Punt, set
El buen profesor llega a clase dispuesto a ser sacudido por el entusiasmo del alumno.
He tenido en mi vida dos clases de profesores: los que se mor¨ªan por saber qu¨¦ podr¨ªan explicarme y los que se mor¨ªan por saber qu¨¦ podr¨ªa aprender yo. Y no hablo de sorprender al maestro (la fantas¨ªa del alumno est¨²pido ¨Caterrado de su ignorancia- que viene a fingir que es un Jedi oculto entre civiles), hablo de lo que me explic¨® magistralmente con el ejemplo, como predican los grandes, Eduard Punset.
Vino a Buenafuente (el programa con nombre del programador que me permit¨ªa conocer a medio mundo), y con esa calma de sabio que emana, murmur¨® mientras lo maquillaban: "Vengo de dar una clase con unos chavales (todo es chavales para ¨¦l, pero tuvo el detalle de especificar) de Secundaria, y me han ense?ado much¨ªsimo".
Me dej¨® paralizada. ?C¨®mo es posible que a este hombre le ense?en algo "unos chavales"?
Y aqu¨ª me abofete¨® la lecci¨®n del se?or que habla ingl¨¦s con acento catal¨¢n. Muchos profesores adoptan el vicio m¨¢s que comprensible de pensar que ya saben, y por no morir de inexactitud, se les tuerce el o¨ªdo hasta que se quedan sordos del todo.
Punset, y por extensi¨®n, los maestros que adoro, tienen el don de seguir siendo permeables; de estar dispuestos a hacer fluctuar sus certezas en la novedad, y ser conmovidos por el hallar del que aprende en su ahora.
El buen profesor llega a clase dispuesto a ser sacudido por el entusiasmo del alumno. Se amolda generosamente a la fuerza demoledora de las ganas de sacar lo mejor, no de ¨¦l mismo, sino siempre del otro.
Qu¨¦ gran lecci¨®n. Punt, set y partido.
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