Una vida ¨²til tras la esclavitud
Miles de ni?as y mujeres son v¨ªctimas de trata en Nepal. Algunas supervivientes se forman ahora como asistentes legales para ayudar a colectivos vulnerables a denunciar sus casos
Soy una chica muy bonita. No puedo llenar la vasija de agua. Si la lleno mientras estoy de pie, me duele la espalda. Si la lleno sentada, soy m¨¢s peque?a que la vasija.
Estos cuatro sencillos versos son de una popular canci¨®n nepal¨ª, Mai Chhori Sundari. La copla, que lleva como nombre el primer verso, se canta con cari?o en las aldeas de la peque?a naci¨®n del Himalaya. En Internet existen versiones de todo tipo. Desde composiciones tradicionales hasta otras m¨¢s p¨ªcaras. La ni?a y la vasija son, de alguna forma, una met¨¢fora de la fragilidad de la juventud de las zonas rurales en un pa¨ªs en el que miles de mujeres y ni?as son v¨ªctimas de trata cada a?o, una lacra que afecta a Nepal desde hace d¨¦cadas sin que nadie acierte a situar el origen hist¨®rico. El n¨²mero de menores que caen anualmente en redes de traficantes oscila entre 7.500 y 15.000 seg¨²n diferentes organizaciones. En un informe reciente, la Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos cuantific¨® en entre 16.000 y 17.000 las personas que fueron v¨ªctimas de trata entre 2013 y 2015. Muchas de esas j¨®venes son enviadas a la capital, Katmand¨², y alrededores. Otras acaban en el extranjero: fundamentalmente en la vecina India o en pa¨ªses del golfo P¨¦rsico. Y a todas les une el denominador com¨²n de una odisea inenarrable de explotaci¨®n laboral y sexual, un viaje de sue?os rotos y falsas promesas del que resulta muy complicado apearse.
De la aldea a la esclavitud
A veces el viaje comienza como la canci¨®n de la ni?a con la vasija. En esos momentos de soledad en el entorno rural. As¨ª se fragu¨® la pesadilla de Sunita. En el camino rutinario que realizaba cada d¨ªa para recoger agua de una fuente apartada de su casa empez¨® a recibir la inoportuna visita de un hombre desconocido mucho mayor que ella. Corr¨ªa 2011 y ella rondaba la mayor¨ªa de edad. Piensa cada palabra mientras recuerda la escena en su mente. No se reconcilia bien con su pasado. Describe al hombre como un traficante que la acos¨® durante meses y pese a los circunloquios acaba subrayando que ese episodio hizo que decidiera, poco despu¨¦s, marchar de su pueblo, situado a unos 15 kil¨®metros de la localidad hist¨®rica de Bhaktapur, a una hora de Katmand¨². Sin decir nada a sus padres, vendi¨® por 25.000 rupias (210 euros) un anillo de oro heredado para pagar un intermediario que le arregl¨® los papeles necesarios en Katmand¨² para llevarla hasta L¨ªbano. Nada de agencias de contrataci¨®n laboral. Cay¨® en la trampa.
¡ªEstuve un a?o y medio en total?¡ªdice¡ª. Al principio me ocupaba de tareas dom¨¦sticas. Despu¨¦s vend¨ªa muebles a clientes. Incluso aprend¨ª un poco de ¨¢rabe para poder defenderme.
Del L¨ªbano pas¨® m¨¢s tarde a Siria, antes de que el conflicto alcanzase el grado de brutalidad actual.
¡ªIba a Alepo con frecuencia. Quiz¨¢s una vez a la semana o dos veces al mes.
Hasta que se torcieron las cosas. Un hijo del jefe empez¨® a agredirla sexualmente y los abusos se convirtieron en una t¨®nica que la desquici¨®. En la conversaci¨®n se impone un inc¨®modo silencio. Un silencio inquebrantable.
