Alegr¨ªa en la ¨²ltima leproser¨ªa de Europa
En el centro alicantino de Fontilles viven 28 pacientes que sufrieron el estigma de la enfermedad
Son solo cinco letras. Pero unidas, acongojan y encogen el coraz¨®n de quien las escucha. Suenan a Edad Media. Lepra. El imaginario colectivo, a trav¨¦s del cine, tiene en mente a personas que caminan por senderos polvorientos portando cascabeles para anunciar su presencia; seres desfigurados con los que asustar a los m¨¢s peque?os de la casa¡ Estigma en estado puro para quienes sufren la enfermedad.
¡°Soy leproso y soy feliz¡±, dispara a bocajarro Mariano, para disipar cualquier duda. ¡°En Espa?a la gente no sabe absolutamente nada sobre la lepra. Deber¨ªan venir hasta aqu¨ª para comprobar con sus propios ojos que no somos monstruos y que no contagiamos a nadie¡±, afirma este hombre, padre de tres hijos y abuelo de nueve nietos. ¡°Y no se lo he pegado a ninguno¡±, apostilla.
En pa¨ªses como este se ha superado antes la enfermedad que el estigma. A¨²n existe mucho rechazo y se piensa que los pacientes pueden transmitirla. ¡°De la lepra se sabe poco y mal¡±, se queja Jos¨¦ Ram¨®n G¨®mez Echevarr¨ªa, director m¨¦dico del sanatorio de Fontilles, a unos 90 kil¨®metros al norte de Alicante capital. G¨®mez Echevarr¨ªa lleg¨® hace 30 a?os desde su Vitoria natal para quedarse junto a sus "amigos".
En territorio espa?ol se diagnostican entre 10 y 20 nuevos casos al a?o. ¡°Estamos en fase de eliminaci¨®n, y podemos decir que la enfermedad ha sido vencida porque las cifras disminuyen progresivamente todos los a?os¡±, apunta Pedro Torres, jefe de laboratorio del centro alicantino. Pero en todo el mundo, las cifras de la lepra se disparan hasta m¨¢s de 223.000 casos anuales en 104 pa¨ªses. India (con m¨¢s de la mitad de casos), seguida de Brasil (35.000), Indonesia, Bangladesh y varios pa¨ªses del ?frica subsahariana son los que m¨¢s enfermos registran.
La lepra no est¨¢ ni mucho menos erradicada, y seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS) cada dos minutos se le diagnostica a una persona. Y nueve de cada 100 son ni?os. El estigma social hace adem¨¢s que muchos de estos menores sean expulsados por la comunidad, impidi¨¦ndoles acceder a la escuela. En los casos m¨¢s extremos llegan a ser rechazados por sus propias familias.
La ¨²ltima leproser¨ªa de Europa
Una muralla de gruesas piedras, de tres kil¨®metros de longitud y m¨¢s de tres metros de altura, se dibuja sobre las colinas cercanas cual serpiente dor¨¢ndose al sol. Es uno de los ¨²ltimos vestigios de tiempos pasados, cuando a los leprosos se les tem¨ªa tanto que se les encerraba intramuros para que no contagiasen a los habitantes de los pueblos de alrededor. ¡°Adem¨¢s, serv¨ªa para que los mozos de los pueblos no viniesen a apedrear a los pacientes¡±, hace memoria Juan Ram¨®n G¨®mez.
Esta de Fontilles es la ¨²ltima leproser¨ªa de Europa. Aqu¨ª conviven 29 ancianos que ya han logrado vencer a la enfermedad, pero que pasan sus ¨²ltimos a?os de vida junto a otros en situaci¨®n parecida. Lejos de las miradas acusatorias. De las habladur¨ªas. De los chismorreos.
¡°No quiero que los amigos de mis hijos dejen de hablarles y les rechacen porque yo sea enferma de lepra¡±
Silencio y paz. Es la t¨®nica general de este sanatorio donde ¡°se puede morir de aburrimiento¡±, seg¨²n comenta alguno de los internos. No hay figuras llenas de vendas ni con los rostros carcomidos deambulando por las calles de este recinto que lleg¨® a ser un aut¨¦ntico pueblo de personas afectadas por la lepra. Tampoco se ven miembros cercenados por culpa del bacilo. El contagio es m¨ªnimo, y se cura r¨¢pido si se detecta con prontitud.
