Calcuta
Extracto de un cap¨ªtulo del libro 'El hambre' de Mart¨ªn Caparr¨®s sobre carne, mercados y cifras de desnutridos
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Extracto del libro El hambre, de Mart¨ªn Caparr¨®s, publicado por la Editorial Anagrama.
Calcuta
Durante siglos, milenios, las mercader¨ªas se divid¨ªan en perecederas y perennes; la comida y la bebida se acababan, una camisa terminaba por gastarse, pero nadie compraba una cama o un carro o una olla pensando que pronto los cambiar¨ªa por otros. La idea de duraci¨®n era consustancial a esos objetos. El capitalismo m¨¢s reciente consigui¨® darles a todos la misma calidad que la comida o la bebida: son para ser consumidos, consumirse. Consumir es una palabra muy rugosa.
Por eso, ahora, supongo, el mundo est¨¢ tanto m¨¢s lleno de comerciantes: porque nada se compra de una vez por todas, porque todo debe ser comprado y vendido infinidad de veces.
Y a veces, cuando camino por estas calles que en tantos pa¨ªses del OtroMundo hacen de mercados, me da el ataque. Miles y miles de ¨Cdigamos¨C camisetas mismas, miles y miles de chancletas parecidas, miles y miles de carteras zapatillas peines pelotitas cacerolas destornilladores para que miles y miles de personas parecidas las compren y miles y miles de personas parecidas ganen un d¨ªa m¨¢s alg¨²n dinero para ir a su vez a este u otro mercado a comprar sus camisetas sus chancletas peines cacerolas y el arroz que precisan para poder volver al otro d¨ªa a vender miles y miles de ¨Cdigamos¨C camisetas mismas, miles y miles de chancletas parecidas, miles y miles de.
No hacen nada; esperan, charlan, sacan su peque?o margen de ganancia. Son un poco m¨¢s in¨²tiles que el resto. No agregan nada a esas camisetas o esos cables o esas bananas o esas zapatillas o esos caramelos; sin ellos ser¨ªan iguales. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si desapareciera esa actividad tan notoriamente innecesaria, el comercio?
Los maestros hinduistas no te dir¨¢n que la mayor¨ªa de los indios son vegetarianos por pura pobreza
Los comerciantes son casi tan in¨²tiles como esos tipos que te dicen que te dicen lo que pasa, c¨®mo ser¨ªan las cosas.
Los maestros hinduistas no te dir¨¢n que la mayor¨ªa de los indios son vegetarianos por pura pobreza
Eliminarlos, es obvio, no es tan f¨¢cil. El sovietismo lo intent¨® y los convirti¨® en una manada de empleados p¨²blicos, inertes, aburridos, m¨¢s improductivos todav¨ªa, y nunca pudo solucionar realmente el problema de la distribuci¨®n de cosas. Pero, a¨²n si se encontrara una buena alternativa: ?qu¨¦ har¨ªan esos millones que hoy viven de eso? ?Encontrar¨ªan alguna ocupaci¨®n ¨²til, productiva? ?Se liberar¨ªa una fuerza de trabajo y energ¨ªa social tal que todo cambiar¨ªa? ?O, m¨¢s bien, llenar¨ªan las calles de buscas y mendigos?
Buscas y mendigos.
Calles repletas de buscas y mendigos.
Desde la ¨²ltima vez que estuve en Calcuta pasaron veinte a?os; entonces escrib¨ªa un libro sobre la India, Dios m¨ªo; ya entonces, la ciudad de los horrores me dej¨® perplejo. Veinte a?os despu¨¦s me sigue sorprendiendo la facilidad con que los indios conviven con la miseria ajena. Esa idea que m¨¢s de uno enunci¨® de m¨¢s de una manera ¨C¡°es una verg¨¹enza ser feliz con tanta miseria alrededor¡±¨C parece serles tan lejana.
Calles repletas, los buscas, los mendigos.
El 75% de la comida que se les da a los animales podr¨ªa ser consumida por los hombres
Y el modo en que se sienta en el polvo de la calle: ovillado, achicado, defensivo, los brazos alrededor de las rodillas, la cabeza hundida entre las rodillas, un pie sobre el otro como si se cuidaran mutuamente. Un tirador de ricsha descansando: son las dos de la tarde, hace un calor de estupro. Un tirador de ricsha de Calcuta trota descalzo, sus pies sobre el asfalto o lo que haya; sus pies, a lo largo de los a?os, han pisado todo lo que se pueda pisar en este mundo.
Se protegen, ahora, se acarician.
Porque Calcuta rebosa de animales. En Calcuta hay vacas indolentes que destruyen el tr¨¢nsito, hay cerdos que retozan en la basura tan frecuente, hay cuervos que se roban comida de las mesas ¨Chay ventanas con redes para evitar los robos de los cuervos¨C, hay monos m¨¢s ladrones m¨¢s rabiosos, hay pollos que cacarean en jaulas de agon¨ªa, hay perros satisfechos ¨Cextra?amente satisfechos¨C, hay millones y millones de se?oras y se?ores: quince millones de se?oras y se?ores.
