C¨®mo una serie provoc¨® la ¨²ltima fiesta salvaje de la aristocracia
Su ejemplo fue 'Retorno a Brideshead'. Su objetivo: beber como un emperador y destrozar restaurantes
Y frecuentaban clubes secretos para gastarse el dinero de sus mayores en cenas cuyo postre era destrozar el restaurante y fiestas cuya guinda humillar a los reci¨¦n llegados.
En octubre de 1981, el canal ITV empez¨® a emitir Retorno a Brideshead, la adaptaci¨®n de la novela de Evelyn Waugh con Jeremy Irons como Charles Ryder y Anthony Andrews como el resbaladizo Sebastian Flyte, hijo d¨ªscolo y gay de una poderosa familia cat¨®lica que casi nunca se deja ver sin dos accesorios: un oso de peluche llamado Aloysius y una botella de lo que fuera, generalmente whisky, pero no le hac¨ªa ascos ni a la ginebra ni al champ¨¢n.
¡°Tuve acceso a un mundo secreto. Hab¨ªa un cambio en marcha. Alguien lo describi¨® como la ¨²ltima cana al aire de las clases altas¡±, cuenta el fot¨®grafo?
En su primera escena, Sebastian aparece vomitando por la ventana. Pocas veces un artefacto cultural ha llegado con tanta oportunidad. Margaret Thatcher llevaba dos a?os instalada en Downing Street y empezaba a quedar claro que ser¨ªa m¨¢s que una jefa de Gobierno. Resultar¨ªa m¨¢s bien un clima o una manera de vivir. Ganar dinero o, mejor a¨²n, tenerlo acumulado desde anta?o, como los Flyte, de Brideshead, era algo digno de celebrarse en p¨²blico.
La serie cal¨® en una audiencia dispar, pero de manera especial entre aquellos que entend¨ªan los c¨®digos de ese mundo, que sab¨ªan sin que el guion lo explicara que Michaelmas es como llaman en Oxford al trimestre que va de octubre a diciembre, qu¨¦ es un baile de mayo o en qu¨¦ consisten las fiestas de gala tras el fin de los ex¨¢menes. Esa audiencia comprend¨ªa a qu¨¦ se refer¨ªa el clasista Sir Maurice Bowra cuando dijo: ¡°La sodom¨ªa se invent¨® para llenar ese rato extra?o que queda entre el Evensong [el servicio anglicano de las seis de la tarde] y la hora de los c¨®cteles¡±.
Las clases altas se entregaron con fervor al efecto Brideshead ¨Cla escritora Rachel Cusk recuerda haber visto en esos d¨ªas a varios estudiantes cargando con osos de peluche, en un ejemplo de extrema literalidad¨C y desempolvaron tradiciones que nunca hab¨ªan muerto pero que en los sesenta y los setenta se hab¨ªan mantenido en una discreta penumbra.
¡°En Oxford, algunos ya alardeaban de su riqueza sin esforzarse por disimular su ropa y su acento¡±, cuenta Dafydd Jones. Este fot¨®grafo gal¨¦s hab¨ªa llegado a la ciudad por casualidad. Reci¨¦n salido de la escuela de Bellas Artes, se instal¨® con otros amigos artistas en un estudio que les sal¨ªa barato.
Entonces se enter¨® de que The Sunday Times lanzaba un concurso para fotoperiodistas con el tema El retorno de los Bright Young Things, como hab¨ªan bautizado a los arist¨®cratas de entreguerras que se consagraron a la fiesta y a la noche con consecuencias medianamente devastadoras: algunos murieron de sobredosis, alcoholismo o terminaron suicid¨¢ndose, pero los que sobrevivieron se convirtieron en se?ores y se?oras de orden.
