Supervivientes del corredor de la muerte
HOLA, ESTA ES mi primera vez aqu¨ª. Me llamo Sabrina Butler y soy la ¨²nica mujer que ha sido exonerada en Estados Unidos. Estuve en el corredor de la muerte seis a?os y medio. Fui liberada en 1995. Me alegra haber venido¡±. M¨¢s de 50 personas aplauden con fuerza. Saben lo importante que es la llegada de un testimonio m¨¢s a su lucha colectiva. Son Witness to Innocence (testigos para la inocencia), una organizaci¨®n que a¨²na a personas que fueron condenadas injustamente a la pena capital por cr¨ªmenes que no hab¨ªan cometido
Suelen juntarse a puerta cerrada un par de veces al a?o. Solo ellos y sus familias. Lo llaman the gathering, la reuni¨®n, un retiro espiritual de tres o cuatro d¨ªas. Viajan desde todo EE UU. Comparten miedos, experiencias terribles, la angustia que a¨²n arrastran. Pero tambi¨¦n hay risas. Fraternidad. Y una vibrante energ¨ªa positiva. Han logrado salir del peor agujero que uno pueda imaginar. Emanan una luz ¨²nica. Pero tambi¨¦n asoman las cicatrices.
Es junio de 2011, Richmond, Virginia, Estados Unidos. Esta vez se han congregado en Roslyn Center, una antigua granja de la Di¨®cesis Episcopal de Virginia. ¡°Un lugar para relajarse, renovarse y revitalizarse¡±, se publicita. Se encuentra en lo alto de una suave colina, rodeado de campos buc¨®licos y praderas. Al atardecer, luci¨¦rnagas emiten fogonazos y los exconvictos disfrutan de una barbacoa. Hamburguesas, perritos, cerveza. Hay un concierto de rock en un granero. Un silencioso tipo con sombrero de cowboy, Albert Burrell, que pas¨® 13 a?os en una de las peores c¨¢rceles del pa¨ªs, la de Angola (Luisiana), baila animado.
Sabrina Butler y Roszalia Ellen, su madre, han venido desde Columbus (Misisipi). Del cintur¨®n de la Biblia, donde la esclavitud y la segregaci¨®n racial fueron m¨¢s duras. Sabrina tuvo su primer hijo a los 15 a?os. El segundo a los 17. Una ma?ana de 1989, este ¨²ltimo dej¨® de respirar. En estado de shock, Sabrina sigui¨® los consejos de una vecina: practic¨® sobre el beb¨¦ maniobras de reanimaci¨®n. Cuando el peque?o Walter lleg¨® al hospital, estaba muerto. Con el pecho amoratado. Sabrina fue detenida, y reci¨¦n cumplidos los 18 a?os, condenada a muerte.
Junio de 2016. Sabrina asoma a la puerta de su casa, ubicada en la parte trasera de un pol¨ªgono, una gasolinera y un desguace. Sonr¨ªe, est¨¢ animada. En su hogar cuelgan retratos de Rosa Parks, Martin Luther King y Barack Obama. Su primer hijo, Danny, saluda: hoy tiene 30 a?os. Sabrina reh¨ªzo su vida, se cas¨® con Joe Porter, al que conoci¨® cuando este era guardia del corredor de la muerte, y tuvieron dos hijos, Joe Jr. (hoy de 19 a?os) y Nakeria (de 14). Desentierra lo que llama el Scrapbook of horror (¨¢lbum del horror). Muestra recortes de peri¨®dico sobre su caso. Y una vieja imagen de su beb¨¦ Walter, mil veces pegada con celof¨¢n a las paredes de su celda.
Sabrina, a diferencia de la mayor¨ªa de los que han logrado demostrar su inocencia, gan¨® una demanda compensatoria por el error que se cometi¨® con ella. Pide que no se difunda la suma. Con el dinero, compr¨® dos casas muy humildes; en una vive con su familia y la otra, adyacente, la tiene alquilada: su ¨²nica fuente de ingresos. Desde que fue declarada inocente nunca ha conseguido un empleo. Cerca se encuentra el lugar donde se torci¨® todo. Se sube a su coche y conduce hacia el apartamento donde viv¨ªa cuando su beb¨¦ expir¨®. El abogado que acept¨® revisar su caso, Clive Stafford-Smith, hoy una de las grandes voces contra Guant¨¢namo, logr¨® probar en un nuevo juicio que el peque?o Walter falleci¨® de una enfermedad del ri?¨®n.
