Bernard Pivot: "Hoy hablamos de libros, pero no de literatura"
EN UN TIEMPO no muy lejano, Bernard Pivot fue el periodista cultural m¨¢s influyente de su ¨¦poca. Director y presentador de Apostrophes,?m¨ªtico programa literario de la televisi¨®n francesa que fue mil veces copiado alrededor del mundo (con un ¨¦xito desigual), recibi¨® cada viernes por la noche a los grandes nombres de la literatura del siglo pasado, de Vlad¨ªmir Nabokov a Charles Bukowski, pasando por Marguerite Duras, Georges Simenon o hasta el Dal¨¢i Lama. De oficio, lector,?que ahora reedita Trama, es un libro informal de memorias sobre aquellos a?os en el que Pivot lleva a cabo un largo di¨¢logo epistolar con el historiador franc¨¦s Pierre Nora.
Para recordar sus programas televisivos, Pivot abre la puerta de su domicilio, en un barrio burgu¨¦s del noroeste de Par¨ªs. En el rellano, una falsa biblioteca que sirvi¨® de decorado de su programa da la bienvenida al visitante. En el interior aparece una especie de pisito de soltero de la tercera edad, de un estatus innegable pero con la nevera semivac¨ªa. En ¨¦l, claro est¨¢, hay libros por todas partes: en las estanter¨ªas, apilados sobre las mesas, formando monta?as en el suelo. En un rinc¨®n se distingue una Pl¨¦iade completa, la lujosa colecci¨®n que re¨²ne a los grandes de la literatura universal. En otro, una vinoteca en la que se adivinan grandes caldos, su segunda gran pasi¨®n.
¡°Una cr¨ªtica negativa nunca lograr¨¢ impedir que una novela se convierta en un ¡®best seller¡¯ que venda m¨¢s de 400. 000 ejemplares¡±.
A los 81 a?os, Pivot se presenta como un hombre sencillo y modesto, aunque tambi¨¦n algo irritado. No le vuelve loco la idea de tener que fotografiarse; preferir¨ªa pasar directamente al sof¨¢ de su comedor para empezar la entrevista. Acepta a rega?adientes, antes de que arranque una conversaci¨®n que tampoco ser¨¢ del todo c¨®moda. Como todo entrevistador profesional, se mostrar¨¢ molesto ante el fastidio de tener que sentarse en la butaca del entrevistado. Pero, a medida que corran los minutos, bajar¨¢ la guardia al recordar las mil y una an¨¦cdotas que le proporcionaron aquellos m¨¢s de 700 programas, adem¨¢s de su inesperada resurrecci¨®n un cuarto de siglo despu¨¦s del final. En los ¨²ltimos a?os, Pivot se ha convertido en algo parecido a una estrella en Twitter, donde ya se acerca a los 400.000 seguidores gracias a sus juegos de palabras, peque?as poes¨ªas, citas c¨¦lebres y otros saberes diversos.
?Dir¨ªa usted, como media humanidad, que el cr¨ªtico literario no es m¨¢s que un escritor frustrado? Ah, esa vieja tradici¨®n de llamarnos fracasados o mediocres¡ No negar¨¦ que en algunos casos es cierto, pero no en todos. Conozco a cr¨ªticos a quienes les hubiera encantado hacerse un nombre como escritores, pero tambi¨¦n muchos otros a los que nunca les ha interesado escribir literatura. A m¨ª mismo, sin ir m¨¢s lejos. De hecho, cuando era m¨¢s joven ni siquiera me ve¨ªa como cr¨ªtico, sino como periodista. Solo era alguien que hac¨ªa preguntas, igual que est¨¢ haciendo usted.
Asistimos a un momento de desprestigio de la cr¨ªtica en todos los dominios de la cultura. Incluso el historiador de arte Benjamin Buchloh afirma que ¡°ha perdido totalmente su funci¨®n¡±¡ Claro, porque el mercado siempre acaba siendo m¨¢s fuerte que la cr¨ªtica. Un cr¨ªtico puede orientar al mercado, pero nunca contrarrestarlo. Una cr¨ªtica negativa nunca lograr¨¢ impedir que una novela se convierta en un best seller?que venda 400.000 ejemplares.
La cr¨ªtica todav¨ªa logra lanzar las carreras de autores desconocidos y dif¨ªciles, propiciar peque?os fen¨®menos literarios.
Entonces, ?el oficio de cr¨ªtico se est¨¢ convirtiendo en in¨²til? No, tampoco dir¨ªa eso, porque sigue teniendo una misi¨®n importante, una funci¨®n de iniciaci¨®n, de aliento y de apoyo. La cr¨ªtica todav¨ªa logra lanzar las carreras de autores desconocidos y dif¨ªciles, propiciar peque?os fen¨®menos literarios. Y otros que no son tan peque?os. Por ejemplo, piense en el caso de Michel Houellebecq, que fue lanzado por los cr¨ªticos a principios de los noventa, cuando solo vend¨ªa algunos millares de ejemplares y nadie lo conoc¨ªa.
