La Francia marchita que se enfrenta a las urnas
L a pintura del escaparate se cae a trozos, pero la palabra ¡°alimentation¡± a¨²n se distingue con claridad. Parece el cartel de un escenario colocado en la fachada de una vieja tienda vac¨ªa. Enfrente hay un estudio de tatuajes. Nadie entra ni sale. La calle est¨¢ desierta. Si uno sigue andando por Albi, una localidad del sur de Francia, se encuentra con m¨¢s escaparates vac¨ªos desperdigados por un casco antiguo en el que sobresale una impresionante catedral g¨®tica del siglo XIII. Los establecimientos para turistas y los locales de las cadenas de ropa est¨¢n abiertos, pero han desaparecido las t¨ªpicas cafeter¨ªas, los comercios o las carnicer¨ªas que en otra ¨¦poca bull¨ªan de actividad y que definieron durante siglos la Francia de provincias.
Medir el cambio y la decadencia no es una tarea f¨¢cil en el pa¨ªs galo, repleto de rincones de enorme belleza detr¨¢s de cada esquina. Puede dar la impresi¨®n de que la vida sigue igual que siempre. Sin embargo, el declive que resulta evidente en Albi tambi¨¦n se repite en cientos de lugares. Francia est¨¢ perdiendo los cascos antiguos de sus hist¨®ricas ciudades, densos n¨²cleos urbanos situados en medio del campo, donde los jueces juzgaban, Balzac ambientaba sus novelas, los prefectos promulgaban edictos y los ciudadanos compraban 50 clases distintas de queso. En enero fui a Albi mientras cubr¨ªa las elecciones presidenciales. Conozco este lugar desde hace casi 35 a?os y lo he visitado en varias ocasiones desde que mi familia se instalara en Par¨ªs cuando yo apenas era un ni?o. La primera vez que vine hasta aqu¨ª fue con mi novia de la universidad en 1982. Entonces me encontr¨¦ con una localidad bulliciosa y repleta de tesoros, conocida por el tono rojizo de los ladrillos de sus edificios, que llevan emple¨¢ndose desde la Edad Media. El mismo color que el c¨¢lido sol meridional. Me qued¨¦ fascinado.
Cuando volv¨ª hace unos meses no lo hice para seguir a ning¨²n pol¨ªtico, sino para comprender mejor una paradoja que ha estado impl¨ªcita en esta ¨²ltima campa?a electoral: el profundo orgullo que sienten los franceses por lo que ellos consideran un estilo de vida inigualable se entremezcla ahora con un sentimiento de angustia al ver c¨®mo su propia identidad local est¨¢ en peligro de extinci¨®n. Estos comicios, que hoy celebran la segunda vuelta en la que se enfrentan el candidato centrista Emmanuel Macron contra la l¨ªder de la extrema derecha Marine Le Pen, tienen pocos precedentes en el pa¨ªs debido a la inquietante posibilidad de que esta ¨²ltima se alce con la victoria. Le Pen ha hecho una promesa visceral a los votantes: no solo que va a proteger Francia, sino tambi¨¦n todo lo que tenga que ver con lo franc¨¦s. Con independencia de que la amenaza se identifique con el islam, la inmigraci¨®n o la globalizaci¨®n, lo que dice es siempre lo mismo: que ella es la mujer que va a preservar el estilo de vida de sus compatriotas. El desvanecimiento visible de tantos centros hist¨®ricos est¨¢ relacionado con esa inquietud que siente la gente por perder su propia identidad cultural. Un estudio llevado a cabo en varias localidades francesas demostr¨® que la cantidad de locales comerciales vac¨ªos casi se ha multiplicado por dos, hasta llegar al 10,4% en los ¨²ltimos 15 a?os. El voto a la derecha ha crecido a medida que estos municipios se han ido desvaneciendo. Albi es un lugar tradicionalmente centrista, pero el declive pol¨ªtico ha hecho mella como en el resto del pa¨ªs. ¡°Si no se hace nada, una parte muy importante del esp¨ªritu franc¨¦s desaparecer¨¢, llev¨¢ndose por delante a m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n del pa¨ªs¡±, ha escrito recientemente el famoso empresario Charles Beigbeder en Le Figaro, publicaci¨®n en la que tambi¨¦n ped¨ªa un ¡°plan Marshall¡± para ¡°la Francia de la periferia¡±.
