Distop¨ªas
Se ha perdido la confianza en el futuro y se ha impuesto la idea de que el para¨ªso no est¨¢ al alcance del ser humano
Si la utop¨ªa es el proyecto de un para¨ªso, la distop¨ªa es la predicci¨®n de un infierno. Desde que Plat¨®n dio el aldabonazo de salida con su Rep¨²blica, la historia de la literatura abunda en la invenci¨®n de falansterios y comunidades donde reina la armon¨ªa, todo se comparte equitativamente, no hay guerras ni injusticias, no hay ricos ni pobres, basta con trabajar unas pocas horas al d¨ªa para que todo funcione y las necesidades sean atendidas. En la Utop¨ªa, de Tom¨¢s Moro; en La ciudad del Sol, de Campanella, o en La Nueva Atl¨¢ntida, de Francis Bacon, todos los saberes cient¨ªficos recopilados en el Renacimiento sirven al bienestar de la comunidad, al alivio de la enfermedad y del dolor. Las mujeres viven en igualdad de derechos con los hombres, los ni?os prolongan su infancia sin ser sometidos a abusos ni a esclavitud laboral y los ancianos son cuidados por la comunidad hasta que les llega la muerte de forma natural. Resulta l¨®gico que, con el optimismo de la Ilustraci¨®n, Charles Fourier, ?tienne Cabet o Edward Bellamy dise?aran nuevas organizaciones sociales justas y perfectas para alcanzar una nueva Edad de Oro.
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Sin embargo, las visiones melioristas del futuro no lograron consolidarse en la realidad. Pasaron los siglos y las fechas previstas y nada se cumpli¨® de aquellos proyectos que pretend¨ªan reparar los defectos del mundo. Cuando se llevaron a la pr¨¢ctica, siempre terminaron en decepci¨®n o en fracaso y pronto perdieron su prestigio te¨®rico, y no por las dificultades geogr¨¢ficas o econ¨®micas, sino por la propia condici¨®n humana, por la resistencia de los participantes a compartir la euforia, a aceptar una felicidad obligatoria y por decreto, a someterse a una enojosa uniformizaci¨®n moral, pol¨ªtica, laboral, educativa, por la imposibilidad de escapar al control del Estado ut¨®pico y tambi¨¦n porque las mejores doctrinas han tenido servidores viles.
En los ¨²ltimos a?os, en cambio, est¨¢n apareciendo novelas sobre distop¨ªas, como si despu¨¦s de haber probado todas las variantes de monarqu¨ªas y rep¨²blicas, de capitalismos y socialismos sin haber encontrado una horma perfecta donde el hombre encajara y se gobernara a s¨ª mismo sin da?o, sin guerras, sin conflictos, a los creadores les vinieran a la imaginaci¨®n pesadillas futuristas en lugar de para¨ªsos. Michel Houellebecq, Cormac McCarthy, Ricardo Men¨¦ndez Salm¨®n, Rosa Montero, Boualem Sansal han revitalizado un g¨¦nero cuya actualidad es inversamente proporcional al sosiego pol¨ªtico y social: cuanto m¨¢s ¨¢spero, ingrato e inquietante es el presente, tanto m¨¢s se proyecta esa inquietud en infiernos futuristas donde se concretan los miedos, las predicciones de cat¨¢strofe. Con los escombros de las utop¨ªas anteriores, el chasqueado siglo XXI construye c¨¢rceles dist¨®picas, erg¨¢stulas del pesimismo cuando se ha dejado de creer en la perfectibilidad del hombre.
