El sue?o europeo de Claudio Magris
YA CASI al final salt¨® el tema de ¡°la persuasi¨®n¡±. Es un concepto acu?ado por Carlo Michelstaedter, un escritor de Gorizia que se suicid¨® de un disparo a los 23 a?os y al que Claudio Magris ha reivindicado siempre. ¡°La persuasi¨®n es la posesi¨®n presente de la propia vida y de la propia persona, la capacidad de vivir a fondo el instante sin la mani¨¢tica angustia de quemarlo pronto¡±, sosten¨ªa.
?Lo ha conseguido? ?Ha logrado vivir de acuerdo a esa persuasi¨®n? Lo he intentado. No estar pendiente de lo que va a venir y aprender a disfrutar de cada momento. Pero no es f¨¢cil.
Hombre de letras y viajero empedernido, Magris tiene la capacidad de contagiar de inmediato su pasi¨®n por las palabras y el conocimiento y arrastra ese aire elegante y sofisticado de los viejos europeos, de aquellos brillantes intelectuales que parecen ya un vestigio de una ¨¦poca desaparecida. Empez¨® a leer desde muy joven y termin¨® convirti¨¦ndose en un germanista de referencia. Naci¨® en la ciudad italiana de Trieste en 1939, estudi¨® en Tur¨ªn. Se dedic¨® a dar clases de lengua y literatura alemanas, tanto en Tur¨ªn como en su ciudad natal. Traductor de Ibsen, Kleist y Schnitzler, ha escrito libros inclasificables como El Danubio, donde se sumergi¨® en los grandes conflictos que han marcado la cultura centroeuropea, novelas (Conjeturas sobre un sable, Otro mar y No ha lugar a proceder, la ¨²ltima, entre otras), ensayos (Utop¨ªa y desencanto, por ejemplo), libros de viajes, piezas teatrales. Le han concedido numerosos premios, entre ellos el Pr¨ªncipe de Asturias (2004), el de la Paz de los Libreros Alemanes (2009) o el de la FIL de Guadalajara (2014).
¡°tuve la infinita suerte de vivir en un momento en el que las cosas que s¨¦ hacer encontraron un mundo que las apreciaba¡±.
Claudio Magris estuvo en Madrid para recibir otro, el Francisco Cerecedo, que concede la Asociaci¨®n de Periodistas Europeos. La entrevista tuvo lugar un d¨ªa raro: era fiesta en Madrid y acababa de ganar las elecciones Donald Trump. As¨ª que la ciudad estaba parada y era f¨¢cil proyectar en sus calles vac¨ªas una atm¨®sfera de profundo abatimiento. Magris, de hecho, ten¨ªa mala cara, un poco de cansancio, la resaca de una de esas gripes enojosas. ¡°Hoy es m¨¢s necesario que nunca un verdadero Estado europeo, federal y descentralizado pero org¨¢nico en sus leyes, respecto al cual los actuales Estados sean lo que hoy son las regiones para cada Estado¡±, dijo un d¨ªa despu¨¦s en su discurso de agradecimiento del premio.
?Qu¨¦ ha pasado en Estados Unidos? Aunque hubiera ganado Hillary Clinton, que era lo yo quer¨ªa, hay algo que no funciona bien en el sistema. Trump, m¨¢s all¨¢ de lo indecente de sus expresiones y de sus burdas maneras y de su discurso simplista, que son impresentables, constituye la expresi¨®n de una ruptura que no solo ocurre en Estados Unidos, sino en el mundo entero. Existe una gran plebe que no est¨¢ politizada: pienso en los blancos pobres, en los negros pobres, y creo que entre ellos ninguno ha pensado nunca pol¨ªticamente.
?A qu¨¦ se refiere? Si me fijo en Italia, toda la cultura democr¨¢tica en la que me reconozco, y en la que incluyo al viejo partido comunista, daba por sentado que exist¨ªa una ciudadan¨ªa politizada a la que hab¨ªa que convencer para obtener su voto. Ahora lo que ha aparecido es una amplia poblaci¨®n que vive por debajo, o al margen, de cualquier tipo de comprensi¨®n de lo econ¨®mico, de lo cultural, de lo p¨²blico. Trump ha conseguido convencer a esa Am¨¦rica (que no est¨¢ solo en Am¨¦rica) de que es su voz.