Algunos comen todos los d¨ªas. Algunos, incluso, comen animales. En el mercado central de Calcuta los animales para comer siguen siendo animales hasta que se los comen. Desolladas, deshuesadas, cortadas en trocitos, selladas al vac¨ªo, amortajadas en celofanes varios, las carnes que comemos en nuestros pa¨ªses cada vez m¨¢s carniceros hacen todo lo posible por alejarse del animal que fueron. Que nadie piense en los ojos tristes de una vaca cuando se come un bife, el balido tiernito del cordero en el momento del gigot. En los pa¨ªses m¨¢s pobres los animales siguen siendo animales hasta el pen¨²ltimo momento: sin heladeras, sin cadena de fr¨ªo, es la manera de garantizar que lleguen frescos a las mesas. En los pa¨ªses m¨¢s pobres, de todos modos, los m¨¢s pobres nunca comen animales.
En la India suponen que eligieron: que son vegetarianos.
Y entonces, en medio del mercado y de los gritos, un gorri¨®n baja en picado, revolotea sobre los trozos de animales, va, viene, parece buscar algo; quince o veinte personas lo miramos, inm¨®viles de pronto, callados, suspendidos. El p¨¢jaro se va; vuelven las voces, los movimientos, los olores, y todos nos sonre¨ªmos confusos, como si nos disculp¨¢ramos. Yo pienso en decir algo sobre el peso de la rutina y c¨®mo querr¨ªamos romperla pero no s¨¦ c¨®mo decirlo y pido cuarto kilo de unas nueces raras.
Y pienso en lo poco que bajan, poco que duran los gorriones.
En un puesto escondido un hombre vende pescaditos rojos: en una pecera con adornos de pl¨¢stico, los pescaditos rojos. Es un salto civilizatorio. Occidente est¨¢ tan mal ¨Ctan bien¨C acostumbrado que no suele recordar el valor de lo superfluo. Le superflu, chose tr¨¨s n¨¦cessaire ¨Cdec¨ªa, sin la menor necesidad, el gran Voltaire. Lo superfluo es la marca del gran cambio: hacerte con algo que no necesitabas, pasar de la pura urgencia a ese estado de ¨Cmuy leve¨C privilegio en que pod¨¦s gastarte unas monedas en un pez rojo e in¨²til. Rojo importa, pero in¨²til es la palabra clave: la conquista del derecho a lo in¨²til, lo contrario del hambre. Tener hambre es vivir con lo estrictamente necesario, vivir para lo estrictamente necesario, vivir en lo estrictamente necesario ¨Cy muchas veces ni siquiera.
La mitad de la comida que los 7.000 millones de humanos comemos cada d¨ªa es arroz
Hambre es comerse los pescaditos rojos.
La palabra vegetariano fue inventada en Londres, faltaba m¨¢s, hacia 1850, por unos se?ores que decidieron dejar de comer carne para vivir m¨¢s y m¨¢s sanos. Pero la India se convirti¨®, tiempo despu¨¦s, en el pa¨ªs m¨¢s vegetariano de la tierra. Se calcula que dos de cada cinco indios son vegetarianos ¨Ccasi quinientos millones de personas. Los maestros hinduistas te dir¨¢n que la religi¨®n hind¨² hace sagradas a las vacas, aunque no te dir¨¢n que sus textos cl¨¢sicos, escritos hace m¨¢s de tres mil a?os, est¨¢n llenos de banquetes vacunos. Y, plenos de fervor vegetal, te explicar¨¢n que no quieren ejercer violencia contra otras criaturas para evitar acumular mal karma, que al ¡°ingerir la qu¨ªmica grosera de los animales uno introduce en su cuerpo y alma la c¨®lera, los celos, la ansiedad, la sospecha y un terrible miedo de la muerte¡±, que los vegetales se digieren mejor y permiten vivir vidas ¡°m¨¢s largas, m¨¢s saludables, m¨¢s productivas¡±, que la Tierra est¨¢ sufriendo y que, al no comer carnes animales, le evitan algo de ese sufrimiento.
No te dir¨¢n, en cambio, que la mayor¨ªa de los indios son vegetarianos por pura pobreza: porque no tienen dinero para pagar la carne. O, si tienen una vaca o dos, no pueden darse el lujo de matarla para com¨¦rsela; necesitan guardarla para que les produzca la leche que toman, la manteca que guisan, la bosta que queman, la fuerza con que labran sus campos. Raro el destino de esos animales sagrados, nutricios, que se pueden usar exprimir agotar a fuerza de trabajo pero no matar. Es casi una met¨¢fora.
