La condena del ex presidente Luiz In¨¢cio Lula da Silva pone en evidencia un juego de intereses pol¨ªticos y econ¨®micos que quiz¨¢s poco tenga que ver con la administraci¨®n transparente e impacial de la Justicia.?Los due?os del poder no perdonan. Especialmente, cuando pierden. Los due?os del poder saben el riesgo que corren. Y no se andan con vueltas. Embisten con todas sus fuerzas, no desperdician la oportunidad, se organizan y despliegan todas sus estrategias de guerra y manipulaci¨®n. Nunca se defienden, siempre atacan. Los due?os del poder no descansan, aunque a veces parecen desorientados, sin rumbo, a la deriva. Aunque a veces se mantienen en silencio y aparentemente inofensivos, derrotados. Cuando esto ocurre, los que combaten a los due?os del poder corren un serio peligro. Porque los due?os del poder no descansan ni se rinden tan f¨¢cilmente. Algunas veces, inclusive, cuando no aciertan sus municiones contra los defensores de la democracia y de la igualdad, los due?os del poder simplemente est¨¢n practicando c¨®mo errarles. Como tienen buen pulso, practican su falta de punter¨ªa, haci¨¦ndonos creer que no nos aciertan porque somos m¨¢s listos o m¨¢s r¨¢pidos que ellos.
La metamorfosis es el estado natural de los due?os del poder: se trasmutan, cambian, se adaptan, rejuvenecen, renacen. Y lo hacen porque saben que de eso depende la dominaci¨®n y la explotaci¨®n humana: de parecer natural, de volverse una parte constitutiva del funcionamiento del mundo y de las cosas. El secreto de los due?os del poder est¨¢ en convencernos de que no son ellos los verdaderos due?os del poder, sino los que sufren sus consecuencias, los que soportan con su sufrimiento y con su dolor la arbitrariedad, la prepotencia y la supuesta superioridad intelectual y moral de los que tienen el dinero suficiente como para comprar nuestros derechos y nuestra dignidad, transform¨¢ndolos en una monta?a de escombros.
Los due?os del poder no perdonan cuando pierden. Por eso, cuando les arrebatamos aunque sea un pedacito de su poder, debemos andar con cuidado. Porque es en ese momento que los due?os del poder se dan cuenta que podemos ser m¨¢s peligrosos de lo que parecemos. Y se preparar¨¢n para destrozarnos. Los due?os del poder no aceptan perder. Especialmente, su privilegio de ponerle nombre a las cosas, de explicar c¨®mo funciona el mundo y de trazarle l¨ªmites a nuestros sue?os. Tampoco el derecho que se han atribuido de construirle muros a nuestras esperanzas, de imponer el miedo a nuestro futuro. Los due?os del poder saben que la historia la escriben los cazadores y no los leones. Por eso, se estremecen cuando un le¨®n se les escapa de la jaula. Se mean y se cagan de miedo. Y as¨ª como est¨¢n, as¨ª como son, seres humanos que parecen cloacas, llenos de mierda en sus cuerpos y en sus almas, salen de cacer¨ªa. Los due?os del poder saben que lo m¨¢s peligroso que existe es que alguno de los que nacieron para servir, para obedecer y simplemente para vivir de lo que sobra, decida hacer, construir o escribir la historia a su manera. Cuando esto ocurre, los due?os del poder no perdonan.
En Brasil, durante 500 a?os, los due?os del poder reinaron gloriosos. Lo hicieron casi siempre amparados en brutales e interminables dictaduras o en breves, fr¨¢giles e inestables democracias. Nunca imaginaron los due?os del poder que, en Brasil, podr¨ªa llegar a la presidencia de la rep¨²blica un nordestino bajito y fortach¨®n, apenas alfabetizado. Un obrero metal¨²rgico de la periferia de San Pablo. Un ignorante. Un retirante. Uno que sali¨® de su lugar. Uno que no exist¨ªa y que estaba predestinado a no existir.