¡°Ellos [los pacientes] son enfermos, no son leprosos. La palabra lepra es tab¨² aqu¨ª¡±, advierte Raquel Mir¨®, que lleva 13 a?os ejerciendo de psic¨®loga en esta antigua leproser¨ªa. ¡°No quiero que los amigos de mis hijos dejen de hablarles y les rechacen porque yo sea enferma de lepra¡±, se sincera Carmen justificando sus reparos a la hora de dejarse tomar una fotograf¨ªa. Alguno de ellos continua teniendo miedo a que su imagen salga en los medios de comunicaci¨®n y los vecinos o las amistades se?alen con el dedo acusador a sus seres queridos.
Mariano, que lleva 40 a?os internado en Fontilles, es el contrapunto. Recorre la galer¨ªa del sanatorio a toda velocidad con su silla de ruedas. ¡°?A m¨ª s¨ª que pod¨¦is hacerme fotos!¡±, afirma en tono guas¨®n mientras sonr¨ªe. ¡°He pasado por momentos muy duros. Cuando me diagnosticaron la enfermedad se me cay¨® el mundo encima. O cuando mis hijos me dec¨ªan ?Pap¨¢ ponte bueno, pap¨¢ ponte bueno!¡¯... Tuve que dejar a mis hijos abandonados para venir a Fontilles a curarme. Pero ellos entendieron que ten¨ªa que hacerlo. Y consegu¨ª curarme¡±, afirma este hombre. El bacilo le hizo perder dos dedos de su mano izquierda.
Josefa y Manoli
A pesar de que el sol muerde la piel con rabia, la temperatura en el jard¨ªn es agradable. Una ligera brisa recorre el lugar. Gin¨¦s se ha guardado unos mendrugos de pan en el bolsillo para alimentar a los p¨¢jaros que revolotean alrededor. ¡°Me encanta darles de comer¡±, comenta mientras rompe el pan en m¨²ltiples trozos y los lanza al suelo. Tiene 70 a?os y su sue?o es poder regresar a su Almer¨ªa natal para ver el mar. ¡°Hace cuatro a?os que no voy porque ahora estoy un poco pachucho pero mi familia, todos los meses, me manda un paquete con galletas, chocolate y algo de tabaco¡±, afirma el anciano. ¡°Aqu¨ª lo pasamos bien, gracias a Dios. Vemos la novela, nos tomamos un cafelito, hablamos o nos fumamos un cigarrillo. ?Qu¨¦ m¨¢s podemos pedir?¡±.
Un par de bancos m¨¢s all¨¢, tambi¨¦n a la fresca, Josefa y Manoli hablan distendidamente recordando tiempos pasados.
¡ª Cuando era m¨¢s joven me dec¨ªan que era guapa¡ pero yo no era guapa, era simp¨¢tica¡ª? r¨ªe Josefa, de 86 a?os, llev¨¢ndose la mano a la boca para amortiguar el sonido que reverbera en el jard¨ªn.
¡ª Pues yo, de joven, no estaba mal pero con los a?os una se va estropeando¡ª responde Manoli, ya en los 89.
Ambas llevan m¨¢s de medio siglo viviendo en el centro. Son de las m¨¢s veteranas. ¡°Yo no quiero irme de aqu¨ª. Para m¨ª, mis compa?eros son mi familia y son los que me dan un poco de vida¡", comenta Josefa. "Dej¨¦ de estudiar con 14 a?os porque, en aquel entonces, la gente pobre no ten¨ªa recursos para continuar estudiando. Aprend¨ª a coser y llegu¨¦ a convertirme en una gran modista en Lepe [su pueblo natal]. Pero entonces me diagnosticaron esta enfermedad y el m¨¦dico me aconsej¨® que me marchara del pueblo porque la gente no nos aceptaba. Ya sabes¡ ¡®ojos que no ven coraz¨®n que no siente¡¯".