Desde 2014 preside el jurado del Premio Goncourt, el m¨¢s prestigioso de las letras francesas. Le hago la misma pregunta: ?de qu¨¦ sirven los premios literarios si el mercado se lo lleva todo por delante? Un premio literario tiene una funci¨®n parecida: poner el acento sobre libros que merecen ser le¨ªdos y que sin ese premio seguramente pasar¨ªan desapercibidos. Mathias ?nard, el escritor que gan¨® el Goncourt en 2015, logr¨® vender 250.000 ejemplares de su libro Br¨²jula.?Si no se hubiera alzado con el Goncourt, no habr¨ªa vendido m¨¢s que 20.000 o 30.000. Los premios siempre ayudan. Se suele decir que hay demasiados, pero no creo que debamos limitarlos. En Francia hay tantos premios como variedades de queso, y me parece muy bien que sea as¨ª.
En su libro se autodefine como ¡°franc¨¦s hasta la m¨¦dula¡±. ?En qu¨¦ consiste esa cualidad? Soy un franc¨¦s muy franc¨¦s. Para empezar, no tengo ni una gota de sangre extranjera. Ni alemana, ni italiana, ni espa?ola, ni siquiera jud¨ªa. Nac¨ª en el interior de Francia, soy hijo de padres campesinos y me encanta un producto tan franc¨¦s como el beaujolais, que se produce en la regi¨®n de donde procedo. La idea de vivir en otro pa¨ªs nunca me ha interesado y siempre se me han dado fatal las lenguas extranjeras. Para bien o para mal, represento al esp¨ªritu franc¨¦s, una ligereza y un humor que los telespectadores debieron de reconocer en m¨ª tanto en Francia como en el extranjero.
?Ser muy franc¨¦s implica ser chovinista? No, yo nunca he sido chovinista. Ni siquiera en el deporte, que ya es decir. De acuerdo, prefiero que gane Francia cuando juega, pero si el otro equipo es mejor no tendr¨¦ problemas en reconocerlo ni en aplaudirle. Hoy d¨ªa ya no se puede ser chovinista. ?C¨®mo voy a serlo si invit¨¦ a decenas de escritores extranjeros a Apostrophes?
Tiene raz¨®n, aunque tambi¨¦n se le critic¨® por invitar solo a autores que hablaran franc¨¦s¡ S¨ª, de acuerdo, pero era una simple cuesti¨®n del medio televisivo. La traducci¨®n simult¨¢nea nunca me ha gustado, porque no se oye la voz del entrevistado. Es algo que evit¨¦ casi siempre. Por ?Solzhenitsin, que no hablaba nada de franc¨¦s, hicimos una excepci¨®n. Pero por un joven autor turco o chino a quien no conoc¨ªa nadie, pues no¡
En cualquier caso, su programa fue muy seguido en el extranjero. Se transmit¨ªa en directo en los institutos franceses de todo el mundo e incluso en la televisi¨®n local de Nueva York, con subt¨ªtulos. Existieron clubes de fans del programa, de Madrid a Tokio¡ Piense que era otra ¨¦poca. Apostrophes?se emiti¨® entre 1975 y 1990. Hoy ser¨ªa imposible que sucediera algo as¨ª. Supongo que represent¨¦ a la lengua y la literatura de mi pa¨ªs en un momento en que a¨²n era muy admirada en el mundo. Por otra parte, era un tipo de programa que no exist¨ªa en la mayor¨ªa de pa¨ªses. Hasta Berlusconi me cit¨® en Mil¨¢n, porque quer¨ªa producir una copia de Apostrophes?en Italia, pero dos d¨ªas antes anul¨® la cita. La fiebre cultural le dur¨® muy poco¡ En Francia, desde el momento en que se cre¨® la televisi¨®n, se consider¨® plenamente necesario hacer un programa literario, como si fuera tan b¨¢sico como el telediario. Seguramente es el ¨²nico pa¨ªs del mundo en el que se consider¨® que era algo importante.
