Esto es lo que descubr¨ª despu¨¦s de una semana saliendo solo (Parte I)
Barras en las que acodarse de forma sexy, porteros que te dejan pasar gratis por ser el primero y seres atroces que intentan conversar. As¨ª es salir de bares en soledad
El domingo 20 de noviembre fui a tomar un caf¨¦ y me sirvieron una carta. Seg¨²n el camarero, la hab¨ªa dejado all¨ª una chica muy guapa con instrucciones de que me la dieran. No me sorprendi¨® porque yo hab¨ªa hecho lo mismo un par de d¨ªas antes, en otro bar y con otra carta. En ella pod¨ªa leerse una leproser¨ªa de met¨¢foras que desangraban cursiladas para decirle a esta chica, con la que ven¨ªa manteniendo un idilio de rom¨¢nticos tira y aflojas durante los ¨²ltimos meses, que le hac¨ªa un poco lo del querer. En su respuesta, ella confesaba que m¨¢s o menos tambi¨¦n, pero descartaba que pudi¨¦ramos ir m¨¢s lejos por respeto a su novio. S¨ª, me hab¨ªa olvidado de comentarlo pero lo tiene. Novio, digo. Y esto, claro, afea las cosas.
Pas¨¦ una noche t¨¦trica, como es normal. Apenas pude dormir, y al d¨ªa siguiente segu¨ªa rumiando calamidades. Ten¨ªa clase en la universidad, pero me pareci¨® prudente no ir. Este tipo de agravios me estrangulan el coraz¨®n con una mano de hielo, impidi¨¦ndome pensar con claridad. Tampoco era capaz de recluirme en casa. Necesitaba distracciones, actividad, y me fui al cine. A la salida, pens¨¦ en llamar a alg¨²n amigo para tomar algo, pero:
a) No me apetec¨ªa fingir que me encontraba bien, y
b) No me apetec¨ªa compartir la experiencia de mi apocalipsis sentimental.
Como segu¨ªa presa de ese anhelo hist¨¦rico de distracciones, me met¨ª en un bar casi instintivamente. El anhelo no desaparecer¨ªa tras el segundo bar ni tras el tercero; tampoco tras el segundo ni el tercer d¨ªa consecutivo refugi¨¢ndome en tugurios. Yo entonces no lo sab¨ªa, pero esa llamada primitiva que sent¨ª al digerir mi derrota en soledad dar¨ªa inicio a una semana de autodescubrimiento dantesco.
Lunes
Vivo al lado de Santiago de Compostela, una de las mejores ciudades para salir. Esto va por gustos, claro, pero me va ese rollo familiar que fluye en todo lo peque?o, ya sean bares o ciudades. Los primeros sitios a los que fui el lunes eran sitios de tapa, los t¨ªpicos a los que vas para ir cenado. La cosa empez¨® a ponerse seria cuando las horas pasaron y ya no pod¨ªa fingir que mi aparici¨®n solitaria ven¨ªa motivada por el noble prop¨®sito de alimentarme, sino que estaba all¨ª ¨²nicamente para emborracharme.
¡°Hubo varios seres atroces que intentaron conversar conmigo en un tono alentador. Me refiero a individuos brutales encharcados en sudor¡±
No s¨¦ por qu¨¦, pero yo pensaba que para beber solo con dignidad deb¨ªas tener much¨ªsimo o poqu¨ªsimo dinero, nada de grados medios. Una sofisticada baronesa puede saborear su Martini con delicadeza, e incluso hacer alg¨²n er¨®tico juego lingual con la aceituna desde la esquina de un club de jazz sin que nos resulte sorprendente, y un mendigo ratero siempre se ganar¨¢ nuestra simpat¨ªa cuando lo veamos financiarse las curdas con las moneditas que recolecta entre la milenaria roca que viste los bares de Compostela. Yo estoy mucho m¨¢s cerca del mendigo apestoso que de la se?ora de la aceituna, no nos vamos a enga?ar, pero no llego a tanto, por lo que me sent¨ªa vulnerable, ¡°observado¡±.
Para aliviar el trance, le confes¨¦ este miedo a la camarera de La Cueva, un bar del casco hist¨®rico, y me dijo que no me preocupara, que a nadie le importaba eso. Al principio sonaba consoladora, pero poco a poco fue adoptando un tono que me pareci¨® francamente heridor, como si equiparara mi preocupaci¨®n con el delirio narcisista de un adolescente que se cree el centro de atenci¨®n mundial.
Le dije:
¡ªYo no me creo el centro de atenci¨®n mundial.
Y ella me dijo:
¡ª?De qu¨¦ signo eres?
Acab¨¢ramos. Estaba frente a una de esas obsesas del zod¨ªaco. Yo ya sab¨ªa la que se me ven¨ªa encima, pero aun as¨ª contest¨¦ que era Leo y acept¨¦ gustoso el chaparr¨®n de prejuicios trastornados que su religi¨®n le hab¨ªa metido en la cabeza sobre las personas nacidas entre el 23 de julio y el 22 de agosto.
