A sor Mariana Alcoforado
QUERIDA SOR MARIANA. Me aseguran que esta carta va a llegarte, me han ofrecido todas las garant¨ªas. As¨ª que, al fin, al cabo de tantos intentos, voy a acceder a ti, admirada se?ora. Sor y se?ora, d¨¦jame darte los dos tratamientos, unidos a este tuteo que no puedo por menos que utilizar porque este es el esp¨ªritu de tus cartas, el esp¨ªritu del tuteo, el esp¨ªritu de la intimidad./
Como el modo de llegar a ti es hacer p¨²blica mi misiva, me permitir¨¢s que les recuerde a los otros lectores qui¨¦n eres, por si lo hubieran olvidado. Fue el amor lo que te lanz¨® a la fama, tus cartas de amor, escritas desde la clausura de tu convento, en el Alentejo, en el curso de un siglo que se acercaba lentamente al de las Luces, y en el que tu condici¨®n de mujer, monja y amante abandonada te confiri¨® un protagonismo que probablemente no hubieras tenido en ¨¦pocas anteriores. Al siglo le gust¨® tu historia, le gust¨® la pasi¨®n con que te aferraste a tus derechos de amar lo que te estaba vedado, de proclamar que las cadenas de la religi¨®n eran a¨²n m¨¢s irracionales e injustas que las del amor. No solo estabas enclaustrada, sino que eras mujer, y resultaba escandaloso que una dama expresara tan abiertamente sus sentimientos. El coraz¨®n de la mujer lat¨ªa. T¨² lo descubriste, te arriesgaste a ser rechazada, a la burla p¨²blica de tu amor, a la incomprensi¨®n, al desprecio, a la condena.
Fronteras de todo tipo nos separaban y no encontr¨¦ a nadie que me indicara una ruta m¨¢s o menos segura para llegar hasta ti.
No es la primera vez que intento escribirte. De hecho, te he escrito con anterioridad m¨¢s de una carta, pero, a la hora de enviarla, todos me desanimaron. Fronteras de todo tipo nos separaban y no encontr¨¦ a nadie que me indicara una ruta m¨¢s o menos segura para llegar hasta ti. No quiero, ahora, desaprovechar la oportunidad. Son tantas las cosas que a lo largo de los a?os he querido decirte, que en este momento resulta dif¨ªcil hacer un resumen de ellas. Se han ido acumulando sentimientos y emociones, versiones de ti y versiones de los otros personajes implicados en tu historia, el amante que finalmente te abandon¨®, el que firm¨® el libro que hizo p¨²blicas tus cartas de amor, los innumerables eruditos que hoy a¨²n siguen debatiendo sobre tu existencia. Versiones, tambi¨¦n, de m¨ª misma, porque quienes escribimos nos ponemos siempre en el lugar de todos los que escriben. He sido muchas veces t¨², querida sor Mariana, he sido t¨² en la verdad de tu dolor y en la ficci¨®n de tu posible creador, he sido t¨², seas quien seas.
Se nos ha hecho un poco tarde a las dos, sor Mariana, pero ?qu¨¦ importa? A nosotras no nos pesa el tiempo, nos gusta que se alargue, que nos aleje del pasado dolor y que, m¨¢gicamente, nos re¨²na, en la calma de una tarde primaveral, para recordar con benevolencia los raptos de romanticismo que dan sentido a la vida de todos.
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