La excusa del pacto educativo
Poco a poco se ha forjado un consenso sobre la necesidad de una reforma consensuada y duradera en la ense?anza. La idea gusta porque permite a los padres trasladar a un sistema imperfecto los propios fallos en la formaci¨®n de sus hijos
Nuestro sistema educativo es imperfecto, pero el pacto no va a atacar sus fallos estructurales, por el simple motivo de que estos responden a una demanda ciudadana que, en el fondo, concibe la educaci¨®n m¨¢s como consumo o disfrute que como inversi¨®n. Si estoy en lo cierto, el pacto aumentar¨¢ el gasto educativo para tener un impacto dudoso en la formaci¨®n de las futuras generaciones.
Pese a lo elevado del desempleo, la queja de los empleadores sobre sus empleados m¨¢s j¨®venes no se centra tanto en su aptitud (que tambi¨¦n), como en sus actitudes: en su escasa madurez y capacidad de dedicaci¨®n, concentraci¨®n y autocr¨ªtica. Es un caso extremo pero com¨²n e indicativo que lo primero que pida un reci¨¦n contratado, sin pareja y que vive con sus padres, sea conocer la pol¨ªtica de ¡°conciliaci¨®n¡± del bufete puntero al que acaba de incorporarse.
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La explicaci¨®n optimista es que los j¨®venes desean trabajar menos para as¨ª llevar una vida m¨¢s tranquila. Sospecho, en cambio, que los j¨®venes no son conscientes de las consecuencias de sus decisiones. Est¨¢n sobrevalorando su potencial de ingresos e infravalorando el coste de satisfacer sus deseos. Toman por ello decisiones que pronto se revelan inconsistentes: eligen carreras y empleos en los que invierten menos de lo necesario para alcanzar el nivel de vida al que aspiran.
Lo hacen porque no han sido educados para posponer la gratificaci¨®n. Al menos, no en la medida en que lo exigen los empleos que les permitir¨ªan mantener el nivel de vida de sus padres. Esta incongruencia se confirma cada vez que un bachiller elige estudiar, digamos, Pol¨ªticas; o cada vez que un reci¨¦n licenciado act¨²a como si su formaci¨®n hubiera concluido; o cuando opta por un empleo de poco esfuerzo y menos futuro.
Las causas y hasta la prevalencia de esta mala educaci¨®n son, por supuesto, debatibles. Una hip¨®tesis, quiz¨¢ simplista pero atendible, reposa, en ¨²ltima instancia, en que, tras desplomarse la natalidad, muchos j¨®venes han disfrutado una posici¨®n de monopolistas emocionales. Como hijos y nietos ¨²nicos, a menudo tard¨ªos, han disfrutado de un enorme poder negociador.
La fuerza de los ni?os y la debilidad de los padres favorecen un ¡°equilibrio¡± de normas sociales de alta permisividad y consumismo juvenil; normas que probablemente han sido arropadas, que no causadas, por las falacias pedag¨®gicas de los a?os sesenta, consagradas ya en la Ley General de Educaci¨®n de 1970. (S¨ª, mucho antes de la LOGSE). Me refiero a falacias como la visi¨®n negativa de todo castigo y competencia; la necesidad de contener el esfuerzo y educar en el disfrute; la marginaci¨®n del ejercicio de la memoria y el sacrificio; el ¨¦nfasis en que la responsabilidad es principalmente social y, por tanto, ajena; y la supresi¨®n de rev¨¢lidas y cursos selectivos.
Con el desplome de la natalidad, muchos j¨®venes est¨¢n en situaci¨®n de monopolistas emocionales
Normas y falacias que, por cierto, a¨²n cautivan a nuestro establishment pedag¨®gico, a juzgar por la propuesta de suprimir los deberes, las reformas que hacen a¨²n m¨¢s blando el bachillerato, el enga?o de ense?ar supuestas ¡°competencias¡± en vez de conocimiento, o la resistencia a permitir a los centros concertados organizarse en libertad.
Normas y falacias que tambi¨¦n favorecen mitos exculpatorios tan corrosivos como el de la ¡°generaci¨®n mejor preparada¡±; y que generan gregarismo: muchos padres, ante las dificultades que encuentran para educar a sus hijos como hubieran deseado, modifican sus valores para reducir as¨ª la disonancia con respecto a sus acciones. Por muy reales que sean, los fallos del sistema educativo representan un similar papel exculpatorio.