Me impresiona la naturalidad con que tragamos los productos m¨¢s diversos: los procesos m¨¢s complejos. En un mordisco de carne de vaca o una alita de pollo o un camar¨®n se acumula tal cantidad de historias. Pero, sobre todo: la naturalidad de pensar que as¨ª es la vida sin tener claro que durante miles de a?os no fue as¨ª, que para miles de millones de personas no es as¨ª. Es un despilfarro de privilegio: ser tan privilegiados que ni siquiera recordamos que lo somos.
Se lo puede pensar de muchos modos, pero creo que lo decisivo del siglo XX fue el triunfo de la movilidad: que la norma es que todo se mueva. Antes de 1900 hab¨ªa unos miles de kil¨®metros de v¨ªas, no hab¨ªa coches ni camiones ni carreteras para ellos y no hab¨ªa, por supuesto, aviones. Ni supertankers ni helic¨®pteros ni bicicletas ni motos ni submarinos ni subterr¨¢neos. No solo hab¨ªa muy pocos medios de transporte; las personas se transportaban mucho menos. Viv¨ªan ¨Ccasi todos¨C en ciudades a escala humana, en pueblos, en campos donde todo se hac¨ªa caminando. Despu¨¦s aprendimos a tomar como normal el desplazamiento continuo: cada ma?ana viajo 20 kil¨®metros para ir a mi trabajo, cada vacaci¨®n 400 o 4000, para ir a torrarme a una playa postalita. Es curioso: el hombre, que era un animal bastante quieto, se volvi¨® movedizo. Y lo mismo pas¨® con su comida. Siempre hubo tr¨¢fico pero, hasta hace un siglo, solo se trasladaba lo muy valioso o lo muy necesario. Ahora todo circula: un ruso come uvas en enero y un indio rico queso camembert y los chanchos chinos engordan con soja argentina ¨Cy miles de millones siguen sin comer carne.
Comer animales casi siempre es un lujo. ¡°Salvo raras excepciones, la alimentaci¨®n humana de base est¨¢ compuesta por cereales, en todos los rincones del mundo, en todos los pa¨ªses y las culturas. Pero los cereales no aportan suficientes prote¨ªnas para satisfacer todas las necesidades. Lo primero que se agrega, en todos lados, son las leguminosas (¡). Despu¨¦s vienen los tub¨¦rculos. Cuando el nivel de vida aumenta se suman los aceites (¡). Y al fin, solo cuando el nivel de vida realmente despega, se pasa a la carne y otros productos animales (huevos, l¨¢cteos)¡± escribi¨®, en Nourrir l¡¯humanit¨¦, Bruno Parmentier.
La ganader¨ªa ya usa el 80% de la superficie agr¨ªcola del mundo, el 40% de la producci¨®n mundial de cereales, el 10% del agua
Y despu¨¦s: ¡°Comerse un bife es pura locura planetaria¡±.
Los habitantes de pa¨ªses m¨¢s o menos ricos comemos al rev¨¦s de como comi¨® la enorme mayor¨ªa de la humanidad desde el principio de los tiempos. Es un cambio cultural radical, y no parece que lo notemos demasiado. Los hombres siempre comieron sobre todo hidratos de carbono y fibras vegetales; a veces, cada tanto, los acompa?aban con un trocito de prote¨ªnas animales. Cada vez que comemos un bife con ensalada, una pata de pollo con arroz, una hamburguesa con pur¨¦, un chorip¨¢n estamos dando vuelta esa costumbre milenaria: poniendo el trozo de animal como centro al que acompa?an esos hidratos o fibras vegetales.
Creo que no nos damos cuenta de la pompa que eso significa. Creo que cualquier indio, cualquier africano, muchos sudacas lo notar¨ªan enseguida. Porque, para la mayor¨ªa de los habitantes del OtroMundo, el sistema sigue siendo el mismo: el consumo mundial de alimentos parece muy variado, pero tres cuartos de la comida consumida en el planeta es arroz, trigo o ma¨ªz; solo el arroz es la mitad de la comida mundial.
Digo: la mitad de toda la comida que los 7.000 millones de humanos comemos cada d¨ªa es arroz.
Arroz.
Comer animales, en nuestro mercado global, es un lujo ¨Cque empieza a ser asi¨¢tico. En 1980 los chinos com¨ªan, en promedio, 14 kilos de carne por persona y por a?o; ahora, unos 55.
Y lo disfrutan tanto. Comer carne es aspiracional: los reci¨¦n llegados a la ¨Cm¨®dica¨C prosperidad se la comen para mostrar que ya son pr¨®speros, que pueden hacer lo mismo que hacen los ricos del mundo, que nada de lo carnicero le es ajeno.
Con lo cual, adem¨¢s, se apropian de esos males que hasta hace poco no sufr¨ªan: enfermedades cardiovasculares, c¨¢nceres del sistema digestivo y dem¨¢s delicias del colesterol. Y se sumen en el infierno clim¨¢tico: los pedos de las vacas, cargados de metano, son la pesadilla de los ecolol¨®s, casi un quinto de los gases de efecto invernadero.
