La infancia rota de Ibrahima
Un ni?o espa?ol hijo de padres gambianos huye de las palizas que sufr¨ªa en una escuela cor¨¢nica: ¡°Si no te sab¨ªas la lecci¨®n te azotaban con un cable¡±
Lo primero que llama la atenci¨®n de Ibrahima, no es su nombre, pero llam¨¦mosle as¨ª, es que tiene la mirada trist¨ªsima. Lo segundo es que habla en voz muy baja, hay que acercarse mucho para entender lo que dice. Y, sin embargo, su espa?ol es perfecto. Lo que ocurre es que est¨¢ asustado. De todo. De una puerta que se abre, de qui¨¦n ser¨¢ este se?or que le pregunta, de una llamada en medio de la noche, del mundo de los adultos en general. S¨®lo quiere que le hablen de f¨²tbol, de su Bar?a, de Leo Messi, ¡°el mejor del mundo, sin duda¡±. Pero tiene que contar su historia una y otra vez, como una letan¨ªa.
Tiene que explicar, que no es lo mismo que entender, c¨®mo con nueve a?os lo sacaron del pueblo de la provincia de Girona donde naci¨® y donde iba al colegio y est¨¢n sus amigos, all¨¢ en Espa?a, c¨®mo lo subieron a un avi¨®n, lo llevaron a Gambia, al pa¨ªs de sus padres, y lo encerraron en una escuela cor¨¢nica donde ha pasado los ¨²ltimos seis a?os de su vida. Tiene que contar c¨®mo pasaba los d¨ªas, uno tras otro, recitando y memorizando el Cor¨¢n, c¨®mo le azotaban con un cable si no se sab¨ªa la lecci¨®n, por qu¨¦ tiene la espalda poblada de cicatrices, unas recientes y otras antiguas, tiene que decir c¨®mo se acab¨® fugando, cambiando su m¨®vil por un billete de autob¨²s hasta Senegal y, sobre todo, tiene que insistir, con toda la firmeza que puede tener esta criatura rota de s¨®lo quince a?os, que sue?a con volver a Espa?a pero que, una vez all¨ª, le gustar¨ªa vivir con otra familia. Nunca m¨¢s con sus padres.
Ibrahima pasa las navidades en paz disfrutando de partidos de f¨²tbol con los ni?os del barrio en un discreto centro de acogida estatal situado en un rec¨®ndito rinc¨®n de Grand Yoff, en Dakar, junto a otros 71 ni?os rescatados de las calles. Pero su peripecia empez¨® hace seis a?os, cuando ¨¦l ten¨ªa nueve. ¡°Desde Girona viaj¨¦ en avi¨®n con mi madre y con mi hermano hasta Gambia, donde me ingresaron en una daara (escuela cor¨¢nica) de Nema Kunku¡±, comienza el peque?o. ¡°No me dijeron nada, ni que iba a quedarme en Gambia ni que me met¨ªan en un lugar as¨ª¡±. La daara (escuela cor¨¢nica) estaba regentada por un maestro de nombre Malick, al que los chavales, m¨¢s que respetar, tem¨ªan.
Al ni?o le azotaban con un cable si no se sab¨ªa la lecci¨®n en la escuela cor¨¢nica en Gambia, por eso tiene la espalda poblada de cicatrices. Y se acab¨® fugando
¡°Si no te sab¨ªas la lecci¨®n te azotaban con un cable. Si las heridas eran muy graves nos curaban, si no, dejaban que cicatrizaran solas. Dorm¨ªa en una habitaci¨®n con otros veinte ni?os sobre unas gomaespumas. Nos levant¨¢bamos a las cinco para rezar y luego estudi¨¢bamos el Cor¨¢n hasta las ocho. Luego nos daban el desayuno, arroz con leche y pan, para seguir estudiando hasta la una, la hora de la comida. Sol¨ªa ser arroz con algo, pollo o pescado normalmente. Despu¨¦s nos dejaban dormir hasta las cinco y volv¨ªamos a rezar y estudiar hasta las seis. Entre las seis y las siete sal¨ªamos al patio para jugar al f¨²tbol, luego otra vez rezar y Cor¨¢n hasta que cen¨¢bamos a las nueve, arroz con lo que hubiera. Despu¨¦s nos ¨ªbamos a la cama¡±, explica.