En algunos pa¨ªses, Apostrophes se convirti¨® casi en un s¨ªmbolo pol¨ªtico¡ Es verdad. En Polonia, como en el resto del bloque comunista, ver el programa era una forma de manifestar simpat¨ªa por un pa¨ªs libre, que contaba con una literatura libre. Se convirti¨® en una manera simb¨®lica de resistir a la opresi¨®n comunista, o eso me han dicho. Tambi¨¦n recuerdo haber llegado a Beirut en 1995, despu¨¦s del fin de la guerra civil, y recibir una larga ovaci¨®n, cuando yo cre¨ªa que no me conoc¨ªa nadie. Me explicaron que Apostrophes?se hab¨ªa emitido a lo largo de todo el conflicto, a veces incluso mientras ca¨ªan las bombas. El programa recordaba a los libaneses que su pa¨ªs terminar¨ªa por reencontrarse con la paz, que siempre es sin¨®nimo de cultura y tambi¨¦n de escritura.
Apostrophes se emiti¨® en una ¨¦poca en la que los grandes escritores eran personajes p¨²blicos que interven¨ªan sobre los asuntos de actualidad. ?Es algo que ha cambiado? S¨ª, eso est¨¢ desapareciendo. Hoy los escritores tienen m¨¢s competidores. Nuestro tiempo busca a sus ¨ªdolos en otros campos, como el deporte, la cocina o incluso el mundo empresarial. Por otra parte, los j¨®venes se interesan menos por la literatura a causa de la omnipresencia de las pantallas. Hemos entrado en una civilizaci¨®n de la pantalla que est¨¢ sustituyendo a la de la escritura. Inevitablemente, la literatura no cuenta con el mismo p¨²blico que hace 30 o 40 a?os. Adem¨¢s, existe una competencia mucho m¨¢s dura entre disciplinas art¨ªsticas. Antes eso no era as¨ª.
¡°Me gusta la brevedad de Twitter. A mi edad, forzarse a expresar una reflexi¨®n en solo 140 caracteres supone una gimnasia mental magn¨ªfica¡±.
Cuando recuerda aquel tiempo, ?siente nostalgia? Fue un periodo muy emocionante. Cont¨¦ con un p¨²blico de hasta tres millones de espectadores cada viernes. Me toc¨® vivir una gran ¨¦poca para la literatura, la de Duras, Yourcenar y Simenon. Y tambi¨¦n muy buena para la televisi¨®n, en la que a¨²n no depend¨ªamos de las audiencias y del mercado publicitario. De hecho, yo nunca consultaba las audiencias. Alguna vez me cruzaba por el pasillo con un directivo que me dec¨ªa que el programa anterior hab¨ªa funcionado muy bien, pero poco m¨¢s. Vivir bajo la dictadura del aud¨ªmetro no es agradable y tiene las consecuencias que conocemos hoy. Dicho todo esto, no me siento nost¨¢lgico en absoluto. Yo vivo en el tiempo presente.
?Por qu¨¦ dej¨® la televisi¨®n? Le dir¨¦ la verdad: porque estaba harto. Cuando termin¨® mi ¨²ltimo programa, Bouillon de culture, acababa de cumplir 65 a?os. Hab¨ªa llegado la hora de pasar p¨¢gina. Entend¨ª que tal vez me quedaban 10 o 20 a?os por delante y me dije que quer¨ªa vivirlos plenamente. Adem¨¢s, no deseaba que me echaran de la televisi¨®n con una patada en el culo. Intent¨¦ evitar esa humillaci¨®n.
?Cu¨¢l fue su peor invitado? Tener a Charles Bukowski completamente borracho en el plat¨® fue un momento especialmente dif¨ªcil [ingiri¨® en directo dos botellas que Pivot le hab¨ªa regalado antes del programa]. Mucha gente crey¨® que me despedir¨ªan. Si el programa se hubiera emitido hoy, con todos los controles que existen sobre el consumo de alcohol en televisi¨®n, seguramente ya me habr¨ªan echado. Tambi¨¦n recuerdo a William Boyd, que nos hab¨ªa dicho que hablaba muy bien franc¨¦s. Al llegar al plat¨®, result¨® tener un acento terrible y no entend¨ªa nada de lo que dec¨ªa. En un momento de p¨¢nico, promet¨ª a los espectadores que les devolver¨ªa el importe del libro si no quedaban satisfechos. Por suerte, solo recib¨ª 10 recibos. Todos ellos de mujeres maduras escandalizadas por un cap¨ªtulo un poco er¨®tico¡
?Cu¨¢l fue su mayor logro? Tal vez entrevistar a Nabokov, que no quer¨ªa venir bajo ning¨²n concepto. Termin¨® poniendo dos condiciones: que acudiera a Montreux y que le mandara las preguntas antes, que es algo que nunca hab¨ªa hecho por nadie. Termin¨® aceptando, pero a condici¨®n de leer sus respuestas en antena. Era un hombre de un orgullo insuperable, que no deseaba que saliera de su boca la m¨¢s m¨ªnima palabra sobre la que no hubiera reflexionado antes.