Y competimos. Los animales no sol¨ªan comer lo mismo que los hombres. Marvin Harris, el gran antrop¨®logo americano, supuso que el tab¨² del cerdo en dos de las tres grandes religiones de dios ¨²nico se deb¨ªa a que compet¨ªa con el hombre por los mismos alimentos. O sea: era un despilfarro, lo contrario de las vacas ovejas cabras que com¨ªan pasto que el hombre no com¨ªa y, por lo tanto, le serv¨ªan para transformar esas calor¨ªas inaccesibles en algo que s¨ª pod¨ªa tragar.
Ya no. Ahora el 75% de la comida que se les da a los animales podr¨ªa ser consumida por los hombres: soja, ma¨ªz y dem¨¢s granos.
Es un invento ¨Cm¨¢s o menos¨C reciente. Las vacas siempre comieron pasto. Pero hacia 1870, con los nuevos barcos frigor¨ªficos, los ingleses empezaron a comprar carne americana, de vacas alimentadas con ma¨ªz y otros granos: una carne m¨¢s grasa, m¨¢s sabrosa, dec¨ªan entonces. Hasta la Segunda Guerra Mundial esa carne alimentada a granos era un lujo, solo el 5% de la producci¨®n mundial, reservada a los m¨¢s ricos americanos y europeos. Pero ya en los cincuentas, con el aumento de los rendimientos agr¨ªcolas, los Estados Unidos buscaron un modo de colocar su excedente. Las multinacionales alimentarias americanas presionaron para instalar esa carne alimentada a grano en las mesas del mundo; ahora, la gran mayor¨ªa de la producci¨®n mundial funciona seg¨²n ese modelo. Y el reba?o aumenta: si hablamos de vacas, solo vacas, hace medio siglo hab¨ªa 700 millones en el mundo; hoy hay 1.400. Cada cinco personas una vaca; m¨¢s carne vacuna que carne humana comi¨¦ndose el planeta.
Y despu¨¦s est¨¢n las grandes f¨¢bricas de chanchos y de pollos. Brasil, uno de los grandes productores agr¨ªcolas del mundo, debe importar grano para alimentar sus infinitos pollos. Brasil es el primer exportador mundial de pollos. Sus criaderos alumbran, cada a?o, 7.000 millones de pollos: cada a?o los brasile?os matan tantos pollos como habitantes tiene el mundo y los reparten por doquier. Y Estados Unidos y China perecen otros tantos cada uno, solo que se los comen ellos.
El problema es que se necesitan cuatro calor¨ªas vegetales para producir una calor¨ªa de pollo. Seis, para producir una de cerdo. Y diez calor¨ªas vegetales para producir una calor¨ªa de vaca o de cordero. Lo mismo pasa con el agua: se necesitan 1.500 litros para producir un kilo de ma¨ªz, 15.000 para un kilo de vaca. Una hect¨¢rea de buena tierra puede producir unos 35 kilos de prote¨ªnas vegetales; si su producto se usa para alimentar animales, producir¨¢ unos siete kilos. O sea: una persona que come carne se apropia de recursos que, repartidos, alcanzar¨ªan para cinco o diez personas. Comer carne es establecer una desigualdad bien bruta: yo soy el que se permite comer un alimento cinco veces, diez veces m¨¢s costoso que el que vos com¨¦s. Comer carne es decir a m¨ª qu¨¦ carajo me importan los otros nueve.
Comer carne es un alarde bestia de poder.
En las ¨²ltimas d¨¦cadas el consumo de carne aument¨® el doble que la poblaci¨®n, el consumo de huevos tres veces m¨¢s. Hacia 1950 el mundo com¨ªa unas 50 millones de toneladas de carne por a?o; ahora, casi seis veces m¨¢s ¨Cy se prev¨¦ que vuelva a duplicarse en 2030.
La ganader¨ªa ya usa el 80% de la superficie agr¨ªcola del mundo, el 40% de la producci¨®n mundial de cereales, el 10% del agua del planeta. La carne es fuerte.
La carne es la met¨¢fora perfecta de la desigualdad.
Pero el momento ¨Cel suspiro en la historia, el breve lapso¨C de la carne puede estar terminando.
Lester Brown, pionero ecolol¨®, dice que cuando le preguntan cu¨¢nta gente puede alimentar nuestro planeta, ¨¦l pregunta a su vez con qu¨¦ dieta. ¡°Si todos comi¨¦ramos como los americanos, que se tragan entre 800 y 1000 kilos de granos al a?o por persona, sobre todo a trav¨¦s de las carnes que esos granos produjeron, la cosecha mundial de cereales podr¨ªa alimentar a 2.500 millones de personas. Si todos comi¨¦ramos como los italianos, que consumen dos veces menos carne, unos 400 kilos de cereales por a?o, se podr¨ªa alimentar a 5.000 millones de personas. Si todos comi¨¦ramos el r¨¦gimen vegetariano de los indios podr¨ªamos alimentar a 10.000 millones de personas¡±.
