Cuidado con lo diab¨®lico
INSISTO MUCHO mucho en cuestiones de la lengua, y con raz¨®n me considerar¨¢n un pesado. Pero es que quien adultera y controla la lengua acaba por adulterar y controlar el pensamiento, y soy ac¨¦rrimo defensor de la libertad de ambas cosas, la expresi¨®n y el pensamiento. Creo que el riqu¨ªsimo acervo del castellano debe estar, completo, a disposici¨®n de cada hablante, y que no ha lugar a vocablos prohibidos ni desterrados del Diccionario, como expliqu¨¦ hace unas semanas. Cada cual es responsable de los t¨¦rminos que elige y emplea, lo cual nos brinda a todos inestimables pistas para saber con qui¨¦nes tratamos. Si un d¨ªa se lograra imponer a toda la sociedad un habla neutra, descafeinada, ¡°pol¨ªticamente correcta¡±, habr¨ªamos perdido un elemento fundamental para orientarnos. Sin duda soy mani¨¢tico en ese terreno, pero me va bien as¨ª, como creo que le ir¨ªa a cualquiera: seg¨²n el l¨¦xico y las im¨¢genes de un autor, abandono su texto o lo sigo leyendo. Hace poco me encontr¨¦ con una breve cita de un escritor, que dec¨ªa en una necrol¨®gica de Chavela Vargas: ¡°Sigue eterna bolereando la trizadura l¨¦sbica de su canto¡±. Ser¨¦ injusto probablemente, pero semejante cursiler¨ªa pseudopo¨¦tica me disuadir¨¢ de acercarme a ninguna obra de ese escritor.
Tambi¨¦n recuerdo haber exclamado ¡°Vade retro!¡±, como el exorcista de la ni?a de El exorcista, al toparme con una columnista que, en su estreno, anunci¨® que hablar¨ªa, entre otras cosas, ¡°del tama?o de la aridez de nuestros corazones¡±. ¡°Santo cielo¡±, pens¨¦, ¡°no me pillar¨¢ tan melodram¨¢tica se?ora¡±. No me digan que no es ¨²til que cada uno pueda decir lo que quiera abiertamente y sin cortapisas, porque lo que alguien dice y c¨®mo lo dice nos proporciona una informaci¨®n valios¨ªsima para huir o acercarnos, para aficionarnos o salir pitando.
Al introducirse con frivolidad esa frase en el habla, se est¨¢ deslizando en nuestro pensamiento la mayor perversi¨®n imaginable de la justicia.
Pero hay ocasiones en las que se deslizan subrepticiamente expresiones que conllevan peligro, porque acaban habitu¨¢ndonos a ideas falsas que pervierten o distorsionan la realidad gravemente. De manera insidiosa e imperceptible se cuelan en el habla coloquial, y por tanto en el pensamiento ¡°normal¡±, siendo como son a veces aberraciones. El ejemplo m¨¢s alarmante detectado es este, o¨ªdo en las noticias recientemente: ¡°El Real Madrid ha emitido un comunicado de apoyo a Cristiano Ronaldo, ante la acusaci¨®n de fraude al fisco de que ha sido objeto. El club est¨¢ seguro de que el jugador demostrar¨¢ su inocencia¡±, algo as¨ª. Ni de lejos es la primera vez que oigo o leo eso: la frase aparece en series, en pel¨ªculas, en la prensa, en el habla de la gente y hasta en boca de los detenidos, pese a tratarse de un imposible, en primer lugar, y, en segundo, de algo que no procede. Proced¨ªa, eso s¨ª, durante la Guerra Civil y bajo la dictadura franquista, como ha procedido en todas las tiran¨ªas del pasado y a¨²n procede en las del presente. Una persona era acusada, por ejemplo, de haber asesinado a un falangista durante la contienda. Esa acusaci¨®n, aunque viniera de un particular (que a lo mejor quer¨ªa librarse de un rival, o vengarse), se daba por verdadera y buena, y entonces le tocaba al acusado demostrar lo imposible: que era inocente. Eso nunca puede demostrarse, a menos que haya una manifiesta incompatibilidad geogr¨¢fica o f¨ªsica: si el falangista hab¨ªa sido asesinado en Madrid, y el acusado se hallaba en Galicia en la fecha del crimen, no hab¨ªa caso. Pero si yo acuso ma?ana, qu¨¦ s¨¦ yo, a la Ministra B¨¢?ez de haberse cargado con sus propias manos a un indigente en el Retiro, y la Ministra carece de coartada s¨®lida, y mi acusaci¨®n se da por ver¨ªdica, la pobre B¨¢?ez, con todo su poder, no estar¨ªa capacitada para demostrar que no cometi¨® ese homicidio.
Al introducirse con frivolidad esa frase en el habla, se est¨¢ deslizando en nuestro pensamiento la mayor perversi¨®n imaginable de la justicia, a saber: que corresponda al acusado probar algo, y no al acusador, que es a quien toca siempre demostrar que un reo es culpable. Que la carga de la prueba recaiga en el acusado es lo que se ha llamado, con latinajo, probatio diabolica, algo propio de la Inquisici¨®n y nunca de los Estados de Derecho. Aqu¨¦lla consideraba que si un reo confesaba, era evidentemente culpable; y si no lo hac¨ªa ni bajo tortura, tambi¨¦n, porque significaba que el diablo le hab¨ªa dado fuerzas para aguantarla. Hace a?os me encontr¨¦ con una versi¨®n moderna de ese ¡°razonamiento¡±, en el caso de un librero juzgado por pederastia en Francia. ¡°Lo propio de todo pederasta¡±, arguy¨® el juez, ¡°es negar los cargos en primera instancia¡±. ¡°Y lo propio de los no pederastas tambi¨¦n¡±, le escrib¨ª a ese juez. ¡°?O es que pretende usted que un inocente no niegue tama?a acusaci¨®n, siendo falsa?¡± Soy contrario a prohibir nada, pero ruego a todo el mundo (periodistas, guionistas, escritores, locutores, abogados y hasta incriminados) que evite siempre la expresi¨®n ¡°demostrar su inocencia¡±. Porque si no, poco a poco, acabaremos creyendo que eso es lo que nos toca hacer a todos y que adem¨¢s es factible. Y no lo es, es imposible.
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