De camino, Sabrina se?ala por la ventanilla el probable causante de que su hijo muriera: una explanada donde un d¨ªa se situaba la planta qu¨ªmica de la compa?¨ªa Kerr-?Mcgee. Durante a?os verti¨® en estas barriadas de afroamericanos residuos de creosota, una sustancia qu¨ªmica que contiene 300 elementos que pueden provocar irritaciones, convulsiones, problemas de ri?¨®n e h¨ªgado, c¨¢ncer de piel y de escroto y la muerte. La gente a¨²n vive en el entorno. El suelo sigue contaminado, como otros 2.772 lugares por todo el pa¨ªs. La compa?¨ªa fue denunciada en 2012 por el Departamento de Justicia de EE UU. Dos a?os m¨¢s tarde lleg¨® a un acuerdo con la empresa y esta se comprometi¨® a pagar 5.100 millones de d¨®lares para paliar el desastre y compensar a m¨¢s de 8.000 afectados. Sabrina no est¨¢ reconocida a¨²n entre ellos y sigue su pelea judicial.
¡°Cuando me enviaron al corredor Fui salvado. Habr¨ªa muerto o matado a alguien¡±, reconoce ron.
El coche se adentra en una calle sin salida. Surge un bloque de apartamentos. Mira el lugar donde perdi¨® a su beb¨¦. Y abandona el lugar con un suspiro. ¡°No me gusta estar aqu¨ª¡±. Enseguida vuelve a su optimismo habitual. Y recuerda su primera reuni¨®n con Witness to Innocence en Virginia: ¡°Fueron cuatro d¨ªas muy emotivos. ?Me hizo sentir bien!¡±. Su recorrido vital es bastante t¨ªpico: tras salir de prisi¨®n, la mayor¨ªa se sienten perdidos, no encuentran empleo ni sitio en la sociedad. La primera vez que Sabrina supo que hab¨ªa otros como ella fue en 1998, cuando la Universidad Northwestern de Chicago organiz¨® una conferencia sobre errores judiciales, en la que junt¨® a 63 inocentes, una veintena de ellos del corredor de la muerte.
Sabrina asisti¨®, pero pasaron 13 a?os hasta que lleg¨® a Witness. Hoy, pelea contra un sistema en el que por cada diez personas ejecutadas, una es liberada. Desde 1976, la justicia ha reconocido su error en 156 casos de pena capital. Dos de ellos mujeres: adem¨¢s de Sabrina, otra, Debra Milke, fue exonerada en 2015 y tambi¨¦n se ha unido a la organizaci¨®n, por la que han desfilado cerca de 50 resucitados. Aunque no es f¨¢cil encontrarlos. Unos desaparecen. A otros no les interesa. O resultan ilocalizables.
Ron Keine es uno de los exconvictos m¨¢s activos en la b¨²squeda de hermanos perdidos. Quiz¨¢ por su propio recorrido vital. Su caso se remonta a principios de los setenta. Era motero en los a?os del Born to be wild. Pertenec¨ªa a un motoclub con historial delictivo: The Vagos. Pero fue condenado, junto a tres compa?eros, por un asesinato que no hab¨ªa cometido. Su juicio fue una farsa con testigos y forenses comprados y la complicidad de los fiscales. Tras pasar dos a?os en el corredor de Nuevo M¨¦xico, sali¨® su fecha de ejecuci¨®n. Nueve d¨ªas antes, un polic¨ªa se confes¨® como el verdadero autor del crimen.
Han pasado 40 a?os y Ron prefiere ver la parte positiva: ¡°Cuando me enviaron al corredor de la muerte, no fui arrestado. Fui salvado. Habr¨ªa acabado muerto de un disparo, o matando a cualquiera por las guerras entre moteros. Llegu¨¦ a asistir a 11 funerales de compa?eros¡±. Lo cuenta en el porche trasero de su casa, en Sterling Heights (Michigan), frente al garaje donde guarda una Harley con la que a¨²n sale a morder el asfalto, otras motos que repara por afici¨®n y un Chevrolet El Camino semicubierto por una lona. Una vez libre, en 1976, Ron se escondi¨®. Su rostro era conocido y le miraban con desconfianza. Se puso a trabajar 18 horas diarias. ¡°Quer¨ªa encarrilar mi vida¡±. Lo consigui¨®. Comenz¨® repartiendo entre sus vecinos sacos de sal para combatir el hielo del invierno. En menos de un a?o, contaba con 80 empleados. No le dedic¨® un minuto a pensar que podr¨ªa haber otros como ¨¦l: ¡°?Otros inocentes del corredor de la muerte? Nunca pens¨¦ en ello¡±.