Algo de eso fue lo que hizo Berlusconi, ?no? Supo dirigirse a esa peque?a burgues¨ªa a la que se hab¨ªa abandonado en una suerte de ci¨¦naga. Y lleg¨® y les dijo: yo soy como vosotros. Evidentemente yo estoy en contra de todo esto, pero lo que ha ocurrido en Estados Unidos no es una victoria del Partido Republicano sobre el Partido Dem¨®crata. Es una transformaci¨®n pol¨ªtica mucho m¨¢s grande y peligrosa que no se puede infravalorar. Existe una Am¨¦rica que no se siente representada en la Am¨¦rica de Wall Street, de los liberales, de las grandes familias conservadoras ¨Ccomo la de los Bush¨C, del intervencionismo militar, ni siquiera en la del moralismo republicano que encarn¨® hace cuatro a?os Sarah Palin. Aquella Am¨¦rica era todav¨ªa la Am¨¦rica de los que cuentan.
?Y c¨®mo es ahora? Confieso que cuando el FBI sac¨® de nuevo en la campa?a el asunto de los correos electr¨®nicos que pod¨ªan perjudicar a Hillary Clinton pens¨¦ que aquello se hab¨ªa convertido en una guerra de bandas. Yo soy, por mi edad y mi educaci¨®n, un hombre del siglo XX y s¨¦, o creo saber, cu¨¢les son los valores que defiendo y por lo que estoy dispuesto a luchar. Y no me dejo turbar por los cambios que se est¨¢n produciendo, pero me preocupa lo que se puede perder. Hoy los instrumentos pol¨ªticos con los que se libran las batallas est¨¢n en la web, en las redes sociales, que es donde se est¨¢ creando la opini¨®n p¨²blica. Y en ese ¨¢mbito me encuentro como un combatiente que est¨¢ fuera de lugar, que utiliza el arco y las flechas en un mundo donde ya solo sirven las pistolas y los fusiles./
Vayamos a Magris. ?C¨®mo fue su infancia? Empecemos por una constataci¨®n. Yo me considero generacionalmente afortunado. Nac¨ª en 1939, y eso significa que me libr¨¦ de la guerra, de los combates. Es verdad que me acuerdo de los bombardeos y de la ocupaci¨®n, pero no tuve que sufrir directamente en ning¨²n frente. Cuando fui joven me toc¨® una sociedad llena de libertad, de iniciativas, de trabajo, se viv¨ªa un buen momento econ¨®mico. Yo he desconocido la ansiedad de no saber qu¨¦ pod¨ªa hacer. El mundo flu¨ªa. Para la generaci¨®n de mis hijos ¨Cuno tiene 50 a?os ahora; el otro, 48¨C, las cosas fueron ya mucho m¨¢s dif¨ªciles. Y hoy, si pienso en mis estudiantes de unos 20 a?os o en los que tienen ya 30, la situaci¨®n es terrible. Yo tuve la infinita suerte de vivir en un momento en que las cosas que s¨¦ hacer encontraron un mundo que las apreciaba.
?Hay algo que haya marcado su formaci¨®n? Fue muy importante lo que ocurri¨® en el a?o 1945 en Trieste. Como cuento en mi ¨²ltima novela, la guerra no termin¨® all¨ª ese a?o, sino en 1954. No es que continuara exactamente la guerra, lo que exist¨ªa era un Gobierno de los brit¨¢nicos y los estadounidenses mientras se decid¨ªa qu¨¦ iba a pasar con la ciudad, si iba a caer del lado de Italia o se incorporar¨ªa finalmente a la Yugoslavia de Tito, que desde 1948 formaba ya parte del mundo de Stalin. La resistencia en Trieste fue particularmente complicada, y por entonces terminaron un poco enfrent¨¢ndose todos contra todos: los nazis y los fascistas contra los resistentes italianos; los partisanos comunistas contra los partisanos democr¨¢ticos; las tropas de Tito peleaban al mismo tiempo contra los nazis y los fascistas y contra las democracias vencedoras; los fascistas italianos estuvieron con los nazis, pero como tambi¨¦n eran nacionalistas al final se enfrentaron a ellos. En fin, un caos. Naturalmente yo no era consciente de lo que pasaba entonces, pero la sensaci¨®n dominante era la de no saber cu¨¢l iba a ser tu futuro. Y eso termin¨® siendo una gran escuela. La resumi¨® muy bien el cabaretero alem¨¢n Karl Valentin, del que tanto aprendi¨® Brecht. Dec¨ªa: ¡°Incluso el futuro era antes mejor¡±.
