Estupidez clasista
CUANDO DABA cursos de Teor¨ªa de la Traducci¨®n en Inglaterra o Espa?a, hace ya much¨ªsimos a?os, dedicaba un par de clases a lo que George Steiner y otros han llamado ¡°intratraducci¨®n¡±, es decir, la traducci¨®n que sin cesar llevamos a cabo dentro de la propia lengua. Ninguno hablamos de una sola manera, ni poseemos un l¨¦xico tan limitado (pese a que hoy se tienda a reducir al m¨¢ximo el de todo el mundo) que no podamos recurrir a diferentes vocablos y registros seg¨²n nuestros interlocutores y las circunstancias. A menudo nos adaptamos al habla de los otros, en la medida de nuestras posibilidades. Desde luego, para ser mejor entendidos, pero tambi¨¦n para protegernos y conseguir nuestros prop¨®sitos; para caer bien y resultar simp¨¢ticos, ahuyentar la desconfianza, llamar la atenci¨®n o no llamarla. A veces lo hacemos para quitarnos a alguien de encima y blindarnos, para excluir y subrayar las diferencias, incluso para humillar y decirle a un individuo: ¡°No eres de los m¨ªos¡±. La lengua sirve para unir y para separar, para acercar y alejar, atraer y repeler, enga?ar y fingir, para la verdad y la mentira. Lo que es seguro es que nadie la usa siempre de la misma y ¨²nica forma, que nadie es monocorde en su empleo, ni siquiera las personas menos cultivadas y m¨¢s brutas que imaginarse pueda. En cada ocasi¨®n sabemos lo que conviene, y solemos saberlo instant¨¢nea e intuitivamente, ni siquiera hemos de premeditar c¨®mo vamos a dirigirnos a alguien. Cuando somos adolescentes o j¨®venes, no barajamos el mismo vocabulario con nuestros padres o abuelos que con nuestros compa?eros. El que elegimos en cada caso es seguramente falso: reprimimos con los mayores las expresiones ¡°malsonantes¡±, y en cambio con los de nuestra edad las exageramos machaconamente, por temor a ser rechazados si nos apartamos del lenguaje tribal ¡°acordado¡±. No hablamos igual con un desconocido en el ascensor que con un amigo de toda la vida, y antes ¨Cquiz¨¢ ya no ahora¨C nuestra gama de t¨¦rminos variaba si la conversaci¨®n era con mujeres o con varones. A un ni?o no le decimos lo que a un adulto, ni a un anciano lo que a un coet¨¢neo, ni a un taxista lo que al juez o al m¨¦dico. Dentro de nuestro idioma pasamos sin transici¨®n de un habla a otra, traducimos continuamente, nuestra flexibilidad es asombrosa.
Tras unos a?os desde su nacimiento, sabemos que si algo distingue a Unidos Podemos es que sus dirigentes simpatizan con buena parte de las vilezas del mundo.
Tras unos a?os desde su nacimiento, sabemos que si algo distingue a Unidos Podemos es que sus dirigentes simpatizan con buena parte de las vilezas del mundo (el chavismo, el putinismo, el entorno proetarra, los tuits venenosos), y se apuntan a casi todas las imbecilidades vetustas. Una de las m¨¢s recientes ha sido proponer en el Congreso un l¨¦xico ¡°de la calle¡± (¡°Me la suda, me la trae floja, me la bufa, me la refanfinfla¡±, ya saben), o, como tambi¨¦n han aducido, ¡°un lenguaje que entienda la gente¡±. Con esas argumentaciones han demostrado su se?oritismo y su enorme desprecio por lo que ellos llaman as¨ª, ¡°la gente¡±, que viene a ser una variante del antiguo ¡°pueblo¡±. ?Acaso piensan que la gente carece de la capacidad antes descrita, de cambiar de registro seg¨²n el lugar, la oportunidad y los interlocutores? Tampoco ¡°el pueblo llano¡± habla de una sola manera, ni es tan lerdo como para no entender expresiones como ¡°me trae sin cuidado¡± o ¡°me resulta indiferente¡±, que son las que probablemente habr¨ªa pronunciado la gran mayor¨ªa, de haberse encontrado en el Congreso. Las personas desfavorecidas o sin estudios son tan educadas o m¨¢s que las pudientes e instruidas (como se comprueba cada vez que salen a la luz grabaciones o emails de estas ¨²ltimas), no digamos que los arist¨®cratas espa?oles, malhablados tradicionalmente muchos de ellos, en absoluta correspondencia con su frecuente burricie cong¨¦nita.
Esos miembros de ¡°la gente¡± no dicen en toda ocasi¨®n ¡°me la suda¡±, como si fueran prisioneros de un ¨²nico registro. Es m¨¢s f¨¢cil que recurran a ¡°me da lo mismo¡±, sobre todo si est¨¢n entre personas con las que no tienen confianza. Quienes hablan as¨ª todo el rato (con deliberaci¨®n, esforzadamente) no son los trabajadores ni ¡°las clases populares¡±, sino los imitadores que se quieren hacer pasar por ellos y as¨ª creen adularlos. La insistencia en ese l¨¦xico resulta siempre artificial, impostada, una farsa. Lo propio de todo hablante es oscilar, pasar de un estilo a otro, adecuarse a cada situaci¨®n y a cada interlocutor. A veces por deferencia hacia ¨¦ste, a veces por conveniencia. Todos somos capaces de instalarnos en lo grueso, nada m¨¢s f¨¢cil, est¨¢ al alcance de cualquiera, lo mismo que mostrarse cort¨¦s y respetuoso. Ninguna de las dos opciones tiene m¨¦rito alguno. Ahora bien, elegir la primera con pretextos ¡°ideol¨®gicos¡±, con ¨¢nimo de ¡°provocar¡±, en una ¨¦poca en que en todas las televisiones se oyen zafiedades sin pausa ¨Cse han convertido en la norma¨C, es, en el mejor de los casos, de una puerilidad sonrojante. En el peor, de una estupidez supina, y adem¨¢s clasista.
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