Shakespeare en mallas
No podemos dejar pasar el 400 aniversario de la muerte de Shakespeare sin hablar de las mallas. Las mallas, como sabr¨¢n, son las medias que llegan hasta la cintura y se usan para la danza, el teatro y el circo, y quedan, si se es de g¨¦nero masculino y medianamente dotado, como un tiro.
Fueron el primer antecedente de los pantis y leotardos, esas prendas reveladoras, y su nombre ¨Cno es broma¨C deriva del de un fabricante franc¨¦s de vestuario teatral del siglo XIX llamado Maillot, Monsieur Maillot. No puedo dejar de recordar aqu¨ª que se atribuye a otro franc¨¦s, el ingeniero automovil¨ªstico (!) Louis R¨¦ard (1897-1984), la creaci¨®n de otro maillot, el de bain le plus petit: efectivamente, el biquini, en el a?o de gracia de 1946.
Ah, las mallas: son para la parte de abajo del int¨¦rprete de Hamlet, por ejemplo, como la calavera para la de arriba. El autor de estas l¨ªneas ¨Cyo, es lo que tiene el ¡°ser o no ser¡±, que te confunde¨C ha sufrido mucha malla en su corta pero intensa vida teatral.
Para m¨ª, educado en los curas, fue un trauma usar mallas; al principio hasta me resultaba pecaminoso: el padre Murillo, que me ense?¨® franc¨¦s de ni?o, insist¨ªa en que ir apretado provocaba impotencia y era malo, 'mon ch¨¦rie', para la pureza (nunca supe si la suya o la m¨ªa)
En el Institut del Teatre de Barcelona, la escuela oficial en la que estudi¨¦ arte dram¨¢tico, rama interpretaci¨®n, licenci¨¢ndome con un sobresaliente en acrobacia y otro en expresi¨®n corporal avanzada (materias en las que luego he ido a la baja), era rigurosamente obligatorio vestir mallas en determinadas asignaturas, esencialmente las de actividad f¨ªsica y muy especialmente en mimo, donde era importante que se te viera hasta el higadillo, para juzgar si te mov¨ªas bien.
Para m¨ª, educado en los curas, fue un trauma usarlas; al principio hasta me resultaba pecaminoso ¨Cel padre Murillo, que me ense?¨® franc¨¦s de ni?o, insist¨ªa en que ir apretado provocaba impotencia y era malo, mon ch¨¦rie, para la pureza (nunca supe si la suya o la m¨ªa)¨C. Me costaba verme en mallas. En cambio, que las llevaran las chicas que estudiaban para actrices como Montse Guallar me parec¨ªa estupendo, y que viva Monsieur Maillot.
Hab¨ªa compa?eros que a diferencia de m¨ª se las enfundaban tan a gusto. Abel Folk, sin ir m¨¢s lejos, al que ahora se ha visto tan respetable, casi patriarcal, como embajador de Espa?a en Bangkok en la serie La embajada, no ten¨ªa empacho en pasearse por todas partes, hasta en el bar de la esquina, con ese atuendo con el que m¨¢s que marcar el paso lo marcas todo. ?Y hay que ver el empaque(te) que ten¨ªa Abel con sus c¨¦lebres mallas!
La escena del duelo a m¨ª me sigue produciendo rubor. Te fijas m¨¢s en la entrepierna de Laertes que en la espada. Puro Soneto 151 con todas sus alusiones turgentes: ¡°Pues la carne m¨¢s no ans¨ªa¡±
Si dejamos de lado a los bailarines rusos y los espadachines de Hollywood (sobre los que hemos de volver en esta secci¨®n, no se preocupen), probablemente quienes hayan tirado m¨¢s de malla sean los actores shakespearianos.
Romeo y Julieta es acaso la obra m¨¢s apretada, se sea Capuleto o Montesco, Teobaldo o Benvolio; s¨®lo se salva Fray Lorenzo. El Mercutio de Peter Finch en la versi¨®n de Zefirelli dej¨® ah¨ª una marca casi imbatible. Qu¨¦ comprometido, ataviado as¨ª, soltar su famosa frase sobre la pera poperina. Laurence Olivier tambi¨¦n ha marcado lo suyo: su Enrique V, m¨¢s que el D¨ªa de San Crisp¨ªn, parece celebrar el D¨ªa de San DIM.
Ya Edmund Kean puso de moda ir apretado por el castillo de Elsinore, pero el Hamlet que dirigi¨® e interpret¨® Olivier en el cine es una apoteosis shakespeariana de la malla. La escena del duelo a m¨ª me sigue produciendo rubor. Te fijas m¨¢s en la entrepierna de Laertes que en la espada. Puro Soneto 151 con todas sus alusiones turgentes: ¡°Pues la carne m¨¢s no ans¨ªa¡±.
Dicho todo esto, he de reconocer que a¨²n conservo las m¨ªas. No las can¨®nicas negras que enfundaba con dramatismo my nobler part, sino otras, m¨¢s festivas ¨Cuna pierna de cada color¨C con las que compuse un Ricardo III que ser¨ªa deforme pero alegraba la vista. Algunas noches, en la intimidad, me enfundo en ellas con esfuerzo y, cuando recupero la respiraci¨®n, declamo aquellas sentidas l¨ªneas del Bardo: ¡°Mi honestidad no debe empobrecer mi grandeza¡± [Tel¨®n].
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