El olvido y la palabra
EL RECUERDO m¨¢s antiguo que tengo de los libros no es de leerlos yo, sino de que me los leyeran. Me pasaba horas escuchando, observando la cara de la persona que me le¨ªa en voz alta. A veces apoyaba la cabeza sobre el pecho o el vientre del lector y sent¨ªa la resonancia de cada vocal y consonante. As¨ª llegaron a m¨ª muchos libros: Las mil y una noches; las obras maliciosas y brillantes de Al Jahiz; la poes¨ªa de Ahmed Shawqi y sus coet¨¢neos de Al Nahda, el renacimiento literario ¨¢rabe que tuvo lugar a finales del siglo XIX y principios del XX; varios libros sobre las vidas de los Sahabah, y las obras de una larga serie de historiadores que trataron de explicar c¨®mo y por qu¨¦ una guerra o una ¨¦poca concreta hab¨ªa empezado o terminado. En aquel entonces nunca se me ocurri¨® preguntarme por qu¨¦ no hab¨ªa libros para ni?os en la casa; ninguno que yo recuerde, al menos.
Tras una vida entera de relaciones apasionadas con los libros ¨Calgunos, como descubrir¨ªa m¨¢s tarde, poco merecedores de mi juvenil fervor, unos cuantos con los que me top¨¦ en el momento equivocado y muchos otros que todav¨ªa iluminan estancias en mi interior¨C en dos lenguas formidables, el ¨¢rabe y el ingl¨¦s, me resulta extra?o, ahora que ya tengo cuarenta y tantos a?os, que el libro que m¨¢s me ha afectado sea uno que cay¨® en mis manos cuando ten¨ªa 10 u 11 a?os y sobre el que apenas s¨¦ nada. No lo he le¨ªdo. Y, pese a mis muchos intentos de encontrarlo, ni siquiera he conseguido averiguar el t¨ªtulo o el nombre de su autor.
Los pasajes le¨ªdos transmit¨ªan los pensamientos ¨ªntimos de un hombre, una emoci¨®n hiriente.
Era una de aquellas tardes en las que nuestra casa en El Cairo se llenaba de disidentes pol¨ªticos libios exiliados, algo frecuente en aquellos tiempos, de modo que no hubo siesta despu¨¦s de comer. Al contrario, qued¨® un grupo numeroso reunido en la sala de estar, entregado a una indolente conversaci¨®n puntuada por las sucesivas rondas de fruta, t¨¦ y caf¨¦. El tiempo parec¨ªa infinito. El libro estaba sobre la mesita de caf¨¦, entre platillos, tazas y ceniceros. Recuerdo que ten¨ªa una sencilla cubierta blanca, sin ninguna ilustraci¨®n.
Era evidente que el hu¨¦sped que hab¨ªa llevado aquel libro como regalo para mi padre olvidaba que era precisamente ¨¦l quien se lo hab¨ªa recomendado alg¨²n tiempo atr¨¢s. Y como mi padre no quer¨ªa decepcionar a su hu¨¦sped, no revel¨® que ya lo hab¨ªa le¨ªdo. Ahora me resulta curioso que semejante sutileza social se grabara en mi memoria.
Quiz¨¢ fue por la naturaleza del silencio de mi padre, que, c¨®mo no, hizo que el hu¨¦sped tuviera m¨¢s ganas todav¨ªa de expresar hasta qu¨¦ punto apreciaba el libro. Lo cogi¨® y se puso a leer en voz alta. Sent¨ª que el efecto de las palabras reverberaba en la sala y hasta me pareci¨® que vibraba en los muebles una vida interior. Ya no tengo a mi padre conmigo para preguntarle acerca de aquella tarde. Puede ser que me equivoque, quiz¨¢ ¨¦l no conoc¨ªa en absoluto aquel libro y su silencio no ten¨ªa nada que ver con la educaci¨®n, sino que era, m¨¢s bien, su manera de responder al texto.
No recuerdo sobre qu¨¦ trataban exactamente los pasajes le¨ªdos en voz alta. Lo que s¨ª recuerdo es que transmit¨ªan los pensamientos ¨ªntimos de un hombre, de alguien que experimentaba una emoci¨®n hiriente o vergonzosa como el temor, los celos o la cobard¨ªa, sentimientos que siempre es complicado admitir, en especial para un hombre. En cambio, la franqueza de aquellas l¨ªneas, su capacidad de capturar esas reacciones cambiantes y vagas, era en s¨ª misma valiente y generosa, el polo opuesto de la emoci¨®n que se describ¨ªa. Tambi¨¦n recuerdo el asombro que me hizo sentir que las palabras pudieran llegar a ser tan precisas y pacientes y que ilustraran, en su devenir, lo que el ni?o que yo era entonces ya sab¨ªa de alg¨²n modo: que existe una distancia a la vez tr¨¢gica y maravillosa entre la conciencia y la realidad.
Teniendo en cuenta los libros que ya me hab¨ªan le¨ªdo, no pod¨ªa ser la primera vez que me encontraba ante una escritura semejante. Sin embargo, por alg¨²n motivo, en esa ocasi¨®n tom¨¦ plena consciencia de c¨®mo me impactaba. Tambi¨¦n me produjo gran impresi¨®n el nuevo silencio que los pasajes dejaron tras su paso. Al menos temporalmente, crearon entre aquellos hombres de pol¨ªtica, que me parec¨ªan regidos por el peso s¨®lido de las certezas, un resonante instante de duda. Me sent¨ª muy emocionado, alegre y melanc¨®lico, todo a la vez.
Tal vez sea ese el motivo de que aquel libro misterioso, seg¨²n la l¨®gica de mi memoria, haya engendrado cada uno de los que he le¨ªdo desde entonces. Incluso los grandes libros a los que vuelvo siempre, como se vuelve a un paisaje favorito, parecen estar en deuda, no importa cu¨¢n fugazmente, con aquel texto desconocido e incognoscible. Cada palabra que he escrito se ha visto impelida por un entusiasmo que tiene sus ra¨ªces en aquella tarde de anta?o, cuando era un ni?o y ni siquiera sab¨ªa todav¨ªa que los libros me hac¨ªan falta. Tal vez ese libro me haya resultado m¨¢s ¨²til as¨ª, perdido, que si hubiera podido encontrarlo.
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