En 1998, a Ron tambi¨¦n le invitaron a la conferencia de la Universidad de Northwestern. Dud¨® si ir o no. Le convenci¨® Pat Aimee, su pareja. ¡°Hazlo¡±, le dijo. ¡°Conocer¨¢s a gente como t¨²¡±. Pat y Ron comenzaron a salir en 1994. ?l tard¨® una temporada en confesarle su pasado. Ella recuerda el momento: ¡°Sent¨ª dolor en el coraz¨®n. Ten¨ªa tantas preguntas. ?C¨®mo se sobrevive a algo as¨ª?¡±. Las mujeres, sean hermanas, parejas o hijas, son uno de los puntos de apoyo clave de estas personas. Sin ellas, muchos naufragar¨ªan por el camino.
Aquella conferencia fue el germen de Witness to Innocence, que naci¨® en 2003, promovida por la monja Helen Prejean (Susan Sarandon interpret¨® su papel en la pel¨ªcula Pena de muerte). La idea fue ¡°empoderar¡± a los exonerados, convertirlos en oradores. Y lograr, con su testimonio, sacudir la opini¨®n de EE UU a favor de la pena de muerte. A mediados de los noventa, un 80% de la poblaci¨®n apoyaba las ejecuciones. Hoy son el 61%, seg¨²n Gallup. Desde que existe Witness, la pena de muerte ha sido abolida en ocho Estados y otros cuatro han dejado de aplicarla. Seg¨²n Ron, ¡°la inocencia ha sido el factor clave¡±. En 2015, hubo 28 ejecuciones, el n¨²mero m¨¢s bajo en 25 a?os.
¡°Cuando me enviaron al corredor Fui salvado. Habr¨ªa muerto o matado a alguien¡±, reconoce ron.
Parad¨®jicamente Amnist¨ªa Internacional alerta de una tendencia al alza en el mundo: con 1.634 muertes (el 60% en Ir¨¢n), el a?o pasado fue el peor desde 1991. Y sin incluir China. Prejean, que lleva toda su vida peleando contra la pena capital en EE UU, explica la importancia del testimonio de los inocentes en esta lucha: ¡°Hay gente que tiene una opini¨®n preconcebida: ¡®Seguro que hicieron algo. Salieron por un tecnicismo legal¡¯. Los ven como despojos. No se f¨ªan. Pero cuando los escuchan, se plantean: ¡®?Y si le pasara a mi hijo?¡¯ ¡®?Y si me pasara a m¨ª?¡±.
Octubre de 2011. Ocho exonerados viajan por Texas con una agenda muy apretada. Charlas, conferencias, entrevistas. En grandes ciudades y en peque?as comunidades. En iglesias y universidades. Un road trip. Lo han bautizado como el Texas Freedom Tour. Dos semanas predicando en el desierto sure?o. En el Estado que m¨¢s personas han ejecutado en la historia de EE UU: un tercio de los 1.437 muertos por la pena capital en los ¨²ltimos 40 a?os. Ron Keine, Albert Burrell, Greg Wilhoit y Shujaa Graham comparten furgoneta. Entre los cuatro suman m¨¢s de 30 a?os entre rejas. Charlan animadamente. Rememoran vivencias en com¨²n. Desde aquel primer encuentro de 1998 se han convertido en grandes amigos.
Shujaa, un afroamericano que pas¨® la infancia en las plantaciones de algod¨®n de Luisiana, se sube al estrado de la Facultad de Derecho de la South Texas University y exclama: ¡°?No estoy vivo gracias al sistema, sino a pesar del sistema!¡±. Un discurso vibrante. Los de Greg son m¨¢s crudos: ¡°Mi pesadilla comenz¨® cuando mi esposa fue hallada muerta de la forma m¨¢s brutal: hab¨ªa sido violada, le hab¨ªan dado una paliza, le hab¨ªan cortado el cuello¡, ya sab¨¦is, el lote completo¡±. ?l era el sospechoso perfecto: el matrimonio, con dos hijas de 14 y 4 meses, atravesaba una mala racha. Se acababan de separar, tras dos a?os de relaci¨®n. Se hab¨ªan conocido en una cl¨ªnica de desintoxicaci¨®n.
