Vivir del metal, morir por el metal
En el poblado vietnamita de Dai Bai proliferan los casos de c¨¢ncer entre f¨¢bricas en las que se trabaja el alumnio sin regulaci¨®n
Bustos de Ho Chi Min, objetos grabados con motivos religiosos, tuercas y cacerolas... Son el resultado final de las aleaciones, fundiciones y quemas de productos fabricados con aluminio, un trabajo que provoca un desagradable humo inquietante para los habitantes de la localidad vietnamita de Dai Bai, al este de Hanoi. Muchos vecinos creen que tienen un alto ¨ªndice de c¨¢ncer por trabajar este material. El aluminio es uno de los productos m¨¢s usados para la f¨¢brica de ollas en esta ciudad, un metal considerado con riesgo de c¨¢ncer, seg¨²n una estimaci¨®n de la Agencia Internacional para la Investigaci¨®n del C¨¢ncer (IARC) de entre 118 elementos que afectan a humanos. "La exposici¨®n prolongada al polvo que genera durante su tratamiento puede causar da?o a los pulmones y al sistema nervioso", avala tambi¨¦n un informe del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT).
En Dai Bai, unos 9.000 habitantes conservan una tradici¨®n de 400 a?os de dedicaci¨®n a la artesan¨ªa y manufactura de estos art¨ªculos en un negocio que se propaga de padres a hijos. En el enclave se mezclan el pasto y el arrozal con una sucesi¨®n de grandes casas que dan cuenta del ¨¦xito de su industria centenaria, un entorno que por contrapartida se ve oscurecido con el humo de las hogueras de basura y de cientos de f¨¢bricas metal¨²rgicas que dejan un ambiente irrespirable.
En el pa¨ªs es costumbre que las familias cimienten sus empresas en sus propias casas, por lo que es frecuente que los clientes de un establecimiento al lado de una vivienda despierten al camarero de su siesta para que les atienda o que la se?ora le d¨¦ la vuelta de la compra a alguien sin apartar la mirada del televisor de su sal¨®n. En Dai Bai, el negocio parece un tanto menos inocuo. Una gran chimenea asoma para delatar el oficio de muchos de sus habitantes. La planta baja se suele destinar a la producci¨®n, y al fondo, justo bajo la chimenea, se encuentra el pozo de fundido del que se saca a cucharones el metal l¨ªquido para colocarlo en los moldes. La intensidad del olor apenas se rebaja pese a los ventiladores que tratan de dispersar el humo en cada taller.
Si bien no existen estudios que garanticen que la enfermedad sea consecuencia directa de la exposici¨®n al humo producido en las factor¨ªas, la IARC califica la producci¨®n de aluminio como situaci¨®n de grupo I, que se define como de exposici¨®n humana cancer¨ªgena conocida y afecta sobre todo a la vejiga urinaria y a los pulmones. Se trata de una de las industrias a las que puede asociarse el llamado c¨¢ncer ocupacional, seg¨²n datos de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, que lo incluye tambi¨¦n en su lista de los 107 productos o situaciones de exposici¨®n que son carcin¨®genos para el hombre.
Van Quyet trabaja 10 horas al d¨ªa, sin m¨¢s jornadas libres que las que necesite para recuperarse si enferma
El doctor Fernando de la Torre, m¨¦dico especialista en asma, alergia e inmunolog¨ªa cl¨ªnica, miembro de la Academia Europea de Inmunolog¨ªa, afirma que la exposici¨®n prolongada a casi cualquier tipo de humo provoca da?os en el aparato respiratorio. De la Torre mantiene que "todas las f¨¢bricas que emiten humo por fundidos de metales o quema de hidrocarburos, emiten polvo y sustancias consideradas cancer¨ªgenas que, a la larga, pueden contribuir al desarrollo de enfermedades como el c¨¢ncer". Su fundido y tratamiento requiere de controles de ingenier¨ªa adecuados para capturar las emisiones y evitar su llegada al medio exterior, aunque seg¨²n De la Torre, "por mucho filtro que pongan no se eliminan del todo las sustancias t¨®xicas. Las f¨¢bricas y refiner¨ªas deber¨ªan estar alejadas de la poblaci¨®n y aun as¨ª, la poluci¨®n se acumula en la atm¨®sfera", asegura.
