Cuando ganan los malos
En la guerra, como en las elecciones, no hay buenos ni malos, sino vencedores y vencidos. En democracias la pregunta es por qu¨¦ ganan los ¡°antip¨¢ticos¡± y solo hay una respuesta posible: porque les votamos
Los temores despertados por la llegada a la presidencia estadounidense de Donald Trump, despu¨¦s del sorprendente triunfo del Brexit en el refer¨¦ndum de Reino Unido, y la inquietud que provoca el exitoso resurgimiento de formaciones pol¨ªticas neofascistas y neocomunistas en toda Europa me han hecho recordar las observaciones de Umberto Eco acerca de esos momentos an¨®malos de la cultura popular, en los cuales, en lugar de identificarse con el h¨¦roe restaurador de la justicia y protector de los indefensos, el p¨²blico se identifica con los grandes criminales de ficci¨®n, como ocurri¨® con la aparici¨®n de las aventuras de Fantomas, el personaje creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre. Es como si ahora, como quien se siente confundido por un relato de ficci¨®n cuyo desenlace no es el previsto, nos estuvi¨¦ramos todos preguntando: ¡°?Por qu¨¦ ganan (en las urnas) los malos?¡±.
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Pero no est¨¢ claro que tengamos derecho a hacer esa pregunta: a diferencia de lo que ocurre en la ficci¨®n, en la historia, como en la guerra y en las elecciones, no hay buenos ni malos, sino ¨²nicamente vencedores y vencidos. Para que los hubiera tendr¨ªamos que situar una instancia moral o religiosa por encima de la soberan¨ªa popular, y eso ya lo hemos probado con resultados catastr¨®ficos. Como mucho, podemos hablar de buenos y malos en un sentido pol¨ªtico inmanente a los reg¨ªmenes democr¨¢ticos de derecho: los buenos ser¨ªan entonces los que respetan las reglas del juego, y los malos, los que quieren superar la democracia. As¨ª pues, y ¨²nicamente en este sentido, los Fantomas de nuestra historia reciente han sido los Estados totalitarios fascistas y comunistas. Pero esto no quiere decir que en los reg¨ªmenes democr¨¢ticos reine la bondad moral o que en los no democr¨¢ticos todo sea maldad y perversi¨®n. Por el contrario, las dictaduras totalitarias est¨¢n llenas, como las guerras, de ejemplos de santidad, hero¨ªsmo, buenas intenciones y conductas ejemplares, mientras que las democracias son compatibles con un alto grado de mediocridad moral, malas intenciones, vicio, corrupci¨®n e indiferencia. Y las elecciones no son un seguro a todo riesgo contra esos males.
Pero como sucede que, en esa historia reciente, aquellos grandes malos fueron derrotados por las democracias liberales occidentales, hemos podido tener la sensaci¨®n de que la historia hab¨ªa terminado y de que la hab¨ªan ganado los buenos, que mira por d¨®nde ¨¦ramos nosotros, y de que el nuestro era el reino definitivo del bien moral tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, que a partir de ese momento se extender¨ªa a todo el planeta ¡ªel bien es difusivo, dec¨ªa el Doctor Ang¨¦lico¡ª gracias a la desaparici¨®n de las fronteras nacionales para la circulaci¨®n del dinero y de las personas. Los atentados del 11-S fueron un aviso de que Fantomas no hab¨ªa muerto con la derrota de Hitler y la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (y de que se aprovechaba de la difuminaci¨®n de las fronteras pol¨ªticas y econ¨®micas para sus planes), y las invocaciones teol¨®gicas con las que se gestion¨® esta amenaza (¡°el eje del bien¡± contra el ¡°eje del mal¡±) indicaron tambi¨¦n el grado de confusi¨®n imperante entre la moral y la pol¨ªtica.