Greg fue condenado en 1985 con una ¨²nica prueba: una mordedura en el pecho de su esposa. Pas¨® cinco a?os en el corredor de Oklahoma. Cuando se reabri¨® el caso, se demostr¨® que la huella no le pertenec¨ªa. Sali¨® en libertad y, en cuesti¨®n de d¨ªas, se mud¨® a Sacramento (California), donde trat¨® de rehacer su vida e incluso se cas¨® de nuevo. Pero volvi¨® a coquetear con las drogas. Y comenz¨® a beber. Dos s¨ªntomas claros de que le persegu¨ªa un fantasma invisible de consecuencias catastr¨®ficas: el estr¨¦s postraum¨¢tico. Muri¨® en 2014, por complicaciones en el h¨ªgado. Sufr¨ªa de hepatitis C y cirrosis.
Aun as¨ª, la familia Wilhoit emana una extra?a armon¨ªa. Como si, a pesar del sufrimiento, estuvieran en paz con el mundo. Los ancianos Ida Mae y Guy, padres de Greg, viven en su casa de toda la vida, a las afueras de Tulsa (Oklahoma). En su sal¨®n enmoquetado cuentan, como sol¨ªa hacerlo su hijo, que lo peor fue tener que dar en adopci¨®n a las peque?as. A pesar de ser criadas por unos nuevos padres, sol¨ªan visitar a sus verdaderos abuelos, pero jam¨¢s a Greg en prisi¨®n: ¨¦l lo hab¨ªa prohibido.
¡°Rezo para poder perdonar al fiscal que acus¨® a mi hijo. No soy capaz. A¨²n le odio¡±, dice el padre de greg.
Krissy, la mayor de las hijas, agarra con fuerza la mano a Guy y recuerda el d¨ªa en que su padre sali¨® libre. Ten¨ªa seis a?os. ¡°Me lanc¨¦ sobre ¨¦l y lo abrac¨¦¡±. Solo lo conoc¨ªa de hablar por tel¨¦fono. Ella y su hermana lo llamaban pap¨¢ Greg. La relaci¨®n fue buena, pero sentimentalmente ya no era su padre. Con entereza, la familia desgrana detalles de su caso, el sentimiento de culpa, el abogado borracho que no hizo nada por ellos y c¨®mo no supieron reaccionar a tiempo. ¡°Espero que nunca escuch¨¦is c¨®mo un fiscal os dice lo cruel y horrible persona que es vuestro hijo¡±, dice Guy. ¡°Rezo para perdonar a ese hombre. No he sido capaz. A¨²n le odio¡±.
Cuando fue declarado inocente, en el segundo juicio, el padre le dijo a Greg: ¡°Te han dado una segunda oportunidad¡±. Guy a?ade que su hijo quiso aprovecharla y se convirti¨®, compartiendo su testimonio, en una voz poderosa contra la pena de muerte. ¡°Nos impresion¨®¡±, dice orgulloso. ¡°No ten¨ªa ni idea de que era capaz de hablar as¨ª¡±. Seg¨²n Nancy, su hermana: ¡°Le dio sentido a su vida. Le subi¨® la autoestima. Y encontr¨® a sus mejores amigos: Shujaa Graham, Ron Keine¡¡±. Witness to Innocence fue creada como una agencia de oradores. Pero enseguida se hizo patente que, a¨²n m¨¢s importante, era el apoyo mutuo: ¡°Se sentaban y comenzaban a contar historias del corredor. Con un humor muy negro. Era hilarante. Crearon un v¨ªnculo impresionante. Dieron un rumbo nuevo a la organizaci¨®n¡±.
