?D¨®nde est¨¢n las utop¨ªas urbanas del siglo XXI?
La utop¨ªa requiere concreci¨®n y para que sea verdaderamente influyente conviene que cuente con dosis de posibilidad.
La insatisfacci¨®n de cada Presente, ha llevado a los seres humanos a a?orar Para¨ªsos Perdidos o a plantear Utop¨ªas de futuro. Pero la nostalgia de pasados idealizados (casi siempre m¨ªticos) resulta paralizante, mientras que el sue?o por un futuro mejor se convierte en un motor de transformaci¨®n social. En este sentido, las ¡°utop¨ªas¡± han actuado hist¨®ricamente como un horizonte hacia el que fijar el rumbo, y han propiciado buena parte de los avances sociales que disfrutamos actualmente.
El pasado mes de diciembre se conmemoraron los quinientos a?os de la publicaci¨®n de Utop¨ªa, el libro escrito por Tom¨¢s Moro, que estableci¨® el nombre de la esperanza y reactiv¨® una din¨¢mica so?adora que, aunque ya estaba instalada entre los seres humanos, se encontraba adormecida. No fue casualidad que la isla de Utop¨ªa apareciese en la ¨¦poca de los grandes descubrimientos, aunque, seg¨²n relata el protagonista del texto, sus coordenadas geogr¨¢ficas fueran desconocidas. Esa particular circunstancia proporcionaba a Utop¨ªa una ambig¨¹edad protectora y una cierta evanescencia, que se recog¨ªa ya en su propia etimolog¨ªa (Moro no aclar¨® si el t¨¦rmino proced¨ªa de eu-topos, lugar donde todo est¨¢ bien, o de ou-topos, lugar de ninguna parte). Pero la enigm¨¢tica procedencia de la Utop¨ªa original nunca ha entorpecido la misi¨®n reveladora de las subsecuentes utop¨ªas que, partiendo de an¨¢lisis cr¨ªticos sobre cada realidad, han ido explorando alternativas para perfeccionar las comunidades humanas. En cierto modo, las utop¨ªas son modos de tomar conciencia (Walter Benjamin se refer¨ªa a ellas como ¡°conciencia on¨ªrica del colectivo¡±).
Las utop¨ªas imaginan sociedades perfectas en geograf¨ªas ficticias, explorando nuevos modos de organizaci¨®n social que ejercen una soterrada reprobaci¨®n sobre el orden establecido en su contemporaneidad. En ellas descubrimos visiones de arm¨®nicas comunidades, fraternales y solidarias, sue?os de justicia e igualdad, ilusiones de libertad, o anhelos de racionalidad en el orden social, con novedades tambi¨¦n en cuestiones productivas, de consumo o econ¨®micas en general. Las utop¨ªas, desde su papel como laboratorio social, han demostrado, a lo largo del tiempo, su capacidad para orientar y condicionar la evoluci¨®n del mundo hacia situaciones preferibles. Aunque frente a la positividad ut¨®pica tampoco hay que olvidar a sus antag¨®nicas distop¨ªas, que describen escenarios apocal¨ªpticos, tan apreciados por la literatura de ciencia ficci¨®n, ni los casos de utop¨ªas impuestas por un grupo humano sobre el resto y que han resultado pesadillas con mal final.
Hay utop¨ªas cuya transgresi¨®n no es hol¨ªstica (centradas, por ejemplo, en la pol¨ªtica, en la ciencia o en la educaci¨®n), pero a pesar de ello, muchas comparten sus meditaciones sobre el escenario en el que se desarrollan. De hecho, puede resultar parad¨®jico comprobar como la isla de Tom¨¢s Moro, un lugar inexistente, fuera descrita con tanta precisi¨®n, descendiendo al detalle de la conformaci¨®n de sus ciudades. En la isla de Moro, aunque era fundamentalmente agraria, se dotaba de un papel privilegiado a las urbes, en las que viv¨ªan los campesinos y en donde se manifestaba la verdadera civilizaci¨®n. Esa misma intenci¨®n se descubre en otras muchas ¡°visiones¡± que anticipan modelos organizativos otorgando una responsabilidad importante a la arquitectura y a la ciudad, porque proporcionan un soporte imprescindible. Por eso, una utop¨ªa que merezca recibir ese nombre siempre propone formas de vivir diferentes, incidiendo muy directamente en la formalizaci¨®n de nuestros entornos vitales.
