Donald de Arabia
El wahabismo es un veneno que proviene de los huevos de serpiente incubados entre los faldones de los se?ores del petr¨®leo saud¨ªes. Trump se ha puesto a bailar con ellos Paquito el Chocolatero
Donald Trump prometi¨® acabar con el terrorismo yihadista, pero semejante bravuconada no le ha impedido iniciar en Arabia Saud¨ª su primer viaje internacional. Se trata de la realpolitik, del viejo orden, y de una ins¨®lita homologaci¨®n de la teocracia medieval, subestim¨¢ndose de manera c¨ªnica la implicaci¨®n de la propia Arabia en la propagaci¨®n del wahabismo como sustrato doctrinal de la guerra de religi¨®n.
Claro que Arabia Saud¨ª puede cooperar en la derrota del Estado Isl¨¢mico y sumarse a una coalici¨®n sun¨ª, pero el califato del terror que ha impuesto Al Baghdadi tanto constituye una amenaza militar, terrorista y audiovisual concreta como representa una abstracci¨®n. Es un enemigo disperso, inasible, cuyo poder proviene precisamente de haber adquirido un tama?o superior al que tiene, bien desde la eficacia de la propaganda o bien desde la inmediatez con que se atribuye la ejecuci¨®n de cualquier atentado. Los hay que se producen sin la menor relaci¨®n org¨¢nica y log¨ªstica, como proliferan igualmente los planificados, pero cuesta trabajo desvincular las matanzas genuinas o imitativas del h¨¢bitat enfermizo que organizada y sistem¨¢ticamente ha promovido el r¨¦gimen saud¨ª en su campa?a de construcci¨®n de mezquitas, de formaci¨®n de imanes incendiarios y de prolongaciones sanguinarias.
El wahabismo es una perversi¨®n que se ha divulgado desde Yakarta hasta Bamako. Y es un veneno que proviene de los huevos de serpiente incubados entre los faldones de los se?ores del petr¨®leo saud¨ªes. Trump se ha puesto a bailar con ellos Paquito el Chocolatero. Los ha instalado, legitimado entre los interlocutores de Occidente, exactamente igual que hizo Espa?a en el reciente viaje de Felipe VI. El inter¨¦s de los negocios, la hipocres¨ªa internacional, la competencia por los contratos, subordinaron el menor atisbo de cr¨ªtica a un r¨¦gimen brutal, pero sobre todo condescendieron con uno de los pa¨ªses que m¨¢s exterioriza el sabotaje a la civilizaci¨®n occidental.
Al Estado Isl¨¢mico se le puede derrotar, si por Estado Isl¨¢mico entendemos una estructura definida, un l¨ªder carism¨¢tico y una mutaci¨®n terrorista que ha sobrepasado la marca de Al Qaeda en su poder territorial, en su eficacia propagand¨ªstica y en la fascinaci¨®n que ejerce la crueldad o el nihilismo entre los imitadores, pero el Estado Isl¨¢mico es la forma, el accidente, el s¨ªntoma del problema, la circunstancia, el oleaje.
El fondo, la corriente, los proporciona una doctrina pavorosa y contagiosa cuya propagaci¨®n proviene de Arabia y de las satrap¨ªas afines. La cabeza de Al Baghdadi ser¨¢ la captura ilustre, coyuntural, de un conflicto complejo. No es sencillo solucionarse en sus aristas y amenazas polifac¨¦ticas, pero la peor manera de hacerlo se antoja la devoci¨®n y la relaci¨®n hacia los Estados del terror con que nos abrazamos fraternalmente, aunque sea para palpar un cintur¨®n de explosivos.
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