ªstica. Mi mayor argumento ¡ªque con el tiempo me tragu¨¦, como p¨ªldora de verdad pura¡ª era que Facebook arruinaba la relaci¨®n que tenemos con nuestro propio pasado. Al mantenernos al d¨ªa con el presente de las personas con quienes tuvimos pero hemos perdido contacto, el ¡°aura¡± de ese pasado desaparec¨ªa por completo. En otras palabras, era mucho mejor conservar intacta la imagen de la hermosa sonrisa chimuela de nuestra amiga de infancia, que verla ahora toda maquillada en las cuarenta mil fotos de una boda de alg¨²n desconocido. En suma: Facebook borraba el pasado anterior a Facebook y lo remplazaba por un presente continuo y abrumador.
Pero s¨ª tengo una cuenta de Twitter, que uso sin mayor compromiso y a la cual recurro como un ¡°¨ªndice¡± de noticias. Hace unos d¨ªas, hambrienta y saliendo de una junta larga en las oficinas de una organizaci¨®n en Manhattan que se ocupa de proteger los derechos de migrantes y refugiados, entr¨¦ a un diner, abr¨ª Twitter, y me dispuse a pasar el rato leyendo noticias. Me llam¨® la atenci¨®n un tuit de una organizaci¨®n de derechos humanos en Sud¨¢frica, sobre un refugiado de Angola que una abogada joven acababa de lograr sacar de la dantesca prisi¨®n de Pollmoor. Me llam¨® la atenci¨®n, supongo, porque yo llevaba toda la ma?ana entrevistando a una abogada sobre derechos de refugiados. Y tambi¨¦n, porque crec¨ª en Sud¨¢frica y, aunque no he vuelto en casi veinte a?os ni he vuelto a ver a mi gente de entonces, me mantengo muy conectada con el pa¨ªs por el hilo delgad¨ªsimo de sus peri¨®dicos.
Entr¨¦ a leer la noticia, y casi se me cae el tel¨¦fono de las manos. En la foto del hombre que acababa de salir de esa prisi¨®n, hab¨ªa otras dos personas. A su izquierda, sonriente, estaba su esposa. Y a su derecha, su abogada, cuya sonrisa reconoc¨ª de inmediato: era la sonrisa de mi amiga de la infancia, una sonrisa que no he visto en casi dos d¨¦cadas. Ya no estaba chimuela, pero era igual de franca y p¨ªcara. ?Cu¨¢les son las probabilidades de que algo as¨ª ocurra? No voy a describir la vergonzante escena siguiente, en que el restor¨¢n completo me volteaba a ver por las sacudidas de llanto y risa que se apoderaron de m¨ª, una escena de loca perdida. Pero ahora puedo decir con m¨¢s aplomo: ?muerte a Facebook!
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