Esa especie de futuro sin futuro. La idea de que puedes construir algo es importante, de que hay un porvenir que puede ser diferente, que puedes cambiar el mundo. Frente a eso, lo que se impone hoy es que el futuro se ha fundido. Ya no solo por aquella est¨²pida teor¨ªa de Fukuyama del fin de la historia. Pero yo sigo creyendo eso, que el futuro se puede construir.
?Es entonces optimista? Pesimista con la raz¨®n, optimista con la voluntad. Creo que esa voluntad de construir, de crear algo distinto, es lo que da sentido a nuestro presente. Yo he crecido con esa fe en la utop¨ªa. Pero al mismo tiempo con ese precoz desencanto que me daba la historia de Trieste, esa especie de no future. No me hubiera ocurrido de haber vivido entonces en Mil¨¢n o Tur¨ªn.
En Tur¨ªn estudi¨® Germ¨¢nicas. ?Hablaba alem¨¢n desde ni?o? Mi padre hablaba muy bien el franc¨¦s y el ingl¨¦s, pero no el alem¨¢n. Mi abuelo era de la regi¨®n de Friuli [noreste de Italia] y lleg¨® con su esposa y sus hijos a Trieste [entonces bajo el Imperio Austroh¨²ngaro] para buscar trabajo, pero no quer¨ªa convertirse en ciudadano austriaco. As¨ª que hacia 1915 termin¨® en Pistoya, en la Toscana, donde su hijo hizo la secundaria. Mi madre, en cambio, era t¨ªpicamente triestina. Su familia, de nombre Grisogono, ven¨ªa de la peque?a nobleza veneciana, ten¨ªa un lejano origen griego, y se instal¨® en la costa d¨¢lmata. Ten¨ªamos unos primos croatas. No los frecuentamos mucho. En el siglo XIX en aquella familia hab¨ªa dos hermanos: uno decidi¨® ser croata, y el otro, italiano. Mi madre hablaba alem¨¢n y franc¨¦s, nada de ingl¨¦s. Yo empec¨¦ a estudiar el alem¨¢n en la escuela, con 11 a?os.
?Qu¨¦ recuerda de entonces? Me acuerdo de la enorme influencia que tuvo sobre m¨ª un profesor de alem¨¢n, del que he hablado en El Danubio. Cuando ten¨ªa 14 a?os, una vez me pidi¨® que le hablara de la relaci¨®n del Fausto con la Revoluci¨®n Francesa. As¨ª que me puse a darle vueltas y, al rato, decid¨ª explicarme: ¡°Yo pienso¡¡±. Me interrumpi¨® de inmediato: ¡°?Qu¨¦ vas a pensar t¨², miserable? Deja de pensar¡±. Y luego me dio una hermosa lecci¨®n de aquella Alemania, con esa extraordinaria cultura literaria, filos¨®fica, musical, pero incapaz de renovarse pol¨ªticamente.
Y despu¨¦s fue a Tur¨ªn, ?no? Antes estuve en Roma, en el Centro Experimental de Cine: quer¨ªa ser director. Cuando hice la selectividad me toc¨® en el tribunal un gran cr¨ªtico literario, Giovanni Jetto, que me propuso que fuera a estudiar a Tur¨ªn, que era en aquel momento una ciudad interesant¨ªsima. Durante los a?os que estuve en la facultad, pr¨¢cticamente duplic¨® su poblaci¨®n, de 700.000 a 1.300.000 habitantes, gracias a la inmigraci¨®n que proced¨ªa del sur. Ten¨ªa todos los problemas asociados a la inmigraci¨®n, era la ciudad donde hab¨ªan nacido el comunismo, el liberalismo moderno, donde se hab¨ªa producido una gran transformaci¨®n industrial, era la capital del antifascismo: un poco Detroit y otro poco Leningrado. Una ciudad con una doble alma, que me result¨® muy ¨²til. Ten¨ªa algo de gitana, por su indolencia, pero tambi¨¦n la libertad de saber d¨®nde quer¨ªa ir./
?C¨®mo fue su paso por Tur¨ªn? Fue all¨ª donde empec¨¦ a leer a autores triestinos. Yo hab¨ªa sido un lector muy precoz. A los 13 a?os ya andaba con Tolst¨®i, con Dostoievski, recitaba un mont¨®n de poemas de memoria. Pero jam¨¢s hab¨ªa le¨ªdo una sola l¨ªnea de un autor triestino. Eso les ocurre siempre a los j¨®venes con las cosas de casa.
