Carta al padre
LA ETERNIDAD TAMBI?N se acaba: hoy muri¨® Fidel
Tengo la edad de la Revoluci¨®n Cubana y en cierta forma soy la prueba f¨ªsica de su deterioro. T¨² no cre¨ªas que ese sue?o igualitario hubiese terminado. Nadie te hizo cambiar nunca de opini¨®n y no tratar¨¦ de hacerlo ahora.
Cuando ten¨ªa ocho a?os, no pudiste acompa?arnos a Disneylandia porque te prohib¨ªan la entrada a Estados Unidos. ¡°Estoy en el Libro Negro¡±, dijiste con orgullo. El imperio te consideraba sospechoso. Fuiste varias veces a La Habana, vestido de traje, como Oswald cuando fue all¨¢ (en el tr¨®pico, las ropas de un fil¨®sofo parecen las de un francotirador).
El caso Padilla, el fusilamiento de Ochoa y los ¡°sidatarios¡± no alteraron tus recuerdos de la isla como una forma de la utop¨ªa.
Castro era un sistema de medida de las ilusiones y decepciones que despierta una revoluci¨®n y t¨² preferiste conservar la esperanza m¨¢s all¨¢ de la evidencia. Te exasperaba que no me definiera a favor o en contra, rasgo t¨ªpico de alguien dedicado a la ficci¨®n, tierra de la incertidumbre.
"Castro era un sistema de medida de las ilusiones y decepciones que despierta una revoluci¨®n y t¨² preferiste conservar la esperanza m¨¢s all¨¢ de la evidencia".
En 2001 me instal¨¦ en Barcelona, tu ciudad natal, y fuiste de visita. Cenamos en casa con mi primo Ernesto y Alberto Barrera, que luego escribir¨ªa Patria o muerte, novela sobre la Venezuela de Ch¨¢vez en la que habr¨ªas encontrado las ambivalencias que apreciabas en Dos?toievski, pero no en cuestiones latinoamericanas. De nuevo hablaste de Fidel. Para zafarme, coment¨¦ que mi opini¨®n siempre era la del ¨²ltimo cubano que hab¨ªa visto: pod¨ªa ser favorable, legendaria, c¨®mica o demoledora. ¡°?Qu¨¦ amigos tan contradictorios tienes!¡±, protestaste. Ernesto escap¨® de mejor manera: ¡°?Me ense?as c¨®mo funciona el lavavajillas?¡±. Durante media hora nos asomamos al vientre de la m¨¢quina como fan¨¢ticos de la anatom¨ªa mec¨¢nica. Alberto asumi¨® la responsabilidad de hablar contigo. ¡°?No crees que Cuba tiene el mejor sistema de salud y deporte del mundo?¡±, preguntaste. ¡°S¨ª, doctor¡±, contest¨®, ¡°pero a veces uno no est¨¢ enfermo ni hace deporte¡±.
No perdiste el buen humor y contaste tu involuntario viaje a Estados Unidos. Ibas de Europa a M¨¦xico cuando el avi¨®n hizo una escala por mal tiempo. Te llevaron a un hotel escoltado por un agente del FBI que mont¨® guardia fuera del cuarto: ¡°Mi antiimperialismo sirvi¨® para desvelar a un gringo¡±. Fidel, en cambio, hab¨ªa demostrado lo que vale una ca?a de az¨²car.
En La Habana, Roberto Fern¨¢ndez Retamar me cont¨® lo que el comandante le dijo a bordo de un avi¨®n: ¡°No se hizo la Revoluci¨®n que se quiso, sino la que se pudo¡±. El bloqueo, la ruptura con Am¨¦rica Latina (salvo M¨¦xico) y la necesidad de aliarse con la URSS marcaron el destino de la isla.
¡°La historia me absolver¨¢¡±, profetiz¨® Fidel. La historia, lo sabemos, no absuelve a nadie: juzga, vacila, rectifica.
Desde tu muerte en 2014 seguimos conversando; a veces trato de cambiar de tema o prefiero que tengas raz¨®n. ¡°Hay an¨¦cdotas y hay destinos¡±, comentaste alguna vez, aludiendo a la diferencia entre una historia y la Historia.
La filosof¨ªa busca la raz¨®n que relativiza la literatura. No puedo rebatirte, pero puedo narrarte. Es la forma en que un escritor quiere a un fil¨®sofo.
Te abraza. Juan.
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