Digo: para que sigui¨¦ramos comiendo carne con cosas ¨Cno cosas con carne¨C deber¨ªa mantenerse este orden de exclusi¨®n, de 3.000 millones usando los recursos de 7.000 millones. Parece un precio fuerte.
La carne es estandarte y es proclama: el mundo solo se puede usar as¨ª si lo usamos unos pocos. Si todos quieren usarlo igual no puede funcionar.
La exclusi¨®n es condici¨®n necesaria ¨Cy nunca suficiente.
(Si no fuera porque ya no puedo, porque soy un caso perdido, porque cargo medio siglo de asado argentino, porque puedo pretender que mi gesto no servir¨ªa para nada, el ¨²nico remate posible de estos p¨¢rrafos ser¨ªa proclamar mi decisi¨®n inapelable de no comerme nunca m¨¢s un bife. Lo contrario ¨Clo que estoy haciendo¨C es mostrar mi incoherencia supina.
Pero, pese a todo, los argentinos podemos postularnos como adelantados extra?os de esta tendencia que quiz¨¢ no exista. La Argentina fue, por m¨¢s de un siglo, sin¨®nimo de carne, el pa¨ªs por excelencia de la carne excelente, el primer consumidor mundial de vaca; ahora dej¨® de serlo. Cuando yo nac¨ª un argentino medio se zampaba 98 kilos de vaca por a?o, m¨¢s de un cuarto por d¨ªa; ahora, poco m¨¢s de 50. Las razones tambi¨¦n parecen precursoras: la competencia de la soja que hizo m¨¢s rentable usar las tierras para plantarla que para pastorear; el aumento consecuente de los precios; la ampliaci¨®n del horizonte gastron¨®mico, que ofreci¨® cantidad de alternativas; los miedos m¨¦dicos, que se cebaron en la carne roja.)
Pero aqu¨ª, en la India, la mayor¨ªa de los vegetarianos se cree que lo elige. Los indios consumen cinco kilos de carne ¨Ccualquier carne¨C por a?o y por persona: cinco kilos, diez veces menos que los chinos. Y se creen que lo eligen: son los milagros de las ideolog¨ªas.
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El hambre es, por supuesto, muy confuso. Las cifras var¨ªan: es muy dif¨ªcil calcular con precisi¨®n cu¨¢ntos hombres y mujeres pasan hambre. La mayor¨ªa vive en pa¨ªses con estados precarios, incapaces de registrar a buena parte de sus ciudadanos, y las organizaciones que tratan de contarlos tienen que usar, en lugar de censos detallados, c¨¢lculos estad¨ªsticos.
La FAO es la agencia de Naciones Unidas responsable de cifrar ¡°el hambre en el mundo¡±. Lo intentan: estudian los inventarios agr¨ªcolas, las importaciones y exportaciones de alimentos, los usos nacionales de esos alimentos, las dificultades econ¨®micas y desigualdades sociales y, a partir de ah¨ª, determinan la supuesta disponibilidad de comida para cada individuo: la diferencia entre necesidades cal¨®ricas y calor¨ªas disponibles les da su cantidad de desnutridos. Es un m¨¦todo posible ¨Cy no hay todav¨ªa otros que funcionen¨C, pero es tan aproximado que resulta muy maleable: sus resultados son tan hipot¨¦ticos que se pueden corregir seg¨²n las necesidades del momento.
De hecho, ¨²ltimamente la FAO consigui¨® una reducci¨®n importante de la cantidad de desnutridos del mundo ¨Ccon un cambio en la metodolog¨ªa de sus c¨¢lculos. Ya lo hab¨ªa hecho otras veces. En 1974 sus expertos estimaron que la cantidad de hambrientos del mundo rondaba los 460 millones. Era m¨¢s o menos lo mismo que dec¨ªan otras organizaciones ¨Cla OMS, Unicef. Y que en diez a?os la cifra pod¨ªa pasar a unos 800 millones; en 1989 confirmaron sus predicciones: hab¨ªa, dijeron, entonces, 786 millones de hambrientos.
Pero en 1990 la FAO revis¨® todos sus c¨¢lculos anteriores. Dijo que el m¨¦todo estad¨ªstico que hab¨ªan usado estaba mal y que ahora sab¨ªan que en 1970 no hab¨ªa 460 millones de hambrientos sino m¨¢s del doble: 941 millones. Lo cual les permit¨ªa decir que los 786 millones de ese momento ¨C1990¨C no supon¨ªan un aumento del hambre sino un retroceso: un gran logro.
