?El final del multiculturalismo?
Los dem¨®cratas no han entendido el fen¨®meno de la diversidad cultural. La izquierda, los liberales y las ¨¦lites no tienen contacto con el mundo industrial ni con ¡°los otros¡±. Ignoran los nuevos conflictos, qui¨¦nes est¨¢n excluidos y por qu¨¦
Uno de los hechos m¨¢s sorprendentes de las recientes elecciones americanas es que la batalla se haya saldado principalmente en el campo de lo socioecon¨®mico y que los conflictos que tienen que ver con la diversidad cultural hayan sido menos relevantes. Hay quien se ha lanzado con rapidez a declarar el final del multiculturalismo y el retorno de otros campos de confrontaci¨®n anteriores a las reivindicaciones del reconocimiento e incluso un cierto retorno de las clases frente a la primac¨ªa que han tenido durante estos ¨²ltimos decenios las diferencias de g¨¦nero y cultura.
Esta ha sido la interpretaci¨®n por la que algunos han declarado el final del multiculturalismo. Mark Lilla afirmaba en The New York Times que el liberalismo americano ha ca¨ªdo en una especie de histeria moral en relaci¨®n con la identidad racial, sexual y de g¨¦nero que ha distorsionado su mensaje y le ha convertido en una fuerza incapaz de unificar a la sociedad y gobernarla. La pol¨ªtica tiene que ver tambi¨¦n con intereses compartidos y propuestas para todos; incluso la defensa de una diferencia requiere un cuadro general de gobierno basado en los derechos, sin el cual no habr¨ªan tenido lugar las conquistas de los movimientos a favor de los derechos de las mujeres, por ejemplo, que no quer¨ªan votar de otra manera sino al igual que los hombres. Para Lilla, explicar el ¨¦xito de Trump por el resentimiento de un grupo de hombres blancos, rurales y religiosos impedir¨ªa a los dem¨®cratas entender que ese grupo de americanos se siente realmente como un grupo marginado en la medida en que no encaja en ninguna de las categor¨ªas de la acci¨®n afirmativa.
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Ahora bien, si los habitantes de la Am¨¦rica profunda se han movilizado de esta manera, como grupo discriminado, entonces no estar¨ªamos ante el agotamiento del multiculturalismo sino en una fase nueva de este, en la que simplemente se reivindica el reconocimiento de un grupo que no estaba en el listado de los desfavorecidos: el de quienes carec¨ªan de adscripci¨®n que justificara un reconocimiento especial. El multiculturalismo ser¨ªa criticado por no ser suficientemente multicultural. Lo que comenz¨® para destruir una determinada hegemon¨ªa habr¨ªa terminado por convertirse en un instrumento contra la posible discriminaci¨®n de los antiguos dominantes. Este giro inesperado de la argumentaci¨®n supondr¨ªa una especie de triunfo p¨®stumo de la causa pluricultural. Quienes no se sienten acogidos por las categor¨ªas raciales o sexuales que ha inventariado el multiculturalismo se estar¨ªan vengando de ¨¦l¡ recurriendo a una l¨®gica multicultural. Para evitar dar la raz¨®n a lo que se combate, Pascal Bruckner ha propuesto en Le Monde interpretar este giro de otra manera. No se tratar¨ªa de a?adir una nueva particularidad a las actualmente reconocidas, sino de sublimarlas a todas; es el retorno del Pueblo (o la Naci¨®n), despu¨¦s de d¨¦cadas de atenci¨®n a las minor¨ªas, la vuelta de lo social tras lo ¨¦tnico.