Pero su marcha de Lepe le traer¨ªa muchas m¨¢s alegr¨ªas de las que pod¨ªa haber imaginado. ¡°Me cas¨¦ con Emilio, otro enfermo, y mi boda fue muy rom¨¢ntica. Fuimos muy felices¡ Y desde que muri¨® ¨¦l, hace ahora 10 a?os, siento una gran pena. Me ha costado mucho asumir su muerte¡±.
Manoli tambi¨¦n es viuda. Antonio, su marido, falleci¨® hace ahora dos a?os. ¡°Estuvimos 60 a?os casados¡±, la mujer tiene que hacer una pausa para secarse las l¨¢grimas. Lleg¨® a Fontilles con 22 a?os procedente de And¨²jar (Ja¨¦n). ¡°Antiguamente la gente ten¨ªa much¨ªsimo miedo a los leprosos¡ el miedo es libre. Pero todos hemos logrado rehacer nuestras vidas y hemos demostrado que somos personas normales, como las dem¨¢s. La gente tiene que entender que es muy complicado contagiarse y no deben tenernos miedo¡±, sentencia.
Los maridos de Josefa y Manoli est¨¢n enterrados uno al lado del otro, en el cementerio de Fontilles. ¡°Eran muy buenos amigos en vida y por eso descansan juntos. Nos est¨¢n guardando el sitio porque a nosotras tambi¨¦n nos enterrar¨¢n aqu¨ª¡±, afirma Josefa abanic¨¢ndose con coqueter¨ªa.
Un pueblo de leprosos
En sus m¨¢s de 100 a?os de historia (el centro abri¨® sus puertas en 1909 atendiendo a los primeros ocho pacientes) han pasado por aqu¨ª m¨¢s de 3.000 personas, convirtiendo este lugar en una referencia mundial. ¡°En los a?os treinta no hab¨ªa cura. A los pacientes se les tra¨ªa obligados a Fontilles, que se convirti¨® un sitio de aislamiento total. Aqu¨ª se ven¨ªa a morir¡±, afirma el doctor G¨®mez Echevarr¨ªa. ¡°Pero con la aparici¨®n de la multiterapia, en 1982, los enfermos empezaron a tratarse de forma ambulatoria y no hubo nuevos ingresos¡±, apunta el facultativo.
Paco jam¨¢s olvidar¨¢ un d¨ªa de 1958. ¡°Eran las cuatro de la tarde¡±, recuerda. De ese d¨ªa hace, justo cuando hablamos con ¨¦l, 58 a?os. Es el tiempo que lleva ingresado en Fontilles. ¡°Esto antes era como un pueblo. Hab¨ªa much¨ªsimos enfermos Ahora solo quedamos 29. Antes le d¨¢bamos miedo a la gente y no pod¨ªamos decir a nadie que ven¨ªamos aqu¨ª porque nos repudiaban¡±, recuerda el m¨¢s veterano del recinto, con la movilidad limitada tras sufrir un ictus y a quien Cristiano Ronaldo le parece, "un viejo".
¡°Yo ten¨ªa una novia en Lepe, pero cuando ca¨ª enfermo la tuve que dejar. Nunca tuve el valor de decirle la verdad respecto a mi enfermedad; simplemente la dije que ya no la quer¨ªa¡±, evoca Paco. Aquella novia se acab¨® casando y formando una familia. ¡°Tuvo tres hijos, pero cada vez que regresaba al pueblo, ella ven¨ªa a verme. Nunca nos olvidamos el uno del otro¡±, afirma rememorando ese amor de juventud.
Hoy, Paco se pasa las horas delante de la televisi¨®n y solo sale de su habitaci¨®n para realizar la rehabilitaci¨®n. Sus amigos de Fontilles con el paso del tiempo, se fueron machando. ¡°S¨ª, todos al cementerio¡±, afirma entre risas. ¡°Ya no me queda nadie de entonces. Solo mis actuales compa?eros, que son mi familia¡±. Paco, Mariano, Manoli, Josefa... son el ¨²ltimo vestigio de una enfermedad ancestral pr¨¢cticamente olvidada en Espa?a que, sin embargo, contin¨²a muy presente en numerosos pa¨ªses del mundo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.