Trastos
A veces sucede lo contrario: libros que no tiramos, a sabiendas de que nunca los leeremos, porque encierran una promesa y una esperanza incumplidas
En urbana pl¨¢tica con un vecino sobre los trasteros de la finca, coincidimos en que es mejor no tenerlos. Si tienes un trastero, dice, lo vas a llenar, es forzoso. Y todo lo que all¨ª metas no volver¨¢ a salir. Hay que librarse de lo in¨²til. Ten¨ªa raz¨®n. Guardar trastos es una costumbre arcaica. El transtrumera, para los romanos, una bancada, una tabla, cualquier cosa que se apoya entre dos superficies, como las planchas de los andamios. Pod¨ªa servir de algo o no, a la espera de que alguien pasara por all¨ª. Un trasto, vaya.
Por la noche le¨ª, en el reciente volumen de Andr¨¦s Trapiello S¨®lo hechos, un p¨¢rrafo sobre las gafas y las llaves in¨²tiles. Todos las guardamos, aunque sabemos que no sirven para nada. Las gafas ya no corrigen la nueva decadencia ¨®ptica, las llaves no tienen mueble o caja que cerrar. Tiene Andr¨¦s tanta raz¨®n como mi vecino. Pero no todas las cosas se guardan, s¨®lo algunas. Viejas gafas, s¨ª, llaves viejas, tambi¨¦n, pero no agendas o calendarios del a?o pasado, igualmente inservibles. Tampoco mecheros o boquillas, tras dejar de fumar. Ni siquiera las viejas estilogr¨¢ficas cascadas, aunque nos gusten mucho. Ciertamente, es mejor no guardar trastos. Hay que tirar las gafas y las llaves sin uso, aunque Trapiello a?ade algo inquietante: que no las tiramos porque las imaginamos impregnadas de todo lo que vimos con esas gafas y los secretos que guard¨® esa llave.
A veces sucede lo contrario: libros que no tiramos, a sabiendas de que nunca los leeremos, porque encierran una promesa y una esperanza incumplidas. Camisas usadas, pero pre?adas de antiguos amaneceres. Infantiles colecciones de sellos o monedas. Y, lo peor de todo, algunos amigos de toda la vida que no hay modo de tirar al contenedor por mucho que se lo merezcan.
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