?Qu¨¦ encontr¨® en esos autores triestinos? Comenc¨¦ a leer libros de Saba, de Svevo¡, y me di cuenta de que Trieste no era solo la ciudad que conoc¨ªa, la de los ba?os en el mar y los lugares pr¨®ximos, sino que hab¨ªa otra que ven¨ªa de mucho antes de que naciera, la ciudad que hab¨ªa pertenecido durante siglos al mundo de los Habsburgo. Fue entonces cuando surgi¨® la tentaci¨®n de explorar esa identidad m¨²ltiple en la que la lengua alemana ten¨ªa un importante papel. Cuando fui a explicarle a mi director de tesis que quer¨ªa hacerla sobre el mito habsb¨²rgico, no entendi¨® nada. Bueno, es que yo tampoco sab¨ªa lo que quer¨ªa hacer. Me sucede siempre: tienes una idea vaga del mundo en el que quieres entrar, y solo cuando llevas adelantada ya la mitad de un libro empiezas a entender lo que de verdad est¨¢s escribiendo.
¡°soy pesimista con la raz¨®n, optimista con la voluntad. He nacido con esa fe en la utop¨ªa y con el precoz desencanto que me daba la historia¡±.
Los a?os sesenta y la revuelta de Mayo del 68: ?c¨®mo vive esa ¨¦poca que tanto ha influido despu¨¦s? En 1968 andaba yo ense?ando un tiempo en Trieste y otro en Tur¨ªn. No me toc¨® nada del 68 m¨¢s agresivo, violento, sino algo muy peque?o. Sin comparaci¨®n con lo que ocurri¨® en otros lugares del mundo. Lo viv¨ª como una extra?a mezcolanza: un mont¨®n de impulsos por la liberaci¨®n, pero que, al final, han conducido al triunfo universal del consumo. Se conquistaron nuevos terrenos de libertad, lo que es important¨ªsimo, y se consigui¨® que mi deseo fuera un derecho. Pero lo he visto tambi¨¦n como Jacques Lacan, que no era ning¨²n reaccionario, y que dijo: ¡°Voy a buscar un patr¨®n, pero estate tranquilo, que lo encontrar¨¦¡±. Me gusta lo que escribi¨® Pasolini, de manera bell¨ªsima, despu¨¦s del refer¨¦ndum sobre el divorcio. Le pareci¨® justo que se aprobara. Pero hizo un matiz: no era solo un voto sobre la obligaci¨®n o no de permanecer junto a una persona con la que te has comprometido; era tambi¨¦n un voto con el que se acababa la posibilidad de buscar salidas creativas a una relaci¨®n cuando esta entra en crisis. Tem¨ªa que esa relaci¨®n se convirtiera en algo intercambiable: hoy me pongo una cosa, ma?ana otra.
H¨¢bleme de Marisa Madieri, su primera esposa y la madre de sus hijos, que muri¨® hace unos a?os [Magris vino a Madrid acompa?ado de Jole Zanetti, su compa?era actual]. Marisa era mi columna vertebral. La conoc¨ª¡, me acuerdo perfectamente del momento. Fue en el Liceo, durante una reuni¨®n en el aula magna, estaba con mis dos grandes amigos, con los que hab¨ªa armado un triunvirato indestructible, cuando una muchacha levant¨® la mano para hacer una pregunta. Y de pronto pin, como dice Lawrence, y estaba en sus manos. La frecuent¨¦ poco durante aquel a?o, luego se fue a Inglaterra, a un campo de refugiados, como ha contado en Verde agua. Cuando regres¨® volvimos a encontrarnos. Era el a?o 1962, cuando para ella se inici¨® todo; para m¨ª hab¨ªa empezado en 1957. Luego nos casamos en 1964.
Tuvo que ser un golpe muy duro. Despu¨¦s de la muerte de Marisa, en 1996, una amiga, la pol¨ªtica y periodista Rossana Rossanda, me pidi¨® que le mandara una foto de esa persona que tanto le hab¨ªa interesado despu¨¦s de leer su libro. Me plante¨® un problema muy complicado porque ten¨ªa muchas fotos, ?cu¨¢l elegir? Enviarle una imagen de Marisa a los 25 a?os era rid¨ªculo. As¨ª que me puse a pensar en cu¨¢l es esa fotograf¨ªa que nos retrata de verdad. No puede servir la que te hicieron de ni?o peque?o, tampoco aquella en la que ya eres un anciano. Al final decid¨ª que la verdadera foto para contarnos es aquella que nos retrata 10 a?os antes de los que tenemos ahora. Busqu¨¦ una de Marisa que respondiera a ese c¨¢lculo. Y se la envi¨¦ a Rossana.
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