Diez a?os despu¨¦s, en 1999, dijeron que los hambrientos eran 799 millones ¨C?d¨®nde estar¨ªa el mill¨®n que les falt¨® para 800?¨C y que por lo tanto el hambre hab¨ªa vuelto a avanzar. Hasta que volvieron a revisar sus propios n¨²meros y dijeron que, en realidad, en 1990 no hab¨ªa 786 sino 818 millones y que, por lo tanto, hab¨ªamos ganado otra vez. Y ahora, en su ¨²ltimo informe, el hambre de 1990 ha vuelto a aumentar: ya eran, retrospectivamente, 1.015 millones de personas. Hemos ganado tanto.
La guerra contra el hambre tambi¨¦n est¨¢ hecha de estas cosas.
Y, sin embargo, las cifras de la FAO son las cifras que se respetan, que se usan ¨Cque este libro tambi¨¦n usa. Y sus cambios no solo sirven para que los grandes poderes mundiales se queden m¨¢s tranquilos y convenzan a sus s¨²bditos de lo bien que funcionan sus pol¨ªticas; tambi¨¦n se usan para decidir el destino de miles de millones de d¨®lares en ayudas y partidas. De esos n¨²meros depende ¨Cen buen burocrat¨¦s¨C la ¡°continuidad de las pol¨ªticas¡±, la ¡°asignaci¨®n de los recursos¡±.
Yo decid¨ª usar las cifras m¨¢s conservadoras: prefiero equivocarme por defecto que por exceso. Si aceptamos ¨Cprovisoriamente¨C las ¨²ltimas cuentas revisadas de la FAO, en este momento hay 805 millones de personas con hambre. 805 millones de personas son muchas personas: m¨¢s del 11% de los habitantes del mundo pasa hambre, una de cada nueve personas en el mundo pasa hambre. Una de cada nueve personas son muchas personas: si el hambre no estuviera tan cuidadosamente distribuido, una de cada nueve personas incluir¨ªa forzosamente, mi estimado lector, a alguno de sus t¨ªos, un par de compa?eros de trabajo, varios amigos de la infancia o la escuela o el equipo de f¨²tbol, esa se?ora flaca dos filas m¨¢s all¨¢, qui¨¦n le dice usted mismo.
Pero no es cierto que sean un hombre o una mujer de cada nueve ¨Co es cierto de un modo que no es cierto. El hambre, es obvio, no est¨¢ repartido en uno de cada nueve habitantes del planeta; est¨¢ perfectamente concentrado en los pa¨ªses m¨¢s pobres, lo que el burocrat¨¦s llama ¡°pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo¡± por no llamar pa¨ªses en la v¨ªa: el Otro Mundo.
(Ya nadie dice ¡°subdesarrollado¡±; dicen ¨Cburocrat¨¦s¨C ¡°en v¨ªas de desarrollo¡±. La palabra underdeveloped, que parece tan cl¨¢sica, es de las m¨¢s recientes. Apareci¨® en ingl¨¦s hacia fines del siglo XIX, pero se usaba solo en fotograf¨ªa para definir una copia poco revelada. Su primer uso pol¨ªtico data de 1949, en el discurso inaugural del presidente americano Harry Truman: ¡°Debemos embarcarnos en un nuevo programa para que los beneficios de nuestros adelantos cient¨ªficos y nuestro progreso industrial ayuden a la mejora y el crecimiento de las ¨¢reas subdesarrolladas. M¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n del mundo vive en condiciones cercanas a la miseria. Su alimentaci¨®n es inadecuada. Son v¨ªctimas de enfermedades. Su vida econ¨®mica es primitiva. Su pobreza es una desventaja y una amenaza tanto para ellos como para las ¨¢reas m¨¢s pr¨®speras¡±.)
La amenaza, de alg¨²n modo, por suerte permanece. Y todav¨ªa la llamamos Tercer Mundo: un concepto claramente perimido. Decir Tercer Mundo ten¨ªa sentido cuando hab¨ªa otros dos: el supuesto Primer Mundo ¨Cel bloque capitalista tal como qued¨® constituido despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial¨C y el supuesto Segundo Mundo ¨Cel bloque sovi¨¦tico que se fue armando a partir de esa guerra, la revoluci¨®n china, las independencias africanas y asi¨¢ticas. El Tercer Mundo era, entonces, ese conglomerado dis¨ªmil, confuso, de pa¨ªses que no estaban ni en el Primero ni en el Segundo: que no eran ni ricos ni sovi¨¦ticos.
El Segundo Mundo, sabemos, ya no existe; no puede haber Tercero. Pero el planeta sigue estando claramente dividido: hay un bloque rico, norte?o, ¨Ccada vez menos¨C occidental, donde la calidad de vida es infinitamente superior, que sigue marcando ¨Ctodav¨ªa¨C la pol¨ªtica y la econom¨ªa.
Y despu¨¦s viene el OtroMundo: los pobres, los m¨¢s pobres.
Hay pa¨ªses cuya pertenencia al OtroMundo podr¨ªa discutirse; hay muchos que no. Cincuenta, para empezar, pueden reivindicar su derecho indudable: son los que forman la lista de ¡°pa¨ªses menos desarrollados¡±, una categor¨ªa que inventaron las Naciones Unidas hace cuarenta a?os para definir a los m¨¢s pobres de los pobres: los desconocidos de siempre.