Una vez en semana, normalmente los jueves, Malick permit¨ªa a sus estudiantes, a los que se conoce como talib¨¦s, salir de la escuela durante tres horas, de nueve a doce. Era el ¨²nico momento en que pisaban la calle. ¡°Yo no quer¨ªa estar all¨ª, pero no pod¨ªa hacer otra cosa¡±, a?ade. Un buen d¨ªa, un t¨ªo de Ibrahima apareci¨® en la escuela y se lo llev¨® para su casa en Nema Kunku, donde se encontr¨® por primera vez en Gambia con su padre. ¡°Fui con ¨¦l hasta Senegal para renovar el pasaporte porque lo ten¨ªa caducado, pero en el consulado de Espa?a no me arreglaron los papeles. Le dije a mi padre que me pegaban, que no quer¨ªa estar all¨ª, pero no me respondi¨®. Se qued¨® callado¡±.
Unos meses m¨¢s tarde, en febrero de este a?o, Ibrahima vol¨® finalmente a Espa?a desde Banjul, la capital de Gambia. ¡°Iba con un se?or, no lo conoc¨ªa de nada. Fui con el pasaporte caducado, pero me dejaron pasar. En el aeropuerto de Barcelona me recogi¨® mi hermano y me fui a casa. Les dije a mis padres que yo no quer¨ªa volver a esa escuela nunca m¨¢s, pero no me escucharon. Me arreglaron el pasaporte en Espa?a y en septiembre me volvieron a mandar a Nema Kunku, mi madre me oblig¨®¡±, explica. El peque?o Ibrahima aguant¨® dos meses m¨¢s y decidi¨® escapar. ¡°Me pegaban cada vez m¨¢s, no pod¨ªa soportarlo, as¨ª que aprovech¨¦ el d¨ªa que nos dejaban salir para ir hasta la estaci¨®n y cambiar el tel¨¦fono m¨®vil que me hab¨ªan dado mis padres por un billete de autob¨²s hasta Dakar¡±.
Una vez en la capital senegalesa, el chico, al que le hab¨ªan quitado su pasaporte espa?ol, fue directamente al ¨²nico lugar que conoc¨ªa, el Consulado de Espa?a, desde donde lo trasladaron a este centro de acogida del Gobierno senegal¨¦s. Desde la Embajada espa?ola han declinado hacer ninguna declaraci¨®n respecto a este caso al tratarse de un menor de edad, pero el embajador, Alberto Virella, ha asegurado que ¡°cuando la Embajada o el Consulado tienen conocimiento de una situaci¨®n de un ciudadano espa?ol en dificultad se ponen en marcha de inmediato los mecanismos previstos para su protecci¨®n, asistencia y en su caso repatriaci¨®n¡±, especialmente si se trata de un menor.
Durante la primera mitad de 2016, al menos cinco ni?os fallecieron en Senegal a consecuencia de las palizas recibidas en escuelas cor¨¢nicas
Y sin embargo las penalidades de Ibrahima no son un caso aislado. Durante la primera mitad de 2016, al menos cinco ni?os fallecieron en Senegal a consecuencia de las palizas recibidas en escuelas cor¨¢nicas o en accidentes cuando estaban mendigando obligados por sus marab¨²s o profesores, seg¨²n un reciente informe de Human Rights Watch. En febrero pasado, una docena de chicos de entre seis y catorce a?os fueron encontrados encadenados por los pies con barras de hierro en una daara de Diourbel. Cientos sufren abusos y malos tratos. Es la cara m¨¢s negra de un sistema de educaci¨®n tradicional por el que pasan cientos de miles de ni?os de ?frica occidental, sobre todo de pa¨ªses como Senegal, Gambia, Mal¨ª, Guinea, Guinea Bissau o Mauritania.
