Las mujeres de Per¨² dan un paso adelante
El problema no son las listas, sino c¨®mo las mujeres nos integramos al saber popular, c¨®mo existimos en la vida p¨²blica sin ser la parte oculta de la sociedad, la pasiva o parasitaria
Desde la infancia una pregunta me ha asediado: ?qu¨¦ es ser mujer? La primera intuici¨®n es que podr¨ªa ser madre (elegir: acoger/rechazar), la segunda, de que pose¨ªa un cuerpo y que este ser¨ªa vivido muchas veces como una carga, en frases de Plat¨®n, una prisi¨®n. Muchas experiencias han sido brutales, usar falda corta y recibir insultos, soportar los acosos, paralizada por el miedo, sudar fr¨ªo cada vez que atravesaba una calle solitaria. O tragarme l¨¢grimas negras cuando alg¨²n amigo, con la justificaci¨®n de la bebida o la droga, intentaba violarme. Desde ah¨ª he vivido en guerra.
Pero, adem¨¢s de escribir muchas cosas en la primera persona gramatical, creo que la lucha contra la violencia de g¨¦nero, que volc¨® a las calles a miles de peruanas y peruanos el pasado 13 de agosto, nos revela una serie de aspectos importantes. El primero es la emergencia de la memoria en un pa¨ªs con espacios en blanco (las estirilizaciones forzadas del gobierno de Alberto Fujimori es una de ellas), donde todo se absorbe en un presente continuo, de espaldas al pasado y un futuro que puede ser percibido como un abismo.
Sin embargo, existe una fr¨¢gil historia de mujeres importantes, inscritas en una tradici¨®n continental, desde las llamadas coyas[1], pasando por Micaela Bastidas, Manuela Saenz, incluso Flora Trist¨¢n, hasta Clorinda Matto de Turner, Gabriela Mistral o una m¨¢s discreta Magda Portal (homenajeada por Jos¨¦ Carlos Mari¨¢tegui en sus Siete ensayos sobre la realidad peruana). El problema no son las listas, sino c¨®mo las mujeres nos integramos al saber popular, c¨®mo existimos en la vida p¨²blica sin ser la parte oculta de la sociedad, la pasiva o parasitaria, en un mundo saturado de testosterona y plagado de guerras que han hecho de la violencia un fetiche viril.
Vivimos un momento hist¨®rico en el cual las mujeres son muchas veces el objetivo de una violencia sin precedentes, ?por qu¨¦? La biolog¨ªa no es un destino, ni sexo ni un determinado tipo de piel, y sin embargo estamos asistiendo a una biologizaci¨®n social acelerada, rasgos ¨¦tnicos, modales, incluso el empleo del idioma, dibujan un mapa de la dominaci¨®n[2]. Cada persona es encerrada en su sexo y origen naturalizando categor¨ªas culturales serviles, racistas y, sobre todo, mis¨®ginas. El problema de la violencia de g¨¦nero en el Per¨² tiene que ver con un entramado cultural, occidental y andino (?podemos olvidar el dicho popular que se ha filtrado a trav¨¦s de los a?os disfrazado de verdad nacional de: m¨¢s te pego m¨¢s te quiero?), que mantiene el impacto ¡°hipn¨®tico de la dominaci¨®n¡±, como lo llamaba Virginia Woolf y le quita a la mujer su rol protag¨®nico en la sociedad y en la historia. La iglesia lo proh¨ªbe y muchas mujeres obedecen, pero tambi¨¦n la sociedad civil. El patriarcado no va a cambiar porque la transmisi¨®n simb¨®lica se garantiza a trav¨¦s de una educaci¨®n conservadora que hace circular los mismos modelos (exitosos) de mujeres y hombres.
Las mujeres son entonces muchas veces una mercanc¨ªa, efigies de un partido pol¨ªtico o s¨ªmbolos ficticios de cambio en un modelo donde todo es c¨¢lculo y competencia y donde los hombres son los primeros en asumir ese rol depredador. El machismo entonces no es solo estructural, la mujer no solo ¡°se convierte¡± en mujer, impregnada de mitos, incluso el de un posible matriarcado precolombino (ver Mar¨ªa Rostworowski, Historia del Tahuantinsuyu), sino de las representaciones que llegaron de Occidente para forjar una dominaci¨®n que, si bien se cuestiona en el ¨¢mbito dom¨¦stico, se sigue ejerciendo de manera vertical desde instancias superiores como el Estado y la escuela, bajo hegemon¨ªa de una ideolog¨ªa economicista, donde todo ser¨ªa capital incluso el cuerpo.
En una ¨¦poca en que existen poblaciones ¡°excedentes¡±, como las llama Saskia Sassen, mujeres, ni?os y ancianos pobres, la violencia de g¨¦nero responde a una l¨®gica de guerra, de subsistencia salvaje desde que el mundo mostr¨® su lado m¨¢s mezquino y se organiz¨® para que la mujer no posea nada y fuese la perdedora de la historia, como dijeron Marx y Engels en su Historia de la familia. Sin historia, sin capital simb¨®lico propio, la mujer es una pieza suelta. Por eso es importante que no solo se dicten leyes, que mucha gente no respetar¨¢ por abstractas, sino que se asuma el problema pol¨ªtico que implica la igualdad (no s¨®lo equidad), y configurar un nuevo discurso sin ignorar que el patriarcado no se desmonta sin nuevos arquetipos de mujer en la educaci¨®n y en la sociedad, que debe afrontar retos mayores: todo un cambio cop¨¦rnico. ?Suena enorme? Pues s¨ª, es una tarea que empieza a resolverse al plantearse el problema.
?[1] Coya (del quechua) mujeres esposas de los incas y primeras dirigentes de gobierno en el Cuzco.
[2] ¡°¡ Llamo violencia simb¨®lica la violencia suave, insensible e invisible para las mismas v¨ªctimas que se ejercen por las v¨ªas puramente simb¨®licas de la comunicaci¨®n y el conocimiento¡¡± , Pierre Bourdieu, La dominaci¨®n masculina, Anagrama 2000.
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