Llego a Albi (de 49.000 habitantes) a ¨²ltima hora de una tarde de jueves, tras haber hecho el trayecto en coche desde Toulouse, que queda a una hora de distancia. Paso por delante de un gigantesco centro comercial a las afueras llamado Les Portes d¡¯Albi. Es tal la cantidad de coches que alberga el aparcamiento que se ve todo negro. En la ciudad que yo conoc¨ªa, la gente viv¨ªa en el centro, encima de las tiendas. Siglos de trasiego y gent¨ªo se acumulaban entre las sombras de los ¨¢rboles del bulevar. Salir a comprar era una actividad social, no solo comercial. Antes de llegar, consulto un informe gubernamental que m¨¢s bien parece la autopsia de un gran n¨²mero de capitales de provincia: Agen, Limoges, Bourges, Arr¨¢s, B¨¦ziers, Auxerre, Vichy, Calais¡ En este tipo de n¨²cleos urbanos, la arquitectura y la vida p¨²blica siempre han ido de la mano conformando la propia historia del pueblo franc¨¦s. Pero ahora se encuentran amenazados. Muchos de ellos est¨¢n en peor situaci¨®n que Albi.
Florian Jourdain es un parisiense que se traslad¨® hace unos a?os a esta localidad del sur y que ha dado visibilidad a este problema. Jourdain no se ha dedicado a sacar a la luz la corrupci¨®n local. ?l habla sobre la decadencia del lugar, algo evidente, pero en lo que nadie se hab¨ªa fijado. La prensa francesa se ha hecho eco de las reflexiones que vierte en su blog Albi Centre-Ville. Pero las cr¨ªticas no se han hecho esperar. El a?o pasado, la asociaci¨®n de comerciantes organiz¨® una manifestaci¨®n en su contra en la plaza Mayor. Jourdain, que es licenciado en Historia y que tambi¨¦n ha estudiado Geograf¨ªa, public¨® en Internet un mapa en el que se?alaba cada tienda vac¨ªa con una calavera y unas tibias cruzadas. As¨ª descubri¨® que casi el 40% de los establecimientos que a¨²n estaban abiertos en Albi vend¨ªan ropa y sospech¨® que gran parte del negocio lo hac¨ªan para los turistas. Solo quedaba una boulangerie (o panader¨ªa tradicional) en el casco antiguo y ninguna carnicer¨ªa minorista.
Entonces llev¨® a cabo su labor de forma casi clandestina; pocos habitantes del lugar, ni siquiera algunos de sus partidarios, parecen conocer su apellido. Me re¨²no con ¨¦l una ma?ana de viernes en la ventosa plaza de la catedral de Sainte-C¨¦cile, una gigantesca fortaleza de ladrillo erigida hace ocho siglos para impresionar a los d¨ªscolos herejes de la zona. Cuando echa a andar por la Rue Mari¨¨s, la principal arteria comercial, Jourdain se tapa la cabeza con la capucha para que no lo reconozcan. ¡°Creo que, si expones algo con precisi¨®n, no tienen por qu¨¦ atacarte¡±, dice, refiri¨¦ndose a su labor. ¡°Para m¨ª supone un gran problema que no haya tiendas de alimentaci¨®n en el centro. Tampoco hay cafeter¨ªas de barrio¡±.