Pese a ser un ¨ªdolo de masas, tambi¨¦n se gan¨® algunos enemigos. Por ejemplo, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se negaron a acudir al programa. Por aquel entonces, Sartre era un pobre anciano rodeado de j¨®venes que hablaban en su nombre. No creo que me tuviera ninguna animosidad, b¨¢sicamente porque era demasiado viejo. La que s¨ª ten¨ªa un problema conmigo era Simone de Beauvoir, porque una vez escrib¨ª una cr¨ªtica muy negativa de uno de sus libros, que me pareci¨® p¨¦simo, y ella nunca me perdon¨®.
Siempre mantuvo una gran distancia respecto a sus entrevistados, en un mundillo que se suele prestar al amiguismo y la endogamia. ?Por qu¨¦ motivo? Siempre me he considerado solo un intermediario entre el autor y el espectador, ni m¨¢s ni menos. Mi oficio ha consistido en hacer preguntas pertinentes a alguien que pose¨ªa un saber, que yo me encargaba de transmitir a quienes no lo ten¨ªan. En realidad, siempre me he puesto del lado del espectador y nunca del entrevistado. Intent¨¦ que el autor respondiera a las mismas curiosidades que pudiera tener cualquier lector. Una de mis reglas es que las preguntas fueran lo m¨¢s cortas posibles. Y he cre¨ªdo que, para un periodista, las respuestas tienen que ser m¨¢s importantes que las preguntas.
Mi oficio ha consistido en hacer preguntas pertinentes a alguien que pose¨ªa un saber, que yo me encargaba de transmitir a quienes no lo ten¨ªan.
Una d¨¦cada despu¨¦s del final de su ¨²ltimo programa, ?qu¨¦ lugar dir¨ªa que ocupa la cultura en los medios? Ha disminuido, pero sigue teniendo su sitio. Dir¨ªa que se mantiene como puede. Est¨¢ claro que no est¨¢ en expansi¨®n, pero tampoco se puede decir que haya desaparecido. En Francia siguen existiendo dos o tres programas literarios. En la radio, los libros tienen una buena presencia, y sigue habiendo suplementos de ocho p¨¢ginas dedicados a la actualidad literaria en los principales diarios. El problema es que hoy se habla mucho de libros, pero ya no de literatura¡
?Logra imaginar un futuro sin periodismo cultural? No lo s¨¦. Lo que s¨ª imagino es un futuro sin prensa escrita. Cuando voy al quiosco cada ma?ana, nunca veo a un solo cliente que tenga menos de 50 a?os. Ya casi no hay j¨®venes que compren diarios. Me parece terrible, aunque existan otras formas de acceder a la informaci¨®n. Reconozco que es una transformaci¨®n que no supe ver venir. Entre mis programas menos acertados hay uno que dediqu¨¦ a Internet. La verdad es que no tengo la capacidad de visualizar el futuro. Nunca imagin¨¦ que la sociedad cambiar¨ªa tanto en solo 10 o 20 a?os. De hecho, la ciencia-ficci¨®n no es un g¨¦nero que me guste mucho¡
Pese a todo lo que dice, se ha convertido en una estrella en Twitter. ?Qu¨¦ le gusta de esa red social? La brevedad que impone. Al empezar mi carrera publicando breves en Le Figaro, aprend¨ª desde joven a escribir con gran concisi¨®n. Es algo que se me qued¨® para siempre. A mi edad, forzarme a expresar una reflexi¨®n, un sentimiento o un recuerdo en solo 140 caracteres supone una gimnasia mental magn¨ªfica. Adem¨¢s, me gusta la democratizaci¨®n que Twitter supone. Incluso el Papa, con su cuenta @Pontifex y sus 20 millones de seguidores, tiene que ajustarse a esos 140 caracteres. Si escribe 141, no podr¨¢ publicar su mensaje. Ni siquiera la ayuda de Jes¨²s y los ap¨®stoles le servir¨¢ de nada. Y ese cambio me parece formidable.
?Por qu¨¦ cree que su cuenta ha tenido tanto ¨¦xito? Muy sencillo: porque no trato a la gente como si fuera tonta. Escribo en Twitter igual que lo har¨ªa en un peri¨®dico. Intento divertir a mis seguidores, pero tambi¨¦n quiero que aprendan algo. Me esfuerzo en no contar estupideces. La verdad es que empez¨® como una simple distracci¨®n, pero ahora siento bastante presi¨®n. A veces estoy a punto de escribir una tonter¨ªa de mal gusto, pero la acabo desestimando. Me pesan esos 365.000 seguidores. Y a la vez s¨¦ que esa cifra no es nada. Si me comparo con Madonna o con Barack Obama, lo m¨ªo es una birria. En el fondo, s¨¦ que solo soy un hombre insignificante.
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