Repite y vencer¨¢s
NO S? SI recuerdan la estafa de Unetenet (vale, digamos presunta, porque el juicio a¨²n no se ha celebrado). Un tipo llamado Jos¨¦ Manuel Ram¨ªrez y su novia, Pilar Otero, dos listillos de unos 40 a?os con un radiante aspecto de relaciones p¨²blicas de discoteca, todo sonrisas y coches descapotables, montaron la t¨ªpica trampa piramidal, ya saben, una de esas estructuras huecas que s¨®lo funcionan mientras siguen captando incautos. Los detuvieron en octubre de 2015, pero a¨²n se est¨¢ investigando el alcance de sus manejos, y se acaba de saber que actuaron en 78 pa¨ªses. Hay que reconocer que los espa?oles somos los reyes de la picaresca.
Lo m¨¢s inquietante es que el negocio era un enga?o tan obvio que pasma pensar que alguien picara. Ver¨¢n, promet¨ªan una rentabilidad anual del 188% de la inversi¨®n, y para ello lo ¨²nico que ten¨ªas que hacer era copiar y pegar anuncios en una p¨¢gina web durante 10 minutos al d¨ªa, una memez palmaria. Pero, por si esto no bastara, resulta que los incautos pagaban en euros o d¨®lares, dinero de verdad, pero recib¨ªan sus ganancias en una moneda virtual inventada por este botarate, un dinero de mentirijillas que recib¨ªa el rid¨ªculo nombre de unete y que supuestamente equival¨ªa al d¨®lar. O sea, que a decenas de miles de personas no les pareci¨® raro el est¨²pido e in¨²til trabajo que les propon¨ªan. No les mosque¨® que por esos 10 minutos diarios de parip¨¦ les prometieran riquezas op¨ªparas. Y ni siquiera les inquiet¨® que les dieran dinero de juguete. Ellos entregaban sus ahorros contantes y sonantes y a cambio recib¨ªan los fabulosos unetes y se quedaban tan contentos. En un a?o y medio, Ram¨ªrez se hizo con 20,7 millones de euros en Italia, 12 en Espa?a, 3 en Estados Unidos¡, y as¨ª hasta alcanzar los 78 pa¨ªses. Alucinante.
Es evidente que los humanos creemos lo que queremos o necesitamos creer, al margen de la veracidad del hecho, de las pruebas o de la m¨¢s simple l¨®gica.
Y seguro que estos pardillos no eran todos tan idiotas como nos parecen. Es evidente que los humanos creemos lo que queremos o necesitamos creer, al margen de la veracidad del hecho, de las pruebas o de la m¨¢s simple l¨®gica. Y lo peor es que esto nos sucede a todos. Como periodista s¨¦ bien que hay que extremar el cuidado cuando est¨¢s tratando un tema en el que te sientes fuertemente implicada (por ejemplo, en mi caso podr¨ªa ser la pena de muerte, de la que soy una apasionada detractora), porque es muy posible que tiendas a ignorar datos contrarios a tus opiniones o a dar por buenos, con ciega confianza, hechos no probados que te apoyen.
Y es que la credulidad humana es banal e influenciable. M¨²ltiples estudios han demostrado que basta con repetir algo varias veces para que la gente lo acepte. Dicho de otro modo: las personas otorgamos autom¨¢ticamente m¨¢s credibilidad a las cosas que hemos o¨ªdo antes, aunque sean falsas. Es un fen¨®meno que un estudio de la Universidad de Michigan llama distorsi¨®n de memoria; otras investigaciones lo denominan la ilusi¨®n de verdad. Se diga como se diga, nos sucede a todos, porque es un atajo que el cerebro toma para moverse mejor en el inmenso caos de informaci¨®n que manejamos cada d¨ªa. Es muy posible que Ram¨ªrez, que organizaba grandes actos p¨²blicos para cazar clientes, se aprovechara de eso: de poner en marcha el machac¨®n rumor de que Unetenet era un negocio bomba.
Que repetir convence es algo que han sabido intuitivamente los pol¨ªticos desde tiempo inmemorial. Por eso todos los partidos se aferran a un pu?ado de esl¨®ganes que sueltan una y otra vez como letan¨ªas. La cosa consiste en encontrar dos o tres simplezas llamativas y taladrar con ellas la cabeza del ciudadano. Es una herramienta poderosa y es lo que hace que las dictaduras, que tienen la exclusiva de la repetici¨®n, resulten tan persuasivas para la mayor¨ªa de sus v¨ªctimas. ¡°Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad¡±, reza una famosa frase atribuida al espeluznante G?bbels, el ministro de Propaganda de Hitler. ?O quiz¨¢ no era suya? Porque otros aseguran que la frase es de Lenin, y que G?bbels tan s¨®lo la recogi¨®. Pero ni unos ni otros proporcionan los datos pertinentes ni el contexto de la frase, as¨ª que quiz¨¢ no la dijeran ninguno de los dos, pese a llevar la fama. Pero ya saben, basta con repetir algo las suficientes veces para que lo creamos. Aterra pensar lo d¨¦biles que somos.
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