Los muchachos a los que todos debemos tanto
Cientos de miles de Leonards y Herberts se jugaron la vida en Normand¨ªa para que hoy vivamos en sociedades libres
Justo hoy hace 73 a?os, miles de j¨®venes ten¨ªan una cita con la muerte, pero el mal tiempo lo impidi¨® y demor¨® el encuentro ¡ªuno de los m¨¢s definitivos que tiene toda persona¡ª 24 horas. Ellos ten¨ªan la certeza de que se iban a poner en una situaci¨®n donde sus vidas correr¨ªan peligro y eran conscientes de que much¨ªsimos factores diferentes, e incontrolables, decidir¨ªan finalmente si podr¨ªan ver otra puesta de sol o no.
Hoy vivieron su ¨²ltimo anochecer. Y encima con mal tiempo. Se ha escrito y filmado mucho sobre lo que ocurri¨® durante la jornada de ma?ana, que al fin y al cabo cambi¨® nuestra historia, pero resultar¨ªa igualmente interesante saber qu¨¦ rondaba por la cabeza de aquellos muchachos a los que se les comunic¨® que tendr¨ªan un d¨ªa m¨¢s antes de jugar a la ruleta con la muerte.
Qu¨¦ pensar¨ªa Herbert Brotheridge, un joven inspector brit¨¢nico de pesos y medidas con una mujer embarazada de ocho meses, loco por el f¨²tbol y el cr¨ªquet, que hab¨ªa visto como todos sus planes hab¨ªan saltado por los aires desde hac¨ªa apenas dos a?os. Vino al mundo en medio de la peor de las guerras, que se consideraba que ser¨ªa la ¨²ltima. No hab¨ªa sido as¨ª, y Herbert, tal d¨ªa como hoy, vest¨ªa un uniforme y participaba en otra espantosa contienda de la que nadie sabr¨ªa si saldr¨ªa vencedor ni vivo. Quer¨ªa ser jugador de f¨²tbol profesional cuando todo acabara, y podr¨ªa haberlo sido, pero un cambio de ¨®rdenes casi a ¨²ltima hora le destin¨® a otro puesto. Fue el primero en morir, poco despu¨¦s de la medianoche.
Pero mientras el mal tiempo de un junio ingl¨¦s era algo natural para Brotheridge ¡ªhasta es posible que ¨¦l ni siquiera lo considerada tan malo, sino el ideal para jugar un partido¡ª, para el mec¨¢nico Leonard Kelly, aquello era muy diferente de su Iowa natal. El d¨ªa de Navidad de dos a?os antes se hab¨ªa casado. Sobre la tarta hab¨ªa una novia y un soldadito de pl¨¢stico que representaba a un Leonard reclutado el a?o anterior en un sorteo donde su distrito apenas ten¨ªa que aportar 10 hombres. Y ¨¦l fue uno de ellos. Tras la boda, ella no lo volvi¨® a ver. Ma?ana fue herido y tard¨® dos semanas en morir.
Ambos, y otras 150.000 personas que estaban implicadas en la operaci¨®n, ten¨ªan sus propias ideas sobre el mundo, sus posicionamientos pol¨ªticos y sus planes personales. No sab¨ªan en qu¨¦ acabar¨ªa todo aquello y, aunque tal vez eran conscientes de la importancia de su acci¨®n, nunca supieron hasta qu¨¦ punto, ni qu¨¦ precio, pagar¨ªan. Y si hoy podemos vivir en sociedades libres donde ni la discrepancia ni el apellido cuestan la vida es porque ma?ana cientos de miles de Leonards y Herberts se jugaron la suya y algunos la entregaron. En medio de la sociedad del ruido est¨¦ril que nos hemos construido, tal vez no sea mala idea recordar, siquiera unos segundos, a estos hombres vivos y pensando. Ma?ana estar¨¢n en Normand¨ªa.
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