?D¨®nde diablos quedaron los cigarrillos electr¨®nicos?
En el turbocapitalismo salvaje las cosas funcionan as¨ª: si algo tiene ¨¦xito, todos en tropel a enriquecernos con ello, a barullo
?Se acuerdan ustedes de los cigarrillos electr¨®nicos? Vaya pasada: iban a cambiar el mundo, a salvar nuestros pulmones y nuestro sistema coronario al tiempo que llenaban los garitos de ex¨®ticos aromas. No hab¨ªa barrio, calle, acera en la que no hubiera una tienda especializada en este artilugio: miles de emprendedores se iban a forrar los ri?ones en platino. Yo mismo vap¨¦e tres meses, como si hubiese encontrado el humo filosofal, pero claro, acab¨¦ volviendo al rubio americano que tanto asco ya me estaba dando. El caso de los vapeadores es la forma m¨¢s f¨¢cil de explicarle a un extraterrestre qu¨¦ es una burbuja. Todo se esfum¨® en lo que duran dos caladas. Ahora los raros que siguen vapeando tienen que buscar su mercanc¨ªa como quien busca droga en un poblado de extrarradio.
En el turbocapitalismo salvaje las cosas funcionan as¨ª: si algo tiene ¨¦xito, todos en tropel a enriquecernos con ello, a barullo. Y tiene uno la impresi¨®n de que le meten las cosas como si tuviera un embudo en la boca. En cada restaurante, hotel, bar, evento, hay un reputado chef con nombre y apellidos (el otro d¨ªa pesadill¨¦ que me levantaba y en mi cocina hab¨ªa un estrella Michelin deconstruyendo mi Cola Cao). Pone uno la tele tratando de escapar (iluso) y venga programas de cocina, en un canal y en otro, con Chicote o sin Chicote, con famosos, sin famosos, con gluten y sin gluten, caramelizados, con cuarto y mitad de chopped, en todas las variantes.
¡°Joder, est¨¢n convirtiendo los gin-tonics en charcas silvestres¡±
Como vende la poes¨ªa de cantautor o rapero, hala, todos a editar lo mismo, y las grandes editoriales a crear nuevas l¨ªneas po¨¦ticas que copar¨¢n las mesas de las librer¨ªas para deleite adolescente. ?Qu¨¦ funcionan los mensajes positivos? Pues toneladas de buen rollo a granel, a paladas, en todo tipo de diarios personales y tazas de caf¨¦. ¡°No supe qu¨¦ ponerme y me puse feliz¡±. Cu¨¢nto cuesta encontrar hoy en d¨ªa algo que no sea cuqui.
Al mismo tiempo, en silenciosa expansi¨®n, el bar de mesa de madera avejentada, pared de ladrillo, bombilla vintage y batido ecol¨®gico van uniformizando las calles de todas las ciudades, que ya son la misma, como si nosotros, est¨²pidos consumidores dispuestos a responder a cualquier est¨ªmulo, fu¨¦ramos el mismo est¨²pido consumidor repetido en diferentes cuerpos. Como vacas a orde?ar o esclavos de Matrix. Joder, est¨¢n convirtiendo los gin-tonics en charcas silvestres.
Todo abunda: los traperos, los amigos en Facebook, la oferta cin¨¦fila en tropecientas plataformas que nos tientan los ojos con miles de pel¨ªculas a un click. Hay de todo por todas partes: lo malo me agobia, lo bueno me satura y no llego a disfrutarlo. Es que las cosas cuando escaseaban ten¨ªan m¨¢s inter¨¦s. Hace veinte a?os imagin¨¦ la posibilidad de tener acceso casi gratuito a toda la m¨²sica existente, como una biblioteca universal, y poder escuchar todo aquello que le¨ªa en las revistas musicales. Ser¨ªa genial, me pasar¨ªa la vida escuchando este disco, y este otro, y este otro. Ahora han inventado Spotify (alguien rob¨® la idea de mi subconsciente) y el peso de la libertad es tan grande, tan mastod¨®ntica la oferta, que no s¨¦ qu¨¦ demonios ponerme a la oreja. Y as¨ª con la vida en general, y el porno en Internet, que se nos cae encima.
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