Calle tras calle, vamos evaluando hasta d¨®nde llega la fragilidad de Albi. Faltan algunos nombres en los telefonillos de las puertas de los edificios m¨¢s antiguos. Las contraventanas est¨¢n cerradas d¨ªa y noche; se calcula que el 15% de estas viejas viviendas est¨¢n desocupadas. Poco despu¨¦s de llegar de Par¨ªs en 2013, Jourdain supo que algo andaba mal. ¡°Me di cuenta enseguida¡±, asegura. ¡°Justo delante de donde estamos ahora mismo nosotros hab¨ªa dos edificios espl¨¦ndidos vac¨ªos. Me pareci¨® muy raro¡±.
La Place Lap¨¦rouse es llamada as¨ª en honor a un gran explorador franc¨¦s que naci¨® aqu¨ª en el siglo XVIII. Me viene un recuerdo repentino. Muchos a?os antes, en una c¨¢lida tarde, yo hab¨ªa estado sentado en un banco de esta plaza mientras contemplaba las viejas casas que me rodeaban con tanto silencio que incluso se o¨ªa a los p¨¢jaros escondidos en los pl¨¢tanos centenarios que daban sombra al lugar. Ahora se ha convertido en un fr¨ªo cruce de caminos sin car¨¢cter alguno. Los coches van pasando a toda velocidad. Seguimos avanzando y dejamos atr¨¢s dos escaparates en los que se lee la inscripci¨®n: ¡°Liquidaci¨®n total¡±. ¡°Mire, eso de ah¨ª era una cafeter¨ªa¡±, dice Jourdain mientras me se?ala una tienda de ropa para mujer en la que a¨²n resultan visibles unos leves vestigios del tradicional toldo de un caf¨¦.
Florian Jourdain pens¨® que su papel consist¨ªa en despertar a sus conciudadanos. ¡°Nuestra preciosa ciudad episcopal corre grave peligro¡±, escribi¨® en su blog. En la Rue Peyroli¨¨re distinguimos la escuela primaria abandonada, clausurada en 2013, un cl¨¢sico edificio de la Tercera Rep¨²blica en la que se educaron generaciones de albigenses. En una pared del interior se sigue viendo un dibujo infantil del ¨²ltimo curso. Cuando el colegio cerr¨®, el peri¨®dico regional La D¨¦p¨ºche du Midi public¨®: ¡°Los gritos de los ni?os ya no resonar¨¢n¡±. Tras pasar varias horas de un viernes soleado en el casco viejo, en algunos sitios no aparece pr¨¢cticamente nadie. ¡°Se nota claramente que estamos en una calle que se est¨¢ muriendo¡±, asegura Jourdain en la Rue Emile Grand cuando termina la visita. Llamar al Ayuntamiento para reunirse con la alcaldesa, miembro del partido de centroderecha, tiene como respuesta que su portavoz ofrezca largas y la promesa de telefonearme a la semana siguiente. Cuando al fin localizo a la regidora, St¨¦phanie Guiraud-Chaumeil me explica que la ¡°desvitalizaci¨®n¡± ha tenido un ¡°impacto relativamente moderado¡±. Tambi¨¦n critica con enfado a Jourdain. ¡°Es un extraterrestre que ha venido a que hablen de ¨¦l¡±, critica. El presidente de la asociaci¨®n de comerciantes, que hab¨ªa encabezado la manifestaci¨®n en contra de Jourdain, se muestra tambi¨¦n escurridizo. No aparece por el anodino supermercado subterr¨¢neo que dirige, situado debajo del March¨¦ Couvert. Nadie sabe cu¨¢ndo llegar¨¢ ni c¨®mo ponerse en contacto con ¨¦l, y la oficina que ten¨ªa la asociaci¨®n en el centro lleva mucho tiempo cerrada.
