Baratijas

Si Julia Roberts luciera unos pendientes de pl¨¢stico en la alfombra roja de los Oscar, esa baratija ser¨ªa una joya aut¨¦ntica. Si una se?ora de aspecto vulgar se presentara con un collar de diamantes de nueve kilates en un bodorriocelebrado en un cocedero de mariscos, esa joya ser¨ªa falsa. Las piedras preciosas solo son aut¨¦nticas mientras est¨¢n en la caja fuerte o se exhiben detr¨¢s del cristal antibalas de una joyer¨ªa bajo la vigilancia de un guardia con rev¨®lver. Fuera de la c¨¢mara blindada su valor es siempre m¨¢gico; depende de la calidad de las orejas de donde cuelgan o de la categor¨ªa social de la pechuga que las ostenta. El hurto de unos gemelos y unos pendientes en el hotel donde se celebraba la entrega de los Premios Goya es una lecci¨®n pr¨¢ctica de fenomenolog¨ªa: la esencia de las cosas se deriva de su contexto o apariencia. Un operario se llev¨® esas joyas valiosas de una habitaci¨®n abierta y desordenada creyendo que eran simples baratijas solo porque estaban al alcance de la mano en una caja de cart¨®n. Sucedi¨® igual con la escultura de acero de Richard Serra, de 38 toneladas, expuesta en el Reina Sof¨ªa en 1992, que el Ministerio de Cultura hab¨ªa adquirido por 217.000 euros. Un d¨ªa desapareci¨® de un almac¨¦n de extrarradio donde permanec¨ªa depositada a la intemperie junto con otros herrumbrosos cacharros. Fuera de contexto hab¨ªa perdido la magia, unos chamarileros la tomaron por chatarra y la llevaron al desguace. Por el contrario, el urinario de Marcel Duchamp, exhibido en 1917 en la Sociedad de Artistas Independientes de NY, fue convertido en obra de arte solo con la mirada est¨¦tica de los espectadores. El silencio tambi¨¦n es oro, las palabras a veces son piedras preciosas, los ojos crean belleza, depende siempre de quien calla, de quien habla, de quien mira. Toda la filosof¨ªa griega sali¨® de bocas desdentadas.

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