En cambio, en Dai Bai, la actividad se desarrolla cerca de la vida dom¨¦stica. Algunas casas se dedican solo a esta parte inicial del proceso, como hace Nguy¨ºn Van Thai, que compra calderos y cuencos de aluminio rotos a los vecinos de su pueblo y de localidades aleda?as para fundirlo y vender placas de cuatro kilos cada una. Todo depende del peso. Thai compra 100 kilos por tres millones y medio de dongs vietnamitas y los vende por cuatro millones, con lo que su ganancia se reduce a poco m¨¢s de 20 euros cada 100 kilos de aluminio trabajado. Al gasto hay que a?adir la sal refinada y el cloruro pot¨¢sico que se incorporan a la mezcla para hacer el metal "m¨¢s maleable y darle brillo", seg¨²n Van Thai, quien duda de la causa de la propagaci¨®n de la enfermedad en el lugar.?
"La gente tiene c¨¢ncer pero puede ser por la poluci¨®n o por el agua, no tiene por qu¨¦ ser de trabajar el metal", considera el trabajador, que desde hace dos a?os contrat¨® a Huang Van Quyet para su negocio. Van Quyet ha cumplido 34 a?os y bromea con que ninguna chica quiere casarse con ¨¦l porque trabaja 10 horas al d¨ªa, sin m¨¢s jornadas libres que las que necesite para recuperarse si enferma. Cobra 250.000 dongs (unos 10 euros) por d¨ªa trabajado y si no trabaja, no cobra. As¨ª funciona siempre en los pueblos, seg¨²n dicen.
El mismo salario reciben los trabajadores de Kien y Nhung, que fabrican grandes tornillos y tuercas de acero. "Contratamos a cinco empleados y vamos cambi¨¢ndolos cada semana para echar una mano a los vecinos que no tienen su propio negocio", afirma el due?o de la empresa. Los trabajadores manejan el metal fundido y los moldes y en la sala contigua est¨¢n los torneros. Una de sus empleadas explica que este a?o no ha habido una buena cosecha. "Muchos necesitamos alg¨²n trabajo extra, aunque sea m¨¢s duro, para llevar dinero a nuestras casas", dice. Ninguno de ellos se plantea que la exposici¨®n a los gases pueda ocasionarles enfermedades y, aunque parecen conocer casos en el pueblo, prefieren no atribuirlo a la actividad que supone su propio sustento. Nhung est¨¢ embarazada y su protecci¨®n se reduce a una mascarilla de tela como las que llevan motoristas por las calles.
Por todos los callejones se descubren salones de puertas abiertas con gente trabajando en un ambiente casero y familiar, sin rastro de regulaciones. El enclave envuelve a los visitantes en una atm¨®sfera cargada y espesa con una peculiar banda sonora: r¨ªtmicos golpes de martillos que repican en cada taller al decorar cacerolas o tallar esculturas.?
"A todos les colocan un tubo directo al est¨®mago a trav¨¦s del que se alimentan y los env¨ªan de nuevo al pueblo", dice una vecina
Una vez prensado el aluminio y moldeado con forma de olla, se procede a limpiarlo y pulir las asperezas. Los qu¨ªmicos usados son desechados directamente a los canales que hay a los lados de la carretera, encargados de drenar el agua de la lluvia y dirigirla hacia peque?os lagos o embalses. Muchos vecinos de Dai Bai y del poblado contiguo, Quang Bo, se quejan de tener que comprar el agua embotellada porque no se f¨ªan de la que les llega al grifo. "Tenemos que usar un filtro para poder lavar o ducharnos con ella y para cocinar preferimos usar la de la lluvia que recogemos con un embudo", se queja la madre de Vu Tr¨ª Ngoc, mientras su hijo maneja un torno con el que fabrica piezas de maquinaria.