¡°Viviendo en Oxford estaba en el lugar adecuado¡±, recuerda Jones. ¡°Yo no era parte de la alta sociedad, ni siquiera de la Universidad. Ven¨ªa de mucho m¨¢s abajo en la escala social, pero me puse a investigar¡±. Compr¨® carretes en blanco y negro, porque eran m¨¢s baratos, y se dedic¨® a colarse en las fiestas de los nuevos sebastians, de gente como la hoy chef medi¨¢tica Nigella Lawson, cuyo padre se hab¨ªa convertido en ministro de Thatcher; o Hugh Grant, al que fotografi¨® vestido de duendecillo en una fiesta de la sociedad secreta Piers Gaveston, la misma en la que, al parecer, David Cameron pas¨® por un rito de iniciaci¨®n consistente en introducir su pene en la cabeza de un cerdo muerto.
Quedaban en un restaurante a comer y beber a niveles de emperador romano, destrozar el local, y dejar un reguero de billetes para pagar los desperfectos
Jones no gan¨® el concurso, pero el peri¨®dico public¨® sus fotos junto a un escandaloso art¨ªculo del reportero Ian Jack, futuro director de la revista literaria Granta. El reportaje llam¨® la atenci¨®n de Tina Brown, la periodista que entonces estaba reinventando Tatler, la cabecera tradicional de las clases altas. Fich¨® a Jones de reportero nocturno, enviado especial a los bailes y festejos de los cachorros de la nueva oligarqu¨ªa, que era la misma de siempre.
Durante la d¨¦cada siguiente, las debutantes y los hijos de los lores se toparon con ¨¦l en cada boda, en cada velada ben¨¦fica y en cada jarana del Annabel¡¯s, la eterna discoteca de la aristocracia. ?l los retrat¨® en toda su gloria, con caras desencajadas, pezones fuera y esa tranquilidad que da saber que tu vida y la de tus descendientes est¨¢ apalabrada. ¡°Tuve acceso a un mundo secreto. Era un tema del que se hab¨ªa escrito mucho pero no creo que se hubiese fotografiado. Y hab¨ªa un cambio en marcha. Alguien lo describi¨® como la ¨²ltima cana al aire de las clases altas¡±, recuerda.
El fot¨®grafo consegu¨ªa colarse en las fiestas gracias a una combinaci¨®n de invitaciones y chivatazos y fue aprendiendo las reglas de un mundo cerrado comport¨¢ndose ¡°como un detective¡±. Adem¨¢s, confiesa, ¡°era amigo del camello de ese c¨ªrculo. ?l me daba informaci¨®n muy detallada¡±. Esos a?os fueron tambi¨¦n los del estallido de la coca¨ªna, pero los Sloane rangers, como llamaban en los ochenta a los pijos que viv¨ªan cerca de la londinense Sloane Square, llegaron bastante tarde al polvo blanco.
¡°Mucha de esta gente viv¨ªa por lo menos la mitad del tiempo en el campo, as¨ª que no estaba muy al d¨ªa. Lo que s¨ª hac¨ªan era beber mucho alcohol¡±, aclara el periodista Peter York, quien, sin pudor, asevera: ¡°Coescrib¨ª el libro definitivo sobre este asunto, The sloane ranger handbook [El manual del Sloane Ranger], en 1982¡±.
Beber era y sigue siendo la actividad principal de las sociedades secretas como la ya famosa Bullingdon, conocida como Bullers, a la que pertenecieron Boris Johnson y David Cameron, o la Piers Gaveston, con una reputaci¨®n algo m¨¢s turbia en el terreno sexual. Un viernes cualquiera de uno de sus socios consist¨ªa en quedar en un restaurante a comer y beber a niveles de emperador romano, destrozar el local, y dejar despu¨¦s un reguero de billetes para que el due?o pagara los desperfectos. El men¨² tipo de la ¨¦poca: consom¨¦, lenguado de Dover, codorniz, solomillo chateaubriand, cr¨¨me br?l¨¦e, queso... Todo acompa?ado de vinos Muscadet, C?tes du Rh?ne, Borgo?a, Sauterne y, por supuesto, champ¨¢n.