Lula naci¨® en una familia campesina infinitamente pobre, en una de las regiones m¨¢s abandonadas y silenciadas de Brasil. Hijo de una madre que llena de sabidur¨ªa y amor, crio y cuid¨® solita una monta?a de hijos, en una tierra seca y ego¨ªsta, indiferente y envejecida. Un p¨¢ramo de dolor y sufrimiento, un desierto donde reina la soledad de seres humanos que no desperdician agua ni siquiera para llorar. Lula naci¨® all¨ª. Y all¨ª creci¨®, haciendo lo que hac¨ªan las familias cada maldito domingo: enterrar a los que hab¨ªan muerto durante la semana, casi siempre ni?os y ni?as o los m¨¢s viejos, que en ese desierto de miseria y de opresi¨®n sol¨ªan ser los que consegu¨ªan pasar los 50 a?os de algo parecido a la vida. All¨ª aprendi¨® lo que nunca olvid¨®: que jam¨¢s se dejar¨ªa derrotar por el hambre, por la incomprensi¨®n y el dolor. Ni por la prepotencia de los due?os del poder.
Un d¨ªa, sin ning¨²n anuncio o ceremonia, su madre agrup¨® a los hijos, los pein¨® y visti¨® con ropa limpia, mir¨® durante algunos segundos la peque?a casa que los hab¨ªa cobijado durante tanto tiempo y mont¨® lo poco que ten¨ªan en un carro tirado por un burro viejo y sediento. Parti¨® para siempre, sin despedirse de ese infierno. Recorri¨® kil¨®metros y kil¨®metros, en una peregrinaci¨®n de incertidumbre y esperanza, abrazada a esa monta?a de hijos. Los pobres, como casi todos los seres humanos, tienen dos brazos. Y s¨®lo con dos brazos consiguen al mismo tiempo abrazar una docena de hijos. Y acariciarlos. Y besarlos. Y cuidarlos, d¨¢ndoles protecci¨®n, transmiti¨¦ndoles seguridad y consuelo. Los due?os del poder les temen a los leones. Pero mucho m¨¢s a las leonas. Porque saben que es en el silencio misterioso de esas caricias que puede engendrarse el m¨¢s peligroso fermento de la emancipaci¨®n, el m¨¢s incontrolable impulso de la revoluci¨®n.
Lo que sigue de esta historia es m¨¢s o menos conocido.
Lula continu¨® creciendo y se salv¨®, a diferencia de tantos otros, de morir de hambre, o de fiebre amarilla, o de c¨®lera, o de difteria, o de una simple diarrea. Lula sigui¨® creciendo y entendiendo el significado de ese interminable viaje del infierno al infierno, del desierto a la favela, de la opresi¨®n a la lucha.
El d¨ªa que asumi¨® la presidencia de Brasil, record¨® a su madre, como todos los d¨ªas, y dijo lo que algunos entender¨ªan como una muy simple y casi banal aspiraci¨®n, aunque era una verdadera promesa de transformaci¨®n: en el Brasil que estaba naciendo, en el pa¨ªs que establecer¨ªa una democracia de ciudadanos y ciudadanas con derechos efectivos, nunca m¨¢s nadie se morir¨ªa de hambre. Nunca m¨¢s. Los due?os del poder temblaron cuando lo escucharon. Pero mucho m¨¢s temblaron cuando comenz¨® a cumplirlo.
Brasil fue eliminado del Mapa del Hambre de las Naciones Unidas. Pero ese era s¨®lo el comienzo. Los ricos creen que cuando los pobres tienen eso que se llama hambre, todo se resuelve con algunos restos de comida que les llenen las barrigas y les neutralicen el cerebro. Los ricos no entienden el hambre, porque los ricos, casi nunca, entienden la vida. Y, en Brasil, los derechos, como los panes, comenzaron a multiplicarse. El pa¨ªs, por primera vez, se pareci¨® a una naci¨®n poblada por seres humanos cuya libertad no depend¨ªa de seguir siendo esclavos, de seres humanos cuya dignidad no depend¨ªa de seguir siendo maltratados, ignorados, despreciados.