Ciertamente, desde mucho antes de la aparici¨®n de Utop¨ªa, fil¨®sofos, arquitectos o personajes comprometidos, han proyectado ciudades ideales, ciudades alternativas, ciudades imaginadas en las que el planteamiento de los espacios y la convivencia entre personas se produc¨ªa de forma novedosa. Esos escenarios inmateriales siempre han estado presentes, intentando influir en las ciudades reales. Desde Hipodamo de Mileto, que imagin¨® ciudades racionales y geom¨¦tricas con cuadr¨ªculas igualitarias, hasta los te¨®ricos renacentistas, los pensadores ilustrados o los socialistas ut¨®picos del siglo XIX, todos buscaban una nueva ciudad para una nueva sociedad. Tambi¨¦n el siglo XX alumbrar¨ªa sus utop¨ªas urbanas y se afanar¨ªa en conseguirlas, aunque con resultados desiguales. En ese sentido pueden citarse las Garden Cities de Howard, la Cit¨¦ Industrielle de Garnier, la Ville Radieuse de Le Corbusier o la Broadacre City de Wright. Pero no son las ¨²nicas propuestas, porque la centuria pasada imagin¨® escenarios muy variados (y algunos contradictorios), vislumbrando ciudades flexibles, ciudades m¨®viles, ciudades subterr¨¢neas, ciudades flotantes, ciudades verticales, ciudades hipertecnol¨®gicas, ciudades ecol¨®gicas y hasta ciudades pretendidamente inteligentes. Fantas¨ªas discutibles y discutidas que, con mayor o menor acierto, se atrevieron a proponer ordenaciones, y tambi¨¦n viviendas o edificios c¨ªvicos, que pretend¨ªan mejorar lo existente.
Pero todo parece indicar que, en la actualidad, no vivimos en un mundo de utop¨ªas, que no somos capaces de concebir un futuro al que aspirar, sofocados como estamos por la dura realidad que nos envuelve. Parece como si el siglo XXI hubiera secado las fuentes que nutren los deseos de un mundo mejor. ?Acaso la complejidad de nuestra sociedad nos conduce irremediablemente al inmovilismo y a la resignaci¨®n? ?Hemos perdido la capacidad de so?ar, imbuidos en un materialismo conformista? ?Atenci¨®n! Porque, como alertaba el fil¨®sofo Paul Ricoeur, una sociedad sin utop¨ªa es una sociedad sin prop¨®sito, una sociedad desorientada, una sociedad extraviada.
Y nuestras ciudades est¨¢n sufriendo especialmente la falta de imaginaci¨®n, abocadas a la repetici¨®n de patrones anacr¨®nicos, carentes de la audacia requerida para explorar entornos in¨¦ditos o para transformar con valent¨ªa una herencia que necesita vida. Nuestras ciudades invocan la aparici¨®n de so?adores arriesgados que acepten el desaf¨ªo y propongan esos lugares que todos querr¨ªamos habitar.
Por eso necesitamos ideas que iluminen nuestro camino. Hay que atreverse a ser ut¨®picos, a plantear perspectivas in¨¦ditas hacia las que avanzar. Se dice que la utop¨ªa nace de la indignaci¨®n. Puede ser un argumento aceptable, pero si se queda en la mera protesta o en planteamientos ingenuos, sirve de bien poco. Porque la utop¨ªa no es una quimera, no implica lo imposible, como bien expresaron los grandes utopistas hist¨®ricos, la utop¨ªa requiere concreci¨®n y para que sea verdaderamente influyente conviene que cuente con dosis de posibilidad.
En la actualidad, descubrimos una sintomatolog¨ªa urbana que arroja un diagn¨®stico de ciudades sin Modelo (con may¨²scula), de ciudades sin rumbo, en definitiva, de ciudades sin utop¨ªa. Hace falta reflexi¨®n, mucha reflexi¨®n, y tambi¨¦n ilusi¨®n. El siglo XXI debe reivindicar los sue?os y recuperar la esperanza, porque como escribi¨® Oscar Wilde en 1891, en 'El alma del hombre bajo el socialismo': ¡°Un mapa del mundo que no contenga el pa¨ªs de Utop¨ªa no merece ni siquiera que le echemos un vistazo, pues ignora el ¨²nico pa¨ªs donde llega toda la humanidad. Y cuando la humanidad llega all¨ª, mira a su alrededor, descubre una tierra mejor y entonces alza velas. El progreso es la realizaci¨®n de las utop¨ªas¡±.
* Jos¨¦ Antonio Blasco, Carlos Mart¨ªnez-Arrar¨¢s y Carlos Lahoz son arquitectos y urbanistas. Su faceta profesional, dedicada a la transformaci¨®n creativa de las ciudades y los territorios, se ve complementada con su dedicaci¨®n a la docencia universitaria. Desde su blog urban networks realizan una labor divulgativa sobre el mundo de las ciudades y la reflexi¨®n urban¨ªstica.
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