El desconcierto cunde en partidos socialdem¨®cratas y conservadores creadores del Estado del bienestar
Hoy, la crisis econ¨®mica ha alimentado en Europa y en EE?UU el crecimiento electoral de opciones pol¨ªticas antip¨¢ticas con respecto a la democracia de derecho (cuyos l¨ªmites, sin embargo, respetan, aunque no sea de muy buena gana). Y aunque el parentesco de estos l¨ªderes malencarados con los malos fantom¨¢sicos del siglo pasado parece ser sobre todo est¨¦tico (del tipo del que Marilyn Manson tiene con Charles Manson), es un s¨ªntoma de que el mal antidemocr¨¢tico no est¨¢ definitivamente vencido ni ¨²nicamente ¡°fuera¡± del sistema. El remedio democr¨¢tico contra este mal es bien conocido: las democracias se distinguen de otros reg¨ªmenes pol¨ªticos precisamente porque est¨¢n acostumbradas a que el enemigo est¨¢ siempre dentro, como adversario en el Parlamento, y debe ser derrotado en las urnas por el consenso mayoritario de los representantes del pueblo.
Pero esta medicina es precisamente la que parece estar dejando de funcionar, como esos antibi¨®ticos que pierden eficacia porque las bacterias y microorganismos se vuelven resistentes a ellos. Aplicada a algunos pa¨ªses iberoamericanos, y a otros de los llamados ¡°isl¨¢micos¡± que tomaron el relevo del enemigo sovi¨¦tico despu¨¦s de 1989, el f¨¢rmaco da como resultado que, all¨ª donde desaparecen los reg¨ªmenes autoritarios vigentes desde la descolonizaci¨®n, tienden a ganar las elecciones los islamistas radicales y los caudillos populistas. Y ahora empieza tambi¨¦n a fallar en el centro del sistema, en donde las urnas se inclinan una y otra vez a favor de los ¡°antip¨¢ticos¡±, con el consiguiente desconcierto de los partidos socialdem¨®cratas y conservadores que erigieron el Estado de bienestar, que no se explican por qu¨¦ han perdido el favor de un pueblo que vota a los ¡°malos¡± menos por simpat¨ªa hacia sus inspiradas consignas que por no perder la oportunidad, hasta ahora casi in¨¦dita, de votar contra los ¡°buenos¡±. Porque en las democracias la pregunta ¡°?por qu¨¦ ganan los malos?¡± solo tiene una respuesta posible: porque les votamos, de la misma manera que Fantomas escapaba siempre de las garras del detective Juve porque el p¨²blico esperaba verle de nuevo en la siguiente aventura.
Las democracias est¨¢n acostumbradas a que el enemigo est¨¦ dentro y se le debe ganar en las urnas
Pero el triunfo de estos ¡°neo-malos¡± no son solo sus resultados electorales: sus victorias de hoy en las urnas les ponen en crisis tanto como sus derrotas de ayer les confirmaban en su superioridad moral. Su triunfo consiste, sobre todo, en que a los ¡°buenos¡± no se les ha ocurrido mejor soluci¨®n para salvarse de la quema en los comicios que volverse, aunque sea de mentirijillas, un poco ¡°malos¡± para atraerse a los votantes descontentos, con lo cual, en lugar de ganar adeptos, ahuyentan a los pocos que les quedan, desorientados por su calculada pero escandalosa ambig¨¹edad: en los pa¨ªses deudores de la UE, los socialdem¨®cratas se vuelven un poquito neocomunistas, y en los acreedores los conservadores se vuelven un poquito neofascistas, pero ambos se guardan muy mucho de tomar alguna postura comprometida en asuntos de circulaci¨®n de personas o de capitales, mientras que la posici¨®n de los ¡°malos¡± en estos puntos es clar¨ªsima: que el dinero se quede dentro y los extranjeros fuera (o viceversa), aunque nadie sepa c¨®mo van a convencer a los ricos y a los pobres para que se est¨¦n quietos.
Y de esta estrategia ya no se puede culpar al pueblo casquivano: ?c¨®mo evitar que los comicios se conviertan en t¨®mbolas plebiscitarias si los ¡°malos¡± acuden a las urnas disfrazados de ¡°buenos¡± y los ¡°buenos¡± disfrazados de ¡°malos¡±? Lady Beltham, la amante de Fantomas, obligada a elegir entre la pasi¨®n que sent¨ªa por el hombre y el horror que le provocaba el criminal, encontr¨® la soluci¨®n: se suicid¨® en 1910.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo.
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