Suelen sincerarse a puerta cerrada. Son momentos intensos. Beben una cerveza tras otra. Y pasan de la carcajada a la seriedad en segundos. Impacta escuchar a Ron Keine, el viejo motero, contarle a Randy Steidl (17 a?os en el corredor de Illinois), mientras anochece en la buc¨®lica granja de Virginia, c¨®mo ocho guardias le sacaron un d¨ªa de su celda y le patearon hasta dejarlo inm¨®vil. La pareja de Ron, Pat, sentada a su lado, se tapa los o¨ªdos y cierra los ojos. Hay un silencio, pero a continuaci¨®n, Randy cuenta c¨®mo una de las reporteras que lo entrevistaron al poco de dejar el corredor, le pregunt¨® con inocencia: ¡°?Qu¨¦ es lo que m¨¢s echabas de menos en prisi¨®n?¡±. ?l respondi¨® arqueando las cejas con gesto p¨ªcaro. ¡°?Aparte de eso!¡±, replic¨® la periodista. Y todos sueltan una risotada.
Pero tambi¨¦n hay dramas. Como el de Shabaka Brown (14 a?os en el corredor), miembro de la organizaci¨®n que mat¨® a su esposa en 2012. Ambos eran alcoh¨®licos. La noticia cay¨® como una bomba en Witness, donde las sesiones de terapia tratan de evitar que los traumas desemboquen en situaciones irreversibles.
En las reuniones, hay debates sobre c¨®mo luchar contra la pena de muerte o c¨®mo conseguir una indemnizaci¨®n. Pero tambi¨¦n escapan de sus vidas cotidianas: karaokes, conversaciones hasta altas horas en habitaciones de motel, juergas. Albert Burrell, el cowboy, es siempre el que m¨¢s baila. Su vida transcurre en Texas. En 2011, viv¨ªa en una caravana mugrienta en el rancho de su hermana Estell, ten¨ªa dos caballos y vend¨ªa chatarra. Albert no sabe leer ni escribir (salvo su nombre y un pu?ado de palabras) y padece retraso mental. Fue condenado despu¨¦s de que su exesposa lo acusara falsamente de un doble asesinato en su localidad. Estaban enfrentados por la custodia de su hijo. Cuando lo detuvieron firm¨® una declaraci¨®n de culpabilidad: los agentes que lo interrogaban le prometieron, a cambio, agua y comida. Pas¨® 13 a?os en el corredor. Cuando sali¨® libre, en 2000, le dieron 10 d¨®lares y una cazadora. Estaba nevando. No ha vuelto a ver a su hijo.
Albert es una de esas personas a las que m¨¢s arropan sus hermanos. Phyllis Prentice, la esposa de Shujaa, y miembro del equipo directivo de la organizaci¨®n, explica la importancia de sus reuniones: ¡°El gathering?es como un club de veteranos¡±. Tambi¨¦n para las familias. Entre ellas comparten sus miedos y sus preguntas sin respuesta. No es f¨¢cil convivir con un exonerado. Con sus pesadillas y ataques de p¨¢nico. Con el estr¨¦s postraum¨¢tico. Phyllis, una joven blanca del Iowa rural, conoci¨® a Shujaa en la c¨¢rcel. Era enfermera all¨ª. Formaba parte de un movimiento que trataba de mejorar las condiciones en las c¨¢rceles. Colabor¨® en sacar a Shujaa de prisi¨®n en 1981, y comenzaron una vida juntos, sin saber muy bien qu¨¦ esperar el uno del otro. Dejaron atr¨¢s California y, 35 a?os despu¨¦s, tienen tres hijos y seis nietos. Viven en una acogedora casa en Maryland, reflejo de su personalidad: un p¨®ster de Ger¨®nimo, un retrato del Che Guevara, un eslogan de Martin Luther King¡ Es hora de cenar y hay jaleo. La mesa se cubre con papel de peri¨®dico. La familia se sienta a comer cangrejos al estilo sure?o, con mantequilla l¨ªquida y mucho picante. Celebran el d¨ªa del padre.
Los hijos recuerdan a carcajadas el d¨ªa en que su padre les cont¨® c¨®mo conoci¨® a su madre: ¡°Sol¨ªamos besarnos entre rejas. Ella me tra¨ªa burritos para comer¡¡±. Phyllis explica que no fue una historia de Hollywood: les mantiene unidos su activismo pol¨ªtico y social. Ha habido momentos dif¨ªciles, a?aden: cuando Shujaa, de pronto, y sin causa aparente, dejaba de hablarles. ¡°Nada que objetar¡±, dice Cokie, la hija mediana. ¡°Es un h¨¦roe para nosotros¡±. Jabari, el peque?o, lleva el rostro de su padre tatuado en el brazo.
"Hay gente que tiene una opini¨®n preconcebida: 'Seguro que hicieron algo. Salieron por un tecnicismo legal", se?ala Helen Prejean.
