El amor del marino zanzibar¨ª
Recuerdo de una historia de juventud entre un capit¨¢n africano y una chica sevillana
En ?frica hay m¨¢s de 1.200 millones de habitantes. Esto significa que, por lo menos, hay 1.200 millones de historias que contar. Y una de ellas es la de Jeff, un lobo de mar. Es el primero en subir y el primero en apearse del lujoso ferri de la empresa Azam Marine que sale puntalmente a las siete de la ma?ana de Dar es Salaam, principal ciudad de Tanzania. El barco une el continente con Stone Town, capital de Zanz¨ªbar, un archipi¨¦lago de islas situadas a unos 80 kil¨®metros del continente. Zanz¨ªbar pertenece al mismo pa¨ªs, pero es una regi¨®n aut¨®noma e independiente hasta para nombrar sus propios ministros. Jeff es zanzibar¨ª de antepasados indios, tiene ahora 67 a?os y es marino retirado. En su juventud, pas¨® 15 a?os navegando por el mundo: ¡°Por Asia, por Am¨¦rica, por Europa y por ?frica¡±, asegura con orgullo.
Como iba diciendo, el viejo exmarino siempre es de los primeros en subirse al ferri. All¨ª trabaja, por llamarlo de alguna manera, como camarero tras la barra de la min¨²scula cafeter¨ªa del barco. Un barco, por cierto, sofisticado e impoluto. Con dos clases: primera y econ¨®mica, por las que se pagan 50 y 35 d¨®lares respectivamente. Con sillones de cuero y aire acondicionado en la primera, con sillas de lona y aire fresco en las cubiertas superiores y con televisiones de plasma repartidos por todas las salas. Un servicio de primera para los tanzanos y numerosos turistas occidentales que viajan hasta esta isla paradisiaca y uno de los destinos tur¨ªsticos m¨¢s potentes de ?frica.
A las seis de la ma?ana, Dar es Salaam se despierta. La polic¨ªa regula el tr¨¢fico en la carretera que discurre paralela al mar, los trabajadores hacen cola en la parada del autob¨²s, hay mozos que venden frutos secos y ofrecen t¨¦ caliente en la entrada del puerto. Los pasajeros del transbordador adquieren sus billetes en las oficinas de la empresa y se apresuran hacia el pantal¨¢n. Cuando entran en el barco ya est¨¢ Jeff tras la barra. ?l no necesita trabajar, a sus 67 a?os est¨¢ m¨¢s que jubilado, pero le entretiene servir bebidas, samosas y bolsitas de cassava. Viaja en el ferri todo lo que quiere porque el due?o se lo permite. ¡°Somos amigos desde que ¨ªbamos juntos al colegio¡±, aclara. Entre un caf¨¦ y otro es f¨¢cil entablar conversaci¨®n, y a los cinco minutos de charla se descubre la historia que ¨¦l tiene que contar. Una historia de amor.
La conoci¨® en Sevilla, all¨¢ por los ochenta, no recuerda el a?o. ¡°Ella era decente, no como las otras chicas, ya sabes, las que se acercaban a los marineros¡±. Se enamoraron. ¡°Ten¨ªa la piel muy blanca, blanqu¨ªsima, y el pelo lacio y claro. Los ojos eran verdes¡±. Lo que no consigue recordar es su nombre, aunque sabe que era corto. ?Ana? ?Carmen? ?Sara? ¡°No, ninguno de ellos¡±. S¨ª que tiene grabado en la memoria el momento exacto en el que se conocieron: en unos jardines sevillanos cuando ¨¦l estaba de paso por la ciudad. ¡°Se acerc¨® a m¨ª y me pregunt¨® ¡®?qu¨¦ hora es?¡¯ y as¨ª empezamos a hablar¡±.
Durante un tiempo, se intercambiaron postales. ¡°Le escrib¨ªa desde Chile, el L¨ªbano, la Argentina, Europa¡¡± dice ¨¦l. Ella le suger¨ªa que se casaran. Aseguraba que se mudar¨ªa a ?frica. Pero ¨¦l estaba comprometido con su trabajo. Comenz¨® como marinero raso en un buque de carga y termin¨® capit¨¢n, algo que repite un par de veces con mucho orgullo. ¡°Fueron muy buenos tiempos, viaj¨¦ por todo el mundo y transport¨¦ mercanc¨ªa de toda clase, pero no me pod¨ªa comprometer¡±.
Ella era decente, no como las otras chicas, ya sabes, las que se acercaban a los marineros
Lleg¨® un momento en que ya no supo m¨¢s de ella. Sigui¨® haci¨¦ndole millas a la mar, alternando con ¡°chicas de discoteca¡± y descubriendo pa¨ªses nuevos. En Colombia, una vez, fue invitado a cenar por una familia. Cuando le vieron usar cubiertos le acusaron de mentir sobre su origen. ¡°Ellos pensaban que era americano porque aseguraban que los africanos siempre comemos con las manos y no llevamos traje ni corbata¡±, rememora con gracia.
Al cabo de 15 a?os decidi¨® regresar a su tierra natal, Zanz¨ªbar, y se cas¨® con la que hoy es a¨²n su esposa, pero no la sevillana, sino una chica de su pa¨ªs a la que hoy sigue unido. Han tenido dos hijos, un chico y una chica, y unos cuantos nietos. A ambos los mand¨® a estudiar a Canad¨¢ y el var¨®n fund¨® una empresa orientada al turismo: ofrece buceo y otros deportes acu¨¢ticos en una de las playas m¨¢s hermosas de la isla de Unguja, la mayor del archipi¨¦lago.
Jeff vive en una bonita mansi¨®n con piscina y varias terrazas, presume de ella y muestra fotos que guarda en su m¨®vil. Tambi¨¦n almacena algunas de su juventud: las de un jovencito de porte digno, pelo afro, mand¨ªbula marcada y barba bien recortada. Siempre bien vestido. Tambi¨¦n lleva digitalizadas im¨¢genes de su boda, en las que se ve a los novios con los tres trajes que llevaron los tres d¨ªas que dur¨® la celebraci¨®n. Tan elegantes como unos pr¨ªncipes de Las mil y una noches.
El lobo de mar no volvi¨® a saber nada de su amor de Sevilla. ¡°Es posible que se haya olvidado de m¨ª, han pasado muchos a?os¡±, murmura. Pero, aunque no le venga a la cabeza su nombre, ¨¦l s¨ª se acuerda de ella, al menos hasta el punto de haberla sacado en una conversaci¨®n de cafeter¨ªa con una interlocutora desconocida. Si aquella andaluza misteriosa lee alg¨²n d¨ªa esta historia y se reconoce, que sepa que su amor de juventud la recuerda desde la remota Zanz¨ªbar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.