¡ªAy, el ego de los Leo, ¡°los reyes de la selva¡±¡ ?A nadie le importa que salgas solo, hombre!
Cada palabra que dec¨ªa sonaba en mi cabeza con una repelencia mayor que la anterior. Decid¨ª marcharme.
Como era mi primera vez saliendo solo, eleg¨ª sitios seguros con barras amplias en las que pudiera acodarme sexymente. Se me deb¨ªa notar atribulado, porque hubo varios seres atroces que intentaron conversar conmigo en un tono alentador. Me refiero a individuos brutales encharcados en sudor que me ve¨ªan cabizbajo y me eructaban:
¡ªVENGA CHAVAL QUE LA VIDA NO SE ACABA AQU? CHAVAL.
Cosas as¨ª te hielan el espinazo, claro. Es como si est¨¢s teniendo un exceso festivo con tus colegas en fin de a?o y de repente te cruzas a Bel¨¦n Esteban del brazo de ?ngel Cristo. Mi incursi¨®n en el mundo de salir solo pretend¨ªa ser meramente tur¨ªstica, pero ese animal de mejillas rubicundas y furiosas que intentaba capturar mi atenci¨®n llevaba d¨¦cadas haci¨¦ndolo. Yo no quer¨ªa acabar as¨ª.
El peor momento de la noche lleg¨®, parad¨®jicamente, cuando consegu¨ª lo que buscaba: emborracharme. En cuanto me di cuenta de que arrastraba las cl¨¢sicas dificultades para caminar, pens¨¦: ?Qu¨¦ sentido tiene todo esto? Pese a la ebullici¨®n universitaria, Santiago no es un lugar especialmente divertido los lunes, as¨ª que decid¨ª coger un taxi y marcharme a casa, pensando que a la ma?ana siguiente estar¨ªa mejor.
Martes
Pero no, no lo estaba.
Eso s¨ª, aunque segu¨ªa penando irremediablemente por ella, no ten¨ªa por qu¨¦ seguir regode¨¢ndome en mi derrotismo. Hab¨ªa m¨¢s opciones. Entre la depresi¨®n y la esperanza suicida, apost¨¦ por esta ¨²ltima. La chica y yo estudiamos juntos, as¨ª que fui a la facultad convencido de poder atraerla con un speech heroico. Me sent¨ªa embaucador y labial y loco. Antes de verla, me mir¨¦ varias veces al espejo de los ba?os con intenci¨®n motivadora, repiti¨¦ndome vanidosos esl¨®ganes que la camarera aquella tan desagradable hubiera caricaturizado con un: ¡°vamos, LEO, eres el REY de la SELVA¡±. Sin embargo, cuando intent¨¦ hacer mi magia ella se mostr¨® firme en su postura, y dijo algo parecido a ¡°no¡± que son¨® en realidad como:
?¡ªNuuuu....
Un eco devastador que me hizo huir. Las flechas del gordezuelo y alado infante hab¨ªan atravesado todo mi cuerpo, pero estaban llenas de veneno, y dejaban heridas por las que el coraz¨®n respiraba con asm¨¢tica monstruosidad. No, no era un hombre feliz. Deb¨ªa beber.
¡°Me sent¨ª muy halagado porque el portero no me quiso cobrar. Por desgracia, el sitio estaba vac¨ªo. Yo era su primer cliente. Mal asunto.¡±
Esa noche me emborrach¨¦ mucho antes y me dio absolutamente igual todo. Hubo un momento adorable en el Modus Vivendi, bar especialmente pedregoso y acogedor, en el que me puse a buscar el Facebook del novio de esta chica. Necesitaba poner cara a mi rival rom¨¢ntico, tener algo concreto y tangible a lo que odiar. No hab¨ªa nada especialmente rese?able en su perfil, pero la cerveza y yo ¨¦ramos capaces de darle a todo un tono par¨®dico, desesperadamente ridiculizador. Si le¨ªa sus comentarios, lo hac¨ªa con voz nogueriana de cretino; si ¨¦l colgaba fotogramas de pelis chulas, yo me lo imaginaba no con la actitud que podr¨ªa tener yo mismo ante esas pelis chulas, sino mes¨¢ndose la barbilla de manera pedante, con la altivez superflua de la gente a la que le gusta m¨¢s la imagen proyectada de s¨ª mismo viendo una pel¨ªcula de Apichatpong que las propias pel¨ªculas de Apichatpong.
Ya en Maykar, la discoteca m¨¢s l¨²gubre, peque?a y maloliente de Santiago, me pareci¨® buena idea ense?ar la foto de este tipo a desconocidas mientras preguntaba, desgarrado, si no les parec¨ªa la encarnaci¨®n del Perfecto Gilipollas. La gente sol¨ªa responder con amabilidad, es decir, d¨¢ndome la raz¨®n y alguna que otra palmada en la espalda.