En 2010, la dramaturga Laura Wade situ¨® su obra Posh [Pijo] en una de estas veladas. All¨ª, los chicos llaman a una prostituta y le piden que se ponga a cuatro patas debajo de la mesa y haga felaciones a todos los presentes. Cuando la chica se niega, se muestran completamente sorprendidos. La escena es emblem¨¢tica de la actitud ante las mujeres que predominaba entre aquellos chicos criados en internados masculinos.
Las verdaderas sloanes ni siquiera llegaban a la Universidad. Hac¨ªan de modelos o iban a la escuela de secretariado hasta que se casaban con un compa?ero de su hermano en el college y daban su propio fiest¨®n de boda. ¡°Por supuesto que todos nos emborrach¨¢bamos en la Universidad, pero esta gente lo hac¨ªa de manera distinta, miraban por encima del hombro a lo que llamaban la plebe¡±, recuerda Jonathan Gregg, un profesor universitario afincado en Barcelona que fue a Oxford entre 1977 y 1981.
Las fotos de Jones le resultan familiares. Antes, estudi¨® en Winchester, una escuela privada del rango de Eton a la que acudi¨® becado. ¡°Cenando cada noche vestido de gala, servido por criados que a los 13 a?os me llamaban se?or¡±, recuerda. Despu¨¦s de aquello, lo ¨²nico que quer¨ªa al llegar a la universidad era alejarse de esa escena. ¡°Y aunque hubiese querido, no hubiera podido pertenecer a una sociedad secreta. Se necesitaba much¨ªsimo dinero¡±.
Mientras estos c¨ªrculos organizaban, tambi¨¦n en Londres, cenas de frac obligatorio y pajarita blanca o perpetuaban las tradiciones de sus tatarabuelos, a escasas paradas de metro herv¨ªa otro tipo de vida nocturna. Para los que iban al Billy¡¯s del Soho o al Blitz, el club donde se fraguaron los new romantics, ¡°arreglarse para salir¡± significaba algo un tanto distinto.
Quiz¨¢ vestirse de arlequ¨ªn, de Lawrence de Arabia versi¨®n drag o pintarse las cejas como una Joan Crawford demente. O mejor a¨²n, las tres cosas a la vez. ?Llegaron a cruzarse esos dos mundos? Seg¨²n York, que en aquellos d¨ªas trabajaba como cronista en la revista rival de Tatler, Harpers & Queens, y que recuerda cruzarse con Jones todo el tiempo, ¨¦l s¨ª se mov¨ªa con comodidad en todos los c¨ªrculos. ¡°Yo tambi¨¦n iba a las fiestas de los punks, la new wave y los new romantics; ten¨ªa una vida social m¨¢s variada que la mayor parte de la gente¡±. Pero, por lo general, eran dos realidades que se daban felizmente la espalda.
?Cu¨¢ndo se acab¨® la fiesta? York lo fecha en los primeros noventa, ¡°cuando arranc¨® otro estilo m¨¢s internacional, m¨¢s sofisticado y m¨¢s pol¨ªticamente correcto. Adem¨¢s, se instal¨® la cultura de la celebridad. Cambi¨® el estado de ¨¢nimo y la gente se volvi¨® m¨¢s conspicua con este estilo de vida. En el trabajo, por ejemplo, uno no quer¨ªa pasar por sloane. Lo m¨¢s importante era perder el acento si uno quer¨ªa que le tomaran en serio. Si iban a la City a trabajar para empresas de capital japon¨¦s o alem¨¢n necesitaban parecer personas modernas, responsables y globales¡±.
Dafydd Jones titul¨® una exposici¨®n de 1992 La fiesta termin¨®, decretando el fin de ese mundo de pijos despreocupados, pero ahora reconoce que eso pudo deberse a sus propias ganas de pasar p¨¢gina.
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