Entre ellos hay 34 pa¨ªses africanos: adem¨¢s de N¨ªger est¨¢n Angola, Ben¨ªn, Burkina Faso, Chad, Comoros, Eritrea, Etiop¨ªa, Gambia, Guinea, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial, Lesoto, Liberia, Madagascar, Malawi, Mali, Mauritania, Mozambique, Rep¨²blica Centroafricana, Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo, Rwanda, Santo Tom¨¦ y Pr¨ªncipe, Senegal, Sierra Leona, Somal¨ªa, Sud¨¢n, Sud¨¢n del Sur, Tanzania, Togo, Uganda, Yibuti, Zambia.
Y tambi¨¦n hay 14 de la regi¨®n Asia-Pac¨ªfico ¨CAfganist¨¢n, Bangladesh, But¨¢n, Camboya, Kiribati, Laos, Myanmar, Nepal, Samoa, Salom¨®n, Timor Oriental, Tuvalu, Vanuatu, Yemen¨C y un americano, el infaltable Hait¨ª. Otros tres ¨CBotswana, Cabo Verde, Maldivas¨C fueron promovidos hace poco a ¡°pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo¡±.
Esos 50 pa¨ªses ¨Cdonde viven m¨¢s de 750 millones de personas, el 11% de la humanidad¨C re¨²nen entre todos el 0,5% de la riqueza mundial.
Son el n¨²cleo duro, el indiscutible. Pero se les pueden agregar los otros pa¨ªses que seg¨²n el PNUD tienen un ?ndice de Desarrollo Humano insuficiente: Burundi, Kenia, Namibia, Swazilandia, Zimbabwe, Gab¨®n, Nigeria, Marruecos, Egipto, Siria, Pakist¨¢n, Afganist¨¢n, Tayikist¨¢n, Turkmenist¨¢n, Uzbekist¨¢n, Kirguist¨¢n, Mongolia, Vietnam, Sri Lanka, Tailandia, Filipinas, Indonesia, Pap¨²a Nueva Guinea, Fiji, Micronesia, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Rep¨²blica Dominicana, El Salvador, Surinam, Guyana, Bolivia, Paraguay, y hasta un pa¨ªs europeo, el m¨¢s pobre de todos: Moldavia.
(O, si no, olvidarse de todos esos nombres y quedarse con un criterio fr¨ªvolo: se llamar¨¢ OtroMundo a los 128 pa¨ªses cuyos productos brutos anuales son menores que la fortuna del se?or m¨¢s rico del mundo, un mexicano llamado Carlos Slim.)
Y quedan, todav¨ªa, las grandes mezclas: los cinco pa¨ªses cuyo desarrollo est¨¢ moviendo el mercado global ¨Clos BRICS, Brasil, Rusia, India, China, Sud¨¢frica¨C tienen enormes cantidades de poblaci¨®n hundida. De hecho, entre la India y China concentran casi la mitad de la desnutrici¨®n mundial. Las diferencias ¨Clas pertenencias¨C no siempre respetan los l¨ªmites nacionales. Entre las costas chinas y sus provincias interiores hay m¨¢s distancias que entre Francia y Turqu¨ªa; entre San Pablo y el sert¨®n brasilero sigue habi¨¦ndolas m¨¢s que entre Italia y Armenia.
Y lo mismo pasa, de alg¨²n modo, con los pobres de pa¨ªses que se pretenden clase media del mundo, como la Argentina o M¨¦xico, o, incluso, con los nuevos pobres de los pa¨ªses m¨¢s ricos.
Todos ellos viven, de formas varias, en el OtroMundo.
En el OtroMundo no hay casas firmes, no hay cloacas, no hay agua corriente, no hay hospitales ni escuelas que curen o que ense?en, no hay trabajos dignos, no hay estado protector, no hay garant¨ªas, no hay futuro.
En el OtroMundo no hay, sobre todo, comida para todos.
De los 805 millones de hambrientos, la mayor¨ªa est¨¢ en el sur de Asia: 276 millones, por el peso de los indios y los bengal¨ªes. Son unos 35 millones menos que hace diez a?os y siguen siendo el 16% de la poblaci¨®n. Los 161 millones de asi¨¢ticos del Este son, en su mayor¨ªa, chinos: son casi 34 millones menos que hace diez a?os. En el sudeste de Asia la cantidad de hambrientos tambi¨¦n se redujo mucho: de 113 millones pasaron a 64. En ?frica negra, en cambio, aument¨®: eran 209 en 2000, son 214 millones ahora. Igual que en ?frica del Norte y Medio Oriente: de 18 millones pasaron a 32. En Am¨¦rica Latina, en cambio, bajaron de 61 millones en 2000 a 37 hoy. Y los 15 millones de hambrientos del ¡°mundo desarrollado¡± siguen m¨¢s o menos constantes.
