Mejores decisiones
Ni somos infalibles, ni tenemos superpoderes y, sin embargo, a partir de nuestras limitaciones cognitivas es posible mejorar el proceso de elecci¨®n entre varias opciones en todos los campos, incluyendo la pol¨ªtica
Superman era un poco tonto. Se liaba a pu?etazos cuando le hubieran bastado sus huracanados bufidos o su visi¨®n calor¨ªfica y peleaba una y otra vez con los mismos villanos cuando pod¨ªa borrarles su memoria con un beso en la boca. Carec¨ªa de talento para asignar sus talentos. A diferencia del dios que tenemos m¨¢s a mano, que propici¨® un Leibniz capaz de construirle un relato con el que armonizar bondad, inteligencia y omnipotencia, Superman colapsaba en su abundancia de recursos.
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A m¨ª, con mis limitaciones, eso no me pasa. Para determinar la distancia de un objeto no agudizo el o¨ªdo. Para comprobar la temperatura de un objeto no acerco la lengua. Con relativa naturalidad, sin pensarlo, con automatismos y estereotipos, nos enfrentamos al oficio de vivir y, en general, no nos va mal. Es cierto que, en ocasiones, erramos, porque la selecci¨®n natural no es un ingeniero y funciona con materiales de saldo, y, a veces, nuestros atajos mentales resultan precipitados. Vemos humo y, aunque no haya fuego, salimos corriendo. Desde la l¨®gica, la inferencia es incorrecta. En la pr¨¢ctica, tampoco es cosa de quedarse a completar el argumento, no sea que. Lo cont¨® bien Kahneman, premio Nobel de Econom¨ªa, en Pensar r¨¢pido, pensar despacio.
Sin embargo, desde que tengo tel¨¦fono inteligente me he vuelto m¨¢s comprensivo con Superman. Anoto el t¨ªtulo de un libro cuando podr¨ªa fotografiarlo. Tecleo un mensaje que podr¨ªa dictar. No he conseguido integrar en mi inteligencia ese ¡°cerebro externo¡±. Necesitar¨ªa una aplicaci¨®n de aplicaciones, capaz de tomar la mejor decisi¨®n ante cada reto. Decidir¨ªa no decidir para decidir mejor.
No es una man¨ªa personal. A todos nos gustar¨ªa que nuestras actuaciones ponderaran toda la informaci¨®n, evitaran sesgos, inercias y automatismos; que, por as¨ª decir, incorpor¨¢ramos a nuestro cableado mental la l¨®gica, la teor¨ªa de la probabilidad y hasta Google. Muchas cosas cambiar¨ªan si el teorema de Bayes estuviera sedimentado en nuestros circuitos neuronales. El racismo desaparecer¨ªa y, tambi¨¦n, la mitad de las cr¨®nicas period¨ªsticas. ?Ah¨ª es nada!
No faltan investigaciones, y especulaciones desigualmente fundadas, que exploran la posibilidad de que los avances tecno-cient¨ªficos nos permitan incorporar nuevas potencialidades, en una suerte de ¡°yo ampliado¡±, para vivir mejor, lo que incluye, decidir mejor. M¨¢s Batman que Superman, si se quiere. Nick Bostrom (Superinteligence) o Allen Buchanan (Beyond humanity?) han escrito sobre estos asuntos con conveniente mesura.
En el plano pol¨ªtico tambi¨¦n se contempla la posibilidad de mejorar las decisiones. Los ciudadanos, a qu¨¦ negarlo, no somos sabios. La evidencia abruma y deprime: un 30% de los americanos no sabe qui¨¦n gobierna en la Casa Blanca; uno de cada cuatro brit¨¢nicos cree que Churchill fue un personaje de ficci¨®n, no como Sherlock Holmes, que existi¨® para un 58%. Tristemente, seg¨²n otras investigaciones, no son mejores los pol¨ªticos ni, dicho sea de paso, los doctorados en Pol¨ªticas. En realidad, la pol¨ªtica no es un problema de ¡°saber cosas¡± o teor¨ªas. La sabidur¨ªa pol¨ªtica, pr¨¢ctica, es distinta del conocimiento cient¨ªfico, limitado a un plano de la realidad: econ¨®mico, psicol¨®gico, biol¨®gico, etc¨¦tera. Los expertos, como los ¡°erizos¡±, seg¨²n la imagen de Arqu¨ªloco popularizada por Berlin, van a pi?¨®n fijo con una sola idea, y, enfrentados a la decisi¨®n pol¨ªtica, ignoran todo aquello que no cabe en la horma de sus modelos. Frente a la obligada simplificaci¨®n del cient¨ªfico, que deriva en simpleza cuando se muda en ¡°pol¨ªtica¡±, esa que, por ejemplo, asoma cuando se ¡°explica¡± el terrorismo con la biolog¨ªa, la sabidur¨ªa pr¨¢ctica (pol¨ªtica y moral) presenta una naturaleza multidimensional, es un saber de ¡°zorros¡±, capaces de articular informaciones diversas, de ponderar y jerarquizar retos, algo que no parece susceptible de integrarse mediante un protocolo.
