Leer para creer

Le¨ªa un art¨ªculo en la edici¨®n estadounidense de Rolling Stone. En el titular se anunciaba que exist¨ªa una posibilidad de que Donald Trump no fuera elegido. El autor proced¨ªa en el primer p¨¢rrafo a detallar todo lo que deb¨ªa alinearse para que eso sucediera. Parec¨ªa factible. En el segundo, nos explicaba qui¨¦nes de los 306 humanos responsables de que esto pasara, o sea, los miembros de los colegios electorales cuyo Estado ha votado por el magnate y que, como no est¨¢n supeditados al dictamen de Susana D¨ªaz, tienen la opci¨®n de cambiar su sufragio en la votaci¨®n de ma?ana, parec¨ªa que pod¨ªan romper la disciplina de lo que sea y renegar de Trump. Eran dos. Y ya. Para consolarnos, nos citaba a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores. ?l defend¨ªa que pod¨ªan contradecir lo que sus electores les hab¨ªan designado porque ¡°ellos ten¨ªan m¨¢s informaci¨®n¡±. Hamilton era cr¨ªtico musical.

Horas despu¨¦s le¨ªa otro art¨ªculo de una periodista analizando el sinsentido de Internet, del periodismo, de los lectores, de los banners, de todo. Como lo hac¨ªa desde su coraz¨®n, como que te la cre¨ªas. Luego recordabas que era la misma persona que hace tres a?os escribi¨® otra pieza en la que abogaba por que las listas que se publicaban en la Red no fueran sobre los 10 o 20 mejores o peores de algo, sino sobre los 16 o 19. Eso ten¨ªa m¨¢s gancho. Lo apostaba todo a que no record¨¢ramos lo que hab¨ªa propuesto tiempo atr¨¢s, del mismo modo que el art¨ªculo de Rolling Stone esperaba que, o no llegaras al cuarto p¨¢rrafo o, si lo hac¨ªas, hubieras olvidado ya el titular. El de Rolling Stone es ejemplo de c¨®mo manipular por un clic; el otro, de c¨®mo contradecirse es evolucionar.