?frica a pedales (6): un lugar llamado olvido
Autor invitado: Alfonso Rovira
Cap¨ªtulo anterior: En Congo, en casa
Hace tan solo unas semanas parec¨ªa imposible salir de Yaund¨¦, pero ahora los d¨ªas y las semanas discurren a velocidad creciente. O quiz¨¢s pierdo la noci¨®n del ayer, del hoy y el ma?ana. Hace ya pr¨¢cticamente dos meses del inicio del viaje y cada d¨ªa que pasa valoro m¨¢s lo acertado de viajar en bici. Es un viaje duro, para valientes¡ o inconscientes. Supongo que algo de los dos me puedo adjudicar. Pero sea lo que sea, ves cosas que nunca ver¨ªas en coche, en moto, en autob¨²s¡ y mucho menos en avi¨®n. Pues la bici te hace pasar por pueblos olvidados¡ lugares que no existen en los mapas. Y gente que descubre contigo el avance de la civilizaci¨®n¡ o la locura de Occidente.?
Los habitantes de estas tierras no forman parte de ninguna gu¨ªa de viaje. Ni salen en fotos de panfletos tur¨ªsticos. Ni son nombrados en ning¨²n apasionado discurso de un gu¨ªa. Quiz¨¢s no son entendidos como un reclamo atractivo¡ pues no llevan el cabello pintado en barro rojo, ni platos en la boca, ni largu¨ªsimas lanzas apoyadas al hombro, ni viven rodeados de leones salvajes¡
Tampoco practican ritos de m¨¢scaras con tambores, ni danzas curiosas¡ Ayuda quiz¨¢s a su desconocimiento que est¨¢n demasiado lejos de los circuitos habituales, de los aeropuertos, de las ciudades¡ Lo que imposibilita verlos en viajes rel¨¢mpago, en los que salimos del hotel y corremos de un punto a otro para hacernos una foto con los animales, o con las tribus ¡°ense?adas¡±¡ enfundados en nuestros trajes de aventurero y con c¨¢maras que pagar¨ªan a?os de sustento a cualquier familia de aqu¨ª.?
Para verlos hay que estar dispuesto a sufrir las inclemencias del camino. Incomodidades, calores, insectos, escasez de agua potable y alimento, mosquitos y condiciones de higiene poco m¨¢s que b¨¢sicas¡ Pero sin lugar a dudas la balanza se decanta hacia el verlos. Pues a medida que acumulo kil¨®metros, se transforman en el atractivo que m¨¢s se aprecia al pasar los d¨ªas.?
Y esto que me encuentro sumergido en paisajes de ensue?o¡
De nuevo la Ruta
Durante muchos d¨ªas seguidos, cada d¨ªa emprendo la ruta de nuevo y realizo las paradas necesarias para no sucumbir al calor ni al hambre. Y despu¨¦s de llenar el est¨®mago y charlar con los aldeanos, me levanto con energ¨ªa renovada para continuar de nuevo. Una y otra vez. Abandon¨¢ndome dulcemente a su ritmo y cultura. As¨ª que no es tan solo el cuerpo que se recarga¡ sino tambi¨¦n mi esp¨ªritu. Compensando con creces los enormes momentos de vac¨ªo intermedios.
Al paso de los kil¨®metros conozco la vida del pescador, del cazador y del recolector africano.? Y profundizo en la organizaci¨®n que impera en los poblados que visito. Donde la ¡°Chefferie¡±, la casa del jefe del pueblo, tiene que ser el lugar a visitar si pretendes quedarte. Pues es ¨¦l quien te ofrecer¨¢ la hospitalidad local y te dar¨¢ cobijo donde crea conveniente.?
Con el tiempo voy conociendo tambi¨¦n los pasatiempos de los ni?os¡ y el miedo que les causa la presencia de mundele; el blanco en la bici.
Ni?os africanos
Los ni?os son ni?os en todas partes. Son curiosos¡ Pero aqu¨ª muchas veces necesitan un extra de confianza. Eres el extra?o.?
As¨ª que para acercarte a ellos tienes que pasar un proceso... Pero afortunadamente no tengo prisa. Y puedo darles el tiempo suficiente¡
A veces sientes una mirada furtiva. Unos ojos grandes, con infinita curiosidad te observan¡
Primero son miradas lejanas. Una cabecita que t¨ªmidamente asoma escondida detr¨¢s de una puerta, de un ¨¢rbol o una ventana¡ Y cuando intuye que le descubres, se esconde de nuevo¡Pero sabes que volver¨¢¡? Pues cuando pasa el tiempo la curiosidad siempre acaba venciendo. As¨ª, cuando llega el momento propicio, se acercan¡. bajando la mirada. Y con una gran dosis de timidez, se colocan bajo las faldas de su madre, bajo las cuales encuentran el hueco para incrustar su ojo y observarte¡ O detr¨¢s de las espaldas de un padre protector¡ en este caso divertido, que les ofrece un refugio donde espiar al extra?o visitante¡
Y Entonces¡ aparece una sonrisa¡ Un peque?o acercamiento.?
Es el momento de ofrecerle una galleta, una bebida o alguna mueca graciosa, para que la criatura entre en confianza¡ Y entonces descubres que esa criatura apocada gradualmente se convierte en un torbellino de alegr¨ªa. Y pasas entonces a convertirte en juguete. Su juguete.