Desde pueblos o regiones alejadas, los padres env¨ªan a sus hijos a estas escuelas para que aprendan el Cor¨¢n. No en todas las daaras se pega o se fuerza a los talib¨¦s a la mendicidad como f¨®rmula para la financiaci¨®n de la escuela o el enriquecimiento il¨ªcito del maestro, pero los casos abundan porque el sistema escapa al control estatal. El Gobierno senegal¨¦s, pa¨ªs en el que est¨¢ fuertemente arraigado este modelo, trata de combatir los abusos. En 2005 aprob¨® una ley contra la mendicidad infantil y este mismo a?o recogi¨® a m¨¢s de 300 ni?os de la calle que hab¨ªan huido de las daaras y los envi¨® a sus pa¨ªses de origen o de vuelta con sus padres. Sin embargo, el problema est¨¢ lejos de haberse resuelto. Human Rights Watch estima que s¨®lo en Senegal unos 50.000 ni?os viven en condiciones lamentables y son forzados a la mendicidad, un enorme desaf¨ªo para las autoridades.
Ibrahima se encuentra acogido temporalmente en Dakar hasta que se pueda llevar a cabo su repatriaci¨®n a Espa?a, seg¨²n fuentes pr¨®ximas al caso, que aseguran que la presencia de ni?os procedentes de Europa es m¨¢s com¨²n de lo que parece. ¡°Estos ni?os son enviados por sus familias emigrantes en Europa para que aprendan el Cor¨¢n y se eduquen en el entorno cultural de sus padres. Pero tambi¨¦n ocurre que les quitan el pasaporte a los chavales para que otro menor pueda viajar con ¨¦l a Europa, todo ello a cambio de mucho dinero. Es un negocio¡±. En el centro de acogida senegal¨¦s donde se encuentra Ibrahima hay tambi¨¦n tres ni?os de nacionalidad italiana que han vivido una situaci¨®n similar.
Human Rights Watch estima que s¨®lo en Senegal unos 50.000 ni?os viven en condiciones lamentables y son forzados a la mendicidad
¡°Quiero volver a Espa?a, a Barcelona si puede ser. Pero no quiero volver con mis padres, me gustar¨ªa ir con otra familia¡±, asegura Ibrahima, cabizbajo. Cuando le preguntan qu¨¦ le dir¨ªa a sus padres si pudiera hablar con ellos, responde con un susurro: ¡°Nada¡±.
Los otros fakk man, esos nadies
Ese edificio en ruinas que es el mercado de Sandaga, en pleno centro de Dakar, es la ¨²nica casa que conoce Aboubacar. Mientras los turistas y visitantes compran telas o artesan¨ªa en los cientos de puestos que rodean el inmueble, este chico de quince a?os se dedica a recoger basura para ganar unas monedas que le permitan comer un d¨ªa m¨¢s. Cuando sus padres murieron, seg¨²n dice intentando llegar a Europa, qued¨® a cargo de su t¨ªo en Guediawaye que le pegaba unas palizas tremendas, as¨ª que decidi¨® huir. Y aqu¨ª encontr¨® un precario refugio, rodeado de ratas y de desechos. Como Aboubacar, cientos de ni?os sin hogar a los que se conoce como fakk man (hombres rotos) pululan por esta ciudad. Para verlos s¨®lo hay que saber mirar.
En otro rinc¨®n de Dakar, en un estadio de f¨²tbol en obras cerca del barrio HLM, Cheikh Niasse y Malick Sow, ambos de 18 a?os, ambos venidos de Medina Gounass, en el sur del pa¨ªs, se preparan para echarse un d¨ªa m¨¢s a la calle, en la que llevan media vida. Ni?os que esnifan pegamento y beben vinagre, que han huido de las escuelas cor¨¢nicas o de sus casas, v¨ªctimas de malos tratos y abusos que viven en edificios en ruinas o en construcci¨®n, en antiguos b¨²nkeres, en cuevas. Mendigan, hacen trabajos espor¨¢dicos a cambio de 50 c¨¦ntimos o aprovechan un descuido para llevarse algo al est¨®mago.
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