Aparecen novelas sobre distop¨ªas como a los creadores les vinieran a la imaginaci¨®n pesadillas futuristas en lugar de para¨ªsos
En estas mismas p¨¢ginas se daba cuenta del estreno de una serie televisiva basada en El cuento de la criada, la novela de Margaret Atwood, de la que Volker Schl?ndorff ya hab¨ªa dirigido una adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica, con gui¨®n de Harold Pinter. La historia sucede en un futuro incierto en la rep¨²blica de Gilead, nuevo nombre ¨Cde resonancias b¨ªblicas-, de los antiguos Estados Unidos, donde los integristas han tomado el poder mediante un golpe de estado que ha suspendido la Constituci¨®n. Despu¨¦s de una hecatombe b¨¦lica y ecol¨®gica que ha dejado ¡°el aire saturado de sustancias qu¨ªmicas, rayos y radiaci¨®n, y el agua convertida en un hervidero de mol¨¦culas t¨®xicas¡±, la mayor parte de la poblaci¨®n de Gilead es est¨¦ril, hay muy pocos hombres y mujeres f¨¦rtiles, y estas, dedicadas exclusivamente a la procreaci¨®n, son cuidadas con mimo, como hermosos y delicados animales en extinci¨®n, pero al mismo tiempo estrechamente vigiladas: ¡°Pertenezco a la reserva nacional¡±, dice con triste iron¨ªa Defred, la protagonista. Las mujeres no pueden mirar a los hombres a los ojos y, cuando van por la calle, deben llevar toca y el rostro tapado, lo que les dificulta la visi¨®n: ¡°Hemos aprendido a ver el mundo en fragmentos¡±. Incluso han perdido su nombre y se llaman seg¨²n su propietario: Defred, Dewarren o Deglen, es decir, perteneciente a Fred, a Warren, a Glen.
En este marco de fundamentalismo teocr¨¢tico-militar -?les suena?- que reduce a las mujeres al silencio, a la sumisi¨®n y a la reproducci¨®n, ya no hay revistas ni pel¨ªculas; las universidades est¨¢n cerradas y a las mujeres les est¨¢ prohibido tener propiedades, viajar, leer y escribir, hasta el punto de que jugar con las palabras al scrabble se convierte en un placer muy agradable.
La originalidad de Margaret Atwood consiste en sustituir las distop¨ªas de H. G. Wells, de Georges Orwell, de Aldous Huxley, de Ray Bradbury, de Vladimir Nobokov o de Isma¨ªl Kadar¨¦, basadas en pesadillas sociales, por una variedad de pesadilla androc¨¦ntrica en la que nada de lo que esperaban Mary Wollstonecraft o Simone de Beauvoir se ha cumplido. En lugar de una distop¨ªa pol¨ªtica, la novela de Atwood es una tenebrosa pesadilla sexista narrada sin ning¨²n ¨¦nfasis apocal¨ªptico, lo que la hace m¨¢s aterradora: la mitad de la poblaci¨®n est¨¢ discriminada o esclavizada por su sexo, prejuzgada por su anatom¨ªa y no por sus actos, pues la t¨¦trica rep¨²blica de Gilead no siente ninguna animadversi¨®n personal contra Defred o contra Dewarren. Los endebles conatos de resistencia en la clandestinidad para articular una guerrilla femenina no pueden nada contra la poderosa fratr¨ªa masculina.
No estamos eximidos de intentar erradicar los grandes sufrimientos sociales y buscar el m¨¢ximo posible de buenos momentos hist¨®ricos
En un final abierto, Atwood deja al lector en libertad para juzgar, no especifica el resultado de su lucha, pero el hecho de que la novela est¨¦ ambientada en el futuro indica que su autora tampoco es muy optimista sobre el conflicto entre los g¨¦neros.
Quiz¨¢ la actual revitalizaci¨®n de la distop¨ªa sea un signo de los tiempos en los que se ha perdido la confianza en el futuro y se ha impuesto la idea de que el para¨ªso no est¨¢ al alcance del ser humano, incapaz de organizar un sistema de felicidad colectiva. El hombre tiene talento para su dise?o te¨®rico, pero no cualidades morales para ponerlo en pr¨¢ctica. Siempre insatisfecho y con una irremediable tendencia hacia el caos, pronto se afana en el deterioro del hermoso edificio construido por los creadores del proyecto.
Si esto es cierto, acaso no haya mejor utop¨ªa que defender d¨ªa a d¨ªa una ¨¦tica individual del presente, sin deslumbrarse por los espejismos y quimeras de futuros para¨ªsos sociales o teol¨®gicos. Del mismo modo que en la vida privada no existe la felicidad permanente, que es una palabra demasiado grande, y solo nos salvan los buenos momentos, as¨ª tampoco en la vida colectiva es posible un para¨ªso perfecto y eterno. A pesar de esa limitaci¨®n, sin embargo, no estamos eximidos de intentar erradicar los grandes sufrimientos sociales y buscar el m¨¢ximo posible de buenos momentos hist¨®ricos.
Eugenio Fuentes es escritor.
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