¡ªConsegu¨ª finalmente contactar con mi hermano en Nepal para que intentara repatriarme, pero ellos no me dejaban regresar ¡ªnarra la joven cuando se reengancha¡ª. Conmigo ganaban dinero. Les hice creer que mi padre hab¨ªa fallecido y as¨ª pude marchar.
Sin justicia, sin futuro
Sunita mira hacia atr¨¢s, con un punto de tristeza y enfado, y con la perspectiva que otorga el tiempo maldice haber sido ingenua. Hoy, a sus 23 a?os, casada y con dos hijas, est¨¢ poco a poco curando las heridas. A ello le ayuda convivir con otras j¨®venes que comparten lastres parecidos. Su veh¨ªculo a una nueva vida ha sido SASANE, una ONG nepal¨ª que fue fundada en 2008 por Shyam Pokharel, un ex abogado del Tribunal Supremo que ha lidiado con m¨¢s de 200 casos de tr¨¢fico de personas en peque?os tribunales de distrito y ha entrevistado a muchos traficantes en prisi¨®n. Pokharel es consciente de que rara vez la justicia indemniza a las v¨ªctimas ¡ª"solo un 2 % acaban recibiendo compensaci¨®n"¡ª y por eso decidi¨® buscar una salida a un colectivo que no solo tiene que cargar con el trauma de la experiencia sino que afronta muchas dificultades para reinsertarse en una sociedad tan patriarcal como la nepal¨ª.
Pobreza, falta de educaci¨®n, la pr¨¢ctica de los matrimonios infantiles y desempleo son factores que llevan a las j¨®venes a caer en las redes de los traficantes
"Pobreza, falta de educaci¨®n, la pr¨¢ctica de los matrimonios infantiles y desempleo son factores que llevan a las j¨®venes a caer en las redes de los traficantes", explica el activista. "Las v¨ªctimas de trata tienen generalmente entre siete y 23 a?os. A los traficantes les gusta que parezcan ind¨ªgenas, con rasgos tibetanos. Las nepal¨ªes de zonas remotas no hablan siquiera nepal¨ª. Son inocentes y honestas".
Pese a que a menudo son los propios padres los que venden a sus hijas, seg¨²n el director de SASANE, "hay muy pocas probabilidades de que las chicas sean aceptadas por las familias cuando regresan", algo que en ocasiones sucede diez o doce a?os m¨¢s tarde, cuando han contra¨ªdo sida o hepatitis y los traficantes ya no pueden explotarlas m¨¢s.
Una ventana de oportunidad
SASANE tiene su cuartel general en un barrio de clase media de Katmand¨². All¨ª varias chicas cocinan momos (empanadas tradicionales), preparan presentaciones para grupos de turistas extranjeros y trabajan en tareas de administraci¨®n. Entre ellas han creado un nexo. La joven Aruna explica en un impecable ingl¨¦s que entre 250.000 y 270.000 nepal¨ªes viven en esclavitud. La gente escucha con atenci¨®n mientras mira a una pantalla gigante en una sala pintada de color morado con las paredes adornadas con mensajes de apoyo. Al final hay aplausos.
"Son todas de fuera de Katmand¨². Cuando fueron rescatadas no sab¨ªan hablar ingl¨¦s ni utilizar un ordenador", dice Pokharel. Durante estos a?os m¨¢s de 200 chicas se han formado en conocimientos jur¨ªdicos para poder ejercer de asistentes legales en una treintena de comisar¨ªas del Valle de Katmand¨² y de la ciudad tur¨ªstica de Pokhara. Ayudan a personas sin recursos a interponer denuncias. Hacen un cursillo de nueve meses y luego dos de pr¨¢cticas y reciben algo de apoyo econ¨®mico durante ese tiempo.