As¨ª que el Otro Mundo ¨Cno podr¨ªa ser de otra manera¨C concentra la mayor parte de los hambrientos del planeta: 780 millones de personas.
El hambre es el mal que m¨¢s personas sufren ¨Cdespu¨¦s de la muerte, que sufren casi todas.
Y es, por eso, el que m¨¢s mata ¨Cs¨ª, despu¨¦s.
No tienen plata, no tienen propiedades, no tienen peso: no suelen tener formas de influir en las decisiones de los que toman decisiones. Hubo tiempos en que el hambre era un grito, pero el hambre contempor¨¢neo es, sobre todo, silencioso: una condici¨®n de los que no tienen la posibilidad de hablar. Hablamos ¨Ccon la boca llena¨C los que comemos. Los que no comen generalmente callan. O hablan donde nadie los escucha.
De esos 780 millones de desnutridos del OtroMundo, unos 50 son v¨ªctimas de alguna situaci¨®n excepcional: un conflicto armado, una dictadura despiadada, una cat¨¢strofe natural o clim¨¢tica ¨Csequ¨ªas, inundaciones, terremotos. Quedan 735 millones que no pasan hambre por ninguna situaci¨®n excepcional: solo porque les toc¨® formar parte de un orden social y econ¨®mico que les niega la posibilidad de alimentarse.
Seg¨²n la FAO, el 50% de los hambrientos del mundo son peque?os campesinos con un trocito de tierra, el 20% campesinos sin tierra, el 20% pobres urbanos, el 10% pastores, pescadores, recolectores.
Desde 2007 ¨Cse supone, se calcula¨C algo cambi¨® radicalmente en la poblaci¨®n del mundo: por primera vez en la historia, m¨¢s personas viven en las ciudades que en los campos. La explicaci¨®n m¨¢s obvia: millones de personas huyen todos los a?os de sus campos porque, en conjunto, los campesinos siguen siendo m¨¢s pobres. De los 1.200 millones que viven en ¡°extrema pobreza¡± ¨Cseg¨²n el Banco Mundial, menos de 1,25 d¨®lares por d¨ªa¨C tres cuartos viven en el campo: 900 millones de campesinos extremadamente pobres.
Entre esos campesinos sin tierra o con tan poca tierra se reclutan las presas favoritas del hambre: tres de cada cuatro no comen suficiente. El resto son los habitantes de ese nuevo lugar de la miseria, los m¨¢rgenes de las grandes ciudades, los slums favelas bidonvilles villamiserias.
En cualquier caso, el hambre sigue siendo la mayor amenaza para la salud de los habitantes del OtroMundo: mata todos los d¨ªas m¨¢s personas que el sida, la malaria y la tuberculosis juntas.
El hambre es una de las razones principales para explicar que la esperanza de vida en Espa?a sea de 82 a?os y de 41 en Mozambique; 83 en Jap¨®n y en Zambia 38: que haya personas que nazcan con todas las chances de vivir el doble que otras solo porque nacieron en otro lugar, en otra sociedad. No se me ocurre forma m¨¢s bruta de injusticia.
(Se trata de redefinir qu¨¦ es mortal y qu¨¦ no: de qu¨¦ es ¡°l¨ªcito¡± morirse y de qu¨¦ no. Todo est¨¢ ah¨ª: en realidad, el mayor esc¨¢ndalo es esta obviedad de que, cada a?o, cada mes, cada d¨ªa, se mueren miles, millones de personas que no deber¨ªan morirse o, mejor dicho: que no se morir¨ªan de lo que se est¨¢n muriendo si no vivieran en pa¨ªses pobres, si no fueran tan pobres.
Se trata de pensar en el mayor privilegio posible: vivir all¨¢ donde otros mueren. Y despu¨¦s tenemos que hablar de todo el resto: de esas vidas dif¨ªciles, de esas angustias, de esos enormes despilfarros de personas.)
Los n¨²meros atacan ¨Cy podr¨ªan seguir p¨¢ginas y p¨¢ginas. Pero los n¨²meros suelen ser, tambi¨¦n, lo sabemos, el refugio de ciertos canallas. ?Y si en lugar de ser 805 millones los hambrientos fueran 100 millones? ?Y si fueran 24 millones? ?Y si fueran 24? ?Entonces dir¨ªamos ah bueno, no es tan grave? ?Cu¨¢nto empieza a ser grave? Los n¨²meros son la coartada de un relativismo pobre. Si les pasa a much¨ªsimos es muy malo, si a muchos es m¨¢s o menos malo, si a pocos no es tan malo. Si este libro fuera valiente ¨Csi yo fuera valiente¨C no incluir¨ªa ning¨²n n¨²mero.
No somos: me refugio, canalla, en la cuevita de la cantidad.
Extracto del libro El hambre, de Mart¨ªn Caparr¨®s, publicado por la Editorial Anagrama.
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