El cine de los sue?os
?Son los sue?os reducibles a productos audiovisuales? ?Podremos ¡°ver¡± alg¨²n d¨ªa los sue?os de otra persona?
?Ser¨ªa deseable que las palabras significaran exactamente lo mismo para todo el mundo, como le habr¨ªa gustado a Arist¨®teles? Se evitar¨ªan muchos malentendidos, desde luego, pero ?a qu¨¦ precio?
El lenguaje tiene dos planos inseparables: el denotativo y el connotativo. En el plano denotativo -el de los significados literales- es relativamente f¨¢cil que dos o m¨¢s personas entiendan lo mismo al o¨ªr las mismas palabras en el mismo contexto; pero las connotaciones que esas palabras tienen para cada cual son algo ¨²nico e irrepetible, algo que define y expresa la singularidad de cada hablante, por lo que un mensaje de una cierta complejidad, que no sea meramente informativo, ser¨¢ entendido de tantas maneras distintas como personas lo oigan.
Para que dos personas se entendieran a la perfecci¨®n, es decir, para que interpretaran todas las palabras ¨Ccon todos sus matices y connotaciones¨C de id¨¦ntica manera, tendr¨ªan que ser pr¨¢cticamente la misma persona. El plano connotativo es, en gran medida, un universo personal e intransferible (o de muy dif¨ªcil transferencia: por eso existe la literatura, y muy especialmente la poes¨ªa). Eso nos causa numerosos problemas, as¨ª como una irreductible sensaci¨®n de alteridad (que Kafka expres¨® magistralmente: ¡°A m¨ª me conozco, en los dem¨¢s creo; esta contradicci¨®n me separa de todo¡±). Puede que sea muy alto, pero ese es el precio de la individualidad. Si las palabras significaran exactamente lo mismo para todos, ser¨ªa como si solo hubiera un ¨²nico individuo repetido millones de veces. No parece una perspectiva muy halag¨¹e?a (aunque puede que a algunos pol¨ªticos no les disgustara la idea).
Sobre la famosa sentencia de Wittgenstein: ¡°Los l¨ªmites de mi lenguaje son los l¨ªmites de mi mundo¡± (o ¡°de mi mente¡±, seg¨²n otra versi¨®n), la pol¨¦mica sigue abierta. Y tambi¨¦n est¨¢ lejos de haber sido zanjada la consiguiente discusi¨®n sobre los l¨ªmites de la imaginaci¨®n (si es que los tiene).
Y en cuanto al acertijo final de la semana pasada, la primera respuesta que se nos ocurre es que no puede tratarse de una historia real, ya que si alguien muriera durante una pesadilla no podr¨ªa contar lo que hab¨ªa so?ado y por tanto nadie podr¨ªa saberlo¡ ?O s¨ª? Aunque ahora mismo no sea posible, ?podremos alg¨²n d¨ªa, mediante el instrumental adecuado, ¡°ver¡± los sue?os de un durmiente?
El cine de las s¨¢banas blancas
De manera nada casual, bastantes comentarios de la semana pasada giraron alrededor de la relaci¨®n entre el cine y los sue?os. Y es que no en vano la sabidur¨ªa popular llama a la cama ¡°el cine de las s¨¢banas blancas¡±, que es una forma po¨¦tica de decir que so?ar tiene algo en com¨²n con asistir a una proyecci¨®n cinematogr¨¢fica. Y, de hecho, el cine ha reconocido -y explotado- ampliamente esta relaci¨®n mostr¨¢ndonos de forma recurrente, con mayor o menor acierto, el mundo on¨ªrico.
Invito a mis sagaces lectoras/es a reflexionar sobre la relaci¨®n del cine con los sue?os y a ilustrar sus reflexiones con los ejemplos que consideren m¨¢s significativos.
Carlo Frabetti?es escritor y matem¨¢tico, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ha publicado m¨¢s de 50 obras de divulgaci¨®n cient¨ªfica para adultos, ni?os y j¨®venes, entre ellos?Maldita f¨ªsica,Malditas matem¨¢ticas?o?El gran juego. Fue guionista de?La bola de cristal.
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