Llov¨ªa sobre mojado, por la fuerza que tiene en Espa?a, pese al descenso en la pr¨¢ctica religiosa e incluso en medios ateos que se creen progresistas, la cultura cat¨®lica tradicional. Me refiero a aquella que antepone las relaciones personales a las impersonales; en especial, la protecci¨®n de familia y amigos a todo imperativo social de mayor alcance. El control efectivo de la natalidad ha sido m¨¢s disruptivo de las normas sociales en sociedades que, como la nuestra, son en este sentido tan culturalmente cat¨®licas. El debate sobre los ni?os mimados se inicia en los a?os ochenta del siglo pasado en Italia, un pa¨ªs que es a¨²n m¨¢s cat¨®lico que el nuestro.
Ese trasfondo cultural tambi¨¦n ayuda a explicar la disposici¨®n a sostener un ingente flujo de transferencias intrafamiliares. M¨¢s que Estado benefactor tenemos aqu¨ª familias benefactoras; con similar destrucci¨®n de los incentivos para invertir y producir. Quiz¨¢ no sea casual que el personaje familiar m¨¢s denostado haya dejado ¨²ltimamente de ser la suegra, para serlo el cu?ado. Un cambio natural, pues este ¨²ltimo es ahora el principal competidor por las rentas familiares que, a menudo, es la propia suegra quien distribuye entre hijos, yernos y concu?ados.
L¨®gico por todo ello que en las ¨²ltimas d¨¦cadas hayamos anticipado en versi¨®n XL dos tendencias que en otros pa¨ªses solo est¨¢n apareciendo al envejecer los millennials: la de los ¡°ni?os trofeo¡± y la ¡°generaci¨®n bumer¨¢n¡±. Por un lado, padres y profesores hemos premiado el rendimiento de hijos y alumnos, no ya cuando alcanzaban un rendimiento est¨¢ndar, sino incluso cuando este era mediocre. Tambi¨¦n hemos desprestigiado el esfuerzo y la competitividad, al fomentar el igualitarismo en la recompensa. En 2016, el porcentaje de estudiantes que super¨® las pruebas de Selectividad fue del 97%, y eso tras sonoras quejas por lo duro de algunos ex¨¢menes.
Suprimir los deberes forma parte de las normas y falacias del ¡®establishment¡¯ pedag¨®gico
Como mucho, los j¨®venes mejor educados lo han sido en que basta con esforzarse. Se asombran al ser evaluados en funci¨®n de sus resultados. Es com¨²n que el graduado reci¨¦n contratado rompa a llorar al recibir la primera censura de su jefe. Nadie le ha ense?ado a asumir la cr¨ªtica hacia su trabajo. Muchos incluso est¨¢n acostumbrados a que las reglas sean flexibles y su incumplimiento negociable, cuando no evitable con solo pedir perd¨®n. Da el tono aquella madre que hace meses rega?aba a una anciana porque esta, malherida, se quejaba de que su hijo la hab¨ªa atropellado con el patinete: ¡°Se?ora, no se queje. ?No ve que el ni?o ya le ha pedido perd¨®n?¡±.
Por otro lado, tenemos tambi¨¦n la versi¨®n l¨ªmite de la generaci¨®n bumer¨¢n: si en EE?UU algunos hijos retornan a casa tras la universidad, muchos en Espa?a nunca la abandonan. El asunto alcanza tintes c¨®micos cuando, tras empezar a trabajar, alguno de estos j¨®venes sigue viviendo con sus padres sin contribuir al presupuesto familiar ni realizar tarea dom¨¦stica alguna.
Ojal¨¢ haya aqu¨ª exceso de pesimismo; pero, en la medida en que esta hip¨®tesis de mala educaci¨®n familiar se ajuste a la realidad, es probable que las reformas educativas consensuables no solo se queden en la superficie, sino que escondan e incluso magnifiquen el problema. Por supuesto que otras reformas s¨ª podr¨ªan restaurar un equilibrio social productivo, aquel en el que la educaci¨®n fuera inversi¨®n y dejara de ser solo consumo. No obstante, ?cree usted que es ese el verdadero deseo de la mayor¨ªa de padres?
Benito Arru?ada es catedr¨¢tico de la Universidad Pompeu Fabra.
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