El negocio del carb¨®n
El otro gran negocio de la zona es el carb¨®n. Como todas las factor¨ªas lo usan para sus hornos, los proveedores se encargan de comprarlo, romperlo en piedras de unos dos kilos cada una y llevarlo hasta los negocios de fundido. Esta es la tarea de Nguyen Thi Que, Nguyen Thi Dua y Ngo Thi Thuy. Una monta?a de carb¨®n contempla c¨®mo las tres mujeres, que ya superan los 50, invierten 10 horas de sus d¨ªas para ganar apenas 150.000 dongs (unos 6 euros) cada una. Parten las rocas de carb¨®n, las meten en bandejas de 40 kilos y estas en una carreta. Cuando la llenan, salen a entregar el pedido a las factor¨ªas tirando de ella como hacen los animales de carga en las zonas rurales.
Llevan dos a?os juntas en este empleo y cuando tienen un d¨ªa libre lo dedican a la agricultura. "Es muy duro el trabajo de las mujeres en los pueblos. Cuando llegan a sus casas se tienen que ocupar de las tareas dom¨¦sticas", afirma Nguyen Thi Duoc, la due?a de la casa y de esta empresa de carb¨®n de 30 a?os de antig¨¹edad. Su vivienda parece lujosa comparada con otras en el pueblo y sus tres hijos son universitarios. La mujer bromea con que en Occidente no se har¨¢n estos tratamientos tan rudimentarios con mano de obra humana, consciente de la dureza de la tarea de sus empleadas, mientras estas golpean el carb¨®n en cuclillas resignadas a haber nacido al otro lado del mundo.
Los vecinos se quejan de tener que comprar el agua embotellada porque no se f¨ªan de la que les llega al grifo por sospechas de contaminaci¨®n
En las calles se esquiva el tema de las enfermedades. Muchos reh¨²yen hablar del c¨¢ncer negando con la palma de la mano y girando la cara. Una vecina apenas susurra que su marido muri¨® a los 50 a?os de c¨¢ncer y que su vecino sufri¨® el mismo destino a los 46, como si no estuviera bien visto nombrarlo. La mujer lamenta que sus tres hijas y su hijo trabajen en la misma industria que llev¨® a su marido a la muerte, pero "no tienen otra opci¨®n", dice negando con la cabeza llev¨¢ndose las manos a la cintura.
La se?ora Bay, que tiene una tienda de alimentos en la calle principal del pueblo dice que mucha gente padece c¨¢ncer, sobre todo de garganta, de lengua y de pulm¨®n, como es el caso de Nguyen Van Sinh, que a sus 50 a?os se encuentra en la fase terminal de la enfermedad. Su mujer, Hoang Thi Lien, se encarga de ¨¦l, de su tratamiento y de sus cuidados, pues el hombre ya apenas se mueve ni articula palabra. Comenz¨® con una molestia en la lengua y tan s¨®lo un a?o m¨¢s tarde su situaci¨®n es la de esperar a que llegue el d¨ªa de su muerte. Trabajaron juntos durante 30 a?os en este oficio de Dai Bai y sus cuatro hijos hoy en d¨ªa se dedican a lo mismo, "es que no hay m¨¢s futuro en estas tierras fuera del metal", asevera Lien.
Los que como Van Sinh corren con la mala suerte de padecer c¨¢ncer se enfrentan a costear de su bolsillo tratamientos "car¨ªsimos", seg¨²n mantiene la se?ora Bay. "A todos les colocan un tubo directo al est¨®mago a trav¨¦s del que se alimentan y los env¨ªan de nuevo al pueblo y ante cualquier reca¨ªda, les administran sedantes. No tienen m¨¢s que hacer por ellos", dice la mujer.
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