Anochece ah¨ª fuera. Brillan luci¨¦rnagas en el jard¨ªn trasero del que se ocupa Shujaa: desde que fue liberado solo ha trabajado como jardinero. Aunque creci¨® en las plantaciones de algod¨®n de Luisiana, se mud¨® siendo un ni?o con su familia a South Central, uno de los barrios m¨¢s conflictivos de Los ?ngeles, escenario de graves disturbios en los a?os sesenta. Cuando el doctor King, Malcolm X o los Panteras Negras peleaban, cada cual a su manera, por los derechos de los negros. Al poco de llegar, Shujaa se meti¨® en problemas: bandas callejeras, robo de coches, reyertas.
La polic¨ªa le detuvo por primera vez con 15 a?os. Pas¨® la adolescencia entrando y saliendo de reformatorios. A los 18, ingres¨® por primera vez en prisi¨®n por un robo del que era ¡°totalmente culpable¡±. All¨ª se dedic¨® a leer, a escribir, a estudiar: ¡°Empec¨¦ a cambiar, a condenar mi pasado. Me un¨ª a un movimiento que peleaba por los derechos de los presos, la justicia social y la educaci¨®n¡±. Particip¨® en huelgas de hambre y protestas, sufri¨® cambios de prisi¨®n y celdas de aislamiento (pas¨® hasta 15 meses en solitario). Un d¨ªa, en una revuelta en la c¨¢rcel de Stockton (California), un guardia fue asesinado. A Shujaa lo acusaron de liderar el mot¨ªn. Fue condenado a muerte y enviado a San Quint¨ªn. Pas¨® 11 a?os en prisi¨®n, 8 en el corredor.
En el televisor vibra la final de la NBA y LeBron James vuela sobre la canasta con un tap¨®n imposible. Reina un ambiente entra?able en el sal¨®n. Uno de los nietos saca una tarta de manzana reci¨¦n hecha. El final perfecto para un d¨ªa que ha comenzado con b¨¦isbol: la familia se ha juntado para ver a Jabari, el hijo menor, batear con su equipo de toda la vida. Shujaa no se pierde un partido. Suele sentarse en el banquillo y no calla un minuto: ¡°Vamos, hijo. Hay que pelear. A eso hemos venido. ?A pelear!¡±.
¡®The Resurrection Club¡¯, un documental de lucha, supervivencia y amistad
En 2010, El Pa¨ªs Semanal viaj¨® hasta Birmingham (Alabama, Estados Unidos) para asistir a una reuni¨®n privada de exconvictos del corredor de la muerte. Fueron cuatro intensos d¨ªas en los que 21 personas que hab¨ªan sido condenadas a morir por cr¨ªmenes que no hab¨ªan cometido desgranaron la historia de sus vidas (arriba, el reportaje publicado entonces). All¨ª estaban tambi¨¦n sus mujeres, hermanos, hijos. Todos pertenecen a Witness to Innocence, la ¨²nica asociaci¨®n que agrupa a exonerados de la pena de muerte y sus familiares en EE UU.
Desde entonces, dos reporteros de El Pa¨ªs Semanal, ?lvaro Corcuera y Guillermo Abril, y un c¨¢mara de EL PA?S TV, Luis Almod¨®var, emprendieron un proyecto documental, regresando en varias ocasiones a EE?UU para entrevistar a los miembros de este club de resucitados. Pensilvania en 2010; Virginia y Texas en 2011. Delaware en 2014. Oklahoma, Misuri, Misisipi, Maryland y Michigan en 2016. Un viaje de seis a?os con la mirada puesta en cuatro protagonistas: Shujaa Graham, Ron Keine, Greg Wilhoit y Albert Burrell. Y junto a ellos, el testimonio de una treintena de compa?eros y familiares.
Su historia de lucha, supervivencia y amistad se ha convertido en el cortometraje documental The Resurrection Club. Producido por La Claqueta PC, en coproducci¨®n con Talycual Cinema y Tito Clint Movies, cuenta con el apoyo de Amnist¨ªa Internacional. Ma?ana, 10 de octubre, d¨ªa mundial contra la pena de muerte, se presenta en el cine Palafox de Madrid. Las entradas, gratuitas (hasta completar aforo), se pueden descargar en es.amnesty.org/the-resurrection-club.
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