El s¨¢bado es el d¨ªa de mayor actividad de la semana en Albi: las tiendas prometen rebajas y hay clientes en los comercios de ropa. Se percibe cierto recuerdo de la animada ciudad que yo ten¨ªa en mi cabeza, pero ahora los consumidores son solo de fin de semana y muchos de ellos viven en otras localidades. He quedado con Fabien Lacoste, concejal socialista, bajo la sombra de la catedral. El edil se encuentra hoy trabajando en su puesto de comida al aire libre donde prepara crepes. Para ¨¦l, el destino de su pueblo ha sido una desgracia cultural. Los gobernantes locales invirtieron grandes cantidades de dinero en un nuevo espacio cultural de estilo modernista pensado para todos los p¨²blicos y situado en el l¨ªmite municipal. Entonces se construy¨® el centro comercial. Tambi¨¦n se crearon a las afueras grandes hipermercados con aparcamiento gratuito. No es que Albi se empezara a quedar sin comercios ni actividad, sino que la esencia de la antigua ciudad se comenz¨® a perder poco a poco.
El auge de los grandes almacenes se corresponde con el fuerte incremento del nivel de vida que se produjo durante la etapa que los franceses denominan los trentes glorieuses, los gloriosos a?os que van de 1945 a 1975. En esa ¨¦poca, el crecimiento estaba en torno al 4%; el poder adquisitivo del salario del trabajador medio aument¨® un 170%. El aumento de la demanda de los consumidores no quedaba cubierto con la estructura de tiendas peque?as de los viejos cascos urbanos. En la actualidad, Francia tiene la mayor densidad de centros comerciales de toda Europa. Al mismo tiempo, el porcentaje de locales vac¨ªos en los cascos viejos de las ciudades ha pasado del 6,1 en 2001 al 10,4 en 2015. Esta es la paradoja francesa: una sociedad reci¨¦n entregada al consumismo despoj¨® al pa¨ªs de su ¡°alma¡±, un fen¨®meno que ahora ha empeorado debido al desplome del crecimiento econ¨®mico. ¡°No hay bares, no hay cafeter¨ªas. ?Que estamos en el suroeste, por Dios! Esto es un esc¨¢ndalo¡±, se queja Lacoste mientras les sirve crepes a los clientes. ¡°Hemos perdido ese buen humor que era nuestra se?a de identidad. Antes, todos los barrios ten¨ªan un centro propio, un caf¨¦. Todo eso ha desaparecido¡±, asegura. ¡°Lo que lamento mucho es esta desvitalizaci¨®n¡±, a?ade. ¡°Nadie sale por aqu¨ª de compras¡±.
Los domingos Albi vuelve a su letargo de los d¨ªas de entre semana. Salgo a correr por la orilla del verde r¨ªo Tarn y me cruzo como mucho con seis personas. Da la impresi¨®n de que la ciudad est¨¢ abandonada con la luz del ocaso. Al final me encuentro al presidente de la asociaci¨®n de comerciantes justo cuando sale del supermercado. Parece que no se alegra mucho de verme, y que le agrada a¨²n menos lo que hace Jourdain. ¡°Hay centros urbanos en los que la situaci¨®n es mucho m¨¢s complicada¡±, afirma.
La ¨²ltima entrevista antes de partir es con Eric Lamarre, que el a?o pasado cerr¨® la jugueter¨ªa de Albi. ¡°Hace 20 a?os todav¨ªa hab¨ªa animaci¨®n en el centro¡±, asegura. ¡°La gente s¨ª que ven¨ªa a comprar. Hab¨ªa much¨ªsimas cosas bonitas y esto era un hervidero¡±. El gran centro comercial se inaugur¨® en 2009 y el negocio de Lamarre fue decayendo hasta el final, cuando lleg¨® a perder 50.000 euros al a?o. ¡°Esto es un problema pol¨ªtico¡±, ?sentencia. ¡°Han enga?ado a estas ciudades, que siempre les dan el s¨ª a los promotores de centros comerciales¡±. Albi, seg¨²n concluye, ¡°sigue siendo una ciudad espl¨¦ndida¡ para los turistas¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.