Mientras Brasil ganaba reconocimiento y respeto internacional, volvi¨¦ndose Lula uno de los m¨¢s grandes l¨ªderes globales del nuevo siglo, los due?os del poder gestaban, multiplicaban y alimentaban, a cada segundo, su odio de clase. Como si presenciaran una tragedia que estaba destinada a cumplir su inevitable destino de fracaso, ve¨ªan que eso que nosotros llamamos patria, y ellos creen que es su propiedad, su herencia o sus privilegios, comenzaba a escurr¨ªrseles como el agua entre sus dedos rechonchos y sus u?as esmeriladas.
La venganza ser¨ªa brutal y aleccionadora. La venganza deb¨ªa dejar en evidencia que esto no pod¨ªa volver a ocurrir porque a la naturaleza no se le tuerce el rumbo: los pobres nacieron para ser pobres y los due?os del poder para ser los due?os de lo que robaron, expropiaron o colonizaron, haci¨¦ndonos creer que lo obtuvieron gracias a su inteligencia, su capacidad, su esfuerzo o su habilidad. Cada uno tiene lo que merece y es due?o de lo que le pertenece. Eso dijeron.
Y los due?os del poder hacen lo que dicen.
Hace algunas horas, Lula fue condenado a nueve a?os y medio de prisi¨®n por un delito que no cometi¨®. Pero eso, al poder, no le importa. Para los due?os del poder la justicia es una coartada para reproducir, multiplicar y amplificar las injusticias, sin que se note. Ellos saben que el secreto de judicializar la pol¨ªtica est¨¢ en poder politizar la justicia, manipulando jueces y cobardes, para que restablezcan el orden, para que pongan a los pobres en su debido sitio.
La condena de Lula y la posibilidad real de inhabilitarlo pol¨ªticamente por el resto de su vida busca, naturalmente, impedir que Lula vuelva a la presidencia del pa¨ªs, proscribirlo, humillarlo, neutralizarlo. Pero busca mucho m¨¢s que eso. Su condena, como lo fue el golpe que destituy¨® a Dilma Rousseff, busca instruir, ense?ar. La condena de Lula es una lecci¨®n destinada a educar a las madres que a¨²n no se subieron con sus hijos a un carro tirado por un burro viejo y sediento. Una pedagog¨ªa pol¨ªtica del miedo y la sumisi¨®n para los que viven del otro lado del muro. Una clase magistral de sabidur¨ªa opresora para los que tengan la impertinencia de luchar para destituir a los due?os del poder de sus privilegios e inmunidades. La sentencia ha sido, m¨¢s bien, una simple, clara y directa amenaza. Los due?os del poder saben que el mejor aprendizaje para desmoralizar y desmovilizar a los que luchan por un mundo m¨¢s justo, es producir temor y frustraci¨®n, la implacable sensaci¨®n de que todo est¨¢ perdido.
No condenaron a Lula. Condenaron a los Lulas que a¨²n est¨¢n por nacer.
Los que los due?os del poder no saben y se resisten a aprender, es que los que sobreviven al hambre, sobreviven tambi¨¦n a sus ataques y no se dejan derrotar tan f¨¢cilmente, ni siquiera cuando les aplican penas ¡°ejemplares¡± por delitos que no han cometido. Para proscribir, humillar y neutralizar a quien sobrevivi¨® al hambre, fue obrero metal¨²rgico en la periferia de San Pablo y lleg¨® a la presidencia de una de las diez naciones m¨¢s poderosas del mundo, hace falta mucho m¨¢s que una condena. Hace falta que deje de ser un ejemplo, un s¨ªmbolo de dignidad y de lucha. Lo que los due?os del poder no saben y se resisten a aprender es que hay un Lula bajito y fortach¨®n, pero que se espeja en miles, en millones de Lulas que tampoco se rendir¨¢n tan f¨¢cilmente. Millones de Lulas que se multiplican y crecen. Millones de Lulas que van a nacer, aunque los due?os del poder sue?en con extinguirlos y eliminarlos. Millones de Lulas que se fortalecen en un grito de indignaci¨®n que exige justicia. La tragedia de los due?os del poder es saber que nunca conseguir¨¢n acabar con Lula. Porque Lula somos todos. Y lo seguiremos siendo.
Millones de Lulas, cada d¨ªa m¨¢s.
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