Historia de una violaci¨®n en el pa¨ªs de las violaciones
Cada d¨ªa 31 mujeres son v¨ªctimas de violencia sexual en Guatemala. Una cifra que esconde una retah¨ªla de abusos, silencios y vidas truncadas
Ocurri¨® en tres ocasiones. El 10 de mayo. El 30. Y el 28 de agosto de 2014. Tres d¨ªas y tres l¨¢grimas tan negras que oscurecen el horizonte. Desde entonces, a Glendy Diane* no le gusta mirar al infinito. Sabe que all¨ª siguen los campos de milpa y que de los campos de milpa nacen las nubes negras. Las que traen a sus ojos de miel el recuerdo de aquel jornalero que abus¨® de ella hasta robarle las ganas de mirar el horizonte.
¡°No se lo cont¨¦ a nadie¡±. Tampoco nadie la iba a creer. El hombre que la viol¨® era amigo de la familia, uno de esos trabajadores que les ayudaba a?o tras a?o en los cultivos de ma¨ªz. Conoc¨ªa los horarios de la casa, cu¨¢ndo la madre sal¨ªa al mercado y cu¨¢ndo Glendy volv¨ªa de la escuela. Aquel d¨ªa, aquel 10 de mayo, la madre hab¨ªa ido a comprar y en la vivienda de la aldea de Buenavista, apenas a 10 minutos del parque central de Chimaltenango, en las monta?as de la Sierra Madre, s¨®lo estaban Glendy y su hermano Felipe. ¡°A ¨¦l lo mand¨® a comprar. Despu¨¦s fue a la entrada. Las llaves de la casa siempre estaban en la puerta. La cerr¨® y volvi¨® a por m¨ª¡±.
Han pasado ya tres a?os y a Glendy se le sigue ennegreciendo la mirada. Pasar¨¢n tres a?os m¨¢s y Glendy seguir¨¢ llorando l¨¢grimas negras.
¡°Me empuj¨®, me tir¨® sobre la cama. Recuerdo que me peg¨® antes de arrancarme el corte [la falda tradicional de los pueblos originarios de Guatemala]¡±. Antes de agredirla sexualmente, el hombre que hab¨ªa fantaseado con ella desde que era una ni?a la mir¨® de nuevo a los ojos: ¡°Vas a ser m¨ªa¡±. ¡°Yo trat¨¦ de defenderme y de gritar, pero ¨¦l me tapaba la boca. Cuando termin¨® me tir¨® 10 quetzales (1,2 euros).
La propia Fiscal¨ªa de Guatemala reconoce que por cada v¨ªctima que denuncia una agresi¨®n sexual hay otras siete que no lo hacen.
¡°Esto no se va a quedar as¨ª¡±, le advert¨ª, pero ¨¦l se volvi¨® y me amenaz¨®: ¡°S¨ª dec¨ªs algo voy a matar a tu familia y a ti¡±.
¡°No se lo cont¨¦ a nadie¡±. Glendy ten¨ªa entonces 14 a?os y el peso sobre su espalda de una cultura patriarcal que responsabiliza a las j¨®venes de las agresiones ¡°normalizando los comportamientos violentos de los hombres¡±, se?ala la analista judicial Stephanie Rodr¨ªguez. En 2015 se registraron en Guatemala 11.299 denuncias por violencia sexual. 31 al d¨ªa. La propia Fiscal¨ªa reconoce que por cada v¨ªctima que denuncia hay otras siete que no lo hacen. ¡°El miedo, la desinformaci¨®n y el desgaste que provoca un proceso judicial largo¡± son algunas de las razones que explican la falta de acusaciones, apunta la psic¨®loga Paola Garc¨ªa, que lleva tres a?os y medio trabajando con este colectivo en el Centro de Apoyo Integral para Mujeres Sobrevivientes de Violencia (Caimu) que la asociaci¨®n Asogen gestiona en Chimaltenango. Mas tambi¨¦n existe un razonamiento consuetudinario que minimiza la agresi¨®n: ¡°En muchos casos¡± ¡ªcontin¨²a la psic¨®loga¡ª ¡°las familias no lo ven como un delito, sino como algo que se soluciona con dinero para pagar la manutenci¨®n o cas¨¢ndose¡±.
La mayor¨ªa de los agresores provienen del c¨ªrculo cercano a la familia, ¡°en ocasiones sus propios padres o padrastros¡±. O el jornalero de los campos de milpa. Personas que se sirven de la intimidad para agredir a sus v¨ªctimas, quebrando para siempre el espejo de la confianza. Sin el apoyo de sus familias, especialmente de las ¡°madres que reniegan de sus hijas¡±, ¨¦stas entran en una espiral de ¡°baja autoestima¡± y ¡°mucha culpa¡± que acaba por truncar su proyecto de vida, se?ala Garc¨ªa.