Ayudar a colectivos vulnerables
Una de esas comisar¨ªas se encuentra en la localidad de Bhaktapur, ejemplo de arquitectura medieval newari donde algunos edificios hist¨®ricos resultaron muy afectados por el terremoto de 2015 que caus¨® unos 9.000 muertos en Nepal. Sunita y Bimala trabajan all¨ª desde hace varias semanas. Se sientan en la entrada, en torno a una mesa protegida bajo una estructura cubierta. "La gente viene aqu¨ª y les asesoramos en casos que van desde violencia dom¨¦stica, a robos o desaparici¨®n de personas", afirma Sunita. El trabajo le ayuda a sentirse "importante". "En un mes, de las 2.000 denuncias que se hacen en comisar¨ªa, nosotras nos encargamos quiz¨¢s de unas cien. Escribimos la denuncia de gente sin dinero o que no sabe escribir".
Algunos padres venden a sus hijas porque es una pr¨¢ctica extendida sin pensar siquiera que ello sea un crimen
Para la superintendente R.K. Bhattacharya, al cargo de la comisar¨ªa, el trabajo de estas voluntarias es esencial. "Est¨¢n proporcionando apoyo para acceder a justicia a gente con problemas. Las mujeres y los ni?os son un grupo vulnerable en el plano f¨ªsico, econ¨®mico y social. Es bueno que se ayude a esa gente. Adem¨¢s, las mujeres se sienten m¨¢s a gusto con ellas", subraya. Bhattacharya sabe de qu¨¦ habla. Es una de las ¨²nicas cinco superintendentes mujeres que hay en todo Nepal, un pa¨ªs donde solo el 6% de los agentes son de sexo femenino, un factor por el que muy pocas supervivientes se atreven a denunciar sus experiencias seg¨²n los expertos. Pokharel lo achaca tambi¨¦n a los retrasos en la justicia y a la corrupci¨®n en el seno de la Polic¨ªa y los funcionarios de inmigraci¨®n. "Las asistentes legales reciben una media de doce solicitudes al d¨ªa y sirven para luchar contra este problema. Su servicio es gratuito para las mujeres y cuesta dinero a los hombres", defiende.
Una familia unida
"Si est¨¢s enfermo puedes ir al doctor... y si sobrevives a un crimen como el nuestro, ?qu¨¦ haces? A trav¨¦s de los tribunales, de la polic¨ªa no conseguimos justicia. Pero con esta organizaci¨®n intentamos conseguirla y hacer que disminuya la violencia contra las mujeres. En mi caso, yo he ganado confianza", asegura Indira Gurunj, de 30 a?os y mano derecha de Pokharel, al tiempo que una suerte de l¨ªder entre las chicas. Explica la joven que la gente urbana no empatiza f¨¢cilmente con emigrantes de las zonas rurales y esa "desconexi¨®n" dificulta "hacer amigos". SASANE, en cambio, les da fuerza porque "una voz no se escucha, pero la de un grupo s¨ª". Como a todas, a Indira le cuesta adentrarse en un pasado complicado. Y desconf¨ªa tambi¨¦n de los periodistas que entran fugazmente en sus vidas. Con sus "hermanas" s¨ª que comparten las historias y, admite, es terap¨¦utico, pero con el resto prefieren guardar silencio. "Se burlar¨ªan de nosotras", lamenta.
"En los entornos rurales donde trabajamos hay muchos traficantes. Los conocemos. Nos dicen que venimos a crear esc¨¢ndalo, a causarles problemas. Dicen que mentimos. En realidad, no son gente poderosa, lo hacen por dinero... Tambi¨¦n algunos padres venden a sus hijas porque es una pr¨¢ctica extendida sin pensar siquiera que ello sea un crimen. Lo consideran tan normal como vender una vaca o una cabra. Luego se justifican diciendo que la hija ha desaparecido o que fue a la ciudad a trabajar".
Indira, Sunita, Aruna, Bimala y todas las dem¨¢s siguen luchando por cambiar un poco su sociedad, para que la sociedad no sea la que cambie a chicas como ellas. Y sue?an con que, tal vez llegue un d¨ªa, en que ninguna ni?a bonita que recoge agua en la fuente de un pueblo tenga que tener miedo.
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