Mujer con abanico
Las mujeres nos hacemos fuertes en las oposiciones y los concursos p¨²blicos, pero en las jerarqu¨ªas de los espacios privados la meritocracia no cuenta. Cuando entramos en la madurez, pareciera como si muchas sociedades quisieran olvidarnos
Cuando era ni?a me fascinaban las mujeres con abanico. Todav¨ªa me fascinan, sobre todo ahora, que yo tambi¨¦n ando sumergida en esa edad en la que el abanico se puede transformar en un complemento indispensable. Me sonr¨ªo mientras lo agito alrededor del cuello y me doy aire en el pecho acalorado. Algo tan folcl¨®rico como el abanico estaba lleno de claves en los juegos de mi ni?ez. Cerrado me recordaba a las varitas m¨¢gicas de las hadas. Era un objeto misterioso que al abrirse te sorprend¨ªa con dibujos y adornos florales. Mis favoritos, ya entonces, eran los que recog¨ªan escenas de los tapices de Goya. Las mismas escenas que adornaban las cajas met¨¢licas de los caramelos blandos de caf¨¦ que tanto me gustaban aunque se quedaran pegados en las muelas. Miraba a las mujeres de cierta edad abanicarse y jugar con las varillas y la tela, abrir y cerrar lo que yo cre¨ªa que eran sus varitas m¨¢gicas. Hadas de carne y hueso que me imaginaba dando consejos sabios. Pensaba en el hada Azul que consolaba a Pinocho y lo perdonaba. Pensaba en todas esas hadas que vienen a salvarnos del mal, en las hero¨ªnas de nuestra infancia, en esas hermosas mujeres que exist¨ªan para compensar todos los desprop¨®sitos de un mundo injusto.
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Todas se ve¨ªan elegantes con ese objeto que se abr¨ªa como la cola de un pavo real. Me encantaba observarlas en los vagones del metro, en las salas de espera de la consulta del m¨¦dico, en las peluquer¨ªas o en la cola del mercado; de pronto lo sacaban por sorpresa mostrando sus dibujos, y lo agitaban resoplando con una sonrisa inmensa y las mejillas sonrojadas. Todav¨ªa hoy las busco, y me acuerdo de mi ni?ez analizando sus gestos y la elegancia de sus sencillas coreograf¨ªas. El calor s¨²bito que desprend¨ªan estaba lleno de mensajes que yo entonces no sab¨ªa descifrar. Nadie te prepara para entender esa nueva etapa de tu madurez. Entras en ese periodo de la vida que la biolog¨ªa llama climaterio en el que poco a poco cesa la funci¨®n reproductora. A casi todas nos toca empezar a acostumbrarnos a ese calor s¨²bito, a las sudoraciones nocturnas y a esas odiosas infecciones urinarias que tuvimos durante la juventud y que cre¨ªamos desterradas para siempre. De pronto nuestro cuerpo nos regala dolores de cabeza tremendos, y absurdas noches insomnes donde los pensamientos se vuelven abismos. Tratamos de rebelarnos ante esos s¨ªntomas porque queremos sentirnos igual de ilusionadas con la vida que d¨¦cadas atr¨¢s. Pero estamos comenzando otra etapa y nos confunde la extra?a tristeza de nuestro pecho suspirando por su cuenta. Tenemos que acostumbrarnos a una realidad donde nuestro cuerpo va cambiando sus ritmos y deja de regirse por los ciclos de la matriz para volverse independiente de esas pautas biol¨®gicas para las que fue dise?ado.