?A qu¨¦ ven¨ªa este sinsentido? Pues ni idea. Tal vez necesitaba odiarle porque necesitaba explicarme mi fracaso. Ella era feliz conmigo, pero ?no lo bastante? ?Qu¨¦ clase de deuda emocional le un¨ªa a este chico? ?Acaso ¨¦l era la cl¨¢sica persona que hab¨ªa aparecido en su vida con un iluminador halo de santidad en el momento m¨¢s bajo y sin embargo oportuno de su vida? ?O simplemente es que era MEJOR QUE YO y punto (rugido del le¨®n de la selva)?
No s¨¦, esto no molaba. Uno no va por la vida construyendo romances con ingenio, fervor, sutileza y delirios literarios para que luego le digan: ¡°uhm, mejor no, je, je¡±. Por m¨¢s que yo nunca hubiera verbalizado una vulgaridad tan grande como ¡°deja a tu novio por m¨ª¡±, lo cierto es que todo lo que ven¨ªa haciendo en las ¨²ltimas semanas con ella estaba encaminado a eso. Quer¨ªa enamorarla tanto que no le quedase otra alternativa, que ese proceso de sustituci¨®n fuera autom¨¢tico, natural, como cuando llega la primavera y se pone a reverdecer las cosas pochas del invierno. Pero no, nada de primaveras. Esta chica parec¨ªa, de hecho, una gran enemiga de las primaveras. No s¨®lo eleg¨ªa al novio sino que, por su manera de expresarse, ni siquiera valoraba la posibilidad de que yo pudiera ocupar su lugar, de que existiera un futuro juntos en el que ella se riera de m¨ª porque me salta el aceite al cocinar, o porque tiendo mal la ropa, o porque mira qu¨¦ tonto eres cuando haces esto y esto otro, y donde hici¨¦ramos planes detallad¨ªsimos sobre el fin de semana para al final acabar abandon¨¢ndolos por una reclusi¨®n casera de polvos, pel¨ªculas y pizzas.
?Ve¨ªa ella polvos, pel¨ªculas y pizzas en su bola de cristal? No. Ella quer¨ªa otro papel para m¨ª. Que no la alejara de mi vida, que siguiera formando parte de ella y habl¨¢ndole de las cosas de las que nos gusta hablar, y haciendo los chistes que nos gusta hacer, etc., hasta que nos qued¨¢semos solos y empez¨¢ramos a liarnos y a ponernos cachondos y ella tuviese un repentino ataque de NOVIEZ y dijese ¡°hasta aqu¨ª¡±, march¨¢ndose a casa corriendo.
Es lo que ella quer¨ªa, vaya.
Y hombre, pues no.
S¨¦ que parece que exagero, que soy un dramas y que estoy haciendo una monta?a literaria de un grano de arena sentimental, pero no. Ni idealizo a la chica ni me desespero en vano, gratuitamente, porque s¨ª. Digamos que me dejo llevar por ese algo tan humano que es la necesidad de una narrativa, de agarrarme a una ficci¨®n consoladora que me ayude a sobrevivir y a gestionar mi leyenda.
En este caso, esa ficci¨®n somos nosotros.
Mi¨¦rcoles
Uh-oh. Las cosas empezaban a resultarme demasiado f¨¢ciles a estas alturas. Me sent¨ªa desenvuelto saliendo solo. Me sent¨ªa C?MODO. Claro que, en la vida, por norma general, uno prefiere sentirse c¨®modo a sentirse inc¨®modo, pero la cosa empezaba a parecerse al primer chute de hero¨ªna que el yonqui se da sin sentir, al mismo tiempo, otro pinchazo an¨¢logo de culpa.
El caso es que esa noche me encontr¨¦ con el compa?ero de piso de la chica, que iba con unos amigos suyos muy pintorescos. Uno de ellos se parec¨ªa a Zach Galifianakis y el otro no se parec¨ªa a nadie, pero era risue?o y muy enf¨¢tico a la hora de contar historias. El compa?ero de piso se march¨® pronto pero a m¨ª me dio igual porque, s¨ª, hab¨ªa hecho dos amigos para toda la vida a los que posiblemente no fuera a volver a ver nunca m¨¢s.
Eran grandes aficionados a la cocteler¨ªa cl¨¢sica, lo que me hizo sentir min¨²sculo varias veces a lo largo de la noche, mientras debat¨ªan con la camarera del bar Atl¨¢ntico sobre las dobles y las triples destilaciones y yo engull¨ªa mi achocolatada mezcla con la voracidad primitiva de un ni?o.
Me dejaron justo antes de que fuera la hora del Maykar. Al principio me sent¨ª muy halagado porque el portero no me quiso cobrar. Pens¨¦: ¡°al fin empiezo a recoger los frutos de mi fidelidad¡±. Por desgracia, no era eso, sino que el sitio estaba VAC?O. Yo era su primer cliente. Mal asunto.
Por una cuesti¨®n de orgullo, me obligu¨¦ a quedarme hasta que cerrara, y si no lo hice fue porque conoc¨ª a una chica muy simp¨¢tica a la que la foto de mi rival le inspiraba n¨¢useas (s¨ª, lo hab¨ªa vuelto a hacer) y me tuve que ir con ella a casa, ante la evidencia de las muchas cosas que ten¨ªamos en com¨²n.
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