A veces no tengo tanta suerte¡ y corren y corren en direcci¨®n contraria, llorando desconsolados por la presencia de alguien que imaginan peligroso¡ El monstruo de sus sue?os que viene a por ellos. Y no les culpo, pues a m¨ª mismo me reconozco extra?o, enfundado en mi carcasa de ciclista.
Los J¨®venes
Los que no son tan peque?os acostumbran a tener la reacci¨®n contraria. Quieren verte. Descubrir qui¨¦n eres. De d¨®nde vienes. Su franc¨¦s es elemental¡ pero no importa¡ se comunican como pueden. Una sonrisa, una mirada, un gesto¡ Y sabes lo que quieren. Siempre es lo mismo. Quieren saber de ti. Miran mis alforjas como un cofre del tesoro. Imaginan los extra?os dispositivos m¨¢gicos que debo poseer. Un foco, un fog¨®n, una tienda, una linterna. La curiosidad les posee. Mas respetuosos, no osan acercarse demasiado.?
En sus vidas dentro de sus casas de barro no tienen lujos. Y de repente ver a un extranjero con 4 alforjas repletas de cosas es como asistir al circo. Todo un acontecimiento.?
La cara de alegr¨ªa al dejarles la bici paga cualquier viaje. Ya no es s¨®lo mi transporte¡ ahora es mi principal reclamo.
Noches de Fogata
Recuerdo una de las cenas alrededor del fuego, cuando un extranjero de un pueblo lejano, sorprendido tambi¨¦n por la noche, me acompa?aba. Resultando en una extra?a sensaci¨®n de confort viajero alrededor de las llamas. Contamos historias¡ y vinieron los ni?os de nuevo.?
En lugares como aquel, declarado zona protegida, su comida es tan solo arroz. Pues la caza les queda prohibida. Hecho un tanto extra?o, pues en otros pa¨ªses a los lugare?os les dejan cazar para alimentarse (Nunca para vender), ya que ha sido su modo de vida durante miles de a?os, demostrando no da?ar el medio¡ Pero hace unos a?os el gobierno incaut¨® aqu¨ª los rifles de caza, que les hab¨ªa tra¨ªdo a estos pueblos una facilidad de conseguir sustento.?
De todas formas, la acci¨®n tiene un sentido: evitar al furtivo. Dif¨ªcil juzgarlo¡ El furtivo hace mucho da?o en estos parajes¡ pero est¨¢ claro que para sus habitantes no les ha hecho la vida m¨¢s f¨¢cil. Su dieta se basa en el arroz¡ y cebolla y mandioca cuando son afortunados, ya que debido a los elefantes, que la consideran un manjar privilegiado, en algunas zonas no tienen ni este lujo.
La Comida de los Dioses
Ah, la mandioca¡ no existe mejor alimento en el mundo para el ciclista. Carbohidratos concentrados. Una masa compacta envuelta en hojas y cocinada al vapor o a la brasa, constituye una fuente de energ¨ªa que nunca he visto en otro lado. Sola es insulsa¡ pero ya no me importa. Esta bomba pesada y concentrada, es una explosi¨®n de energ¨ªa para mis piernas fatigadas. Mis barritas energ¨¦ticas, la mayor parte regaladas o comidas por ratones, son una broma qu¨ªmica al lado de este milagro natural.?
La primera vez que lo com¨ª, estaba destrozado durante una larga etapa. Mis piernas no respond¨ªan y el calor sofocaba como nunca. Pero la amabilidad local me regal¨® esta vez su comida: carne de mono en caldo y mandioca. Y descans¨¦ en la sombra de sus casas. Al partir, toda debilidad en mis piernas hab¨ªa desaparecido. Parec¨ªa m¨¢s fuerte que por la ma?ana.? Desde entonces, considero la Mandioca comida de dioses. Dioses modestos, por supuesto.
Los pueblos del Camino
Cu¨¢ntos recuerdos agradables de esta gente me llevar¨¦ a Europa¡ vestidos de sencillez, inocencia y hospitalidad, ceden sus humildes casas al desconocido extranjero.
Estas casas de paja y barro forman un continuo de peque?os pueblos que se suceden a lo largo de kil¨®metros de carreteras y caminos. Repletos de gente que vive de sus recursos, sin complicaciones, apartada de los males que nos aquejan en Occidente¡ o incluso en sus propios pa¨ªses.?
Son pueblos peque?os que raramente superan los 100 habitantes y todos tienen algo en com¨²n. En ellos, de nuevo te das cuenta de que no existe nada m¨¢s all¨¢ del ahora. Son estos momentos de pausa y tranquilidad cuando veo que a pesar de las horas de sol y la inclemente lluvia, el viaje merece la pena ser vivido a pedales. Pues, como en la selva, me transportan a un lugar que poco ha cambiado, habitado por gentes que me recuerdan que el estr¨¦s y los lujos, muchas veces no son la ¨²nica forma de vivir posible.
(Continuar¨¢)
?Espero que os haya gustado! Si quer¨¦is seguir mis aventuras, ir¨¦ alternando art¨ªculos en el Blog de ?frica no es un pa¨ªs y en el m¨ªo, Algo M¨¢s que un viaje
Os invito tambi¨¦n a conocer ver la entrevista realizada a Chema Caballero Que aparte de escribir en ?frica no es un pa¨ªs y ser pionero de los programas de Ni?o Soldado, es? autor del libro ¡°Edjengui se ha dormido¡±, sobre los pigmeos de la Selva de Camer¨²n.
Todas las fotos del autor.
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