Pudo ser un error pensar que las reivindicaciones de las minor¨ªas iban a disolver la cuesti¨®n social
Sea de ello lo que fuere, es cierto que los dem¨®cratas no han entendido en toda su amplitud el fen¨®meno de la diversidad cultural, que incluye tambi¨¦n aspectos conflictivos de dif¨ªcil gesti¨®n. El discurso de las ¨¦lites ante la diversidad cultural carece de realismo y sinceridad; ambas cosas resultan hirientes para quienes conviven habitualmente con esa diversidad en sus aspectos menos id¨ªlicos. Existe un tipo de persona progresista que se siente cosmopolita y moralmente superior porque se eleva por encima de sus intereses cuando en realidad sus intereses no est¨¢n en juego y los que son sacrificados son los intereses de otros, m¨¢s vulnerables, m¨¢s en contacto con las zonas de conflicto. Hay una forma de arrogancia e hipocres¨ªa en las ¨¦lites multiculturales porque su experiencia de la alteridad se reduce a encuentros agradables en el bazar de la diversidad (en el consumo, la diversi¨®n o como mano de obra barata). Son ¨¦lites que no sienten la inseguridad f¨ªsica en sus barrios ni la inseguridad laboral en sus puestos de trabajo. Si la izquierda, los liberales o las ¨¦lites no terminan de entender esto (salvo en cierto modo Sanders y Trump a su manera) es porque no tienen contacto ni con el mundo industrial ni con ¡°los otros¡± y solo ven las ventajas de la globalizaci¨®n o los encantos de la diversidad.
?C¨®mo debemos entender entonces los nuevos conflictos? ?Podemos asegurar que vuelven los conflictos de clase, despu¨¦s de d¨¦cadas de confrontaci¨®n cultural e identitaria? ?C¨®mo determinar qui¨¦n est¨¢ realmente excluido y por qu¨¦ (si por ser mujer o pertenecer a determinada raza o simplemente por ser pobre)? Desde luego que no est¨¢n hablando desde la l¨®gica de clases quienes plantean reivindicaciones del estilo ¡°Somos el 99%¡±. Muchas de las protestas que han tenido lugar en los ¨²ltimos a?os no han sido en absoluto movilizaciones de clase sino que han formulado la oposici¨®n radical a un sistema del que se beneficiar¨ªa una ¨ªnfima minor¨ªa y que padecer¨ªa una gran mayor¨ªa.
Es posible que haya nuevas mayor¨ªas cuando se vuelvan a repartir cartas entre las ¨¦lites y la gente
No creo que las cuestiones relativas al sexo, la raza o la identidad vayan a desaparecer de la escena pol¨ªtica norteamericana ni de nuestras democracias en general. Del mismo modo que pudo ser un error suponer que las reivindicaciones de las minor¨ªas iban a disolver la cuesti¨®n social, se equivocar¨ªa igualmente quien tratara de volver a una l¨®gica de clase que no tuviera en cuenta las discriminaciones espec¨ªficas de las que son objeto todav¨ªa, por ejemplo, los afroamericanos, como pone de manifiesto el reciente movimiento de protesta Black Lives Matter. El paradigma del reconocimiento no invalida los problemas de redistribuci¨®n. De hecho, todos los ejes de opresi¨®n en la vida real son mixtos; suele ocurrir que quien es excluido culturalmente sea desfavorecido econ¨®micamente. Es probable que lo m¨¢s adecuado sea afirmar que la justicia requiere hoy ser pensada a la vez como redistribuci¨®n y como reconocimiento.
Nadie ha extra¨ªdo una conclusi¨®n m¨¢s acertada, aunque modesta, de esta nueva constelaci¨®n que el fil¨®sofo americano Michael Walzer: ¡°De momento, los combates que necesitamos no han emergido todav¨ªa¡±. Ni sindicatos ni partidos est¨¢n en ello. Hay intereses que no est¨¢n suficientemente representados o del modo que les es debido. Emigrantes, j¨®venes, generaciones futuras, trabajadores especialmente vulnerables no pueden ser representados como la vieja lucha sindical represent¨® a los asalariados, pero tampoco los partidos pol¨ªticos vehiculan adecuadamente el compromiso pol¨ªtico de la ciudadan¨ªa. Es posible que haya nuevas mayor¨ªas que esperan nacer, en cuanto vuelvan a repartirse las cartas entre las ¨¦lites y la gente, cuando comience el juego que vuelva a articular pol¨ªtica, econom¨ªa, sociedad y cultura de acuerdo con las nuevas circunstancias.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica, investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y profesor invitado en la Universidad de Georgetown. Su ¨²ltimo libro es La pol¨ªtica en tiempos de indignaci¨®n.
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