¡°Yo ni ganas de estudiar ten¨ªa¡±, insiste Glendy, quien hasta entonces no hab¨ªa faltado por gusto a ninguna de las clases. Pero los meses que siguieron a las violaciones fueron un infierno para la joven: no s¨®lo la hab¨ªan forzado, sino que su propia madre no confiaba en ella.
¡°Yo ya se lo hab¨ªa contado, pero no me crey¨®¡±. ¡°No quiero problemas, me dijo¡±.
Pero Glendy no se pod¨ªa quitar de la cabeza lo ocurrido. ¡°Pensaba en mis sobrinas peque?as, no quer¨ªa que algo as¨ª les pudiera pasar a ellas. ?Si me atac¨® a m¨ª, por qu¨¦ no lo iba a hacer con ellas?¡±
La mayor¨ªa de los agresores provienen del c¨ªrculo cercano a la familia, en ocasiones sus propios padres o padrastros
Meses despu¨¦s, el d¨ªa del cumplea?os de su hermana mayor, emigrada en Estados Unidos, empez¨® a llorar mientras hablaban por videoconferencia. ¡°No aguant¨¦ m¨¢s¡±. Habl¨® con ella en privado. Habl¨® del sue?o tantas noches repetido. De los campos de milpa. De las nubes negras que emborronaban el horizonte.
¡ª?Son ciertas esas babosadas? ¡ªle inquiri¨® su hermano a las pocas horas, alertado por la mayor de la familia.
¡ªS¨ª.
¡ªBueno, pues prep¨¢rate. En 30 minutos te recojo en la casa y vamos a presentar la denuncia.
De ah¨ª marcharon al hospital. Le hicieron pruebas, varias, para adjuntar a la acusaci¨®n. Glendy por fin se sent¨ªa aliviada. ¡°Quer¨ªa justicia¡±. Pero quer¨ªa sobre todo el apoyo de su madre.
¡ªGracias por acompa?arme a denunciar.
Glendy no obtuvo respuesta. S¨®lo un silencio que oscurece todav¨ªa hoy sus l¨¢grimas negras.
La revictimizaci¨®n y la violencia institucional: tres a?os despu¨¦s, el agresor sigue libre
Desde 2008, existe en Guatemala una ley contra el Feminicido y otras formas de violencia contra la mujer. Sin embargo, las cifras de homicidios no han dejado de crecer desde entonces: si aquel a?o fueron asesinadas 573 mujeres, en 2016 la cifra ascendi¨® a 766. Una dram¨¢tica tendencia que se repite en el n¨²mero de agresiones sexuales, disparadas m¨¢s de un 200% en ocho a?os. Y es que pese a haberse registrado m¨¢s de 42.000 denuncias en este per¨ªodo, apenas se han detenido 2.909 agresores, 2.899 hombres y 10 mujeres.
¡°El Estado no est¨¢ garantizando el derecho a las chicas a vivir libres de agresi¨®n sexual¡±, alerta la abogada Marilyn Pellecer, especialista en delitos contra este colectivo. A Glendy le pusieron seis meses de protecci¨®n policial, lo que no ha impedido que se siga cruzando con su agresor por las calles de Chimaltenango. ¡°?l se me queda mirando de arriba a abajo cuando nos cruzamos, pero yo lo ignoro¡±.
Aunque existe un proceso judicial en su contra, la polic¨ªa no ha sido capaz de localizarlo. Tres a?os despu¨¦s de la m¨²ltiple agresi¨®n, el jornalero contin¨²a libre. Incluso lleg¨® a presentarse en casa de Glendy, preguntando si pod¨ªa alquilar el terreno de las milpas para el cultivo. Fue el 15 de enero de 2016. Y para entonces ella ya no le ten¨ªa miedo.
¡°Sal¨ª a enfrentarlo: 'Usted sabe el da?o que me hizo¡±, le dije.
Su madre tambi¨¦n acudi¨®. ¡°No¡±. No le iba a alquilar sus tierras. No al hombre que hab¨ªa agredido a su peque?a.
En unos meses, la situaci¨®n en la casa hab¨ªa cambiado positivamente. La terapia familiar hab¨ªa funcionado: ya no hab¨ªa discusiones y sus padres se preguntaban qu¨¦ hab¨ªan hecho mal para que su hija no hubiese confiando en ellos para contarles lo que pasaba. Para contarles que uno de sus hombres la estaba violando.