El problema es que, por su complejidad, no es f¨¢cil tasarla ni reconocer a quienes la poseen. Y, por lo mismo, al elegir no hay modo de deslindar entre el ¡°estadista¡±, con carisma, y el populista, con cara, que se atribuye un particular ¡°instinto pol¨ªtico¡±. En esas condiciones, una vez admitimos que no hay modo de identificar a los sabios, parecer¨ªa que nos encontramos en una especie de deprimente dilema entre unos votantes, arbitrarios y err¨¢ticos, y unos lumbreras de calidad incierta cuando no inquietante.
En un intento de escapar a esos dilemas, surgen investigaciones destinadas a mejorar la toma de decisiones pol¨ªticas. Algunos (James Surowiecki) conf¨ªan en lo que se ha dado en llamar ¡°sabidur¨ªa de grupos¡±, que muestra que, en determinadas condiciones, una multitud de ignorantes atina m¨¢s que los expertos. En eso, o algo parecido, se sostienen los mercados de apuestas futboleros. Y los resultados mejoran seg¨²n otros (Scott E. Page) cuando los ¡°mediocres¡± son diversos en perspectivas. El problema, claro, es que las ¡°determinadas condiciones¡± no abundan en la vida real.
De mayor inter¨¦s, m¨¢s operativas, resultan propuestas como la de Cass Sunstein (Choosing Not to Choose) de mejorar la toma de decisiones mediante ¡°arquitecturas de decisi¨®n¡±. Algo que incluye saber decidir cu¨¢ndo es mejor no decidir, incluso para aumentar nuestra libertad. El principio de ¡°no decidir para proteger la libertad¡±, cierto es, ya lo conocemos y aplicamos cuando rechazamos que unos (varones, blancos, catalanes) puedan votar la limitaci¨®n de los derechos ciudadanos de otros (mujeres, negros, otros espa?oles). A Sunstein le interesan asuntos menos obvios. A partir del reconocimiento de nuestras limitaciones cognitivas, busca configurar dise?os que nos asistan para decidir. Ya lo ejercemos en peque?a escala con la donaci¨®n de ¨®rganos por defecto. O con el GPS. Decidir no decidir, no est¨¢ de m¨¢s recordarlo, es algo m¨¢s sofisticado que apostar por que decidan ¡°nuestros representantes¡±. La contraposici¨®n entre las democracias participativas, asociadas a los refer¨¦ndums, y las democracias representativas, asociadas a la discusi¨®n y los matices, no est¨¢ desprovista de exageraci¨®n. Sin ir m¨¢s lejos, toda votaci¨®n parlamentaria, al final, es dicot¨®mica, un refer¨¦ndum.
Simplemente se tratar¨ªa de configurar arquitecturas de decisi¨®n que, a sabiendas de nuestras menesterosas capacidades, nos permitan responder de la mejor manera a los retos, personales y pol¨ªticos. En realidad, siempre existen arquitecturas (sobre qu¨¦, c¨®mo y cu¨¢ndo se deciden), solo que nos pasan desapercibidas, por torpeza o por mala fe. Tambi¨¦n para eso la ciencia nos puede ayudar; algo que, conviene decirlo, nada tiene que ver con la tecnocracia, entre otras razones porque la investigaci¨®n tambi¨¦n nos muestra bajo qu¨¦ circunstancias no cabe fiarse de los expertos, incluidos los que dise?an las arquitecturas de decisi¨®n.
En el entretanto, tan imb¨¦ciles como Superman. Y con menos poderes.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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