Con la edad, nos sentimos como aquellos replicantes que se negaban a desconectarse
Con el paso del tiempo aparecen nuevas texturas en nuestro cuerpo cansado y quejoso que tienen que aprender a convivir con nuestra mente todav¨ªa ilusionada y luminosa. Tenemos nuestros pensamientos sumergidos en la energ¨ªa vital de la juventud que se alarga porque cada d¨ªa nos sentimos m¨¢s seguras y estamos llenas de ideas y proyectos. Nuestro pensamiento es vitalista. Nos sentimos siempre j¨®venes. Somos como aquellos replicantes que se negaban a desconectarse. Aquellos androides de vida operativa limitada que quieren rebelarse y se lamentan de su suerte. Nos invade la misma angustia que sienten los replicantes, el mismo deseo de esos androides que todav¨ªa quieren seguir existiendo. Y es que, cuando las mujeres entran en la madurez, pareciera como si muchas sociedades quisieran olvidarse de ellas. Si miramos las estad¨ªsticas, solo unas pocas alcanzan puestos relevantes en empresas y grandes compa?¨ªas. Las proporciones en la industria privada siguen siendo demasiado desequilibradas. Nos hacemos fuertes en las oposiciones y los concursos p¨²blicos, pero en las jerarqu¨ªas de los espacios privados la meritocracia no cuenta. No cuenta la inteligencia y el esfuerzo sobresaliente que pondr¨ªa a muchas mujeres con una larga experiencia en los m¨¢s altos cargos de gesti¨®n empresarial.
En esta nueva ¨¦poca de nuestra existencia que somos sabias como el hada Azul, que tenemos la pericia de la vida descifrada y aprendida, la sociedad no sabe bien qu¨¦ hacer con nosotras. Y es extra?o, porque somos grandes lectoras. Leemos sobre todo en la edad del abanico y la madurez, y tal vez sea porque estamos m¨¢s vivas que nunca y tenemos ganas de sumergirnos en otras vidas. Y la literatura es ese lugar atemporal que se inventa otros mundos, y nos da sosiego y esperanza. Podemos vivir muchas vidas ahora que nuestro cuerpo cambia sus ritmos y ya no segrega las mismas hormonas. Ahora que nos enfrentamos al discurrir del tiempo sin sentir el peso de una sociedad que en nuestra juventud nos obligaba a medirnos con la iconograf¨ªa de las modelos, las cantantes, las famosas medi¨¢ticas o las actrices. Tantas horas que hemos perdido dialogando en silencio con los espejos. Nuestra imagen se ha aburrido de esas absurdas ansiedades donde parec¨ªa que nuestra cara y nuestro cuerpo hablaba por nosotras con gestos mudos y desesperanzadores.
A estas alturas de nuestra carrera s¨®lo queremos que se lean nuestro curr¨ªculum.
Con la madurez adquirimos la seguridad de las hadas, nos sentimos capaces de enfrentar el futuro con serenidad y entereza. Si algo no nos gusta, nos abanicamos diez veces para que al menos nada nos robe el aire y las ganas de existir. Tal vez con todos estos a?os de sabidur¨ªa que nos acompa?an, hemos aprendido a dialogar con los instantes y tengamos mucho de esas diosas del destino, de esas hilanderas tan temidas, de esas parcas que tan bien conoc¨ªan los hilos de la vida. Hemos llegado muy lejos en este presente, y en esta etapa todav¨ªa desprendemos energ¨ªa y ganas de crecer. No nos resistimos a pasar a un segundo plano porque las miradas de la sociedad busquen superficialidad y entretenimiento vac¨ªo. Nosotras, libres ya de complejos, estamos mejor que nunca y disfrutamos del presente que nos toca vivir. Somos las hadas, las magas, las reinas, las diosas, las sabias, las poderosas, las luchadoras, las tenaces trabajadoras.
Enfundadas en un cuerpo que ya no necesita seguir las pautas de una sociedad obsesionada con las apariencias, inventamos las mitolog¨ªas de una nueva existencia. Somos las mujeres del abanico que al abrirlo ofrecen al mundo a?os de experiencia y conocimiento, de sabidur¨ªa genuina e inteligencia, de trabajo, de empat¨ªa y amor. Nuestra biolog¨ªa no lo sabe, porque aunque el destino nos haya elegido para convertirnos en superhero¨ªnas y engrandecer las sociedades y que todos prosperemos, nadie parece saberlo. A estas alturas de nuestra carrera no pedimos discriminaci¨®n positiva, simplemente queremos que se lean nuestro curr¨ªculum.
Ana Merino es escritora y dirige el MFA de escritura creativa en espa?ol de la Universidad de Iowa.
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