Los castores vuelven a Detroit
HAY CASAS abandonadas de Detroit que conservan algunos de sus muebles y enseres ¨Chasta la t¨®pica imagen, algo siniestra, de una vieja mu?eca tirada en el suelo¨C, como si quien se fue de all¨ª lo hiciera de forma imprevista, huyendo de alg¨²n desastre natural, de una guerra qu¨ªmica. Fot¨®grafos, artistas o simples curiosos suelen mirar con fascinaci¨®n la gran metr¨®polis que encarna el pinchazo del sue?o americano como si de una Pompeya industrial se tratara. Las ruinas de la gigantesca Pa?ckard ?Automotive, de la Gran Estaci¨®n Central, las construcciones victorianas desvencijadas de Brush Park.
Pero para los vecinos de Detroit, todos esos restos no tienen maldita gracia ni maldita belleza. Un tercio de los ciudadanos son pobres en ese trozo de Michigan, uno de los m¨¢s peligrosos de Am¨¦rica, de los m¨¢s segregados racialmente, que perdi¨® a la mitad de sus habitantes en el lapso de 35 a?os.
Ron Radford, de 60 a?os, se ha pasado 40 trabajando en un negocio de piezas para viejos Ford T, el coche que Henry Ford invent¨® en Detroit y revolucion¨® Am¨¦rica a principios del siglo XX. Y Ty Petrie, 29 a?os, se convirti¨® en granjero urbano, el fen¨®meno que se hizo posible aprovechando los solares vac¨ªos. Peque?as firmas tecnol¨®gicas brotan al calor de las grandes compa?¨ªas automovil¨ªsticas. Entre las ruinas, otro Detroit lucha por resurgir.
Texto de Amanda Mars
pulsa en la fotoEn lo que fue la gran capital del autom¨®vil, los aparcamientos vac¨ªos se usan ahora para espect¨¢culos con coches tuneados. Julien Chatelin
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