Sospechosas unanimidades
NO, CASI NADA es nuevo. Hace treinta a?os, en noviembre de 1987, publiqu¨¦ en Diario 16 un art¨ªculo (¡°Monote¨ªsmo literario¡±, recogido en mi libro Literatura y fantasma) en el que me atrev¨ªa a cuestionar que Cela fuera el mejor escritor espa?ol vivo y el ¨²nico merecedor del Nobel. Era una pieza educada, y lo m¨¢s ¡°ofensivo¡± que dec¨ªa en ella era que hac¨ªa d¨¦cadas que Cela no entregaba una ¡°obra maestra¡±, por mucho que cada novela suya fuera saludada por la prensa y la cr¨ªtica, obligadamente, como tal. Por entonces nadie osaba ponerle el menor pero a Cela, y aunque no exist¨ªan las redes, un buen pu?ado de escritores y estudiosos afines (espont¨¢neamente o instigados por ¨¦l) me dedicaron respuestas airadas en la prensa, cuando no insultantes. (Ahora algunos me tienen por un cascarrabias, pero me temo que siempre fui un impertinente y un aguafiestas.) Ese art¨ªculo me gan¨® enemistades que a¨²n perduran, vetos en suplementos y en programas de TVE, antipat¨ªas inamovibles. Pero bueno. De haber existido en 1987 la Guardia Revolucionaria de las Buenas Costumbres y los Dogmas Correctos que hoy patrulla las redes incansablemente, no s¨¦ qu¨¦ habr¨ªa sido de m¨ª.
En 1989, cuando por fin le otorgaron el Nobel a Cela (tras haber hecho lo indecible para conseguirlo, seg¨²n ha contado con honrada candidez su hijo), fui m¨¢s falt¨®n, y declar¨¦ que era la peor noticia posible para la literatura espa?ola, al entronizar el folkl¨®rico ¡°tremendismo¡± contra el que ven¨ªamos luchando las generaciones posteriores. Tambi¨¦n se animaron a ponerle reparos al Escritor ?nico otros novelistas como Llamazares, Az¨²a y Mu?oz Molina. Ante tanta insubordinaci¨®n, Cela se guard¨® de mencionar nuestros nombres, pero lanz¨® y orquest¨® ataques contra los ¡°j¨®venes novelistas subvencionados¡±. Nunca entend¨ª a qu¨¦ se refer¨ªa con esto ¨²ltimo, pero en todo caso era de gran cinismo que lanzara esa acusaci¨®n quien: a) se hab¨ªa ofrecido como delator, en plena Guerra, a la polic¨ªa franquista; b) hab¨ªa ejercido como censor; c) hab¨ªa hecho giras propagand¨ªsticas del r¨¦gimen por Latinoam¨¦rica; d) hab¨ªa procurado y logrado el encargo de escribir una novela excelentemente pagada por el golpista y dictador venezolano P¨¦rez Jim¨¦nez; e) hab¨ªa sido sufragado por empresarios de la construcci¨®n; f) m¨¢s adelante pidi¨® y obtuvo dinero p¨²blico para su Casa-Museo o como se llame eso que se cae a pedazos en su villa natal; g) acept¨® el estatal Premio Cervantes tras haberlo tildado de ¡°lleno de mierda¡± cuando a¨²n no se le conced¨ªa a ¨¦l.
Declar¨¦ que era la peor noticia posible para la literatura espa?ola, al entronizar el folkl¨®rico ¡°tremendismo¡± contra el que ven¨ªamos luchando las generaciones posteriores.
En Espa?a siempre comete sacrilegio quien disiente de la Guardia de las Esencias y los Lugares Comunes de cada ¨¦poca; quien lleva la contraria, quien expresa una opini¨®n disonante del absolutismo biempensante. Hoy cualquiera puede decir lo que le parezca de Cela sin que pase nada; pero, si se cuestionan otras personalidades, ¡°valores¡±, costumbres, t¨®tems, creencias, o se defiende lo anatematizado por la Guardia actual (qu¨¦ s¨¦ yo, los toros o el tabaco o la circulaci¨®n de coches), se levantan pelotones de fusilamiento verbal, por lo general en forma de tuits. De la degradaci¨®n intelectual de nuestro tiempo da cuenta que, si en 1987 me enfilaban cr¨ªticos y escritores, hoy mi m¨¢s obsesivo detractor sea el nuevo Paco Mart¨ªnez Soria (tan gracioso como el genuino, y de su escuela), y que el m¨¢s voluntariosamente ofensivo sea el l¨ªder de Podemos, quien al parecer me llam¨® ¡°pollavieja¡± en un meditado y estiloso tuit, emulando con ¨¦xito a Trump. (Imag¨ªnenlo llamando ¡°co?oviejo¡± a una columnista.)
A la gente m¨¢s o menos segura de s¨ª misma y de sus opiniones no le molesta en absoluto ser cuestionada. Es m¨¢s, prefiere serlo, porque nada m¨¢s alarmante que gustar o caer bien a todo el mundo. Siempre pens¨¦ que la reacci¨®n agraviada de Cela y de sus ac¨®litos denotaba un fondo de terrible inseguridad m¨¢s all¨¢ de sus m¨¦ritos, incluso de conciencia de su exageraci¨®n. S¨®lo el exagerado teme la disidencia, como si una sola pusiera en tela de juicio y pinchara el enorme globo inflado artificialmente a lo largo de d¨¦cadas. ¡°Si alguien se?ala que no todo cuanto escribo son obras maestras¡±, debe de decirse, ¡°qui¨¦n sabe en qu¨¦ pararemos¡±. El que tiene cierta seguridad en lo que hace puede equivocarse, sin duda, pero no se solivianta porque lo pongan a caldo, ni uno ni muchos (sabe que eso va en el oficio). No se le resquebraja el edificio entero porque no haya unanimidad en la admiraci¨®n y el aprecio. Me temo que Cela la necesitaba; es m¨¢s, a menudo su actitud transmit¨ªa una exigencia de pleites¨ªa, como si advirtiera a cualquier reci¨¦n llegado: ¡°Primero reconozca que soy el mejor escritor espa?ol vivo; luego veremos¡±. Cada vez que hoy se arma un gran y ef¨ªmero revuelo por una tonter¨ªa, me acuerdo de aquello y lo achaco a la inseguridad y fragilidad ¨²ltimas de las posturas y opiniones aceptadas como intocables e indiscutibles. Si en verdad estuvieran arraigadas, si quienes las sostienen estuvieran seguros de llevar raz¨®n, no se descompondr¨ªan ni vociferar¨ªan tanto ante la m¨¢s m¨ªnima objeci¨®n.
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