Pese a haberse presentado mas de 42.000 denuncias en ocho a?os, apenas se han detenido a 2.909 agresores
Cada d¨ªa llegan al Caimu de Chimaltenango ocho casos como el de Glendy. Casos que en ocasiones ni siquiera han sido denunciados. Casos en los que a veces hay peque?os reci¨¦n nacidos. Estos, reconoce la psic¨®loga Garc¨ªa, suelen ser los m¨¢s complicados: madres que rechazan a sus beb¨¦s ya que ¡°al ver al ni?o ven al agresor¡±. Sin posibilidad legal de abortar de no mediar un peligro f¨ªsico para la progenitora, muchas chicas se ven obligadas a quedarse con los beb¨¦s pese al dolor psicol¨®gico que les provocan. Eso, o recurrir a un aborto ilegal. Uno de los 65.000 que se producen anualmente en el pa¨ªs.
El ¨¦xito en la recuperaci¨®n de las chicas, un trabajo que se prolonga como m¨ªnimo durante a?o y medio, pasa por volver a convencerlas de lo que son. Buenas estudiantes y mejores hijas. Se trata de volver a juntar los pedazos rotos del horizonte. ¡°Hacemos talleres de grupo, para que sepan que no s¨®lo a ellas les ha pasado eso¡±. Para que sepan que no est¨¢n solas. A menudo, contin¨²a Garc¨ªa, las chicas sufren estigmatizaci¨®n social (¡°ah¨ª va la violada¡±) y tienden a aislarse. Como consecuencia, su rendimiento escolar baja y muchas optan por abandonar su formaci¨®n.
En las paredes del centro de asistencia, un peque?o local de dos plantas en el que las j¨®venes charlan sin alzar demasiado la voz, cuelga un mismo mensaje con distintas palabras: Yo valgo, yo soy capaz, yo soy ¨²nica, yo soy importante. Porque Puedo lograrlo. Soy inteligente. Puedo hacerlo. Hay que ¡°transformar el pensamiento de ¡°soy culpable¡± a algo positivo, a ¡°soy capaz¡±, y lograr que eso se traslade a la vida diaria¡±, explica Garc¨ªa. Para ello, es fundamental trabajar con las chicas, lograr que recuperen su proyecto vital y sus ganas de estudiar, pero tambi¨¦n con las familias. Para que nunca m¨¢s se vuelvan a sentir solas.
¡°Ahora quiero seguir estudiando. Este mismo a?o voy a empezar la carrera de enfermer¨ªa¡±, asegura Glendy.
Pero todo este esfuerzo es en vano sin un cambio social. Sin la transformaci¨®n del pensamiento patriarcal y la violencia institucional que ejerce el Estado: ¡°La violencia contra la mujer es el ¨²nico delito en el que la v¨ªctima tiene que demostrarlo¡±, advierte la activista Alva Gordillo. A lo largo del proceso judicial, el cual dura alrededor de cuatro o cinco meses, las j¨®venes tienen que ¡°repetir¡± lo ocurrido ¡°cinco o seis veces¡±, ¡°lo que supone una revictimizaci¨®n¡± constante, denuncia la abogada Pellecer.
Adem¨¢s, ¡°les exigen que recuerden la fecha y la hora y el lugar exactos en el que sucedi¨® la agresi¨®n, si no, no resultan cre¨ªbles¡±. Como consecuencia apenas ¡°el 40%¡± de las agresiones son condenadas: ¡°No tenemos ni jueces ni fiscales sensibilizados¡±. Una violencia institucional que oscurece las l¨¢grimas negras de las ni?as que tienen miedo de mirar al horizonte.
*El nombre es ficticio para preservar su identidad.
Los abusos detr¨¢s de la tragedia del Hogar Seguro
Los abusos a menores est¨¢n tambi¨¦n detr¨¢s de la ¨²ltima tragedia que ha sobrecogido al pa¨ªs centroamericano. 41 menores fallecieron el pasado mes de marzo en un incendio ocasionado por las mismas internas del Hogar Seguro Virgen de la Asunci¨®n, ubicado en una localidad pr¨®xima a la capital.
El centro, dependiente de la Secretar¨ªa de Bienestar Social de la Presidencia, acog¨ªa a 748 j¨®venes, aunque su capacidad era de 400, principalmente hu¨¦rfanos, menores conflictivos, v¨ªctimas de violencia y peque?os con discapacidad. Las denuncias de agresiones sexuales por parte de los monitores y de maltratos f¨ªsicos y psicol¨®gicos se ven¨ªan repitiendo desde hace a?os, sin que las autoridades interviniesen. En se?al de protesta, un grupo de adolescentes prendi¨® fuego a los colchones de sus estancias, lo que provoc¨® un incendio que desencaden¨® la tragedia.
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